sábado, 29 de junio de 2019

Crónica del Segundo Encuentro de Escritores en San Bernardo del Viento





Escrito por:  Alejandro Rutto Martínez

San Bernardo del Viento y de las letras
Junio 24 al 27 de 2019
 
Parte I
El viaje de Maicao a San Bernardo del Viento

Se efectuó recientemente el II Encuentro de Escritores del Viento en el municipio de San Bernardo del Viento una localidad del Departamento de Córdoba, conocido por su hermoso nombre, por su rica historia y por ser la cuna de Juan Gossaín, uno de los más grandes periodistas de Colombia.    

Te recomendamos también: El sapo trapichero

El reloj marcaba las 11:40 de la mañana cuando el bus de Brasilia partió de Maicao.   En la taquilla nos habían dicho que no había ruta directa a San Bernardo, pero podíamos llegar a Lorica y desde allí hasta nuestro destino podíamos tomar un taxi o un colectivo que en tan solo 10 minutos nos dejaría en nuestro destino. Seguimos el consejo del eventual asesor de viajes y compramos el tiquete rumbo a Santa Cruz de Lorica, una de las más importantes ciudades del departamento de Córdoba, al que empecé a conocer gracias a la enorme colonia de personas de esas tierras que por años han estado residenciadas en Maicao.    

Para decir verdad el bus hizo el recorrido más largo posible. Nos habían dicho que el viaje a Lorica podía durar entre 12 y 14 horas, pero se extendió a 18, porque el programa del bus incluía la ruta más larga: Maicao-Riohacha-Santa Marta-Barranquilla-Cartagena Lorica.   Cuando pasamos por la capital de nuestra amada Guajira pudimos ver el el televisor del terminal el único gol que la selección Colombia le marcó a Paraguay en el cierre de la fase de grupos de la Copa América. fue un buen tanto de Cuéllar que ayudó a aumentar la ilusión que todos los colombianos teníamos acerca del papel de nuestro equipo en la Copa América.    

El viaje fue ameno y cómodo pero muy largo. Me preocupaba llegar a tierras desconocidas a altas horas de la madrugada. Pero el tiempo y el conductor del bus se confabularon para que esto no sucediera. Cuando llegamos a Lorica eran las 5:20 de la mañana y ahí, frente al terminal, ya se encontraban los vendedores de tinto y arepa de huevo y otros deliciosos productos de la gastronomía criolla.    

Caía una ligera llovizna, de manera que debimos correr para guarecernos debajo del primer techo que encontramos. El tinto hervía en el vaso de plástico y la arepa de huevo quemaba la yema de los dedos a pesar de que la forraba una envoltura de cuatro servilletas dobladas en dos.   

Varios taxistas se ofrecieron amablemente a llevarnos hasta “La Caribeña” una hermosa estancia ubicada entre San Bernardo y Moñitos en donde nos alojaríamos por cuenta del Encuentro de Escritores y por cortesía de su propietario Francisco Coneo, uno de los organizadores del evento literario. Fiel a la promesa que le había hecho a nuestro anfitrión lo puse al teléfono con uno de los líderes de los taxistas quien, al colgar la llamada, nos indicó que nos fuéramos con “El Flaco”, un muchacho que se gana la vida consiguiéndoles pasajeros a los transportadores.   Caía una leve llovizna sobre Lorica y lugares cercanos y comenzaban a aparecer los primeros charcos en el desamparado suelo.    

Nuestro guía nos condujo de prisa hacia una estación de colectivos que cubren la ruta Lorica- San Bernardo-Moñitos y uno de los conductores se ofreció a llevarnos por diez mil pesos a cada uno de los pasajeros.    

-Siéntense, nos dijo. Me faltan todavía dos pasajeros.    

Veinte minutos después una dama con su hijo completaron el cupo. Viajaban hacia Moñitos.  

- ¿Y ustedes a dónde van exactamente?, nos preguntó a mi esposa y a mí  

-Vamos a la Caribeña, mi amigo, le dije mientras observaba los alegres pastos que recibían las aguas de la llovizna con inmensa alegría.

Las montañas parecían como extraídas de las páginas de una revista de promoción turística y un campesino caminaba por la orilla de la carretera con un balde de leche recién ordeñada en una mano y una botella de suero atoyabuey en la otra.   

Parte II 
LLegada a la casa finca La Caribeña

Llegamos a La Caribeña en donde nos esperaban Francisco Javier Coneo y su esposa Luz Lenis, quienes nos dieron la bienvenida con una buena taza de chocolate recién preparado y arepas de Maíz. Supimos luego que el día anterior habían llegado el escritor Héctor Hurtado y su esposa.   Un poco más tarde, a bordo de un viejo Land Rover hicieron su llegada triunfal los embajadores de Nocaima (Cundinamarca) Alfredo Espinosa y Arturo Peña Barbosa.   En un hotel de San Bernardo se hospedaban Hipólito Parra y su esposa.  El grupo poco a poco se iba completando.   
    
Como para calentar motores Arturo nos leyó el texto de su última producción litararia, basada en cierta hermosa señora imaginaria llamada María Antonia de su pueblo que se dedicaba al curioso trabajo de vender...besos.   

Terminado el chocolate partimos hacia la Casa Lúdica de San Bernardo, un lugar agradable, acogedor y muy bien dotado. Allí se produjo la instalación del evento, a cargo de la profesora Beatriz y de Francisco Javier Coneo, quienes oficiaban como oferentes.   Ya se habían integrado al grupo escritores locales como Roberto Yance, Francisco Javier Barón Mercado, Wilson Polo Blanco, Manuel del Cristo Díaz y Francisco Javier Cobo Fuentes.  

Parte III
Comienza el encuentro

En adelante, se nos informó, todo giraría en torno a la oralitura, una expresión literaria basada en la oralidad, tan propia del Caribe y en general de los pueblos colombianos. El análisis de las formas literarias orales se diferencia del estudio de las obras literarias escritas en son estrictamente orales y porque cumplen funciones estéticas y folclóricas.   

Parte de lo que nos dijeron en la instalación era que no había conferencias, ni talleres, ni nada parecido. El evento consistía en hablar y leer. Cada quién contaría sus historias y leería sus escritos y de esa manera pasaríamos tres días al abrigo de las letras, bajo la frescura de la ligera llovizna y ambientados por el murmullo de las olas del mar y el canto de los pájaros desde lo alto de los frondosos árboles de mango cuya cosecha acababa de terminar.   

Uno por uno los escritores fueron pasando al tablero, cada uno de ellos con sus textos bien logrados bajo el influjo del silencio y la soledad y guiados por el espíritu de tejedores de sueños y palabras que gobierna el corazón de los creadores.   La sorpresa mayor la constituyó la llegada del decimero Lázaro Cantero Pérez, un artista fulgurante, dueño de una ilimitada capacidad de repentización, quien habló de las décimas, de la música de la región y de la forma en que realizaba sus composiciones. Prácticamente todo lo que decía, lo decía en rimas, sin tener nada preparado   ¡Componía sobre la marcha! 


Parte IV
Más y más gente llega al encuentro

El evento se fue crecieron, se sumaron los niños poetas, las bailarinas de bullerengue, las poetisas de Cereté y los profesores y estudiantes del colegio principal.   Así, entre lectura y lectura, declamación y declamación, entre bailes y tambores fuimos conociéndonos y agradeciendo a los ángeles de la literatura que nos hubiera llevado a ese rinconcito convertido por unos días en la patria de las letras.  


Epílogo
Oralitura en su estado puro y despedida

En las noches, allá en la caribeña, después de los chocolates y el café, venían las emocionantes tertulias en las que Francisco Coneo y Arturo Peña Barbosa, nos dieron cátedra de cómo se cuenta una historia bien contada. Oralitura en su estado puro. 

El primero, un exsacerdote católico dedicado ahora la escritura y a poner bien bonita su finca, nos habló de sus experiencias de vida durante el tiempo en que fue sacerdote de la Iglesia Católica: sus sueños, sus esperanzas, sus frustraciones y sus anhelos. También se refirió a su obra inédita la cual se encuentra escrita a mano en seis gruesas agendas y nos mostró el museo que está organizando en el que se destacan las pertenencias del hombre más pequeño del mundo: un hombre exiguo creado por él mismo que fue una vez a San Bernardo del Viento, y cuando se marchó le dejó varias diminutas prendas como recuerdo.  

Arturo Barbosa, por su parte, contó con lujo de detalles sus aventuras por el departamento de Caquetá. Nos tuvo concentrado durante dos horas, tanto que nuestra piel se hizo inmune al ataque de los mosquitos. Su capacidad para cautivar a la audiencia hizo que lo acompañáramos en su recorrido por el Río Caguán, a que compartiéramos su habitación palafítica en uno de los pueblos ribereños, a que nos montáramos en su canoa y tuviéramos el mismo miedo que él a naufragar en medio de las aguas turbulentas.  

El encuentro terminó con el abrazo nostálgico propio de todas las despedidas, pero con la promesa de que volveremos a encontrarnos en cualquier momento, en San Bernardo del Viento y en cualquier otro pueblo que tenga por bandera la de la patria de las letras.  

  

sábado, 22 de junio de 2019

Lo mejor es mi nombre, sin prefijos ni sufijos


Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Algunos me dicen doctor y se equivocan rotundamente: no pertenezco a los herederos de la sabiduría de Hipócrates ni puedo portar la bata de quienes ejercen la maravillosa profesión de la medicina. El diccionario me dice que los únicos doctores son ellos y los egresados de un doctorado. Yo no cumplo con la primera condición y aún no alcanzo la segunda. ¿Se da cuenta mi querido amigo por qué no debe llamarme así?

Otros me llaman por la denominación del cargo o la dignidad  que temporalmente desempeño. Unos me han dicho director, secretario, coordinador, candidato. No creo que sea lo mejor, porque después de un tiempo esa forma de llamar se vuelve más larga cuando deba anteponerse la partícula ex: ex director, ex coordinador, ex secretario, ex candidato, Ex cétera (perdón, se escribe etcétera).

Algunos, inspirados posiblemente en el uso de algunas de mi camisa con cuello parecido al clériman o porque me han visto hablando de temas bíblicos o predicando, me llaman pastor.   Siento mucho decepcionarlos. Mis conocimientos bíblicos y el tiempo de dedicación a los estudios teológicos aún no me alcanzan para ser titular del precioso ministerio de guiar a las ovejas del Señor.  Así que no es justo (con la dignidad de pastor) que me llamen de esta manera.

Quienes no me conocen me dicen Mono (en razón del color claro de mi cabello), tío o primo (según la edad del interlocutor). Se los perdono la primera y hasta la segunda vez. Pero después de un corto tiempo de conocernos, preferiría que se cambie esa forma de llamarme. Sobre todo Mono, porque se siente un dejo peyorativo en la palabra.

Con  quienes me llaman profe o profesor, estoy inmensamente agradecido. Es la profesión y la faceta de mi vida que más satisfacciones me ha brindado, que más felicidad me ha permitido cosechar. Me siento muy bien como así me dicen, pero… es una forma genérica de llamar a quienes se dedican como yo a la enseñanza. Siento pues, que no es una palabra que se refiera exclusivamente a mí, como me gustaría.

¿Y entonces, cómo hacemos para llamarlo?, me preguntarán.   Para eso está el nombre. Me encanta cuando me dicen Alejandro, o Viejo Alejo, como me llaman algunos de los amigos. O Rutto, como me decían los profesores y algunos compañero, de tanto oír el llamado a lista siete veces al día, cinco veces a la semana.

Ya los saben, para todos ustedes soy Alejandro de ahora hasta siempre, sin prefijos de exaltación ni sufijos diferenciadores. Soy simplemente Alejandro.


Analytic