QUITO, 10 DE AGOSTO DE 1809
Por: Luis Pacheco Manya
Suboficial Primero-IN
ESCUELA DE INFANTERIA DE LA FUERZA TERRESTRE
Ecuador
“No hay buena fe en América, ni entre los hombres ni entre las naciones. Los Tratados son papeles, las Constituciones libros, las elecciones combates, la libertad anarquía y la vida tormento".- Simón Bolívar, 1826.
Al relatar la inmolación de los mártires y héroes de la Independencia, aflora espontánea a nuestro espíritu, y el amor a su noble gesta, colmada de honor y firme convicción, para proclamar y defender la libertad que hoy totalmente la gozamos y la poseemos como un recuerdo inminente y verdadero, forjado, a costa de sus valiosísimas existencias, marcando perpetuamente, el inicio y la conclusión efectiva de la emancipación hispanoamericana.
Este trabajo, es un compendio de valiosísimos historiadores ecuatorianos, pero que refleja el pensamiento de este servidor, cuyo objetivo principal es el de ofrecer un pequeño homenaje al Bicentenario de la Revolución Quiteña del 10 de Agosto de 1809.
Quito, ciudad de historia, ciudad de arte y leyenda, mitad aborigen y mitad hispánica, se reclina al pie del volcán Pichincha como una joya. Cuántas páginas de gloria, de dolor y pasión encierran sus calles antiguas, sus portales abigarrados de gente y colorido y sus relumbrantes iglesias.
Ecuador, país pequeño, pero de historia excelsa, he aquí nuestro país de hoy, Quito de siempre. Porque nada más enorgullecedor, más extraordinario para esta patria que haber sido pionera de la libertad americana, ciudad precursora y mártir de la independencia, primera en el pronunciamiento y primera en el dolor; porque predicó la libertad y la alumbró.
Aquí, en Quito, a inicios del siglo XIX, el cóndor de los Andes, símbolo del libre vuelo de la América, forzó a retirarse al viejo león ibérico, e inició el proceso de descolonización en el mundo hispanoamericano, preludio a la vez de la libertad de los pueblos de Asia y de África, que sólo en esta segunda mitad del siglo XX rompieron sus cadenas colonialistas.
LA CONSPIRACIÓN DE NAVIDAD: CHILLO, 25 DE DICIEMBRE DE 1808
La tragedia empezó a remontarse sobre la hidalga ciudad de Quito cuando murió el Presidente de la Real Audiencia, Luis Francisco Héctor, Barón de Carondelet, que tanto se había hecho apreciar por su tolerante espíritu y por su actividad constructiva, pues había restaurado el antiguo Palacio de los Presidentes, levantado el arco de la Iglesia Catedral y embellecido su hermoso atrio. El Coronel Diego Antonio Nieto, militar extranjero de paso por Quito, rumbo al Perú, reclamó para sí la presidencia e instaló en el gobierno la prepotencia, el odio, la peor tiranía, olvidadas ya por los quiteños bajo el progresista régimen de Carondelet. Hubo abusos contra el pueblo. El ambiente se volvió difícil, tirante. Por todas partes se renovaron con fuerza los ideales de Eugenio Espejo. Poco mejoró la situación con la llegada del Presidente titular, el anciano Manuel de Urriez, Conde Ruiz de Castilla.
De él se consiguió, por lo menos, que el doctor Juan de Dios Morales, desterrado por el Coronel Nieto a la Costa, volviese primero a Latacunga y después a Píntag, donde era párroco el doctor José Riofrío, a poca distancia de la hacienda de Chillo-Compañía, propiedad de Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre. Las visitas de los dos al Marqués eran frecuentes. El noble criollo les recibía en la hacienda, calmado, soñador. En ocasiones salían los tres a visitar Sangolquí. A veces se les unían, desde Quito, los Larrea y también el Obispo José Cuero y Caicedo. Así empezaron a madurar planes y la conspiración a tomar cuerpo. Cuando la situación de España, ya para entonces invadida por Napoleón Bonaparte, se volviera anárquica, cavilaban, habría llegado la ocasión.
El 25 de diciembre de 1808, por la mañana, fueron llegando de uno en uno, a Chillo, los fieles amigos del doctor Espejo. El pretexto era celebrar la Navidad; el anfitrión era Juan Pío Montúfar, y el objetivo, planear la destitución de las autoridades españolas, acusadas de afrancesamiento. Estuvieron Juan de Salinas y Zenitagoya; el Coronel de Milicias Nicolás de la Peña Maldonado, nieto del sabio geógrafo riobambeño, don Pedro Vicente Maldonado; el doctor Manuel Rodríguez de Quiroga, Vicerrector de la universidad; el doctor José Riofrío, y el doctor Juan de Dios Morales, profesor de Derecho Civil.
A todos los recibió Juan Pío Montúfar, pues él había convocado ese cónclave. De esa reunión salió la libertad de América. Cuidadosamente se elaboró un plan hipotético de gobierno, sobre unas bases planteadas por Juan Salinas. Las autoridades españolas serían depuestas y se escribiría a Cuenca, Guayaquil, Pasto, Popayán, Cali, Cartagena, Bogotá, Caracas, Lima y Chuquisaca (Bolivia), pidiéndoles secundar la acción. Se procedería con todo sigilo.
Cuando se diese el golpe, se nombrarían autoridades criollas, que gobernarían al comienzo en nombre de Fernando VII, entonces prisionero de Napoleón. Se pediría al Rey que viniese a gobernar en América, y si esto no fuera posible, en realidad no lo era, se proclamaría sin más la independencia.
Ninguno de los conjurados, al despedirse, sabía lo que les reservaba el destino. En marzo de 1809 cayeron presos, pero luego recobraron la libertad, y lejos de escarmentar con esa primera dificultad, todos trataron más bien de acelerar la revolución.
LA REVOLUCIÓN DE QUITO: 9 Y 10 DE AGOSTO DE 1809.
El plan preparado en Chillo, consistía en tomar los cuarteles, apresar a las autoridades españolas, deponerlas y constituir un nuevo gobierno, elegido por el pueblo "para establecer una república organizada", "la primera que debería gobernarse por sí misma" en América. El sitio donde debían reunirse los involucrados fue acordado con escrupulosa deliberación, escogiéndose la casa parroquial de El Sagrario, tanto porque el presbítero Gástelo formaba parte de los clérigos revolucionarios, como también, porque doña Manuela Cañizares habitaba allí y ofrecía valerosamente su concurso para disfrazar, con un pretexto social, la reunión de los conspiradores.
Esa casa ubicada a 50 metros del Cuartel “Real de Lima”, donde se encontraban las tropas, y al palacio de gobierno, donde residía el Presidente Ruiz de Castilla, ambos objetivos inmediatos del golpe proyectado.
El momento de ejecutarlo, también fue materia de discrepancia. Se escogió la noche del 9 al 10 de agosto por razones de orden simbólico-doctrinario y por motivaciones prácticas. Entre aquéllas estaba la circunstancia de que "el día de San Lorenzo", que era el 10 de agosto, tenía en la conciencia hispánica un claro sentido antifrancés, pues recordaba el triunfo español en la batalla de San Quintín, motivación de enorme actualidad por la invasión napoleónica en España y por el hecho de que las autoridades de Quito eran acusadas de afrancesamiento; pero tenía también aquella fecha otra sugestiva vinculación: recordaba el asalto del pueblo de París al Palacio de las Tullerías, en 1792, la destitución de la autoridad monárquica y la proclamación de la soberanía popular. Los documentos quiteños mencionarán claramente que el pueblo reasume la soberanía. La motivación práctica de la fecha era la facilidad con que se podía encubrir la reunión con un pretexto social.
En efecto, el motivo de la concurrencia, en caso de investigación, era celebrar el onomástico de Lorenzo Romero, congregándose los amigos en torno al buen chocolate y las mistelas dispuestas en el salón de Manuela Cañizares, donde se reunían con frecuencia los profesores de la Universidad de Santo Tomás de Aquino, ubicada calle de por medio, y los magistrados y empleados de la Audiencia, situada a media cuadra. De la reunión, en realidad, debía surgir el cumplimiento del plan trazado, particularmente el arriesgado asalto al cuartel y la prisión de las autoridades.
Se contaba con medio centenar de personas, entre los que debían concurrir lógicamente estaban, los inmediatos parientes y amigos de los Romero (todos comprometidos en la causa), los dirigentes, revolucionarios y los principales miembros del futuro gobierno. Hoy sabemos con exactitud los nombres de unos 45 de los asistentes a la histórica reunión.
Para las 23:00 horas del 9 de agosto de 1809, estaba planificada la reunión, pero algunos comenzaron a llegar desde las veinte horas. En el zaguán, tras del portón, se había apostado un centinela, espada en mano. Se identificaba a los comprometidos, se les hacía jurar riguroso secreto, so pena de la vida si decían palabra de cuanto viesen u oyesen o si desistían de la empresa.
El doctor Juan de Dios Morales, en plena reunión, pronunció una impetuosa arenga, luego el doctor Manuel Rodríguez de Quiroga propuso la formación de la Suprema Junta de Gobierno, del Senado para la administración de Justicia y del nuevo Ejército, denominado "Falange de Quito", todo ello mencionado en el proyecto de constitución que se leyó. Todo fue aprobado por aclamación. A la una de la madrugada del día 10 se envió a Manuel Ángulo, con un mensaje para el Marqués de Selva Alegre, elegido presidente y que esperaba noticias en su hacienda de Sangolquí. Luego se designaron las otras comisiones y el quehacer inmediato.
A las tres de la madrugada salió Salinas con un grupo de milicianos para tomar el Cuartel Real, y se envió otra comisión para ganar la caballería. Salinas arengó a las tropas y éstas se pronunciaron unánimemente por el nuevo orden. Agentes especiales ya habían hecho una subrepticia labor de adoctrinamiento y habían logrado adhesiones previas. Mientras estos hechos acontecían, el resto de los comprometidos esperaba, y algunos, en un momento de temor, intentaron escapar. Manuela Cañizares se puso entonces varonilmente a la puerta, impidiéndoles salir e incluso increpándoles. El doctor Quiroga tranquilizó a todos y les pidió orar una Salve, coreada devotamente. A poco llegaron las buenas noticias, lo que motivó gritos de júbilo.
Presumiéndose que el Marqués de Selva Alegre había firmado el primer decreto revolucionario, a las cinco de la mañana se cambió la guardia del palacio y el doctor Antonio Ante salió a notificar al Conde Ruiz de Castilla su prisión, deposición del mando e incomunicación en su propia habitación. Diversos comisionados salieron a su vez a prender a los otros seis españoles que ejercían autoridad, los cuales fueron conducidos a los cuarteles.
A las seis de la mañana repicaron las campanas. El cañón del Panecillo comenzó a disparar una salva cada cuarto de hora, con orden de hacerlo hasta las diecisiete horas. El pueblo salió a las calles, alborotado y novelero, pero los partidarios de la monarquía se recluyeron en sus casas. A las veinte horas, las tropas salieron en desfile, a tambor batiente, para leer, de barrio en barrio, las proclamas revolucionarias legalizadas por el doctor Morales, Ministro de Estado, Guerra y Negocios Extranjeros y Superintendente General de Correos", documento saludado por la multitud con aplausos.
En horas de la tarde, hizo su entrada triunfal en la ciudad, Su Alteza Serenísima el Marqués de Selva Alegre, don Juan Pío Montúfar, Presidente de la Suprema Junta Gubernativa de Quito. Todo el gobierno salió a recibirle. El pueblo le acompañó multitudinariamente hasta la casa. La nueva autoridad repartió puñados de monedas de oro y plata. Los cañones pedreros dispararon triple salva, y a las diecinueve horas se encendieron luminarias en calles y plazas. Una retreta ofreció aires marciales y tonadas populares, así como una que otra partitura clásica, contribuyendo de este modo al regocijo del gentío que atestaba la Plaza Grande. A las veintiún horas, mientras el Coronel Salinas, en cumplimiento del indulto general dictado por el nuevo gobierno, ponía en libertad a todos los reos mantenidos en prisión desde tiempo atrás, porque "en ese día de libertad todas las cadenas quedaban rotas", las campanas de todas las iglesias volvieron a echarse a vuelo para declarar cerrada aquella jornada de gloria, cumplida felizmente sin derramamiento de sangre.
EUFORIA Y AGONÍA DE LA JUNTA SOBERANA DE QUITO
La constitución del nuevo gobierno, bajo el nombre de "Junta Soberana", con tratamiento de "majestad", fue comunicado a las provincias y a los Virreyes de Santa Fe y de Lima, así como a los Cabildos de América y a los distintos corresponsales. La noticia causó conmoción, ya era la primera vez que la "Soberanía" y la "Majestad" dejaban de atribuirse al Rey en Hispanoamérica.
"Pueblos de América, favoreced nuestros designios, seamos unos"..., decían las proclamas de la Junta, iniciando así una corriente de unidad americanista que se proponía captar al resto del continente: El golpe de Quito tenía, en efecto, alcances mayores que los de un simple pronunciamiento local. El doctor Quiroga, en un discurso, llegó a ponderar las ventajas de un "gobierno nacional" y el propio Montúfar, en carta al Municipio de Pasto, hablaba del "evento de una total independencia".
El nuevo gobierno era, por cierto, íntegramente americano, ni un solo español aparecía en cargo alguno. En realidad, la Junta Suprema constituida en Quito era un gran cuerpo colegiado que venía a sustituir al Rey. Eso explica el tratamiento de "Majestad" y la adjudicación, como atributo, de la "Soberanía". Si aún tres años después, cuando ocurrió lo mismo en las Cortes de Cádiz, tal cosa escandalizó en la Península, imagínese cuánto mayor debió ser el escándalo en Quito. La Junta recibió, indistintamente, según los documentos de la época, los nombres equivalentes de "Junta Soberana", "Junta Gubernativa" o "Suprema Junta Gubernativa del Reino de Quito".
Por ostentar en sí la soberanía, la Junta, si bien una en el mando, estaba dividida de hecho en tres ramas, que venían a constituir algo así como los tres poderes de un Estado Republicano. El Ejecutivo, cuyo órgano era el propio Presidente de la Junta, asistido de tres Ministros Secretarios de Estado, uno para Negocios Extranjeros y Guerra, el doctor Morales; otro para Gracia y Justicia, el doctor Quiroga, y el tercero para Hacienda, don Juan Larrea; el Representativo, constituido por nueve representantes elegidos por los Diputados del pueblo, y el Judicial, constituido por el Senado, formado por dos salas, una para lo civil y otra para lo criminal, cada una integrada por cinco senadores, nombre asignado a los jueces, uno de los cuales debía presidirlas. Se llamaría Gobernador al de la sala civil, y Regente, al de la criminal; además, en cada una había un decano elegido entre sus miembros. El Senado de Justicia recibiría el tratamiento de "Alteza", y su organización debía completarse con un Fiscal, un Alguacil Mayor de Corte y un Protector General de Indios con honores de Senador.
Este gran cuerpo colegiado, que en sus deliberaciones encarnaba la majestad soberana del pueblo y a cuyo Presidente se daba el trato de "Serenísimo Señor", tenía una especie de coordinador, el Secretario Particular de la Junta, con tratamiento de "Señoría".
Para hacer valer su autoridad dispondría del auxilio de la Fuerza Pública, constituida por la "Falange de Quito", también llamada "Falange de Fernando VII", con tres Batallones, 25 Compañías en total, cada una con 80 plazas, al mando del Coronel Juan Salinas, también con tratamiento de "Señoría".
Todas estas designaciones, los nuevos nombres dados a las funciones, la creación de Ejército propio y, en especial, la del Ministerio de Asuntos Exteriores, así como la fundación de la Orden de San Lorenzo, revelaban el afán de soberanía política del primer movimiento revolucionario de Hispanoamérica. Según el eminente chileno Francisco Antonio Encina, "La Revolución de Quito, se caracterizó no sólo por el repudio de la demagogia y por la ausencia de móviles locales bastardos, sino también por la firmeza y claridad de la ideología que la informó."
Miles de firmas habían respaldado, el pronunciamiento de Quito, a partir del 10 de agosto. El día 16 de agosto tuvo lugar, en la sala capitular de San Agustín, la solemne proclamación de la Junta, con asistencia de autoridades civiles y religiosas, de los cabildos eclesiástico y municipal y clero secular y regular, y en la catedral, al día siguiente, se tomó el juramento a las nuevas autoridades. Aunque en todos esos actos el nombre de Fernando VII fue utilizado para disimular los verdaderos propósitos de la Junta, no se engañó a nadie. Dentro de la propia presidencia, las ciudades de Pasto, Guayaquil y Cuenca se aprestaron a resistir por las armas a los revolucionarios.
Particular actuación contrarrevolucionaria tuvieron, en Cuenca, el Gobernador Melchor de Aymerich y el Obispo Andrés Quintián Ponte, en contraste con el Obispo José Cuero y Caicedo de Quito, y en Guayaquil, el Gobernador Bartolomé Cucalón y Sotomayor, adoptó severas medidas de represalia. Se ordenó a Francisco Baquero, en Bodegas (Babahoyo), que apresara a todos los quiteños que bajaran de la Sierra, como en efecto se hizo, con secuestro y remate de todos sus bienes, que se les condujera a Guayaquil con grilletes y que se les encerrara en mazmorras. Rigor especial se tuvo con los presos enviados por Aymerich desde Cuenca, a los que encerró con cepos y grilletes, al extremo de que uno de ellos, Joaquín Tobar, Interventor de Correos de Cuenca, murió "con los grilletes puestos".
Se remitieron cartas insultantes al Marqués de Selva Alegre, ataques al Obispo de Quito, informes a Lima y a España contrarios a la Junta Soberana; vigilancia especial en los declives de la cordillera para impedir posibles avances quiteños; prisión, en Zapotal, de Juan Ponce y Agustín Revolleda, Agentes de la Junta de Quito, que fueron llevados a Guayaquil por Sebastián Fuga y Juan Fálquez, amarrados en una canoa; y prisión, de fray Pedro Vallejo, Coadjutor de Zapotal, que también se suponía partidario de los revolucionarios.
Estas medidas, así como el envío de tropas desde el Norte (de Panamá, Bogotá, Popayán, Pasto y Barbacoas) y desde el Sur (de Lima, Guayaquil y Cuenca), el bloqueo de la costa por parte del Virrey del Perú, General José Fernando Abascal y Sousa, Marqués de la Concordia, era esta la difícil situación de Quito, asediada por estas fuerzas, sin sal, sin armas suficientes y sin pertrechos, originaron el debilitamiento de la Junta. Ante la invasión de las tropas realistas procedentes del Norte, apenas se pudo oponer tropas bisoñas, que prontamente fueron derrotadas en Guáytara y Zapuyes.
No quedó otro remedio que pactar con el antiguo Presidente de la Audiencia, quien ofreció no tomar ninguna represalia. Montúfar exigió, para dar su conformidad a la rendición, que se impusiera condiciones a Ruiz de Castilla. Este las aceptó y la revolución fue sofocada. Las tropas realistas del Norte, al mando de los Comandantes Dupret y Alderete, y las del Sur, al mando del General Manuel Arredondo, entraron en Quito. Poco antes, Juan Pío Montúfar, en su desesperación, al mismo tiempo que había escrito al Virrey del Perú tratando de paliar responsabilidades, se había dirigido por medio de Stevenson, nombrado Gobernador de Esmeraldas, "al Capitán de cualquier buque inglés", pidiendo "al Gabinete de San James y al augusto monarca de los mares", "como Presidente y a nombre de la Junta Suprema Gubernativa, armas y municiones de guerra que necesitamos, principalmente fusiles y sables... Apetece íntimamente esta Suprema Junta la más estrecha unión y alianza con su inmortal nación y la tranquilidad de nuestro comercio con ella".
Ya con el apoyo de las armas y por presiones de Arredondo y de Arechaga, el Presidente Urriez faltó a su palabra de honor y empezó la represión. En diciembre de 1809 todo estaba aparentemente igual que en julio de este año, inmediatamente antes del golpe revolucionario. Pero ¿estaba realmente igual? Un crecido número de tropas realistas, peruanas y neo granadinas, ocupaban la ciudad y actuaban "manu militari"; gran cantidad de presos, aherrojados, en el Cuartel Real y en el presidio urbano, eran prueba palpable del perjurio de Ruiz de Castilla y de la saña de Arredondo, el amanerado jefe de los zambos de Lima, y muchos patriotas andaban prófugos, inclusive en el Oriente, cuyas selvas quizás juzgaron el único lugar propicio para ocultarse.
EL PROCESO PENAL A LOS REVOLUCIONARIOS.
Las repuestas de las autoridades, dando más impulso a la venganza que a la justicia, extremaron los medios de incorporar el proceso penal por los acontecimientos del 10 de agosto. Trataron de hacer méritos ante las autoridades superiores y se ensañaron con los prisioneros. Procuraron complicarlos, desprestigiarlos, abatirlos, con tanta más saña cuanto más alta era la categoría social del procesado. Y como de por medio hubo un compromiso quebrantado, el del Conde Ruiz de Castilla, de no abrir sumarios por aquellos acontecimientos, la saña fue mayor. Los patriotas eran interrogados por el Oidor Fuertes y Amar, enemigo declarado de ellos; actuaba como fiscal Arechaga, que en el primer proceso por la conspiración de 1808 había sido acusado ante el Rey de benignidad con los revolucionarios y trataba ahora de demostrar, ante la faz del mundo, su rigor. Se les acusaba de un crimen de "lesa majestad" y se les había instaurado una "causa de Estado", que eran los peores crímenes en la organización monárquica española, penados entonces con la muerte.
Desde el primer momento quedaron incomunicados, con centinelas a la vista, presos con grilletes y en mazmorras humillantes. Las irregularidades del proceso fueron grandes, el propio Obispo José Cuero y Caicedo las denunció con rigor, primero en carta al Conde Ruiz de Castilla, después en otra carta al Virrey de Bogotá. El terror no dejó de abrir sus brechas, muchas flaquezas, humanas por cierto, aparecen en el proceso y a veces no pocas claudicaciones.
Las declaraciones son contradictorias. Todos parecen más fieles al Rey que el propio Fernando VII, cada cual da excusas, en ocasiones ingenuas, excusas diferentes, excusas adecuadas a la mentalidad de cada uno de los miembros de ese grupo múltiple de encausados. Pero no siempre salen a la luz de los procesos las humanas debilidades, algunas probablemente ciertas, otras falseadas por la situación, por la psicología del momento, por la angustia, por el rigor, por el afán morboso de las autoridades de hundir a todo trance a los comprometidos; aparecen también heroísmos, actitudes gallardas, hidalguía. En resumidas cuentas se quería encontrar, fuera como fuera, pruebas suficientes para poder castigar a los conspiradores con la muerte o con presidio de por vida.
En 1810, el Provisor del Obispado, doctor Manuel José Caicedo, patriota y héroe que terminó desterrado por diez años en las islas Filipinas, informa sobre las irregularidades en el levantamiento del proceso, se suprimía arbitrariamente todo lo que interesaba a la vindicación de los presos; se cambiaban las confesiones; las excepciones eran rechazadas; se denegaban los documentos llenos de entereza; se aceptaban los que menoscababan la dignidad de los comprometidos; se intrigaba; se les incomunicaba; se les torturaba física y moralmente. "Se repelían las defensas enérgicas y se aceptaban las tímidas y flojas".
Fue un juicio que en cualquier tribunal del mundo, antiguo o moderno, sería refutado nulo. "Las injusticias se pueden contar por sus páginas y aún por sus líneas", termina el sabio y secretario y sobrino del Obispo José Cuero y Caicedo.
Terminada la indagatoria, el doctor Tomás de Arechaga, fiscal antes cohechado y ahora implacable, emitió su acusación, pidiendo la pena de muerte para 40 de los principales dirigentes, así como para 32 de los 160 soldados de la guarnición que sirvieron a la Junta la noche del 10 de agosto, los cuales debían ser sorteados, uno de cada cinco; pidió también penas de presidio para casi 50 comprometidos más, aparte de confiscaciones y otras sanciones de toda índole.
La angustia y la zozobra producidas en la ciudad por el quebrantamiento de la palabra empeñada por el Presidente Urriez se acrecentó sin límites al conocerse la acusación fiscal. Pedir la ejecución de 72 personas en el Quito de 1809, con menos de 30.000 habitantes, era algo inaudito, que estremecía la conciencia de todos sus habitantes. Parientes y amigos de los procesados, incluso algunos que antes se habían manifestado indecisos, empezaron de nuevo a conspirar. Por fortuna algunos presos lograron huir, por ejemplo el cura Juan Pablo Espejo, hermano del precursor y don Pedro Montúfar, hermano del Marqués de Selva Alegre.
EL TRÁGICO 2 DE AGOSTO DE 1810
Fue entonces cuando se recibió en Quito la noticia del arribo del Coronel Carlos Montúfar, hijo de Juan Pío, designado Comisionado Regio por la Junta Central. Frente a la alegría que la nueva causó a los procesados, una sorda preocupación apareció en las autoridades realistas, que, al mismo tiempo que enviaban el proceso a Bogotá, para que decidiera el Virrey, disponían rigurosas medidas contra los prisioneros y se planteaban incluso su eliminación.
Los patriotas, por su parte, angustiados por el cariz que tomaban los acontecimientos, organizaban clandestinamente diversos grupos de fuerzas urbanas y rurales, tanto para respaldar la llegada de Carlos Montúfar, si esto ocurría pronto, como para rescatar, en un acto de audacia sumamente peligroso, a los presos amenazados de muerte. Esta actitud patriota favoreció, empero, a los perversos jefes realistas, Arechaga y Arredondo, que manejaban a su gusto al incapaz y valetudinario Ruiz de Castilla. Fue entonces cuando la camarilla gobernante recurrió al expediente de infiltrar agentes provocadores en un grupo de extremistas patriotas. Tal estado de cosas culminó en sangre el trágico 2 de agosto de 1810.
Aquel día, a la una y media de la tarde, un grupo de patriotas comprometidos asaltó con éxito el presidio del Carmen Bajo y libertó a la mayoría de los soldados. A la una y cuarenta y cinco minutos de la madrugada asaltaron el Cuartel Real, donde se hallaban presos los dirigentes.
Imaginemos uno de los calabozos del piso alto. En él ha estado preso durante ocho largos meses el doctor Manuel Rodríguez de Quiroga, a veces con grilletes, que penden de las paredes. Este día han venido a visitarle, trayéndole la comida, sus dos hijas, acompañadas de una sirviente de raza negra que se halla encinta. El grupo familiar se encuentra reunido, las niñas viendo almorzar a su padre, cuando ocurren los acontecimientos.
Camilo Henriquez, relata en su drama “La Camila”, ó “la Patriota de Sud - América”, publicada en 1817 en Buenos Aires: “…Consta, por todo género de documentos, que en la primera subyugación de Quito, algunos soldados ebrios del presidio se amotinaron y mataron al capitán Galup de las tropas de Lima.
Al instante, su hijo, oficial de la guardia que custodiaba á los patriotas presos, abrió los calabozos y mandó a asesinar á diecisiete personas, casi todas respetables. Tales eran don Juan Salinas, el cura Riofrío, el doctor Morales, secretario del señor Carondelet; el doctor Quiroga y otros. Sólo escapó con vida el padre Castelo. En seguida las tropas limeñas se esparcieron por la ciudad saqueando y asesinando. Se aseguró, que cerca de quinientas personas fueron asesinadas, entre ellas el amable canónigo Batallas, conocido en Chile. Los magistrados y los jefes miraban los crímenes con fría indiferencia. El furor parecía interminable; hasta que el venerable obispo Cuero y Caicedo, obtuvo con sus lágrimas la vida de la desgraciada ciudad. Esta quedó en luto y en una confusión espantosa. Muchas señoras, muchas familias ilustres, huyeron á pie á los montes. Por muchos días no se supo con certidumbre quiénes y cuantos habían perecido. La migración continuó y apenas había quién se atreviese a volver, con las experiencias de las anteriores perfidias”.
Ruido de armas en la entrada del cuartel, voces angustiosas de lucha, los primeros gritos de dolor, pasos precipitados en los corredores, cerrojos que se abren o cierran, la voz del Capitán Galup que grita: "¡Fuego a los presos!" y, acto continuo, un alarido de dolor del mismo jefe, un cañonazo, y disparos de fusil, gritos de angustia y de súplica.
Ante esta vertiginosa sucesión de acontecimientos, apenas tiene tiempo el doctor Quiroga de ponerse de pie, buscando donde ocultar a sus hijas, cuando un grupo de soldados entra violentamente en el calabozo. Al verles, la fiel negra se postra, con las manos juntas, a rogarles por la vida de su amo; pero uno de ellos, bárbaro y brutal, alza el brazo y descarga un sablazo certero sobre la infeliz, que se desmorona desangrándose.
Las dos niñas se interponen entre los sicarios y su padre, pero el Cadete Jaramillo, que los comandaba, de un empellón deshace esa inerme barrera y avanza sobre Quiroga, el sable en alto, ordenándole a voz en cuello: "¡Grita vivan los limeños!" Quiroga lo mira de hito en hito, erguido como un roble: "¡Viva la religión! ¡Viva la fe católica!", contesta, para asegurarse así la absolución de los mártires. Al punto cae sobre Quiroga el arma homicida, con la cabeza malherida y desangrándose, alcanza a dar algunos pasos en dirección a la puerta, clamando: "¡Confesión! ¡Confesión!", pero uno de los Sayones que acompaña al Cadete Jaramillo, no menos feroz que éste, levanta su fusil y, a quemarropa, le dispara atravesándole el cráneo de un balazo.
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Y así como aquel, murieron, el 2 de agosto de 1810: Salinas, Morales, Riofrío, Arenas, Larrea, Aguilera, Olea, Villalobos, Cajías, Meló, Peña, Ascázubi y veinte dirigentes más. La lucha se generalizó en las calles por varias horas y, al caer la tarde, las víctimas de la tragedia sumaban 300. Sólo la valerosa actuación del Obispo José Cuero y Caicedo logró detener la matanza. Así se quiso exterminar la revolución quiteña, a sangre y fuego. Mas la sangre de los mártires es semilla fructífera. La matanza del 2 de agosto de 1810 conmovió a la América toda y pronto, de un confín a otro, la bandera de la libertad comenzó a triunfar.
EL DESENLACE DE LA REVOLUCIÓN DE QUITO (1810-1812)
Carlos Montúfar no pudo llegar a Quito a tiempo para impedir el sangriento suceso. Pero una vez en esta ciudad, restauró una nueva Junta de Gobierno, bajo la Presidencia de Ruiz de Castilla y la Vicepresidencia de su padre, Juan Pío Montúfar. Pronto renunció el Conde Ruiz de Castilla a su cargo y la Presidencia fue desempeñada entonces por el Obispo José Cuero y Caicedo. El problema inmediato fue el de organizar la resistencia, tarea encomendada al Coronel Montúfar, que logró obtener algunas victorias por el Sur, aproximándose a Cuenca.
La reacción española no se hizo esperar, el Virrey Abascal envió, desde Lima, al General Toribio Montes con un fuerte Ejército regular. Quito se aprestó para la defensa, acaudillado por el propio Obispo: "Joseph, por la gracia de Dios, Obispo y por la voluntad de los pueblos Presidente del Estado de Quito", así era la manera de firmar del octogenario obispo. Poco antes se había reunido el primer Congreso Constituyente, que el 11 de diciembre de 1811 proclamó solemnemente la independencia, y el 15 de febrero de 1812 aprobó una nueva constitución política del Estado de Quito.
Sin embargo, a pesar de las victorias alcanzadas en el Sur y de la toma de Pasto en el Norte, la acometida de las tropas realistas, formadas por soldados veteranos, fue tremenda. Para colmo de males, hubo divisiones intestinas entre los patriotas, por rivalidades entre influyentes familias del reino y, quizás, por divergencias doctrinarias entre embrionarios grupos políticos. En la angustia provocada por la presión realista, los patriotas perdieron la serenidad y extremaron las medidas; hubo venganzas, excesos y abusos. Ruiz de Castilla fue acuchillado y arrastrado por las turbas, a consecuencia de lo cual murió. El Oidor Fuertes y Amar fue ahorcado sin fórmula de juicio. Don Pedro Calixto Muñoz y su hijo Nicolás, criollos monárquicos, jefes de la reacción españolista en 1809, fueron sumariamente condenados a muerte, sin derecho a defensa, por un tribunal ad-hoc, habiendo afrontado con espartano valor el paredón de fusilamiento.
El 8 de noviembre de 1812, tras varias batallas, Montes conquistó Quito a sangre y fuego. La población había evacuado la ciudad: hombres, mujeres, niños y ancianos, y a la cabeza de todos el Obispo José Cuero y Caicedo, en impresionante éxodo, se dirigieron hacia el Norte. El 27 del mismo mes, en San Antonio de Ibarra se dio el último combate, y el 1 de diciembre cayó Ibarra. La represión fue tremenda. El Coronel Francisco García Calderón, padre del “Héroe Niño”, uno de los jefes, fue fusilado en unión de numerosos oficiales, por orden del cruel Coronel Samano.
Carlos Montúfar logró huir, pero apresado al fin, fue enviado a Panamá, de donde volvió a escapar a Nueva Granada. Más tarde combatió a las órdenes de Bolívar, con quien entró en Bogotá. Enviado al Sur, en dirección a Pasto, tomó parte en el victorioso combate de El Palo, ya con el grado de General, pero fue derrotado en la Cuchilla de Tambo. Prisionero otra vez, fue llevado a Buga y fusilado en 1816. El General Carlos Montúfar es, sin duda, la figura militar propia más importante de la independencia ecuatoriana.
En cuanto al Obispo Cuero y Caicedo, Montes declaró la diócesis, en "sede vacante", se le confiscaron su biblioteca y sus escasos bienes y fue luego confinado, muriendo en Lima, viejo y pobre, pocos años después. El Marqués de Selva Alegre, que había renunciado al título, fue primero confinado a Loja, cargado de grilletes, enviado a Cádiz, bajo partida de registro y condenado a exilio perpetuo; no tardó en morir. No quedó dirigente sin recibir un terrible castigo. Montes los juzgó a todos, y cuando sólo así creyó paqueada la antigua Audiencia, indultó a los que no habían sido aún castigados, es decir, a casi nadie. Numerosos jefes de la revolución fueron desterrados a Manila, a Ceuta, a La Habana, a Puerto Rico y a otras fortalezas y prisiones del imperio español. El cura Juan Pablo Espejo, hermano del precursor, fue confinado en el Cuzco.
Así terminó, en medio de las más terribles medidas represivas, la revolución de Quito. La "Junta Soberana" había durado 80 días; la segunda Junta de Gobierno, que proclamó el Estado de Quito, algo más de dos años: del 22 de septiembre de 1810 al 1 de diciembre de 1812. Casi diez años después, el 24 de mayo de 1822, el General Sucre vencía, en la Batalla del Pichincha, a las fuerzas realistas. Cuando Bolívar entró triunfante en la martirizada ciudad reconoció, emocionado, que era la primogénita de la libertad.
INFLUENCIA DEL 10 DE AGOSTO DE 1809 EN AMÉRICA
La influencia del 10 de agosto de 1809, el más original de todos los movimientos criollos por la independencia, fue enorme en toda América. De una forma esquemática, diremos que produjo los siguientes electos:
1. Dio lugar a que Emparán, Capitán General de Venezuela, prohibiese con pena de muerte la circulación de impresos procedentes de Quito, lo cual originó el rechazo de los patriotas caraqueños, que activaron su propia conspiración;
2. Motivó un edicto del Santo Oficio de la Inquisición, en Santa Fe de Bogotá, el 24 de diciembre de 1809, excomulgando a quienes tuviesen o leyesen proclamas, cartas o papeles de Quito;
3. Originó la designación de comisionados regios en las personas de los quiteños don Antonio de Villavicencio, que tanto influyó en la formación de la Junta de Gobierno de Cartagena, y luego en toda la independencia de Nueva Granada, y don Carlos Montúfar; los dos tuvieron participación directa en la constitución de la Junta de Caracas el 19 de abril de 1810;
4. Provocó la formación de la Junta de Santa Fe de Bogotá, el 20 de julio de 1810, por parte de los mismos hombres que habían defendido a Quito ante el Virrey al conocer las noticias de los sucesos de 1809;
5. Agitó los ánimos y provocó discusiones en Pasto, Popayán, Cali y Cartagena;
6. Influyó en la formación de la Junta de Santiago de Chile, el 18 de septiembre de 1810;
7. Inspiró la frustrada conspiración del abogado Mateo Silva, en Lima;
8. Provocó la reunión de vecinos de Turicato, en Michoacán, México, para “platicar y conocer las cosas de Quito”, lo cual fue un estímulo para que después saliesen de este pueblo contingentes nutridos para apoyar al cura Hidalgo;
9. Determinó la participación activa en la política del prócer chileno fray Camilo Henríquez, que se hallaba en esa época en Quito, protegido por el Obispo José Cuero y Caicedo;
10. Determinó la actuación política del notable hombre público peruano don Santiago Távara, entonces estudiante en Quito;
11. Contribuyó a la tardía declaración de las Cortes de Cádiz sobre la igualdad entre españoles y americanos, gracias a una publicación de los sucesos de Quito realizada en el periódico “El Espectador Sevillano”; y,
12. Galvanizó el ánimo de los patriotas de todo el continente, que reaccionaron indignados ante la matanza del 2 de agosto.
En efecto, la influencia del 2 de agosto de 1810 en toda Hispanoamérica fue grande:
a) El 22 de Octubre de 1810, en Caracas, cuando llegaron las noticias, se produjo un motín, al mando de José Félix Ribas, pidiendo la expulsión de los españoles. Se celebraron solemnes honras fúnebres por los patriotas quiteños fallecidos, y los poetas Sata y Bussy, García de Sena y Vicente Salías les dedicaron sentidos versos; los ritos fúnebres fueron oficiados en la iglesia de Altamira, y se costearon por suscripción popular; en un catafalco se puso esta leyenda: "Para apiadar al Altísimo irritado por los crímenes cometidos en Quito contra la inocencia americana ofrecen este holocausto el gobierno y el pueblo de Caracas";
b) En Bogotá, el sabio Caldas protestó por los hechos en su periódico “Diario Político”. El doctor Miguel Pombo hizo derramar lágrimas a la multitud con su famoso discurso sobre los mártires de Quito, "el pueblo que primero levantó su cabeza para reclamar su libertad". Los cuarteles fueron abiertos para recibir voluntarios y pronto se llenaron de jóvenes que querían vengar la matanza de Quito. La Suprema Junta Gubernativa dirigió una exhortación patriótica al pueblo de Bogotá, expresó su solidaridad al Cabildo de Quito y amenazó con represalias al Conde Ruiz de Castilla. Fueron varios los periódicos de la época que se refirieron a esta tragedia;
c) En Chile, el padre Camilo Henríquez, angustiado por la muerte de sus amigos quiteños, escribió un drama, que tuvo gran divulgación, bajo el título de “La Camila” o “La Patriota de Sud - América”, del cual también se hicieron diversas ediciones en Buenos Aires;
d) El 2 de agosto influyó, además, en una intentona contrarrevolucionaria del Coronel Tomás de Figueroa, en Santiago, contra el gobierno patriota. El motín realista fracasó el día 1 de abril de 1811.
e) En las Cortes de Cádiz el asunto motivó discusiones y la intervención en defensa de Quito del doctor José Mejía Lequerica, frente a cuyos embates el Presidente Molina se vio obligado a dar explicaciones.
f) Por su parte, las autoridades de Valparaíso, ante la tragedia del 2 de agosto, ordenaron que en el faro del puerto se colocase una lápida en homenaje a Quito, "Luz de América", nombre del que, desde entonces, se ufana la ciudad.
g) Bolívar, al fundamentar su declaración de guerra a muerte en el famoso "Manifiesto a las Naciones del Mundo", suscrito en Valencia el 20 de septiembre de 1813, dice: "En los muros sangrientos de Quito fue donde España, la primera, despedazó los derechos de la naturaleza y de las naciones. Desde aquel momento del año 1810, en que corrió sangre de los Quiroga, Salinas, etc., nos armaron con la espada de las represalias para vengar aquéllas sobre todos los españoles...".
h) Por último, hasta hoy recuerda el Himno Nacional de la Argentina la matanza de Quito.
Tal fue "el más dramático de los movimientos revolucionarios de esa época", como lo llama Madariaga; tal su influencia definitiva en los acontecimientos posteriores de la libertad de América.
RELACIÓN HISTÓRICA ECUADOR-ARGENTINA
Las relaciones políticas y diplomáticas entre Ecuador y Argentina tienen su origen desde la iniciación misma del proceso de la Independencia de ambas Naciones. El 10 de Agosto de 1809 tuvo lugar en Quito el Primer Grito de la Independencia de las colonias españolas en América. El 25 de mayo de 1810 se constituyó el primer Gobierno Patrio de la Nación Argentina. El 2 de agosto de 1810 se produjo en Quito el martirio de los patriotas quiteños, asesinados en sus propias celdas por los realistas. El 9 de julio de 1816 se realizó la proclamación oficial de la Independencia de la Nación Argentina. Los patriotas guayaquileños que protagonizaron el movimiento libertario del 9 de Octubre de 1820, que culminó exitosamente, solicitaron el apoyo de los libertadores Simón Bolívar y José de San Martín. El 3 de noviembre de 1820 se concretó la Independencia de Cuenca. Además de los fundamentales batallones y refuerzos venezolanos y colombianos comandados por el General Antonio José de Sucre, la campaña libertaria ecuatoriana recibió el trascendental apoyo del Ejército argentino y del Escuadrón de Granaderos de los Andes, dirigidos por el General Santa Cruz.
Ecuador y Argentina iniciaron sus relaciones diplomáticas pocos años después de concretada la Independencia de España: el 12 de diciembre de 1841 tuvo lugar la apertura recíproca de las legaciones diplomáticas de ambos países. Durante el siglo XIX existieron jefes de Legación en ambos países. Los primeros enviados extraordinarios fueron acreditados en 1894. Los primeros Ministros Plenipotenciarios fueron acreditados en 1903. Las misiones diplomáticas fueron elevadas a la categoría de embajadas en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial.
LA PATRIA HEROICA
Si alguna característica destaca en la historia de la transformación iniciada en Quito el 10 de agosto de 1809, ésta es la de su heroicidad. Patria heroica la que avizoraron aquellos hombres extraordinarios, incluso en medio de sus debilidades y pasiones.
Heroísmo a toda prueba en los momentos de la concepción genial de las nuevas nacionalidades libres, heroísmo en la hora de la lucha, heroísmo en la de la prueba terrible frente a fuerzas mayores, a turbas exaltadas o a pelotones de ejecución.
La “Patria Boba” han llamado los colombianos, con no disimulada ironía, a la época convulsionada que precedió a la libertad definitiva. “Patria Vieja”, le han dicho los chilenos. Gonzalo Zaldumbide, entre nosotros, sugirió, por contraste, la denominación de la “Patria Infante”, que Benjamín Carrión trocó en la “Patria Niña”, sin encontrar la acogida que podía esperarse. Mas al pensar en aquel período terrible, es mejor decir la “Patria Heroica”, porque allí todos fueron héroes: los que la idealizaron y los que perecieron en defensa de ese sueño.
Héroes auténticos fueron Espejo, Morales, Quiroga, Riofrío, Villalobos, Carlos Montúfar. Héroes, éstos, de primera magnitud. Pero héroes también los demás, hasta los que no supieron mantenerse siempre a la altura que hoy quisiéramos que hubiesen estado. Heroísmo, asimismo, en el otro campo: figuras como las de los Calixto y Muñoz, impávidos ante el fusilamiento, serán siempre admirables. Y heroísmo en la mujer: en Manuela Cañizares, en Rosita Montúfar o en María Sáenz, la realista, hermana de aquella otra Manuela que supo ser heroica al lado de Simón Bolívar, como que ambas provenían del mismo cuño, un cuño, por cierto, de chapetonía a ultranza.
Relatar uno por uno aquellos episodios de valor excelso sería reconstruir íntegramente la historia de la época, tarea que está aún por hacer. Mientras, no nos queda sino gloriarnos de aquellos tiempos de siembra fecunda. Nosotros no hemos hecho más que cosechar. "Nos hemos sentado a mesa puesta", dice, con razón, el eximio Gonzalo Zaldumbide. Tenemos que levantar nuestra historia, sin mediatizarla ni desfigurarla, es cierto, y tenemos que encontrar en aquellos varones consulares la raíz positiva, la que originó las mejores esencias de la patria. Porque el Ecuador nació de mucho heroísmo, de un heroísmo enorme, al lado del cual las manchas y vacilaciones probables no hacen sino necesario contraluz para mejor apreciar el resplandor extraordinario que en la historia americana tiene la revolución del 10 de agosto de 1809.
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CONCLUSIONES:
1. La causa inmediata de la independencia hispanoamericana, fue la crisis de la monarquía española, provocada a su vez por la invasión de Napoleón a España (1808). Apenas las noticias de esos acontecimientos fueron llegando a sus oídos, las clases dirigentes quiteñas comenzaron a analizar las diversas y confusas implicaciones de los acontecimientos de España y decidieron que había llegado el momento de tomar el poder en sus propias manos, antes de que Lima o Bogotá tratasen de imponer sus propios intereses.
2. El proceso de Independencia del Ecuador tuvo dos momentos fundamentales. El primero, de la "Revolución Quiteña" (1809-1812), cuando se declaró la independencia. En el segundo (1820-1822) las fuerzas patriotas terminaron imponiéndose. Así es como el 10 de Agosto de 1809 se considera como el de inicio de la independencia de lo que hoy es Ecuador. En Quito, cuando los criollos se rebelaron contra el presidente Ruiz de Castilla, declararon insubsistente el gobierno de la Audiencia, y crearon una Junta de Gobierno. Los diputados barriales que participaron en los sucesos del 10 de Agosto de 1809, suscribieron una acta en la que confirmaban la rebelión y organizaban de manera diferente la administración. En este documento se insinúa también una invitación a otras ciudades para aliarse voluntariamente con el fin de conformar un Gobierno Supremo Interino que represente a Fernando VII, mientras recupere su libertad.
3. Los dirigentes del movimiento de agosto, lejos de ser revolucionarios convencidos, eran conservadores por nacimiento, vocación y convicción. Con algunas excepciones, eran sinceramente realistas y ambiguas. Se atrevieron a dar el golpe ante el peligro de que la prisión de los reyes legítimos culminara en una independencia de facto, por la disolución del imperio. En esa posibilidad, consideraban necesario que Quito se adelantara a organizar su propio espacio, de acuerdo a sus propios intereses. Pero eso no significaba que estuvieran dispuestos a tomar decisiones radicales, como el triunfo de la revolución hubiera exigido.
4. La revolución no contó con el apoyo de las demás provincias. Hubo algunos intentos de respaldarla en Cuenca y Guayaquil, que no tuvieron ningún resultado concreto y que no fueron más que excepciones dentro del rechazo generalizado al movimiento quiteño por parte de las otras regiones de la Audiencia. Guayaquil, Cuenca y Popayán no podían sentir que la Revolución Quiteña las representaba porque ni había sido consultadas por ella ni sus intereses habían sido tomados en cuenta por los patriotas de Quito. Por el contrario, era revolución promovía los intereses de las clases dominantes de la Sierra central, que no siempre coincidían con los de las otras provincias; además, la razón fundamental fue que en Quito estaba la única universidad. Allí se forjaron intelectuales con conceptos de soberanía popular y libertad. Gracias a Quito, las luchas contra el colonialismo luego siguieron en Asia y África.
5. La constitución del nuevo gobierno de Quito, bajo la denominación de la Junta Soberana, fue comunicado a las provincias y a los Virreynatos de Santa Fe y Lima, y a todos los cabildos de América. Esta revolución sacudió los cimientos de la dominación española, a tal punto, que imitando la epopeya de los nobles de Quito en el año de 1810, varias colonias americanas se emanciparon del yugo español, así: Venezuela el 19 de Abril, Argentina el 25 de Mayo, Colombia el 20 de Julio, México el 16 de Septiembre y Chile el 18 de Septiembre de 1810.
6. La insurrección del 10 de Agosto de 1809 fue un movimiento revolucionario de esencia política-jurídica emancipadora. Quito sembró la semilla y América siguió el ejemplo. Era la voz de una colonia oscura que se elevaba en medio de todo un continente que todavía estaba fuertemente encadenado a la Corona de España. Por primera vez en esta fecha se enunció a la soberanía del pueblo, se fraternizó con las clases bajas y por vez primera, ascendía llenos de luz reinvindicadora los derechos del hombre. Las resultantes de las implicaciones políticas, económicas y sociales de los hechos en mención se enriquecen al comprender las formas peculiares y a veces únicas que adoptan los sentimientos de cada pueblo; de hecho la historia es cultura en toda su expresión; pero por sobre todo es interés por mantener vivos todos aquellos valores que hicieron posible una gran nación, libre y soberana.