Por: Alejandro Rutto Martínez
La Vida en sociedad está llena de lo singular y lo plural. Por eso dudé un poco antes de escribir la palabra "singularidades" entendiendo ésta como el plural de "singularidad".
Sin embargo, eso es la sociedad, una buena combinación de lo singular con lo plural hasta conformar una coexistencia armónica y sabia entre todos los habitantes de una ciudad, una región y todo el planeta.
Entre los seres humanos es preponderante lo plural, lo que es de todos y lo que apunta al bienestar de las mayorías. Por esta razón uno de los principios fundamentales de las normas de convivencia es la primacía del bien común sobre el interés particular.
Pero no debemos perder de vista algo bien importante: la vida en comunidad nos plantea el compromiso de vivir junto a los otros y compartir con ellos parte de los espacios más significativos de nuestras vidas.
De allí la necesidad de buscar un punto de encuentro entre los intereses de los individuos y los de las colectividades. Ese punto de encuentro es, precisamente, el respeto. Nótese bien que hemos mencionado el respeto y no la tolerancia.
El primero reconoce la existencia del otro y nos conmina a reconocerlo como persona importante. La segunda, es decir, la tolerancia, nos impone la necesidad de aceptarlo a pesar de que pueda causarnos disgusto en sus ideas, comportamientos, etc. La tolerancia es, entonces, una obligación impuesta y todo lo impuesto genera cierta inconformidad. Hay quienes consideran "que el mundo es de ellos y los demás viven de alquilado".
Un error imperdonable para quien aspire a vivir entre los seres humanos. Nadie nos pidió nuestro consentimiento para que naciéramos en una ciudad o en otra, en este país o en aquel. Fue la madre naturaleza o el azar o la coincidencia (recuérdese, coincidencia es, según Anatole France, el seudónimo que utiliza Dios cuando no quiere firmar sus obras) la que nos situó en determinado lugar y en cierto espacio de tiempo. Lo más natural entonces es aceptarnos todos: los más cercanos y los más lejanos; los más parecidos y los más distintos; los más emparentados y los menos relacionados.
En resumidas cuentas deberemos volver al origen para reconocer en el otro a la persona que nos complementa y nos ayuda a encontrar nuestra propia identidad, porque, ¿cómo voy a saber si me parezco a mí mismo si no es por que no me parezco a los demás? Jesús ordenó el amor al prójimo.
Y los libros sagrados de todas las doctrinas religiosas, de una manera u otra, ofrecen la misma enseñanza. Pero, ¿quién es mi prójimo? Es la pregunta que ha estado latente por mucho tiempo y a la que Jesús respondió contando la parábola del buen samaritano.
Le recomendamos leerla, pero mientras lo hace le sugerimos escribir en letras mayúsculas la palabra PRÓJIMO. Luego cambie la "J" por una "X" y así sabrá que el más próximo, ese es un prójimo. No me cabe ninguna duda sobre los personajes màs importantes del mundo: nosotros y los otros.
1 comentario:
Es importante por este medio añorar la Guajira para conocer lo increible que tiene esta tierra...entre mas imagenes veo más me enamoro de ella.
Publicar un comentario