lunes, 18 de febrero de 2008

El amor: las palabras no alcanzan para describirlo

Por: Alejandro Rutto Martínez

A las 8 de la noche de ese domingo, cuando la tierra se encontraba mojada por la lluvia y el ambiente impregnado por el olor a agua fresca, comencé a despedirme de quienes amaba.

No partía hacia un viaje largo, pero era la primera vez que me separaba de ellos por varios días y, claro está, la nostalgia se hizo presente y alcanzó a quebrantarme el ánimo y a disminuir la alegría de ese hermoso fin de semana (para mí y buena parte de quienes vivimos en el semidesierto los fines de semana nublados son hermosos, qué le vamos a hacer).

Solo estaría por fuera una semana corta, desde el lunes en la madrugada hasta el viernes en la tarde; la razón: comenzábamos clases en la universidad y el deber hacía su llamado vehemente. Para hacer más llevadera la jornada de despedida me dijeron palabras amables, me consolaron, me dijeron que era necesario hacer sacrificios.

Mi mamá fue la más contundente de todos cuando me dijo: “si no te vas nunca serás nadie en la vida y en esta casa no hay puesto para un don nadie”. Mi novia solo fue capaz de darme un beso y una carta delicadamente oculta en un sobre humedecido con el perfume que ella usaba. “Solo puedes leerla mañana por la mañana cuando estés en la universidad”, me dijo. Ella se imaginaba que yo podría resistir esa noche de tentación y yo al principio también lo creí.

Y…cumplí. A pesar de la ansiedad, la angustia y el desespero. Varias veces en la noche me levanté con la firma intención de romper la promesa y leer esos párrafos empapados con el aroma de la más bonita de las mujeres.

Pero a la mañana siguiente, mientras el profesor Justo Pérez se esforzaba por enseñarme los giros que el idioma puede dar de acuerdo con la región en se le utilice ( “la gente del Caribe sabe perfectamente lo que significa tacatrá’ ” , nos decía), abrí por fin mi preciosa carta y me encontré con el más hermoso mensaje que nadie me haya regalado hasta el momento (ni crean que lo voy a transcribir aquí).

Al final, y eso fue lo mejor de todo, escribió textualmente una de los más bellos pasajes de la Biblia: Corintios 13, del verso 4 en adelante: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso, no se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor, el amor no se deleita con la maldad sino que se regocija con la verdad…”

El apóstol Pablo es uno de los autores neo testamentarios a quien el Espíritu le lleva la mano y la pluma para escribir bellas y memorables líneas sobre el amor. De eso no cabe duda y su pasaje del libro dedicado a los creyentes de Corinto y por intermedio de ellos a los hombres y mujeres de todos los lugares y de todos los tiempos se ha convertido en un verdadero clásico.

Quien desee navegar por las aguas turbulentas y casi siempre peligrosas de la atracción erótica encontrará respuesta a sus deseos en las palabras, las caricias y la intimidad. En cambio quien desee encontrarse frente a la ternura, el afecto y la subliminal manifestación del amor, haría bien en leer el capítulo 13.

Yo lo hice un día, en el anexo de una bella carta perfumada de amor, mientras cometía el pecado de perderme la clase del profesor Justo, a quien le ofrezco disculpas. Pero fue un pecado que valió la pena. Y cada vez que puedo vuelvo a leerlo, ahora sí, sin remordimientos.
POR: Alejandro Rutto Martínez

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