martes, 16 de junio de 2009

El obispo que amó a los indígenas

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Norm Lewis: “Nuestra búsqueda de Dios nos causará identificarnos con el trabajo que Él nos ha entregado.”

El legado de Monseñor Livio Pocas veces una persona logra el concepto unánime favorable de una comunidad. Es más difícil aún que eso suceda cuando se trata de alguien nacido fuera de las fronteras nacionales. Sin embargo, el caso de monseñor Livio Reginaldo Fischioni es verdaderamente excepcional, pues su labor apostólica y pastoral permitió que desde los días de su llegada comenzara a meterse para siempre en el corazón de los nativos de La Guajira y en el alma de las comunidades con las cuales trabajó a lo largo de toda su vida.

Nació en Italia, uno de los países europeos en donde los jóvenes de la época eran educados a la luz de una férrea disciplina, encaminada a promover valores como la disciplina, el trabajo y la responsabilidad. En el seno de su familia recibió una sólida formación que le serviría para afrontar con entereza cada uno de los desafíos a los que estaba llamado como siervo del Creador y obrero de la Iglesia Católica.

En su juventud fue uno de esos muchachos que empiezan a mostrar su vocación por los asuntos de Dios mediante las obras de caridad y un especial apego a las escrituras y a los servicios litúrgicos.

Solo tenía 21 años de edad cuando recibió la ordenación sacerdotal y de inmediato comenzó a ejercer su ministerio entre quienes mas necesitaban de una mano amiga, de una voz de aliento, de un consejo oportuno. Su labor fue dirigida siempre a los menos favorecidos y por eso su corazón se llenó de gozo cuando se le dio la oportunidad de trabajar en la Guajira con los pueblos indígenas de un país del cual al principio solo sabía que llevaba el nombre en honor a Cristóbal Colón, uno de sus más ilustres compatriotas.

De la península mediterránea pasó a la península caribeña y estando en esta se enamoro de la tierra, e las costumbres, de los usos y, sobre todo de la etnia wayüu por la cual trabajó con generosidad y afecto. En las parroquias de varios municipios guajiros cumplió como sacerdote, promovió el evangelio de amor de Jesús y desde éstas empezaría la verdadera pasión de toda su vida: la obra misionera al servicio de los más necesitados.

Por voluntad de Dios y por nombramiento del papa Paulo Sexto recibió la mitra que lo consagró como obispo de La Guajira, en remplazo de Monseñor Eusebio Septimio Mari, otro de los titanes de la fe que han tenido estas tierras.

En su nuevo cargo continuó trabajando con la humildad de siempre. Su visión fue la de un pueblo con acceso a bienes materiales que le permitieran tener un presente digno y un futuro promisorio y consideró que estas oportunidades deberían ser creadas a través de la educación.

Y en adelante se dedicó a trabajar en ese frente con resultados que están a la vista, entre ellos los internados de Uribia, Manaure, Aremasahin y el colegio Eusebio Septimio Mari de Manaure, en donde han tenido la oportunidad de estudiar miles de jóvenes de toda La Guajira, quienes no solo reciben los conocimientos correpondientes a los programas formales ordenados por el Ministerio de Educación, sino una sólida formación en valores y en el respeto al prójimo tal como el propio obispo lo había aprendido de sus mayores en Europa.

La Guajira agradece a Dios y a la Iglesia por haberle enviado a un misionero de la estirpe de monseñor Livio. La tristeza por la partida del buen amigo pasará y en su lugar estará siempre el legado de alguien que supo cumplir con el mandamiento de amara al prójimo como a sí mismo.

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