En 1958, en plena década del desarrollo para nuestro país, se inició al movimiento comunal colombiano, gracias a la expedición de las normas que comenzaron a ser posible su vigencia. Desde entonces hemos tenido un nuevo tipo de liderazgo: el de sencillos ciudadanos, de profundas raíces populares, cuyos mejores momentos lo dedican con entusiasmo enorme, pasión ilimitada y alegría incomparable y a hacer lo que más les gusta: luchar y luchar para encontrarle solución a las múltiples necesidades de su barrio.
El barrio es, sobra decirlo, la forma de organización urbana más importante. En sus calles y carreras; en sus parques el iglesias; en sus escuelas y colegios; en sus bares y cantinas... En sus espacios todos, palpita la vida, el sentir, el pasado, el presente y el futuro de las comunidades.
El barrio es un espacio vital en donde las personas y las familias comparten, se abrazan, pelean y se reconcilian. En donde los niños crecen y se hace en hombres y mujeres y desde allí salen con aire de adultos y caminado de gente grande, a cumplir la cita con su propia historia.
El barrio de antes no tenía dolientes. O, por decir lo menos, sus dolientes no se habían organizado, ni tenían una unidad lo suficientemente sólida como para trabajar con posibilidades de éxito o en defensa de sus más preciados intereses. Por esta razón y muchas otras, el movimiento comunal comenzó a llenar un enorme vacío existente en la sociedad colombiana: el del liderazgo de abajo; el de la gente del pueblo; el de los vecinos unidos alrededor de sus problemas y de la necesidad de resolverlos.
La junta de acción comunal comenzó a ser, en esencia, un movimiento social cuyo cimiento es la unión y cuyo motivo de trabajo es la gestión oportuna y permanente para dotar a la colectividad de aquellas obras, instituciones, arreglos y servicios imprescindibles para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
Gestión, por supuesto, no siempre libre de molestias, de dificultades y de una inversión de recursos personales como el tiempo y, en algunos casos, el dinero. Pero con el paso de los años llegaron los tiempos malos: su principal fortaleza, cercanía con los ciudadanos, pasó a convertirse en su mayor debilidad. ¿Por qué? Porque los líderes barriales fueron seducidos por los cantos de sirena, los elogios falsos, las ayudas comprometedoras y las alianzas y los contubernios con políticos interesados en aprovecharse del carisma y la ascendencia de los comunales entre sus vecinos.
Como era de esperarse, la comunidad entendió la nueva situación surgida del maridaje nefasto entre políticos y sus amigos los líderes del barrio. De ahí a dejarlos sin respaldo no transcurrió mucho tiempo. Los líderes quedaron desamparados por unos y otros. Desamparados por sus vecinos ante quienes se quedaron sin credibilidad y desamparados por los políticos a quienes no pudieron responderles en el tema de y los compromisos adquiridos. De su desafortunada incursión en la politiquería le quedó la más indeseable de las herencias: La marca (el hierro, como en la ganadería) de las más tradicionales empresas electoreras de su región.
Sin el respaldo de sus convecinos y sin el respeto de los caciques, quienes en otros tiempos los invitaban a darse una vuelta en su carro climatizado y de vidrios polarizados y los invitaban a tomar tinto en la oficina, cayeron a la triste condición de pastores sin rebaño; de líderes sin seguidores; de ciudadanos sin credibilidad. Después de un tiempo el liderazgo comunal se ha recuperado y una buena muestra fue la movilización de las bases con motivo de las elecciones en las cuales se escondieron nuevos dignatarios quienes están listos para posesionarse en sus cargos. Las comunidades han decidido darle una nueva oportunidad a sus dirigentes y espera que se le responda con mucho trabajo y total transparencia.
Ojalá hacer imponga la sangre nueva y el nuevo criterio para que no se comentan los errores del pasado y tengamos un trabajo comunal vigoroso, independiente y comprometido con el pueblo. Si las cosas ocurren así habrá varios ganadores. Y entre los ganadores estará el barrio, la comunidad, los comunales y un nuevo ejemplo de liderazgo.
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