martes, 18 de marzo de 2008

Los piperos: historia sobre la arena que hierve

Por: Alejandro Rutto Martínez

Estamos en 1.960 y el mundo vive con los nervios de punta por
lo que pueda suceder en la guerra fría: que alguien oprima el botón equivocado; que una potencia moleste a la otra y se desate una nueva guerra…en fin, aún está fresco el resultado nefasto de la segunda guerra mundial y lo que menos quiere el ciudadano común es verse en algo parecido a esa feria del horror.

En los Estados Unidos, uno de los dos países más poderosos del mundo, comienza a mostrarse como muy opcionado para alcanzar la presidencia un joven y carismático político del partido demócrata: John F. Kennedy. En Latinoamérica la juventud sigue paso a paso los acontecimientos de la revolución cubana y expresa su admiración por dos figuras emblemáticas de la Isla: Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara. En los juegos olímpicos de Roma un boxeador negro destroza a todos sus rivales y se perfila como un supercampeón; su nombre: Cassius Marcelus Clay.

En Colombia se escuchan todavía los ecos de las balas que dieron fin a la vida de Jorge Eliécer Gaitán y a la ilusión de un gobierno del pueblo. Rojas Pinilla ha caído del poder y el país es gobernado por el Frente Nacional, una brillante idea de la clase dirigente para alternarse el poder sin hacerse daño.

En la Guajira algunas voces se levantan para pedir que la península se convierta en departamento. En Maicao, los chivos y las vacas pastan tranquilamente a la orilla de la laguna de Majupay mientras los patos migratorios provenientes de Canadá y estados Unidos se dan un chapuzón antes de reemprender su largo vuelo.

El comercio florece en el pueblo. Largas caravanas de comerciantes transportan mercancías a lomo de asno y caballo. Maicao es un cruce de caminos que llevan y traen gente de todas partes. La mayoría de ellos compra y vende chirrinchi, maíz y otros víveres.
En el pueblo sobra la alegría y palpita la vida pero falta el agua. Dos o tres molinos y un pozo surten las viviendas. “Agua sí hay pero es necesario traerla hasta aquí”, le dice Telemina a sus hijos en una velada exigencia para que se muevan a buscar el vital líquido.

Pero ya no es necesario que los muchachos vayan a ninguna parte porque el agua llega a la puerta. Los “Piperos” se encargan de traerla en su curioso medio de transporte: un barril que rueda por el suelo, arrastrado por la fuerza de un burro y el ánimo de un hombre, casi siempre un muchacho menor de veinte años, que invierte toda su energía para ayudar evitar que su carga termine derramada en las arenas hirvientes de la calle principal.
Un turista saca su moderna cámara y toma un registro que guardará como evidencia para la historia. En su postal queda el burro, el barril –pipa le llamaban en ese tiempo- y el joven que va detrás.

Uno de los chicos que se desempeñaba en esa labor era Joaquín Valencia, quien llegó “La tierra del Maíz” en busca de nuevos horizontes. Su padre venía de trabajar en Venezuela y tenía sus ahorros. Alguien le comentó que un buen negocio era vender agua en Maicao y sin pensarlo dos veces se vino con todos los suyos.

“Juaco” vendió agua por varios años y luego fue dirigente cívico, gremial y concejal. Hoy es un próspero comerciante y le pedimos que registre los pliegues de su memoria en busca de los tiempos aquellos en que empujaba un barril por las arenas hirvientes de la calle principal de Maicao en ese lejano 1.960. Los invitamos a disfrutar de la entrevista:


Maicao al día: ¿EN QUÈ CONSISTÌA EL NEGOCIO DE LA VENTA DE AGUA CON PIPA?
J.V. El negocio era muy bueno por que no había acueducto y el agua se llevaba en barriles jalados por burros. Se vendía el agua salada, agua dulce y el precio del agua salada era de cincuenta centavos y el agua dulce a un peso. Los turistas se quedaban mirando al burro y la pipa rodando. En ese tiempo lo llamaban “el acueducto de Maicao”. (Risas)

Maicao al día: ¿En dónde se aprovisionaban del agua para venderla?
J.V. El agua se tomaba en el “Molino Salao” cercano al cuartel de policía de ese tiempo, donde hoy es la calle 8 con carrera 9 (frente a donde actualmente queda el colegio Divino Niño). Otro molino quedaba en la calle 8 con carrera 7 y otro molino para dar de beber a los animales en la carrera 11 entre calles 9 y 7 por donde queda ahora el colegio Rodolfo Morales. También se cogía de esos molinos el agua para las construcciones”

Maicao al día: ¿Usted recuerda a otras personas que también vendían agua en ese tiempo?
J.V. Recuerdo al difunto Sebastián, a José “El Loco” a “El Pollo” a Alcibíades Rodríguez a Camacho y otros cuyos nombre se me escapan. Éramos muchos en ese negocio.

Maicao al día: ¿Cómo adquirían la pipa para el negocio?
J.V. La pipa la traían de Aruba, eran barriles en los cuales añejaban ron y vino. Recuerdo, entre quienes los traían, a “Tata” un señor que vivió mucho tiempo en la calle 15 con carrera 1 y que murió hace pocos años. “El Capi” también las traía y otras personas de quienes no recuerdo el nombre. Al principio se compraban muy baratas pero su precio fue subiendo hasta que llegó a los $30.

Maicao al Día: ¿Era necesario someter las pipas a algún tratamiento especial para poderlas utilizar en el negocio?
J.V. Las pipas venían con olor a ron. Nosotros las llenábamos de agua durante varios días y luego les introducíamos piedras chinas y las poníamos a rodar para que ese fuerte olor fuera desapareciendo y sirviera para el consumo humano. Cuando comenzábamos a utilizar el nuevo barril le advertíamos a los clientes que no usaran el agua para tomar o preparar los alimento sino para el baño o lavar la ropa”.

Maicao al día: Cuando las pipas se averiaban, ¿quién se encargaba de repararlas?

J.V. Cuando las pipas se partían al chocar con una piedra o por cualquier otro motivo, se llevaban a donde el señor Ramón Díaz o a donde su hermano Epigmelio Díaz, quienes tenían los mayores conocimientos para hacer ese trabajo.

Maicao al Día: ¿Usted recuerda el nombre de algunos de sus clientes?

J.V. Recuerdo a “Goyo” Peláez, Ernesto Rutto, la “Negra” Mejía, Juan Romero, “Meme” Palacio, Tomasita Fuentes, Jaime Fernández y muchos otros que ahora no recuerdo.

Maicao al Día: ¿Usted recuerda alguna anécdota de ese trabajo tan particular?

J.V. Sí…recuerdo que cuando estábamos en turno en el molino, para adquirir el agua, algunos compañeros se descuidaban y otro le robaba expuesto y entonces se formaba una tremenda discusión que muchas veces terminaba en una riña a los puños. Sin embargo después quedábamos como amigos. En otras ocasiones no había nada de brisa y teníamos que subirnos hasta lo más alto del molino a mover la hélice con nuestras manos. Nos montábamos uno o dos de nosotros a llenar nuestra propia pipa. En esos días nos veíamos obligados a vender el agua un poco más cara pero los clientes eran comprensivos y no nos ponían ningún reparo.

Maicao al Día: ¿Usted sabe si esta idea se trajo de otra parte o fue original de los maicaeros?
J.V. Yo creo que fue original de Maicao. Nunca supe que fuera traída de otra parte porque la necesidad nos fue guiando a tener ideas para resolver mejor el problema del agua. Todos sabemos que los indígenas wayüu llevan el agua en múcura sobre el lomo del burro pero alguien tuvo la idea de rodar el barril con la fuerza del animal.

Maicao al Día: ¿Y por qué no se les ocurrió usar una carreta como las que se usan ahora, tiradas también por un burro?
J.V. Por una razón muy sencilla: en ese tiempo las calles tenían demasiada arena y era imposible que ese tipo de vehículos pudieran circular.

Maicao al Día: ¿Y la pipa no se atascaba?

J.V. Sí, a veces la calle donde ahora queda Telecom era muy arenosa. El burrito se nos atascaba y nosotros teníamos que meterle el pecho ayudando al animal en su faena. A veces las tablas del barril se rompían con una piedra y era necesario llevarlo a reparar.

Maicao al Día: ¿Cuándo comienza a declinar este negocio?

J.V. En los años 60 y 61 cuando el municipio instala el primer acueducto con molinos de viento en el barrio Pastrana.

Maicao al Día: ¿Qué recuerdos le traen aquellos tiempos?

J.V. Muy buenos recuerdos por que en ese tiempo Maicao nos recibió con los brazos abiertos a mi familia y a mí y aún estamos aquí. Mi familia toda es de aquí.

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