sábado, 10 de diciembre de 2011

La noche en que no llegaron los ladrones

Por: Alejandro Rutto Martínez

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El San Martín es un barrio bonito, agradable, acogedor, todo lo que usted quiera. Y ahora, además es famoso, pero es esa fama triste y célebre que nadie desea tener, pues el debe a los tres muertos y decenas de casas destruidas que dejó la terrible explosión del pasado lunes 5 de diciembre.

Eran las 11 y 10 de la noche cuando todos los habitantes del barrio escucharon un ruido extraño en el patio, en la sala en el comedor, en el techo o en todas las partes a la vez y pensaron que los ladrones estaban ingresando para llevarse sus pertenencias o para hacerles daño.

Aturdidos por el ruido y el medio se levantaron somnolientos para comprobar que no se trataba de los ladrones que a esa hora deberían estar trabajando en otro lugar. Con asombro vieron sus ventanas, puertas y techos destruidos y empezaron a preguntarse si sería un terremoto o…un atentado terrorista. No debieron esperar mucho para comprobar que se trataba de lo segundo: una violenta explosión acababa de destruir buena parte de la estación de policía y la mayoría de casas cercanas. Luego se enteraron de que además había fallecido una persona y al día siguiente murieron dos niños wayüu que habían resultado gravemente heridos.

El barrio San Martín es un sector lleno de historia: una buena parte de los primeros comerciantes informales que llegaron a la ciudad de Maicao durante los tiempos de la bonanza comercial se instalaron en casitas de tabla construidas con sus propias fuerzas y sus propias manos. Un tiempo después arribaron trabajadores de la construcción, profesores, comerciantes formales, propietarios de barcos y empresarios de los puertos artesanales del Norte de la Península.

Sus primeros pobladores, encabezados por Crucelfa Córdoba celebraban cada noviembre una fiesta enorme que se duraba casi una semana y a la que asistía medio mundo. Era en homenaje a San Martín de Loba, personaje con el que pronto se identificó la mayoría, de modo que acogieron el nombre del santo para bautizar su lugar de residencia y en homenaje a él bautizaron uno de los más importantes centros educativos y una hermosa parroquia construida apuro pulso, bloque a bloque, con el esfuerzo de un puñado de señoras laboriosas quienes hicieron todas las actividades imaginables para atesorar los recursos necesarios para conseguir su noble propósito.

En los años setenta el San Martín se vio favorecido por el auge del aeropuerto San José, lo cual motivó que se construyera la Avenida del Aeropuerto (hoy carrera 12), una imponente vía de doble carril, perfectamente iluminada y con hermosas palmeras en sus orillas. Con lo bueno llega lo malo y el barrio fue invadido por bares y cantinas de diversa reputación junto a los cuales llegaron los escándalos, atracos a mano armada y homicidios.

El aeropuerto se acabó y con él se acabó la avenida y se fueron los bares. Pero quedó un barrio de calles anchas y arenosas, con cuatro colegios, dos iglesias, una clínica y mucha, mucha gente trabajadora y buena. Esa es la gente que a las 11 y 10 del 5 de diciembre, escuchó una terrible explosión que hará parte del recuerdo y de la historia triste de una nación que se desangra en una guerra loca, interminable y fratricida. Los habitantes del San Martín no podrán olvidar esa hora infausta, 11 y 10 de la noche, del 5 de diciembre, en que no llegaron los ladrones y fue otra la fatídica causa del espantoso ruido.



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