domingo, 24 de agosto de 2008

UNA FALSA DISYUNTIVA

Amylkar D. Acosta M[1]

Mire, vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se
parecen, no son gigantes, sino molinos de viento¨. El Quijote

La crisis energética provocada por la espiral alcista de los precios del crudo y el pánico provocado por el cambio climático han puesto en un primer plano de la escena mundial a los biocombustibles. Estos, además de reducir la dependencia con respecto a los combustibles de origen fósil, son renovables y contribuyen a reducir las emisiones de CO2 al medio ambiente. Primero fue Brasil con el etanol y luego Alemania con el biodiesel los países que incursionaron en este nuevo mercado que está haciendo furor en todo el planeta. Pero, este desarrollo no ha estado exento de críticas y reparos.
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En primer lugar se plantea su ineficiencia, en la medida que su producción arroja un balance energético neto negativo; esto es, que es más la energía que se consume en el proceso de su producción que la efectivamente contenida en el producto.
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En segundo término, se alega que al analizar el ciclo de vida del proceso de su producción, este resulta contraproducente en la medida que son mayores las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a la atmósfera que la reducción de las mismas como resultado de la mezcla.
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Y, finalmente, se les responsabiliza del alza inusitada de los precios de los alimentos, porque supuestamente la mayor demanda de productos agrícolas como insumos para la producción de los biocombustibles los ha presionado al alza.

Sin embargo, a nuestro juicio se incurre en un error garrafal al meter a todos los biocombustibles en el mismo costal a la hora de la evaluación costo – beneficio de los mismos, sin reparar en la materia prima utilizada y en el tipo de procesos involucrados, que son los que hacen la diferencia. Para producir el etanol, por ejemplo, se utiliza fundamentalmente el maíz en los EEUU y la caña de azúcar en Brasil.
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Al someter a prueba uno y otro proceso, es evidente que en el caso del etanol a partir de la caña de azúcar nos muestra unos resultados ampliamente satisfactorios tanto en relación al balance energético neto como de ciclo de vida; no podemos afirmar lo mismo en referencia al obtenido a partir del maíz. Otro tanto puede afirmarse con relación a la producción del biodiesel; no es lo mismo extraerlo de la palma africana que de la colza o de la soja.

Y, en cuanto a su incidencia en los precios de los alimentos, está demostrado que los biocombustibles no han sido determinantes del alza de los mismos, ni siquiera han servido de detonante de esta. Un aspecto que se suele esgrimir como la causa de la agroinflación es el supuesto conflicto de uso de la tierra, al partir de la base de que la producción de insumos para los biocombustibles le resta espacio a la producción de alimentos.
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Pero, lejos de ello, las áreas sembradas en el mundo con destino a los biocombustibles no supera el 1% del área cultivable y en el caso de Colombia apenas sí alcanza el 2.4% del área cultivada y sólo el 0.4% del área cultivable. Ello es a todas luces irrelevante por lo ínfimo y por lo tanto el impacto que pudiera llegar a tener sobre los precios de los alimentos apenas sí es marginal. Para la muestra un botón, tenemos que la volatilidad del precio internacional del azúcar no se ha visto perturbada por la producción de etanol con base en la caña de azúcar.
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Si analizamos el Índice de Precios al Productor (IPP) en el caso colombiano, para nuestra sorpresa, damos con que el precio del azúcar al productor nacional cayó un 9% entre diciembre de 2003 y diciembre de 2007, a contrapelo del alza de un 17% que experimentó el resto de productos alimenticios del país. Es evidente, entonces, que no existe una correlación entre el alza de precios de los alimentos y el desarrollo de la industria de los biocombustibles, como con alguna ligereza se afirma sin consultar la realidad.

Es más, en el último trimestre la presión sobre los precios de los alimentos ha cedido y han empezado a desinflarse, sin que se haya aplazado o congelado ninguno de los proyectos importantes de producción de biocombustibles en marcha.
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Más bien, ello se explica por la recesión global en ciernes, el repunte del dólar, la caída del precio del petróleo, el aumento de la producción agrícola jalonada por los mejores precios y sobre todo porque estos factores han disuadido a los corredores de los mercados de futuro de los commodities que se habían refugiado en los mismos y ahora están liquidando algunas de sus posiciones.
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De hecho, el trigo en la primera semana de agosto se cotizó en la Bolsa de Kansas a US $296.70 por tonelada, después de haber alcanzado una marca de US $488.05 a mediados de marzo; por su parte, el maíz cerró a comienzos de agosto en US $206.76, luego que alcanzara un tope de US $297.07 el pasado 29 de junio. Entre tanto, la soja se desplomó y de US $609.21 al que se transó el 4 de julio pasó a US $463.85 la tonelada el 11 de agosto.
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Es fácil, entonces, concluir que la tendencia de los altos precios de los alimentos y en general de los productos básicos, incluido el petróleo, se está revirtiendo, aunque todavía es demasiado temprano para predecir hasta cuándo. No sabemos hasta dónde tendrá razón José Graciano da Silva, director regional para América Latina y el Caribe de la FAO, cuando afirma que “lo peor ya paso”; lo cierto es que ha cambiado la dinámica del mercado, espantando de esta manera el fantasma de la crisis alimentaria que ya rondaba especialmente a los países en desarrollo.

Bogotá, agosto 22 de 2008
http://www.amylkaracosta.net/

[1] Ex presidente del Congreso de la República

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