Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Hoy es un día hermoso para dar gracias a Dios por la forma
en que se inspiró para crea uno de los lugares más hermosos del planeta y
mañana también…y todos los días. Porque la obra de Dios ha sido tan grande y
bella que no habrá forma de expresarle nuestra inmensa gratitud por el obsequio
incomparable de ríos, mares, paisajes y gentes.
Yo me imagino la febril actividad y el movimiento incesante
que hubo en el taller de Dios el día que
todos los obreros allí presentes se dedicaron de lleno a crear la más hermosa
península de Sudamérica: en el centro Dios omnisciente entregaba los planos terminados del inimaginable lugar que había concebido en
sus arduas sesiones de exquisita tarea artística.
Y sus ángeles lo tomaron en
sus manos inmaculadas y de inmediato se pusieron a hacer cuidadosamente la
labor encomendada. Consiguieron pinceles, acuarelas de luminosos colores para
dibujar atardeceres y un lienzo enorme
para plasmar muchos kilómetros de mar, y finos corpúsculos de arena para
bosquejar el dorado tapiz del enorme
semi desierto en el que convivirían hermanados y por centenares de años buenos
las burbujas multi cromáticas de la vida y la quietud conmovedora de lo
absoluto.
Algunos ángeles querían trabajar más de prisa porque tenían
mucho trabajo acumulado, pero los más juiciosos les llamaron la atención y les
explicaron que lo demás podía esperar. Tenían la orden de perfilar una obra
maestra y la prisa no era una buena consejera. Por esta razón ordenaron rehacer
las curvas lisas de las costas y trazar en cambio algunos salientes y entrantes
que decoraran el cuadro final. De esta manera fueron apareciendo Punta
Gallinas, Punta Espada, Bahía Portete y, por supuesto, el mítico Cabo de La
vela.
Cuando el trabajo iba muy avanzado una cuadrilla de ángeles
expertos en alturas comenzaron a levantar una montaña gigantesca y al lado otra y otra más y
eligieron los dos picos más altos para colorearlos de blanco eterno.
Un ángel entrado en años, experto en el
color azul trazó varias líneas de ese color y estrellas una más larga y gruesa
a la que después se llamaría Río Ranchería.
Unos laboriosos ángeles expertos variedad paisajística decidieron que no todo
podía ser igual y por eso se dieron a la tarea de crear tres guajiras en lugar
de una: por allá estaría la más seca y desértica; en el centro una región menos
seca más poblada y más al sur una bien fértil y tapizada de verdes praderas.
Alguien más se puso en la tarea de dibujar unos puntos
grandes que representaban a las ciudades y unos puntos más pequeños que representarían
a los pueblos. El lápiz fue usado de manera prolongada porque los pueblos
fueron muchos. Fue necesario traer otro y otro más. Y luego dibujaron unos
puntos más pequeñitos a los que llamaron
rancherías y fueron muchos, muchos de manera que no había país en donde hubiera
más puntitos que en la hermosa Guajira.
Dios no permitió que los ángeles crearan a las personas. Fue
una tarea que se reservó para sí mismo pues quería crear seres humanos con un
corazón tan grande como la misericordia que Él mismo tiene: haría niños
inocentes y amorosos, dedicados a disfrutar su infancia y a soñar con su
porvenir y también crearía mujeres en cuyos ojos estaría siempre la veta del
inconmensurable amor por los suyos.
De esa manera Dios hizo la mejor de sus obras y quiso
regalarla a quien la mereciera pero después de mucho pensar, decidió reservarla
para sí y por eso la guajira es maravillosa, inmensa, ilimitada y es propiedad
reservada, por el dueño de la vida. Propiedad del dueño de la vida…territorio
de Dios.