Por: Nuria Barbosa León
Periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba
Imagine una cálida noche en la capital cubana donde un ómnibus (guagua) se desplazaba en su recorrido habitual. El transporte, por su escasez, es joya preciada, esperar por el próximo equivale a más de una hora en el camino.
Focalice su atención en que la guagua viaja abarrotada de público. La música y el ruido causan molestias, nadie protesta por ello. Pero observe que al descender los hombres ayudan a las mujeres y estas devuelven: “gracias”.
Así ocurrió, primero la intercepta una señora apurada, quizás sale de su trabajo ó debe llegar hasta el. Hace señas en el semáforo después de correr diagonalmente, desafiando el tráfico y con cara de lamentación para lograr su objetivo. En pago al favor, deposita en manos del chofer un peso cuando sabe que el pasaje cuesta cuarenta centavos y debe ser añadido a la alcancía.
Luego en la parada, un matrimonio transporta un perro y antes de que el chofer llame la atención, ella declara que el animal está muy enfermo y debe transportarse a la clínica. El suplico también conmovió al pasajero sentado en el lugar destinado a embarazadas y niños porque cedió su lugar, por gesto de humanidad.
Después de transitar unas cuadras, dos jóvenes hacen seña para que el ómnibus se detenga. Ambos portaban un enorme televisor. El chofer de buen carácter se detuvo y los jóvenes se acomodaron en un lugar, dando las gracias al chofer y abonando su pasaje en manos de este.
Así mismo, al arrancar la guagua desde una parada se sintió el chiflido de una persona y señas para la espera. Pero en la carrera precipitada se desprende una jaba de nylon y se riegan las papas en la avenida.
El chofer no sólo esperó sino que entre los pasajeros, surgió de pronto, una jaba sustituta que fue alcanzado por otro sujeto que le ayudó a recoger el tubérculo en el menor tiempo posible, a riesgo de un accidente por la transitada avenida.
Eso sin mencionar los escándalos de los pasajeros ante cualquier parada casual para que las puertas se abrieran, --como el sésamo--, y bajar en la esquina más cercana.
Para el cubano es algo cotidiano, y sino qué demuestren lo contrario.
Para el extranjero, si no cree en los hechos narrados, venga a Cuba y suba en una guagua.
Comprueben así, que las ilegalidades pasan inadvertidas, cuando los gestos de solidaridad abundan.
Periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba
Imagine una cálida noche en la capital cubana donde un ómnibus (guagua) se desplazaba en su recorrido habitual. El transporte, por su escasez, es joya preciada, esperar por el próximo equivale a más de una hora en el camino.
Focalice su atención en que la guagua viaja abarrotada de público. La música y el ruido causan molestias, nadie protesta por ello. Pero observe que al descender los hombres ayudan a las mujeres y estas devuelven: “gracias”.
Así ocurrió, primero la intercepta una señora apurada, quizás sale de su trabajo ó debe llegar hasta el. Hace señas en el semáforo después de correr diagonalmente, desafiando el tráfico y con cara de lamentación para lograr su objetivo. En pago al favor, deposita en manos del chofer un peso cuando sabe que el pasaje cuesta cuarenta centavos y debe ser añadido a la alcancía.
Luego en la parada, un matrimonio transporta un perro y antes de que el chofer llame la atención, ella declara que el animal está muy enfermo y debe transportarse a la clínica. El suplico también conmovió al pasajero sentado en el lugar destinado a embarazadas y niños porque cedió su lugar, por gesto de humanidad.
Después de transitar unas cuadras, dos jóvenes hacen seña para que el ómnibus se detenga. Ambos portaban un enorme televisor. El chofer de buen carácter se detuvo y los jóvenes se acomodaron en un lugar, dando las gracias al chofer y abonando su pasaje en manos de este.
Así mismo, al arrancar la guagua desde una parada se sintió el chiflido de una persona y señas para la espera. Pero en la carrera precipitada se desprende una jaba de nylon y se riegan las papas en la avenida.
El chofer no sólo esperó sino que entre los pasajeros, surgió de pronto, una jaba sustituta que fue alcanzado por otro sujeto que le ayudó a recoger el tubérculo en el menor tiempo posible, a riesgo de un accidente por la transitada avenida.
Eso sin mencionar los escándalos de los pasajeros ante cualquier parada casual para que las puertas se abrieran, --como el sésamo--, y bajar en la esquina más cercana.
Para el cubano es algo cotidiano, y sino qué demuestren lo contrario.
Para el extranjero, si no cree en los hechos narrados, venga a Cuba y suba en una guagua.
Comprueben así, que las ilegalidades pasan inadvertidas, cuando los gestos de solidaridad abundan.
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