Tenía cerca de 8 años recuerdo, aunque no me gustaba el fútbol acompañaba a mis padres al estadio porque era y es un deleite para ellos. Todavía puedo recordar que mi único entretenimiento en aquel lugar era comprar toda clase de golosinas que ofrecían los vendedores ambulantes mientras duraba la función, y luego cuando ya no tenía más que hacer comenzaba a llorar para irnos de aquel lugar, le decía a mi padre: ¡papi no me gusta!, no; no ¡no me gusta el fútbol!... además me pisan los grandes.
Esa era una situación que constantemente se repetía, hasta que un día mi padre en su idea de no aceptar que su hija fuera apática su deporte preferido “el fútbol”, decidió estar más atento a la razón de mi inconformismo. Llegamos aquel domingo a la hora acostumbrada…. ¡hoy no! Dijo mi papá, yo le pregunté ¿no qué? ; hoy no vas a hacer lo de siempre….. ¿Por qué te quejas tanto? Me preguntó él, porqué todos me pisan y no me dejan ver… todos son más grandes... ¡le respondí!, luego sentí como sus grandes manos me alzaban y me colocaban en sus fuertes y anchos hombros. Fue una experiencia que nunca he podido olvidar, una sensación indescriptible; visualizar aquel panorama de manera tan clara, ver tan pequeño aquello que antes veía tan grande… y sobre todo que nadie me podía pisar porque estando sobre los hombros de mi padre estaba a salvo, estaba protegida…
Ahora cuando ya paso de los 20, no ha sido impedimento seguir experimentando aquella inquietante vivencia; y no es precisamente porque mi papá me siga llevando al estadio para cargarme en hombros, sencillamente es vivir todo el tiempo mirando desde los hombros de mi padre celestial. Así es, vivir en plena paz, cuando antes mantenía bajo el temor; ver todo más claro, cuando antes no entendía todo lo que en mi vida acontecía. Eso sólo lo pude lograr cuando por segunda vez viví la misma experiencia… esta vez no fue en un estadio, ni fue mi padre natural el que me alzó para que no me pisaran, fue estando debajo de una gran nube de humo que sentí que unas manos gigantes me alzaron; me anclaron sobre unos fuertes hombros, y me permitieron ver el horizonte perfectamente, fue cuando me di cuenta que todo lo que veía imposible de alcanzar, desde los hombros de mi padre celestial era completamente asequible.
Desde los hombros de mi padre ya nada es grande para mi, todo lo veo claro y muy cerca, desde aquellos hombros fuertes no temo a los gigantes; sencillamente porque desde ellos los gigantes dejan de ser más grandes que yo y se convierten en diminutas hormiguitas que se pueden pisar fácilmente. Qué bien se siente mirar DESDE LOS HOMBROS DE MI PADRE.
Deuteronomio 31:6 Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará.
Bendiciones,
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