Por Nuria Barbosa León, Periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba
¿Mi niñez? Transcurrió antes del triunfo de la Revolución cubana. Toda nuestra riqueza familiar se concentraba en un cuartito en el capitalino barrio periférico de Párraga. Mi papá de oficio zapatero, caminaba hasta el poblado de las afueras, Regla, en busca de empleo y con la incertidumbre de llegar a casa y decir: --Cerraron la fábrica—ó –me echaron del trabajo—.
Mi madre entre bateas, agua y ropas recaudaba unos kilos para el arroz con salsita de cada noche. Mis dos hermanos varones, vestidos siempre de short, dormían en el canapé, y yo, por ser la hembra, tenía que hacer y deshacer mi hamaca diariamente.
¿Mi peor recuerdo? El Día de Reyes. Las hijas de Flor, la dueña de la cuartería, me arrastraban a la iglesia en la fecha de navidad y me mostraban al cura como una nueva adquisición.
Luego, con el entusiasmo infantil, redactábamos la cartica para Gaspar, Melchor y Baltasar, deslumbrados por las vidrieras llenas de juguetes.
Cada seis de enero mi padre despertaba con las lágrimas en las mejillas, mi mamá sumida en un mutismo absoluto y nosotros dentro del cuartito mirando como los reyes llegaron para las hijas de Flor y olvidaron tocar nuestra puerta.
¿Mi niñez? Transcurrió antes del triunfo de la Revolución cubana. Toda nuestra riqueza familiar se concentraba en un cuartito en el capitalino barrio periférico de Párraga. Mi papá de oficio zapatero, caminaba hasta el poblado de las afueras, Regla, en busca de empleo y con la incertidumbre de llegar a casa y decir: --Cerraron la fábrica—ó –me echaron del trabajo—.
Mi madre entre bateas, agua y ropas recaudaba unos kilos para el arroz con salsita de cada noche. Mis dos hermanos varones, vestidos siempre de short, dormían en el canapé, y yo, por ser la hembra, tenía que hacer y deshacer mi hamaca diariamente.
¿Mi peor recuerdo? El Día de Reyes. Las hijas de Flor, la dueña de la cuartería, me arrastraban a la iglesia en la fecha de navidad y me mostraban al cura como una nueva adquisición.
Luego, con el entusiasmo infantil, redactábamos la cartica para Gaspar, Melchor y Baltasar, deslumbrados por las vidrieras llenas de juguetes.
Cada seis de enero mi padre despertaba con las lágrimas en las mejillas, mi mamá sumida en un mutismo absoluto y nosotros dentro del cuartito mirando como los reyes llegaron para las hijas de Flor y olvidaron tocar nuestra puerta.
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