Por: Nuria Barbosa León
Durante días recientes he estado recorriendo lugares de La Habana y sus alrededores para averiguar sobre el estado de la capital después del desastroso paso de los recientes huracanes, Gustav e Ike. También me llegué por carretera a la zona de la provincia de Pinar del Río más afectada por el paso de estos dos huracanes.
En La Habana, además de conversar con muy bien informados amigos sobre la actual situación del país y sobre las medidas dispuestas por el gobierno revolucionario para afrontar las consecuencias al pueblo, a la infraestructura y a la economía en general a consecuencia del paso de los huracanes, me dediqué a averiguar personalmente sobre la situación de los alimentos.
Por varios días visité diferentes mercados agropecuarios: los de oferta y demanda –los privados, que hay 40 en la capital-, los estatales, los suministrados por cooperativas agropecuarias, así como los organopónicos, los cuales se abastecen de sus propios huertos urbanos. También visité varios mercados que venden en divisa.
En primer lugar, no existe hambruna alguna. En segundo lugar, no existe pánico, ni hay peligro de pánico, sobre la inexistente posibilidad de un desabastecimiento de alimentos disponibles a la población.
Es indudable que la vida nacional, también en la capital, ha sido adversamente afectada por los daños a la producción agropecuaria causados por los dos huracanes.
El reajuste en la forma de vida de la población es evidente. Como personas sensatas que –en su gran mayoría- son los habaneros, se preocupan y atienden con disciplina y presteza a conseguir, en la medida que cada familia requiere los productos disponibles necesarios para su alimentación.
En todos los mercados hay un estricto control de precios de diez productos básicos, entre los que se encuentran el arroz, los frijoles, el maíz, las viendas y las carnes. No hay espacio alguno permitido para la especulación ni para los especuladores.
El momento es de crisis y toda medida requerida para garantizar la alimentación, tranquilidad y bienestar de la población es imprescindible y así lo entiende el gobierno y la inmensa mayoría de la población.
No es cierto que los vendedores ni los intermediarios en los mercados agropecuarios de oferta y demanda –los privados- se hayan negado a vender alimentos, eso sería contrario a sus intereses e instintos.
Sencillamente estos mercados, por ley, se abastecen de la producción agropecuaria excedente disponible después que los productores cumplan su cuota con los organismos del Estado. Y en estos momentos no hay producción excedente disponible.
Además, por mucho tiempo se permitió demasiadas irregularidades –realmente ilegalidades- en todo el proceso de abastecimiento y venta de estos productos en los mercados de oferta y demanda y en este tiempo ninguna ilegalidad es permitida. E ahí las razones del desabastecimiento de estos mercados.
En los agros están a la venta los productos imprescindibles, no hay la variedad de éstos que existían antes del paso de los huracanes. Los que hay son los siguientes y sus precios son en moneda nacional no convertible.
El arroz se vende a 3.5 pesos la libra; los frijoles negros a 7 pesos la libra. Las viendas se venden: el boniato, la que más se vé a 70 centavos la libra; la malanga chiquita y la malanga isleña –el chopo- al mismo precio; la yuca a 80 centavos la libra. El maíz a 7 pesos la libra; la harina de maíz a 2.40 pesos la libra. Hay mucha naranja agria a 2 pesos la libra. Hay menos naranja dulce a peso la naranja. Hay mucha fruta bomba a 3 pesos la libra; y la guayaba se vende a 5 pesos la libra.
El pepino está a 7 pesos la libra. El aguacate –escaso- entre 10 y 15 pesos cada uno. El ajo, dependiendo del tamaño, a 1, 1.5 o 2 pesos cada uno. No hay cebolla, no es su temporada, aunque hay cebollinos. A veces se encuentra albahaca, berro y otras verduras y hortalizas. El mazo de albahaca, por ejemplo, se vende a 70 centavos.
Hay carne y mantiene los precios que tenía antes del paso de los huracanes. No hay huevos. En los mercados en divisa el abastecimiento es normal y los precios se mantienen como eran antes del paso de los dos huracanes.
Visité muchos agros, grandes y pequeños, mercados en divisas y puntos de venta –los kioskos- en la mayoría de los municipios de la capital: Centro Habana; Habana Vieja, Cerro, 10 de Octubre, Plaza, Playa y Marianao.
Y lo hice para que nadie me hiciera cuentos y para poder hablar con autoridad sobre estos asuntos que tanto nos preocupan a todos nosotros.
En cuanto al viaje que realicé a la zona afectada de Pinar del Río, salimos de La Habana por carretera camino a tierras de Pinar por la autopista. En ella continuamos hasta la salida de San Cristóbal, aproximadamente a 90 kilómetros del comienzo de nuestro recorrido. Nuestra meta fue el pueblo de Paso Real de San Diego donde quedó registrada la máxima velocidad de los vientos de un huracán –el Gustav- que jamás se haya registrado científicamente en Cuba: 342 kilómetros por hora.
En el entronque de San Cristóbal tomamos la Carretera Central en la que nos mantuvimos los próximos 30 kilómetros hasta llegar a Paso Real de San Diego. Pasamos los pueblos de Santa Cruz de los Pinos, Entronque de Los Palacios, Entronque de San Diego y los asentamientos y poblados entre ellos.
Era indiscutible, por lo que observamos, que aquella región había sido afectada por una fuerte tormenta. Lo que no era evidente era que por esa región, hacía cuatro semanas, habían pasado en el espacio de dos semanas, uno de otro, dos huracanes: Gustav, con vientos categoría 4, e Ike con vientos categoría 1.
Cuatro años antes, en el 2004, también recorrí el paso de otro destructivo huracán, el Charley, el cual atravesó a la provincia de La Habana de sur a norte causando cuantiosos daños. En aquella ocasión lo hice tres semanas después del paso del huracán, esta vez fue cuatro semanas después del paso de estos dos huracanes.
En esta ocasión la recuperación de la región afectada había sido lograda con mucha más eficiencia y rapidez que la anterior, a pesar que los daños habían sido mayores. Sí vimos árboles y palmas derrumbados por el viento; algunas casas y otras instalaciones, graneros y molinos aún parcialmente sin sus paredes y techos de zinc, y una sola escuela primaria aún no reconstruida.
Pero nada comparado con la destrucción que ví en el 2004, tres semanas después del paso del huracán Charley.
La sorpresa aumentó al máximo cuando llegamos al pueblo de Paso Real de San Diego donde se registraron los más fuertes vientos en la historia de los huracanes en Cuba, cuando el paso del Gustav. Indudablemente vimos que el pueblo había sido afectado por una reciente tormenta. Pero lo que no se veía era que por ahí habían pasado hacía cuatro semanas dos señores huracanes.
¿Y por qué?
Porque el gobierno revolucionario movilizó todos los recursos a su disposición, de manera óptima, para restaurar lo antes posible la normalidad a la vida de la población afectada por el paso de estos dos huracanes. Y porque el gobierno también ha actuado de manera rápida y eficiente para restaurar a la normalidad la producción agropecuaria, los servicios eléctricos y telefónicos de esa región del país.
El gobierno revolucionario y las demás instituciones, organizaciones de masas y organismos del Estado respondieron como el momento exigía de ellos.
Es mi testimonio que el pueblo, la inmensa mayoría de la población, ha respondido a las desgracias ocasionadas por los huracanes a la vida nacional de manera solidaria y disciplinada.
Los que afirmen lo contrario mienten.
Tiempos difíciles confrotan y confrontarán a nuestro pueblo como consecuencia del paso de estos dos huracanes. Aunque podemos confiar que todo lo que corresponda hacer al gobierno revolucionario y al resto del pueblo cubano lo están haciendo de la mejor y más justa manera posible