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domingo, 28 de julio de 2019

Tierra de inmigrantes

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

¿Cómo haría para describir esta tierra de todos y de nadie sin decir nunca mi nombre, como me lo ha pedido el maestro Víctor Bravo en nuestro placentero taller sabatino de crónicas?   ¿Tal vez deba aludir a las cinco salas de cine que un día existieron y luego se cerraron para siempre?  ¿O mencionar el recuerdo borroso de los colegios privados de primaria en donde aprendieron sus primeras letras varias generaciones de ciudadanos? ¿O traer a la mesa una fotografía en la que aparece, casi irreconocible, la laguna que un día fue y que ahora no está?  ¿O referirme al edificio de trece pisos que fue el símbolo de una bonanza comercial sin límites y que fue el más alto de la comarca durante mucho tiempo?

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La tierra de los memorables molinos de viento tiene hoy un mapa distinto al de hace diecinueve años cuando le cercenaron parte de su territorio, calles derechas y llenas de voces de otros tiempos, pinceladas de bellezas que vienen vagamente a la memoria y hombres y mujeres con otros acentos y otras costumbres que llegan por un lado y se van por el otro, como el viento que se mueve sobre los tejados y aúlla en los desolados potreros de mi barrio. 

El pueblo del que hablamos mientras se hace el esfuerzo por no decir su nombre se fue poblando de la misma forma en que llegan las hormigas al sitio en que se sabe que hay un pedacito de panela.  Los primeros, obviamente, fueron los propios wayüu, los dueños de la tierra. Y un poco después los criollos de espíritu emprendedor quienes vieron la oportunidad de ubicar allí sus establecimientos comerciales. 

Así fueron llegando los papayaleros, barranqueros y riohacheros. Del interior del país vinieron policías y soldados con la misión de cuidar los caminos de la patria y triunfaron en su tarea pero sucumbieron ante la seducción de mujeres guajiras; del otro lado del mar vinieron los árabes, a quienes equivocadamente llamaron turcos y le dieron un fuerte impulso a la venta de mercancías extranjeras. Aquí se encontraron con algunos colegas judíos y unieron sus esfuerzos para convertir a su nueva tierra en un lugar próspero y muy conocido en todo el país como epicentro del comercio en el Caribe. 

Así mismo se asentaron  los hijos de la sabana del Sinú, quienes iban de paso hacia la poderosa Venezuela en donde venderían las fuerzas de sus brazos y su sabiduría ancestral para hacer producir la tierra, pero algunos se quedaron, mientras encontraban cupo en la próxima caravana de Cresenciano, un palenquero experto en llevar a los colombianos hacia su deseado destino y que entre otros llevó de la mano a Antonio Cervantes Kid Pambelé y a otros héroes anónimos del Caribe. 

 A algunos sinuanos se les hizo larga la espera y decidieron armarse de valor y de unos termos de tinto, mientras le anunciaban la hora de su partida. Pero para muchos de ellos el mientras tanto se les convirtió en un eterno “mientras siempre” y aún viven en este pueblo de piedra y arena, peinando sus canas y peleando con los nietos para que no anden por el monte con el pie en el suelo. 

Hoy, la tierra que describimos, recibe nuevas oleadas de inmigrantes extranjeros, quienes han llegado en las condiciones más desfavorables de pobreza y en la mayor indignidad que podamos imaginar; duermen muy mal, comen cuando pueden, se bañan donde no deben y sobreviven por la misericordia del transeúnte que se conmueve de tanta miseria junta. 

Esa es la tierra de todos y de nadie.  Aquí llegan muchas personas en calidad de pasajeros en tránsito, pero a algunos del destino los conduce a quedarse para siempre. 

Si aún no han dado con el nombre de la tierra que describimos, entonces para terminar con el misterio podríamos decir que es el pueblito al que le canta Álvaro Pérez, al que consiente Dios con su generosidad, la cuna de Muebles Leyda y la sede de una mezquita hermosa como los atardeceres del Caribe. 

Es la tierra en donde se hubiera quedado a vivir por siempre un tal Antonio Cervantes  Kid Pambelé, sin el buen Cresenciano Cañate no se hubiera apurado para llevarlo al otro lado de la frontera para que un tiempo después se convirtiera en campeón del mundo y el mejor deportista del siglo en Colombia. 

Esa tierra es la tierra de quien firma este texto, y es la suya también, si aprende a quererla como la quiero yo. 

viernes, 28 de marzo de 2008

Álvaro Pérez: Canciones desde la entraña del pueblo

La escena transcurre en el mejor momento del día: las cinco de la tarde. El sol radiante del Caribe aún no se rinde ante la noche inminente, paro el calor asfixiante de las últimas horas ha comenzado a ceder y la fresca brisa de oriente ventila suavemente a la ciudad. A mi lado está Álvaro Pérez, uno de los más reconocidos compositores de la región.

Yo, con mi libreta en mano y la grabadora prendida, estoy a punto de entrevistarlo para luego producir una crónica acerca de su reciente primer puesto en la modalidad de Canción Inédita en el Festival de la Frontera. Es sábado y la gente camina despacio. Las muchachas caminan sin preocupaciones; los taxistas conducen sin afanes y hasta los motociclistas (quién iba a creerlo) se mueven como si el tiempo no existiera.

Un muchacho de mirada triste empuja su carrito musical desde cuyo altoparlante suena, a todo volumen, una canción vallenata. Estoy a punto de comenzar las preguntas cuando mi entrevistado me interrumpe para decirme: esa canción es mía. Lo miro sorprendido: ¿qué extraña casualidad quiso que, precisamente a esa hora y por ese lugar se escuchara esa pieza musical?.

En medio de mis reflexiones alcancé a escuchar la voz de mi personaje: «se titula La reina del swing» y es todo un éxito. Es la canción objetivo del CD. Me la grabaron los Betos»,dice con la misma emoción con que celebra los goles del Deportivo, el Unión y el Real Maicao las tardes de los domingos en el estadio Hernando Urrea Acosta.

Álvaro tiene la elocuencia sincera de quienes han hecho de la artesanía versística un estilo de vida. Por eso doblo el papel en que tenía las preguntas para él y los guardo en el bolsillo de mi camisa. Decido que no es necesario formularle preguntas con lo cual puedo limitarlo, sino dejarlo en libertad de que me cuente sobre él. Y sí que tiene cosas para contar.

Me dice que nació en 1962 en un pueblo llamado Llanadas de Corozal, en sucre, pero desde 1982 vive en Maicao. Importantes grupos musicales le han grabado más de cincuenta canciones de las cuales varias han sido verdaderos éxitos, entre ellas «Perdóname la Vida», por «los Inquietos» y los «Toros Band» en el año 2.000. El tema se convirtió pronto en un verdadero éxito y en un clásico cada vez que se produce un álbum de música variada. También pegó duro con «Mágico», «Cómo me duele el alma» y Fantástico», letras inmortalizadas para siempre en la voz del desaparecido Jesús Manuel.
Su inclinación por la música bien puede tener un origen genético pues Alejandro Pérez, su padre era un integrante fijo en todas las tamboras de la Sabana de Bolívar y sus incursiones eran frecuentes en los festivales de Ovejas, San Jacinto y Llanadas de Corozal. El pequeño Álvaro no se desprendía del viejo y eso, unido a su afición por la música de los Hermanos Zuleta y Diomedes Díaz, tendría que llevarlo, necesariamente por los senderos transitados tantas veces por Francisco El Hombre, Leandro Díaz, Rafa Manjares y todos los que tienen el poder asombroso de convertir un amanecer en poesía; Un rostro de mujer en verso y una serranía en canción. Pero la gran obsesión de Álvaro es cantarle a Maicao, una tierra noble de la que vive profundamente enamorado. «Es que todo lo que soy se lo debo a Maicao, dice.

Y aquí nacieron mis hijos Jerson Fair, Giset Alejandra y Jessica Loraine». En el 2004 le compone la primera canción a su tierra guajira y la titula «pueblito de Dios» una canción que se ha convertido en himno alternativo de la Ciudad de la Frontera. Estoy a punto de pedirle que escriba la letra en mi libreta pero el se anticipa y comienza a cantar: «Traigo prendido del pecho un sentimiento de emoción y de esperanza para regarla en el pueblo a quien debo la gratitud de ser su hijo. Voy a rendirme a los pies del bello reino del cardón y la iguaraya para ser parte viviente de tu cielo y tu luz y tu destino. Cuenta conmigo pueblito pa las que sea, yo no te cambio ni por un reino de oro. Aquí en tu suelo moriré si lo deseas, cuánto he llorado de lo mucho que te adoro (…) Te adoro pueblito de Dios, así estén matando tu voz, tu luna, tu sol y tu raza (…)» Esa canción mueve el sentimiento de amor por la patria chica y revive la nostalgia, pero no tengo tiempo para la nostalgia porque el compositor ha comenzado a regalarme un bello trozo de «Sucursal del cielo»: «Bello rincón de mi patria, orgullo del indio, aquí está de nuevo el hijo que tanto te ama para cantarte con sentimiento guajiro una canción soñadora de fe y esperanza (…) soy tu presente y pasado y el futuro que te toque contigo lo vivo» Hace unos días, para ser exactos el 24 de junio, encontré a Álvaro en las graderías del estadio Hernando Urrea Acosta.
Los dos sufríamos con uno de esos partidos en que el Deportivo Maicao encuentra a un rival complicado al frente. El juego iba 1-1 y la pelota, casquivana y rebelde, se negaba a entrar en el marco contrario a pesar de que los muchachos y el técnico hacían todos los esfuerzos para lograr la ansiada anotación. Mientras yo lamentaba las oportunidades perdidas, los postazos, los tiros desviados, Álvaro me comentaba que en una semana se iba a ganar el Festival de la Frontera con una canción llamada Ave Fénix, según alcancé a escuchar en medio del lamento del público por un tiro al ángulo que había desviado el portero contrario.
Resignado ante la terquedad de Álvaro, no tuve más remedio que olvidarme por un momento del juego y escuchar su canción: «Viva el pueblito de Dios y la mano que guía su destino, yo estoy ante ti para brindar por las penas que se fueron. Cómo le pago al Creador la bendición de ser tu hijo adoptivo (…) Brindo por las penas que por fin se han ido…Me siento orgulloso de cantarle a tu raza mientras la marchante va tejiendo sus sueños…»
En esas estaba Álvaro, cantándome su canción, yo escuchándolo cuando por fin se produjo el milagro. El jugador Hernández, de un certero cabezazo mandó la pelota en la red en el último suspiro del difícil partido. Cada quién corrió feliz de un lado para otro y yo me vi, de repente, abrazado con Leo Meléndez, técnico del equipo. No supe más de Álvaro hasta una madrugada del cuando el locutor Heberto Soto leyó los titulares del Noticiero de la Mañana en Olímpica Estéreo: «Atención: Álvaro Pérez ocupó el primer lugar en el Festival de la Frontera. El público y el jurado quedaron conmovido con la canción Ave Fénix».

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