Nota de la Redacción: el 22 de julio del año 2007 falleció Jairo Romerovíctima de una complicada enfermedad que en poco tiempo consumió su salud. Ese día nuestro periodista Alejandro Rutto, con la pluma aún afectada por el dolor y la nostalgia, escribió para el diario El Informador de Santa Marta. Hoy repreducimos ese brillante trabajo periodístico por el valor que cobra al cumplirse el primer aniversario de la partida de uno de los mejores periodistas en la historia de La Guajira ..
Un escenario es éste, conocido por todos, en el que habitamos los mortales comunes y corrientes y en donde estaremos hasta el día en que la misericordia y generosidad del Creador así lo determine. Otro contexto es el de la leyenda, en donde solo se admiten seres privilegiados, protagonistas de gestos de grandezas, de hazañas inigualables, de actuaciones fuera de lo común.
Jairo Romero era una leyenda desde el día luminoso en que tomó la decisión audaz de romper con el periodismo común y se dedicó a explorar con denuedo en la entraña misma de los sucesos, a auscultar en profundidad el alma y el sentimiento de los protagonistas, a hacer el necesario viaje hacia los detalles que para todos los demás pasaban desapercibidos.
Desde el pasado domingo abandonó prematuramente esta comarca de luces y sombras en donde la vida es temporal y finita, para quedarse de manera definitiva en el país de la inmortalidad a donde llegó precedido de sus sueños elevados, de sus realizaciones maravillosas, de sus preceptos inquebrantables. La vida me permitió conocer a Jairo Romero a través de su voz. Yo era un asiduo oyente de sus transmisiones deportivas a través de radio Almirante.
En las tardes calurosas de mis domingos monótonos mi programa preferido era escucharlo a él y a Eladio Narváez cuando narraban desde el estadio Calancala (o desde cualquier otro escenario) las hazañas del Deportivo Riohacha en su extraordinaria temporada de 1983 en el torneo de la Segunda División -hoy primera C-. El cuadro guajiro vencía a uno de sus rivales y con esa misma facilidad la dupla narrador-comentarista nos relataban los goles de Teddy Orozco y Víctor “Sapuca” Hernández; las proyecciones letales de Jairo Pinto; la marcación impecable de Edgar Almazo y Osmani Gómez; las atajadas impresionantes de Nilson Martínez.
Nuestro viejo estadio San José de Maicao, sede en otros tiempos de las proezas del fútbol de la frontera se encontraba desolado: sin alma, sin acción y, sobre todo, sin fútbol. Poco a poco los muchachos de la cuadra se hicieron fanáticos del equipo de Riohacha pero Luis Octavio Cruz (uno de mis hermanos de sueños) y yo, teníamos otros héroes: «yo quiero narrar como Eladio» me dijo un día mi amigo, y entonces yo me sentí en total libertad para decir: «y yo quiero comentar como Jairo». La vida da muchas vueltas y si uno se descuida, los sueños se hacen realidad.
Eso me ocurrió a mí el 7 de julio de 1985 cuando el profesor Orlando Cuello, Coordinador de Radio Península me dio la oportunidad de participar en mi primera transmisión deportiva. Jugaba el Deportivo Maicao frente a Junior (el poderoso Junior de Otón Alberto Dacunha) y el profe Cuello nos pidió que narráramos el partido. «Eso sí, como ustedes son nuevos, van a alternar con dos compañeros que ya tienen recorrido» Y, para sorpresa nuestra esos compañeros, resultaron ser, precisamente, Eladio Narváez y Jairo Romero.
Las cosas salieron a la perfección y en adelante pudimos caminar solos, aunque nuestros amigos siempre estuvieron dispuestos a aconsejarnos y a hacernos compañía cuantas veces los necesitáramos. Yo los miraba a mi lado, en la polvorienta pista atlética de nuestro vetusto estadio y no me lo creía. Pero allí estaba Eladio, y allí estaba Jairo, con su palabra fácil, su verbo exacto, su comentario preciso, su alegría innata, su léxico extenso. Y a su lado estaba yo, con la boca abierta y el pecho lleno de orgullo por la oportunidad de compartir aquel momento con mi héroe, con mi maestro.
Mi memoria me dice que el Deportivo Maicao, con un gol en el último suspiro empató uno a uno y ese día la hinchada rojinegra fue la más feliz del mundo. Y yo, el comentarista más anonadado del planeta. Hoy, veintidós años después, las noticias me quieren llenar el corazón de tristeza, pero entonces me imagino a Jairo Romero llegando al país recóndito de la inmortalidad en donde debe cumplir una cita con el destino, cita que sólo le está reservada a quienes día a día labran el presente y construyen el futuro.
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