viernes, 5 de marzo de 2010

Reflexiones Sobre La Mujer Virtuosa (Proverbios 31:10-31)


Por: Paola Johana Martínez Ortíz

Este pasaje nos habla de varias cosas interesantes, entre ellas el hecho de que esta mujer virtuosa no solamente se ocupa de su casa y de sus hijos y de su esposo, sino que tiene otros intereses y ocupaciones. Algunos utilizan esto para demostrar que una mujer virtuosa puede (e inclusive debe) trabajar fuera de casa. Sin embargo, esta mujer en realidad trabaja desde su casa, es decir, nunca abandona su primer deber, que es ser el centro del hogar, sino que aunado a ello, desarrolla varias otras actividades que enriquecen su vida, tanto materialmente como en satisfacción por sus logros personales.

Mientras que el esposo trabaja fuera , ella se ocupa del hogar, aunque con mucha más amplitud que una mera ama de casa. Ella es administradora, una mujer de negocios, sabia para tomar decisiones, prudente, gana bien y tiene la libertad de disponer de sus ganancias como a ella bien le parece. Asimismo, supervisa y planea. Su responsabilidad es grande, pero su capacidad para enfrentarla también lo es.

El subtítulo para esta porción, Elogio de la mujer virtuosa (en la Biblia Reina-Valera Revisión 1960), nos da una idea de que lo que ella hace está bien hecho y es digno de ser alabado. La actitud de esta mujer es un ejemplo para toda mujer cristiana que desee desempeñar su papel de madre, ama de casa y esposa correctamente.

Desde el inicio (v. 10) se nos muestra cuán difícil es para el hombre hallar una mujer así, y para la mujer, ser así. Una mujer de este talante vale su peso en oro, literalmente en piedras preciosas.

Su esposo entiende la valía de ella, y confía plenamente en sus capacidades, ya que ella ha demostrado ser merecedora de toda confianza por la inalterable lealtad que tiene hacia a su esposo y sus intereses. Esta confiabilidad ella la ha ido ganando a pulso, a través del tiempo, y continúa en crecimiento. Además ha demostrado ser capaz de aumentar la prosperidad de él en el frente del hogar. El dinero que él le da y el que ella gana lo invierte bien, obteniendo ganancias que en el terreno económico traen seguridad a la familia.

Para ella, trabajar con sus manos es un placer: no teme “ensuciarse las manos”. Trabaja no solamente con diligencia, sino también con buena voluntad, sabiendo que sus esfuerzos están bien empleados. No hace las cosas porque la obligan, sino porque desea hacerlas. Su motivación es el amor que le tiene a su esposo, a sus hijos y a su hogar, por lo que se siente feliz haciendo lo que hace.

En ocasiones sus ocupaciones la alejan de casa, pero no por eso descuida sus deberes ni abandona a su familia. De hecho, no trabaja sola, sino que tiene criadas a las que ha adiestrado y a las que delga gran parte de los quehaceres domésticos, sabiendo que los harán bien, pues no deja de supervisarlas. Además, trata con amabilidad a sus sirvientes, asegurándose de que no les falte nada, por lo que se ha ganado la lealtad de ellos.

Su sagacidad para hacer tratos ventajosos es tal, que tiene dinero suficiente para comprar tierras. Pero no compra sólo por hacerse de más posesiones, sino viendo la manera en que estas nuevas inversiones produzcan a su vez. Probablemente uno de sus intereses es proveer de más empleos a la gente de la localidad, así que su prosperidad no es egoísta, sino que se extiende a todo el ámbito en el que vive.

Como todo ser humano, se cansa, pero saca fuerzas de donde puede para proseguir, pues se deleita en ver lo bien que van sus negocios.

Es una mujer femenina, a pesar de su asertividad y su arrojo; y en sus ratos de descanso, continúa laborando, aunque en ocupaciones más pausadas, pero igualmente productivas. Su día no termina temprano, pues entre más cosas haga, mayores serán sus satisfacciones. No le gusta estar ociosa.

A pesar de que tiene mucho en qué ocuparse, y que es rica, no olvida que hay personas que están necesitadas, y de sus mismas ganancias reparte a los pobres, mostrando así su compasión y su lado humano.
También es una mujer consciente de su posición, pues se viste a la altura de su rango, especialmente porque desea agradarle a su marido, y para no desmerecer ante la gente que está al tanto de lo que ella hace, puesto que su carácter y sus acciones se reflejan en su esposo, que tiene una buena reputación por sí mismo y gracias a ella también.

Es una mujer reconocida por sus cualidades, entre las cuales se encuentra el honor, la fuerza, la sabiduría, la previsión, la clemencia, y la toma de decisiones acertadas, además de muchas otras ya mencionadas.

Su esposo y sus hijos la alaban, se sienten orgullosos de ella, y la aman por lo que es y la aprecian por lo que vale. Pero el secreto de todo su valor es que su corazón está cimentado en una relación con Dios, a Quien reconoce como la fuente de todo lo que ella tiene y todo lo que ella es. Es este reconocimiento de Quién es el Señor el que permite que ella se comporte como una mujer verdaderamente virtuosa, porque su virtud está íntimamente ligada con el Poseedor de todas las virtudes. La vida de ella solamente es una demostración de lo que el conocimiento personal de Dios puede hacer en una persona que está dispuesta a vivir su vida como El quiere que la viva.

Una mujer así vale más que las demás porque su atención no está en las cosas materiales ni en su propia hermosura, sino en agradar al Señor. No es imposible ser como ella, antes bien, está al alcance de toda mujer que ponga a Dios en primer lugar en su vida, y acomode el resto de sus prioridades alrededor de El, en el orden correcto de acuerdo al diseño de Dios. Sus hechos hablarán a grandes voces acerca de lo que está en su corazón. Al fin y al cabo, la fe sin obras está muerta (Stg 2:26), y las obras realizadas por la razón equivocada no valen nada.

Que la motivación de nuestra vida sea hacer las cosas de la manera que le agraden a Dios, sabiendo que hacer Su voluntad es la mejor manera de vivir y contarnos dichosas. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col 3:23,24).

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