San Martín: una tragedia que solo se veía en las guerras de mentira
El barrio San Martín no está totalmente destruido después del atentado del 5 de diciembre. Aún quedan casas en pie y, a pesar de anchas grietas en las paredes y la caída del techo y del cielo raso, sus habitantes se las han arreglado para soportar con dignidad su doble condición de sobrevivientes y damnificados. Casas y locales comerciales venidos al suelo son el nuevo símbolo de uno de los sectores más populares de Maicao. La calle 17 entre carrera 14 y 15 se convirtió en el nuevo centro turístico de la Guajira: cientos de personas deambulan diariamente por el sector, con una cámara en una mano y un niño en la otra, para conocer los efectos de la terrible explosión de las 11 y 10 de la noche en un 5 de diciembre que será difícil de olvidar.
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¿Para qué tomas tantas fotos? Le pregunta un amigo al otro. “Para guardarlas de recuerdo, esto solo lo había visto por televisión cuando la ‘Guerra del Golfo’ o en las Guerras de mentira de las películas gringas”, le contesta el otro. Pero no se trata de una confrontación lejana ni de una guerra de mentira sino de la cruda realidad que hoy en día viven los maicaeros.
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El barrio San Martín nació en un amplio lote de terreno situado lejos de todas partes, más o menos a finales de los años cincuenta cuando el Maicao del Centro empezó a quedarse pequeño y no podía albergar a quienes llegaban al próspero pueblo atraídos por la bonanza comercial de entonces. Primero construyeron una pequeña casa aquí y luego otra allá y más tarde otra y otra más. El sitio no tenía muchas calles ni carreras, ni siquiera nombre. Tan solo gente que trabajaba desde bien temprano hasta bien tarde y una señora llamada Crucelfa, que vivía bien por allá, bien retirada y en el mes de noviembre organizaba unas fiestas pantagruélicas dedicadas a un señor que nunca se bajaba del caballo y a quien solo ella conocía, un tal San Martín de Loba y a la cual concurría casi medio pueblo.
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Las fiestas y la señora le dieron nombre el barrio que empezó a vivir sus tiempos dorados pues era vecino del aeropuerto San José, uno de los más activos de la Costa para ese entonces. Y al aeropuerto se llegaba a través de una imponente avenida de dos carriles, de puro asfalto y bien iluminada que servía de frontera divisoria entre los barrios San Martín y San José. En su territorio funcionaban además dos de los mejores colegios públicos (Inmaculada y San Martín) y el Gimnasio Girardot, propiedad de la familia Moscote y más tarde llegaría el Liceo Latinoamericano. Un poco después fue construida su hermosa parroquia la cual se distingue por llevar el santo del caballo en la parte alta y fue hecha con el esfuerzo de un reconocido grupo de damas, entre ellas las tres Carmen del progreso: Carmen Barrios, Carmen Fuentes y Carmen Núñez (Q.E.P.D). También fue construida la Iglesia Cristiana Cuadrangular, uno de los más hermosos templos evangélicos de La Guajira.
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En sus casitas recién hechas, la mayoría construidas con la madera de las cajas en que llegaba la mercancía extranjera, vivían vendedores ambulantes, pequeños comerciantes y trabajadores de la construcción. Por allá cerca del aeropuerto ubicaron también los más reputados (y re-putados) bares, cantinas, salivones y otros sitios dedicados al vicio. Allí se alteró la paz del barrio y apareció por única vez la preocupación de sus habitantes. Pero un día cualquiera, acosados por el repudio social, cerraron sus puertas y la paz regresó al lugar.
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Las casitas de tabla fueron reemplazadas por viviendas sólidas y comenzaron a construirse las grandes bodegas en donde se almacena la mercancía antes de ser trasladada a los puntos de venta de la zona comercial. El San Martín es también el lugar preferido de residencia de propietarios de barcos y empresarios de los puertos artesanales de la alta Guajira.
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En el barrio había una hermosa cancha de fútbol (la cancha de Las Monjas) pero un día desalojaron a los futbolistas y en su lugar construyeron el Comando Central de Policía.
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Valga la pena decir que la policía ha sido un buen vecino. Descuidado con su propia seguridad pero buen vecino: el barrio se siente seguro al contar con la presencia de los uniformados no solo en su comando sino en sus residencias, pues la mayoría de ellos viven en las cuadras aledañas.
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El 5 de diciembre, a las 11 y 10 de la noche todos los maicaeros sintieron la explosión pero los habitantes del barrio San Martín la vivieron como si fuera en la sala de su casa. Un carro bomba estalló en el costado norte de la estación. Esa misma noche vieron la magnitud de la tragedia: decenas de residencias destruidas y otras al borde del colapso. Tres personas muertas y varias heridas completaban la desoladora crónica de un desastre que solo habían visto por televisión.
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Las casas destruidas como en los países en guerra y el recuerdo de un joven sano y creyente y dos niños wayüu que perdieron la vida por pasar por ahí a la hora de la desgracia, son los símbolos de una tierra que no volverá a ser la misma. El panorama se complementa con las pilas de vidrio y eternit en las puertas de la casa y con la presencia de fotógrafos que no se cansan de disparar sus cámaras “para guardarlas de recuerdo, porque esto solo se ve en el Medio Oriente y en las películas de Mentira…” Pero esta película del San Martín no es de mentira, sino que corresponde a una realidad descarnada y dolorosa que amerita la pronta intervención de las autoridades para socorrer a los damnificados.
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