miércoles, 13 de febrero de 2008

LA HUMILDAD: un estilo de vida del cristiano

POR: Alejandro Rutto Martínez

En la parte posterior del salón de clases se levanta una mano. Es Damaris, una de mis estudiantes más juiciosas, quien desea hacer una pregunta sobre el tema que estamos tratando.

-¿Qué es la humildad, profesor? Le contesto que es una de las características de las personas que se encuentran en un estrecho contacto con Dios y agrego: Cuando una persona ha logrado cultivar los frutos del Espíritu Santo, se conoce, entre otras cosas por su humildad.

Y procedo a darle también una explicación etimológica. Humilde viene del latín humilis, palabra que, a su vez, se deriva de humus, tierra. En un principio es lo permanece bajo y sin sobresalir. Desde esta definición ser humilde sería todo lo contrario de de ser vanidoso, de mostrarse como engreído. Quise continuar con las explicaciones pero el tiempo de la clase había terminado.

Damaris me pidió que, por favor, tratara el asunto en uno de mis programas de radio. Le aseguré que lo haría y desde entonces me he convertido en un activo investigador del tema.

Unos días después le cumplí la promesa a mi alumna y ante los micrófonos de la emisora expliqué que el humilde es un individuo que no presume de sus virtudes, principios, valores, propiedades… Y algo más: no puede presumir de su condición porque inmediatamente la pierde. En otras palabras, el humilde no reconoce y, muchas veces no sabe, que lo es.

Dije también que algunas personas, por estrategia o por recomendación de su asesor de imagen, fingen la humildad para obtener beneficios personales. Con lo cual cometen un error porque es más fácil descubrir la falsa humildad que un billete falso.

Unos días después me encontré nuevamente con Damaris quien me dijo: “Lo escuché, pero…” -¿Pero qué?

-Usted no tocó el tema que yo quería. Mire, lo que pasa es que algunas personas dicen que ser humilde es ser pobre…

Y entonces le prometí que hablaría sobre su inquietuden clases, o en la radio o en un artículo, pero sin respuesta no se quedaría.

Y aquí estoy para decirle a todas las Damaris del mundo que humildad y pobreza no son sinónimas, lo cual significa que una persona humilde puede o no ser pobre. Y un pobre puede elegir entre ser o no ser humilde.

El mismo Dios, Creador del cielo y de la tierra, dueño y Señor de todo lo que se existe, nos enseña la humildad. En el salmo 113 podemos leer: “¿Quién como el Señor, nuestro Dios, que tiene su trono en las alturas y se humilla a mirar en el cielo y en la tierra? ¡Dios Todopoderoso humillándose a mirar en el cielo y en la tierra!

Es conmovedor saber que tenemos un Dios que no se engrandece a pesar de su poder, por lo tanto no hay nadie, ni en el cielo ni en la tierra para considerarse más grande que los demás. Ser pobre no es una condición normal para los seres humanos. Dios es el gran Proveedor y desea que sus hijos disfruten de los bienes que ha creado. Sin embargo, existe la injusticia y la inequidad, creada por los hombres y, por lo tanto, algunos acumulan riquezas y otros carecen de lo necesario para vivir dignamente.

Pero, está claro, humildad y pobreza, son conceptos diferentes. Sobre los bienes materiales ha dicho Jesús: “Provéanse de bolsas que no se desgasten; acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no hay ladrón que aceche, ni polilla que destruya (Lc. 12:33)

En todo caso entre ser humilde y no serlo, la elección es bien sencilla, entre otras cosas porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”. Y el propio Jesús, se autodefinió como humilde: “…y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”

Y más adelante agrega: “Porque el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” La humildad es, pues, un estado del amor. La persona cuyo corazón está lleno de amor por los demás, se conoce porque ha superado la soberbia y no le interesa vociferar acerca de sus bienes materiales y virtudes. S

Si alguien tiene el deseo sincero de agradar a Dios y de servir a los hombres debe despojarse del orgullo, la soberbia y la arrogancia y dedicar su vida a conquistar la cima del éxito, de la mano del Señor y abrazado a sus semejantes. Para él habrá sorprendentes gratificaciones, no solo en el cielo, sino durante su permanencia en el mundo de los mortales. De eso quedo convencido cada vez que me apropio de aquella bienaventuranza que dice: “Dichosos los humildes porque recibirán la tierra por herencia”

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