domingo, 9 de noviembre de 2008

Maicao: ciudad multicultural que adorna al Caribe colombiano

Es un sábado cualquiera del año y el reloj marca las cuatro de la tarde. A esa hora hago mi habitual recorrido del único día de la semana en el que soy dueño del tiempo. Por primera vez, desde que se inició la semana, he podido dejar el reloj en un lugar que por ahora no recuerdo, y me dedico a recorrer esas calles de polvo y piedra que han visto pasar todos los años de mi vida, desde aquellos en que andaba en brazos de mis padres o padrinos hasta éstos en los que mis hijos van prendidos de mí, como para no extraviarse en el tumulto que por momentos crece de manera desenfrenada.

Junto al reloj han quedado las llaves del automóvil por que Maicao es una ciudad para recorrer a pie y sin los atafagos y cuidados propios de quien al volante de un vehículo debe responder por su propia integridad y por la e otros. No he podido avanzar mucho porque he heredado de los mayores la costumbre de saludar al vecino, al amigo, al conocido y aún al extraño con quien me cruzo en el camino. No hay prisa, ya lo dije y menos ahora cuando la brisa fresca de la tarde acaricia mi rostro y también la carita enrojecida de mi pequeño hijo a quien ya le pesan los quinientos metros de recorrido.

Hoy quiero caminar y caminar. Andar y andar. Hablar y hablar. Recordar y recordar. Recordar, por ejemplo, el día aquel en que mi inocencia interrogó a papá para preguntarle: ¿Por qué ese señor usa bata, como mi mamá? El viejo sonrió y me dijo: “Son árabes, hijo mío. Todos le dicen turcos pero son árabes. Recuerda a tu padrino y tu madrina, ellos también son árabes pero no usan la túnica por alguna razón que algún día te explicaré”. Mi inocencia quedó a medio satisfacer y por eso volvió a la carga con una nueva pregunta: “¿Son árabes y les dicen turcos? Si estamos en Colombia los que deben estar aquí son los colombianos, como yo…”

Mi padre me miró como reprendiéndome pero luego no pudo dejar de reír con mi ocurrencia. Y acto seguido me dijo: “No, no, no…en este lugar no viven solo los colombianos. Si así fuera, caro ragazzo, yo no sería tu papá, recuerda de dónde vine…de Italia. Y en esta tierra donde naciste por voluntad de Dios viven no solo los árabes y los italianos sino también polacos, españoles, jordanos, sirios, libaneses, brasileros, paraguayos, guyaneses y mucha otra gente venida vaya yo a saber de dónde”

- ¿Pero también hay colombianos, cierto?, volvió a decir doña inocencia, la señora inquieta que por aquellos años habitaba en algún lugar de mi ser en donde a veces la encuentro todavía como si nunca se hubiera marchado.

- Pero claro que sí muchacho, respondió mi papá. Estamos en Colombia y la mayoría de los que habitan en Colombia son colombianos…como tú, tu mamá y tus hermanos y como aquel señor que vende limonada en la esquina.

El señor de la esquina era de piel negra muy negra y yo seguí haciéndole preguntas a mi progenitor: que si todos los colombianos eran negros; que si algunos eran negros porqué yo era blanco; que por qué el tío Rosendo era indio...

En fin…si yo hubiera sido hijo de mí mismo me hubiera aburrido rápido con la preguntadera del insistente pequeñín, pero no así mi padre que, como pudo, se las arregló para contestarme todas las preguntas que Inocencia y yo le hacíamos sin cesar.

Hoy los papeles se invierten y soy quien llevo a mi hijo de la mano. Él también hace preguntas y en homenaje a su abuelo me veo precisado a responderle interrogantes relacionados con el sombrero de rayas negras ya amarillas en el sombrero del señor que vende los tintos; sobre la cara pintada de negro y la manta de la indígena que vende el carbón en el mercado; sobre la cúpula y el minarete de “esa iglesia tan rara que no se parece tanto a las otras…”.

Como estoy dispuesto a disfrutar al máximo mi paseo y también a resolver sus preguntas le prometo escribir una carta en la cual ha de referencia a todos esos asuntos que son objeto de su creciente interés. Y como lo prometido es deuda aquí está, con destino a la curiosidad de mi hijo ya todo el que se interese en la diversidad cultural y racial de Maicao, lo que podríamos denominar una “carta de la maicaeridad”

Inicialmente digamos que Maicao fue poblado por gente de aquí y allá y que en esta tierra no existen forasteros ni tampoco un Adán que haya sido creado a partir de una pelota de barro obtenida de nuestro suelo. Según el historiador wayúu Manuel Palacio Tiller, los primeros pobladores llegaron desde la Alta Guajira, de donde salieron acosados por una espantoso verano que dejó sin pastos a varias familias cuyo sustento dependía del pastoreo y de la ganadería. Parece como para no creerlo, pero es cierto.

Maicao, una tierra en donde hoy se sufre por la escasez de agua, comenzó a poblarse por que el vital líquido faltó en otra parte y por acá teníamos dos preciosas reservas: el arroyo de Parrantial y la Laguna de Majupay. Los nuevos habitantes de la pradera se ubicaron a uno y otro lado del arroyo y de la laguna y compartieron amistosamente el agua y las tierras. Por aquel entonces todo se resolvía según la medida de la buena vista: “Mis tierras llegan hasta donde se alcanza a ver desde aquí…”

Un poco después el arroyo y la laguna se secaron pero el territorio se siguió poblando. La gente había encontrado otras actividades con las cuales combinar la cría de animales.
Ese fue la forma en que se pobló Maicao, pero ahora hablemos de su diversidad.

Maicao, tierra yonna, chicha chinchorros

Los wayüu fuero los primeros pobladores y llegaron, como ya se dijo, acosados por la sequía. Sin embargo, lo que hicieron, en realidad, fue moverse de una parte a otra de un territorio ancestralmente suyo. Los wayüu han sido el todo y el siempre en estas tierras de Dios.

Después vinieron los demás y los relegaron un tanto hasta el punto de que algunos decidieron no enseñar más la lengua a sus hijos. Tremendo error del que no se arrepienten quienes lo hicieron.

Hoy, sin embargo, tienen una alta autoestima y se sienten orgullosos de todo lo suyo: de sus colores simbólicos, revestidos de significados, de su cultura arraigada en el alma y el corazón, de sus sueños reveladores de días nuevos con altos y bajos, de su friche y su chicha…en fin.

Yo los recuerdo porque desde el día en que abrí los ojos los veo transitar por nuestras calles, con sus guaireñas y su piel curtida por el sol y los finos granos de arena que anidan en las arrugas de sus ancianos: siempre juntos, siempre hablando con la cadencia de su idioma, siempre infatigables.

Ellos nos dieron el primer toque de identidad y nos dan el legado de su medicina tradicional aplicable a los males del cuerpo y del alma; de sus convicciones afirmadas en el rojo vivo y el amarillo encendido capturados en el pincel de tinta inagotable que maneja con presteza Guillermo Jayariyu; la historia bellísima del anciano de barba poblada en donde las luciérnagas se alojaban para hacer más clara las noches de la Laguna de Majupay, conocido como “El abuelo de las barbas de Maíz”; y el verso coloreado con las acuarelas de lo autóctono de nuestro himno, escrito por la pluma fecunda de Ramiro Choles Andrade: “…tierra guajirindia, de manos tendidas, que a todos acoges en maternal regazo”.


Los zenúes, inmigrantes laboriosos

No tienen idioma propio ni nacieron en la tierra pero llegaron para quedarse y hoy hacen parte de la familia. Son los indios zenúes que vinieron empujados por la pobreza o por la violencia y probaron suerte en Manaure, Riohacha y Maicao. Los que llegaron a esta tierra de la frontera invitaron a otros y estos a otros y a otros más.

Algunos arribaron como pasajeros en tránsito hacia Venezuela en donde esperaban conseguir un trabajo que les permitiera vivir bien y ahorrar algún dinero para no regresar con las manos vacías en diciembre. Muchos lograron su objetivo en el vecino país, pero otros se devolvieron, bien porque extrañaban a su tierra o bien porque las cosas no eran como se las habían pintado. Otros fueron deportados por no tener los documentos en regla.

Cualquiera que haya sido el motivo del retorno, tomaron la decisión de quedarse a TRABAJAR. A trabajar con mayúsculas, porque es lo mejor que saben hacer. Y casi todos se dedicaron a vender tinto y hoy ofrecen el café más delicioso y económico que se pueda comprar en cualquier lugar de La Guajira: $100 el vaso, cuyo contenido es más o menos el mismo que el de una taza pequeña.

Otros miembros de la etnia se dedicaron a los negocios y empezaron a vender sus artesanías: sombreros vueltiaos, mochilas y pulseras hacen parte del surtido. No faltan, claro está quienes las fabrican, como es el caso de Javier Terán, capitán del cabildo local, quien dedica buena parte de su tiempo a hacer con sus propias manos las pulseras que él mismo o sus amigos venderán a quienes deseen lucirlas.

Hoy viven en Maicao dos generaciones de zenúes: los que vinieron un día en búsqueda de mejores horizontes y quienes nacieron en Maicao y hoy tienen la ciudadanía de “La tierra del maíz" como maicaeros de nacimiento. Todos juntos pasan sus días haciendo lo que más les gusta: trabajar y formar bien a sus familias. A pesar de que Maicao es una tierra signada por la violencia, los indígenas zenúes se han mantenido al margen de cualquier conflicto y en los cuarenta años que han transcurrido desde cuando el primero de ellos puso su alpargata en la frontera son muy contados los casos en que han aparecido como protagonistas de hechos violentos.

Decenas de jóvenes zenúes concurren diariamente a las aulas de colegios y de las instituciones. De esa manera emplean el tiempo libre que les queda después de ayudar a sus padres en la faena del día. En ellos se percibe el orgullo de pertenecer a su raza y en sus planes está conocer cuanto antes la tierra de sus mayores en los departamentos de las sabanas de Sucre y Córdoba.

Los árabes: maicaeros con acento del otro lado del mar

“Mi pueblo en Líbano es pequeño y hermoso. Allá cultivamos lo que podemos y en invierno la nieve colorea de blanco los techos de las casas y los caminos”, me dice Mohamed, uno de los amigos que la vida me ha regalado en el último año. Él es uno de los miles de árabes que desde mediados del siglo veinte han llegado a Maicao.

Entre los árabes llegaron unos cuantos cristianos católicos y buenos practicantes, de quienes van a misa todos los domingos y se hacen compadres de sus mejores amigos, a cuyos niños llevan, en calidad de ahijados, a la pila bautismal.

Pero la mayoría de ellos son musulmanes, respetuosos y devotos cumplidores de los cinco pilares del islam:

1. La SHAHADA, una forma de testimoniar que “No hay más divinidad que Dios, y Muhammad, que la paz y las bendiciones de Dios estén con él, es el Mensajero de Dios”

2. SALAT que es el nombre que reciben las oraciones obligatorias que se rezan cinco veces al día siempre mirando en dirección a La Meca.

3. El Zakat, una especie de pago comparable a las ofrendas de los cristianos y que cada fiel calcula de forma individual. Seda anualmente en la mezquita o directamente a los familiares o amigos pobres y es de aproximadamente el 2.5% del capital de cada persona.

4. El ayuno: cada año en el mes de Ramadán los musulmanes deben ayunar desde el alba hasta la puesta del sol. Deben abstenerse de comer, beber y tener relaciones sexuales.

5. El Hajj o peregrinación a La Meca. Una obligación que deben cumplir todos aquellos que puedan hacerlo, siempre que se lo permita su salud y sus recursos económicos.

Los árabes de Maicao se dedicaron por siempre al comercio de electrodomésticos, perfumes, juguetes y artículos manufacturados.

Sus hábitos y cultura la conservaron casi intacta: el vestuario de sus mujeres (los hombres visten igual que los criollos), el idioma, la fe religiosa, sus rituales y su gastronomía. Viven en edificios del centro o en el conocido barrio árabe y normalmente no se casan con personas ajenas a su comunidad.

Uno de sus aportes más conocidos es la mezquita Omar Ibn Al Khattab, diseñada por el arquitecto iraní Ali Namazi, verdadero patrimonio arquitectónico y cultural de La Guajira y Colombia. Inaugurada el 17 de septiembre de 1.997 es una hermosa construcción, con una enorme cúpula verde, coronada por una medialuna de bronce, y un minarete de 37 metros de altura.

Los vaivenes de la economía han hecho que los árabes vayan y vuelvan. Algunos parten sin tiquete de regreso pero otros retornan impulsados por la nostalgia de sus tertulias en el Boulevard de la Calle 10 y por el llamado de sus familiares. Desde 1.998 parece estar frenado el éxodo y si bien no llegan nuevas familias como en el pasado, los que están, parecen dispuestos a quedarse para siempre.

Los chinos: una minúscula colonia dedicada a satisfacer el paladar de los maicaeros
Desde hace varios años “La Muralla China” le compite a los mejores restaurantes de la ciudad. Están al lado de la Casa de la Cultura, vecinos del sector de las Sociedades de Intermediación Aduanera y de los automóviles que viajan a Valledupar. Y el nombre no es solo un nombre. El negocio es atendido por chinos de verdad verdad: asiáticos de ojos rasgados, mirada triste y piel amarilla quienes preparan deliciosos platos para los clientes que desean comer algo diferente a lo tradicional.

Son cautelosos y se relacionan poco con los criollos. No conceden entrevistas ni permiten que les tomen fotografías ni que les filmen pero acceden a que el investigador camine por su local, tome notas y dispare su cámara fotográfica, con la única condición de que ninguno de ellos aparezca en la escena.

Están en Maicao desde hace unos cuatro años y, que se sepa, no tienen planes de marcharse. Es una colonia minúscula pero tiene un significado: son un pedacito de su tierra en el corazón de la península.

África: un barrio con el nombre bien puesto
En el mapamundi África es el nombre de un continente. En Maicao es el nombre de un barrio cuyos habitantes, obviamente, son negros. O afro descendientes, como debemos decirles según las normas del lenguaje políticamente correcto.

Los negros de Maicao proceden de cinco lugares de la geografía nacional: De la Costa Pacífica, del Urabá antioqueño, de San Basilio de Palenque, de pueblos de la Costa, especialmente de Santa Rosa y de Riohacha y algunos de sus corregimientos.

Los negros de la Costa Pacífica se dedican a la venta de comida en horas nocturnas en un lugar que ya hace parte de la leyenda urbana: “Los Plátanos” ubicado en la calle 13 entre carreras 13 y 14; los del Urabá llegaron recientemente como desplazados de la violencia y es probable que algún día, cuando las condiciones se lo permitan, retornen a casa.

Los negros de San Basilio de Palenque llegaron a mediados de los años setenta y desde entonces hacen parte de la demografía local. El más conocido de ellos, don Cresenciano Cañate, es un patriarca a quienes sus paisanos consultan antes de dar cualquier paso.

Hoy sus hijos son maicaeros de nacimiento y forjan su presente y futuro pensando en sus dos patrias chicas. La de los mayores, de donde heredan el color de piel del que se sienten mil veces orgullosos, y la de ellos mismos en donde viven, luchan y quieren quedarse para siempre.

Los negros de la Costa vinieron en busca del trabajo humilde el cual pudieran cumplir con sus pocos recursos: tiempo, voz y unas manos y pies dispuestas luchar por el pan nuestro de cada día. La mayoría de ellos, procedentes de Santa Rosa, se dedica a la venta de verduras y frutas en el mercado o en los barrios de la ciudad. Siempre tienen dos compañeros: un amigo, también de Santa Rosa, y su fiel carretilla, instrumento de trabajo con el cual ganan lo necesario para el sustento de sus familias.

Los negros de Riohacha arribaron en lo que podría denominarse el segundo poblamiento de Maicao.

El pueblo ya estaba fundado y presentaba oportunidades para los visitantes. Entre esas oportunidades estaban todos los oficios, entre ellos la construcción y el comercio.

Una de las familias de afro descendientes riohacheros más conocidos es la de los Choles, descendientes de Emilio Choles Zúñiga, un maestro de obra quien llegó en los años cincuenta acompañados de su hijo Leonelo. Posteriormente hizo traer también a Ramiro, el muy conocido “Profesor Choles”, una leyenda viviente de Maicao, que tiene el mérito de ser el autor de la letra del himno del municipio y forjador de toda generación de maicaeros dedicados a diferentes actividades.

Maicao, tierra de todos, pueblito de Dios, como lo denominó el compositor Álvaro Pérez en una de sus canciones, es el lugar del mundo en donde un día se reunieron el sol y el cielo a componer un poema de amor y entre los dos compusieron la más hermosa de las piezas literarias y le pusieron por nombre el nombre de la tierra en donde un cacaíto y una mata de maíz, un trupillo y un cardón le dan forma a la diversidad racial y a la pluralidad cultural.

No hay comentarios:

Analytic