Hay ciudades de las que uno se enamora aunque no haya nacido en ella. Aunque no resida en sus límites ni gane el pan de cada día en sus labranzas y arrozales. Fonseca es una de ellas.
¿Cómo no enamorarse de una ciudad en donde la felicidad limita con el recuerdo y el progreso depende del sudor de gente honrada y trabajadora? ¿Cómo no dejarse seducir por una esquina del universo en donde han encontrado la fórmula para entrar al provenir sin abandonar la esencia de los valores pueblerinos? ¿Cómo no caer rendido ante la ante el paisaje portentoso de una ceiba gigantesca y sesquicentenaria vigilando serena y erguida el camposanto en donde reposan los restos de gente noble, inteligente y forjadora del poema de la vida? ¿Cómo no sucumbir ante la nobleza de un pueblo cuyo telegrafista enclavijaba siete estaciones intermedias para hacer posible el romance de Fermina Daza y Florentino Ariza en “El amor en los tiempos del cólera?
Tengo la leve sospecha de que no soy el único que ha sucumbido al encanto de este de esta tierra de éxodos nostálgicos y retornos eufóricos. El profesor Luis Alejandro López nombra siete municipios de la Guajira en la primera estrofa del himno del departamento. ¿Saben cuál está de primero? ¡Acertaron!.
La Villa San Agustín encabeza la privilegiada lista. Los expertos en versos y partituras tendrán alguna explicación relacionada con métrica, ritmo o sonoridad, pero yo sigo creyendo en los afectos del poeta riohachero hacia la tierra de Julio Vásquez. Y mucha atención: la anterior lista no es la única lista en que Fonseca figura en primer lugar. La enciclopedia Encarta, producida por la Microsoft, incluye un apartado cuyo título es “Municipios de mayor población de la Guajira”. En la relación solo aparecen cuatro municipalidades, consignándose en primer lugar y, como para variar, el nombre de Fonseca.
Lo primero que llama la atención de Fonseca es la amabilidad de unas personas capaces de alumbrar con su don de gentes el mundo mágico dentro del cual el visitante se sentirá como uno más de la familia.
Lo segundo es la nostalgia por el túnel forestal que en otros tiempos hizo de su principal vía una de las calles más hermosas de la Costa Atlántica. Los tiempos de los higuitos entrelazados como el fraterno amor de los fonsequeros es un espectáculo difícil de volver a presenciar, pero siempre estará en una acera de la memoria de donde los sacará de vez en cuando la tradición oral para que todas las generaciones conozcan el lugar por donde sus padres y abuelos caminaban, tomados de la mano, respirando el aire puro de la paz y tejiendo paso a paso los hitos de su destino.
Lo tercero es el espíritu de la fonsequeridad encarnado en su irrenunciable deseo de regresar algún día en busca de los recuerdos y del origen; por tal razón “Fonseca, volver a ti es repetir la dicha de nacer” es la frase más pronunciada y escuchada en sus calles, parques, escuelas…Una frase repetida con mayor intensidad en los días del “Festival del Retorno” patrimonio inmaterial de una tierra en donde el regreso es tan importante como el nacimiento.
Lo último es la capacidad de sus compositores y poetas para combinar un cielo, un atardecer, un río o una golondrina para formar la más hermosa de las canciones o el más precioso de los poemas. Teresa Rincones se inspira en su pueblo y escribe: “Cuando al caer la tarde las horas ya no existen/ cuando las olas vengan a remplazar el día/ yo buscaré la estrella que encendiste en mis años de infancia…/esa luz divina que llevo aquí en el alma…/ Oh Fonseca! La luz que nos diste es divina. Así es Fonseca: con sus calles alegres y su brisa fresca; sus mujeres increíbles y sus tardes soleadas; sus poetas enamorados y sus campesinos trabajadores. Es como un surco del paraíso, una parcela del cielo, una palpitación serena del del Ranchería, una mañana fresca en cierto punto del Universo en donde Dios se sintió complacido y satisfecho por su obra.
Fotos: Adolfo García (exclusivas para Maicao al Día)
Lea a Alejandro Rutto Martínez en "TIEMPO, la noticia digital" de Chihuahua, México
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