Cómo enfrentar los tropiezos inevitables y perdonar sin límites en un mundo que hiere y necesita ser sanado
Escrito por Alejandro Rutto Martínez
En una ocasión, Jesús pronunció una palabra que dejó sin
aliento a sus discípulos:
“Imposible es que no vengan tropiezos” (Lucas 17:1).
El Señor es el Señor de los imposibles, pero una vez
Jesucristo reconoció que sí existe algo que es completamente imposible.
No dijo “poco probable” ni “difícil”: dijo imposible.
Esa frase corta y afilada es como un campanazo que nos recuerda que, en este
camino, tarde o temprano, enfrentaremos ofensas, heridas y situaciones que
intentarán derribarnos. El Señor no endulza la realidad: los tropiezos
llegarán, y lo peor, muchas veces vendrán de personas cercanas.
Pero en la misma frase, Jesús soltó una advertencia que
debería estremecer a todo líder, pastor o servidor: “¡Ay de aquel por quien
vienen!”. En otras palabras: los tropiezos son inevitables, pero ser la
causa de uno es inaceptable.
El peligro de herir a los pequeños
Jesús dijo que era mejor que a una persona le ataran una
piedra de molino al cuello y la lanzaran al mar antes que hacer tropezar a uno
de “estos pequeñitos” (Lucas 17:2).
Esos “pequeñitos” no son solo niños: son nuevos creyentes,
personas frágiles en la fe, almas que apenas empiezan a caminar. Un mal
ejemplo, una palabra áspera, una decisión egoísta… y su fe puede tambalearse.
La Biblia está llena de advertencias al respecto. Piense en
los hijos de Elí (1 Samuel 2:17): su pecado como sacerdotes fue tan descarado
que el pueblo comenzó a aborrecer las ofrendas del Señor. Ese es el poder
destructivo de un tropiezo: no solo hiere, sino que puede enfriar el corazón
hacia Dios.
Fe para resistir, fe para perdonar
Jesús, sin pausa, llevó la conversación hacia otro terreno
igual de desafiante: el perdón. “Si tu hermano peca contra ti siete veces en
un día… perdónale” (Lucas 17:4). No estaba estableciendo una cifra exacta,
sino mostrando la disposición inagotable que Él espera de nosotros.
José, en Egipto, es un ejemplo perfecto y poco predicado.
Sus hermanos lo traicionaron, lo vendieron, lo dieron por muerto. Y cuando el
poder estuvo en sus manos, en lugar de vengarse, les dijo: “Vosotros
pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20).
José había entendido que, por encima del dolor, estaba el plan de Dios.
Cuando la única respuesta es “auméntanos la fe”
Los apóstoles escucharon este doble desafío —no ser tropiezo
y perdonar sin límites— y no pidieron estrategias ni métodos. Solo dijeron: “Auméntanos
la fe” (Lucas 17:5).
Sabían que este nivel de perdón y de cuidado hacia los demás
no nace de la fuerza de voluntad, sino de una fe que confía, obedece y se
humilla.
Jesús respondió hablando de un grano de mostaza: una fe
pequeña, pero genuina, puede mover lo imposible. Y aquí está la clave: una
iglesia con fe para manejar los tropiezos es una iglesia madura, estable y
sanadora.
Un llamado profético
Pastores, líderes, siervos:
- Examinen
su influencia. ¿Está edificando o debilitando la fe de los pequeños?
- Aprendan
a resistir las ofensas inevitables sin que éstas contaminen su ministerio.
- Practiquen
el perdón antes incluso de que se lo pidan.
- Oren
por una fe que no solo reciba milagros, sino que proteja, sane y restaure.
Los tropiezos vendrán. Eso es seguro. Lo que no es seguro es
si nosotros seremos causa de ellos o si, por el contrario, los venceremos con
una fe creciente y un corazón dispuesto a perdonar siempre.
El clamor sigue siendo el mismo que hace dos mil años: “Señor,
auméntanos la fe”.
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