sábado, 13 de septiembre de 2008

Riohacha en la mirada de Eduardo Zalamea Borda 1923*

(Escritor Bogotano que recorrió La Guajira y convivió con los Wayuu desde 1923 a 1927. De esta experiencia nació la novela Cuatro Años a Bordo de mí Mismo, considerada unas de las mejores obras de la Literatura Colombiana del Siglo XX).
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· “El puerto de Riohacha, que por tanto tiempo atrajo mi anhelo. No pude figurármelo nunca. Puerto de aguas bicolores. De un lado, hacia la costa, amarillas, terrosas, y del otro, hacia afuera, hacia el mar, hacia la distancia, azules, azules, marinas, marinas. Pocas aguas tan azules como las de Riohacha a 500 metros de la playa.
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Y es porque el Calancala no deja que el azul se acerque demasiado a la costa. El Calancala va metiendo su cabecita en el mar. Su cabecita amarilla, gredosa, ¡que viene cansada de ser tanto tiempo cabeza de río! Tiene sed del agua del mar, salada, fuerte, él, que lleva unas aguas dulzarronas y anodinas.
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Y, en recompensa al mar, por su baño de frescura y de inmensidad, le proporciona ese color que trajo desde tan lejos.”

· Hay una gran cantidad de botecitos pesqueros que salen presurosos, porque el sol va camino de lo más alto. Pasan, en una pequeña embarcación, 2 negros de músculos cuadrados, llenos de aristas y de belleza.

Serían dos maravillosas estatuas de la fuerza. Por toda su piel brota la pujanza. El negro no tiene traje más bello que su piel. Debieran andar desnudos, mostrando ese color reluciente, brillante, donde el sol quiebra sus luces, pretendiendo –como en todas las oscuridades- hacer siempre la claridad.

· Del otro lado, a la derecha, hay un edificio de ladrillo, que debe ser el Mercado. Las vendedoras, con sabor de besos –amargos ya- en la boca, y con los labios pegajosos por el sueño, deben estar levantando los sacos viejos, con que cubrieron sus mercancías. (…) Más hacia la izquierda, están las ruinas de algo que debió ser un castillo. Murallas derrumbadas. Los granitos de arena corren como alpinistas perseguidos por un alud. Todavía más hacia la izquierda, está el convento de los capuchinos, que no alcanzo a ver bien.

· Riohacha, de noche, es una ciudad tranquila y antigua. 3 “Ford” desvencijados corren con gran ruido de carrocerías. En las puertas de las casas, las gentes fuman y conversan, mientras mueven los mecedores. Se oye el ruido seco de las bolas de un billar. El silencio corre de puerta en puerta. Las va cerrando, con su llave de sueño.

· (,…) En la esquina hay un almacén de grandes puertas, aireado y ventrudo que echa sobre la calle todos sus colores. Zarazas, cotones, holanes, driles, “palm-beachs”, todas las telas dan a la calle un color vagabundo de feria. (…) Aquí está el hotel que necesitaba. Me sale al paso inopinadamente, con su tablilla atravesada, que reza “HOTEL LIBERTAD”… Además, puede ser que aquí cambie la comida.

Esa comida que ya ha limitado mi paladar a 3 ó 4 únicos sabores. Es posible que me den carne
salada y papas.

*Tomado del Libro “Cuatro Años a Bordo de mí Mismo” de Eduardo Zalamea Borda. Págs. 60-66. Edit. Bedout, 8ª Edición. Bogotá 1986 “La Reflexión nos permite darle pies y cabeza a la acción”
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