Por: Orlando Cárcamo Berrío
ocarcamob@yahoo.com
En una ocasión en que visitaba a una familia amiga, escuché a los niños hablar sobre cosas de su escuela y referirse, entre risas, a su maestro como el profesor vicioso que era adicto a la heroína. Les reproché ese tratamiento a su profesor y los invité a respetarlo. Ellos me replicaron que no le estaban faltando al respeto ya que Vicioso era su apellido y Heroína, su esposa.
Esa confusión semántica en la conversación con los chicos, me llevó a pensar un poco sobre el origen de los apellidos y la relación de las palabras con las personas y las cosas. En la Grecia de los sofistas, había quienes debatían sobre la relación natural y directa de las palabras con las cosas; otros sustentaban que esta relación era solamente arbitraria, por convención, tal como lo sustentan los actuales científicos del lenguaje. Hoy en día muchos debemos alegrarnos de que los convencionalistas hubieran ganado ese debate. ¿Qué sería de nosotros si nuestros nombres o apellidos determinaran los rasgos de nuestra personalidad, nuestro aspecto físico, nuestros valores y nuestro papel en contexto político y social? Pensar en esta predeterminación nos provoca risa.
No obstante, la realidad de nuestros apellidos no suele ser tan lógica ni generosa con nosotros. Imagínese usted a un señor de apellido Cabello pero es calvo; un señor de apellido Calvo que tiene mucho cabello; un peluquero de apellido Peinado; un policía de apellido Ladrón; un cura de apellido Guerra; un soldado de apellido Paz; un señor de raza negra de apellido Blanco; un señor presidente de apellido Zapatero; un zapatero de apellido Alcalde; un señor flaco de apellido Barriga; un señor gordo de apellido Delgado; un hombre feo de apellido Bello; una señora blanca y de labios rosados de apellido Boca Negra; una señora que se llama Dolores, casada con el señor Cabeza y que firma: Dolores de Cabeza; entre otros muchos casos jocosos.
Otro es el caso de apellidos que de alguna manera caracterizan a quienes los llevan: un panadero de apellido Paniagua; un portero de apellido Puerta; un gordo de apellido Barriga; un flaco de apellido Delgado; un ebanista de apellido Carpintero; un corredor de caballos de apellido Jinete; un cuidador de vacas de apellido Vaquero; un herrero de apellido Fierro.
Pareciera que muchos apellidos, en su génesis, hubieran sido asignados por una especie de tiranillo autoritario y burlón que quiso aprovechar la oportunidad para relacionar eternamente a las personas con su oficio o situación del momento. En esa visión mítica originaria, caben expresiones de este talante: “Como usted tiene una barriga prominente, su apellido será Barriga; usted arregla zapatos, su apellido será Zapatero; como usted es militar, su apellido será Soldado; como le gustan los niños, su apellido será Niño; usted ha hecho cosas malas, su apellido será Malo…”
Dado que no pudimos elegir nombres ni apellidos, fuimos registrados y bautizados siendo apenas bebés, ahora tenemos en Colombia la posibilidad de cambio. De acuerdo con el Decreto 999 de 1988, las notarías están autorizadas para realizar cambios en su registro civil sin afectar su número de cédula el cual sigue siendo el mismo.
Finalmente, para seguir disfrutando del humor, les recomiendo leer en la Internet los chistes absurdos del profesor Van Dido.