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jueves, 21 de septiembre de 2023

El maestro Guillermo Ospina Vélez, constructor de casas y promotor de felicidades ajenas (Segundo episodio)

Sara y Guillermo, siempre juntos

Escrito por:
 Alejandro Rutto Martínez

Resumen del episodio anterior: He llegado a la casa del maestro Guillermo y, sólo en ese momento me doy cuenta de un detalle en el que no había pensado…

El detalle consiste en el maestro Ospina y su esposa se encuentran padeciendo algunos quebrantos de salud y preferirían no recibir visitas por esos días. Pero yo estoy ahí, en su casa y ellos sólo tienen la opción de despacharme o de recibirme. Para mi fortuna, ellos escogen la segunda posibilidad.

Antes de mi llegada ocupaban sus sillas de tardear. La de él tiene cojines especiales y pieceros, la de ella en cambio es una mecedora normal. 

Han estado juntos desde que se dieron el sí en la iglesia Nuestra Señora del Carmen de Puerto López, departamento del Meta, en una ceremonia efectuada a finales de los años cincuenta cuando eran muy jóvenes.

Renovación de votos de Guillermo y Sara cuando cumplen 50 años de matrimonio

Una vez que se ha roto el hielo me invitan a entrar a la casa más acogedora y famosa del barrio San Antonio.  En la conversación me entero que   Guillermo Ospina Vélez nació en Ibagué, departamento del Tolima viernes el 13 de septiembre de 1938. Sara nació en Villavicencio el 10 de agosto de 1.940.

Él era un joven trabajador y respetuoso y, además con un espíritu de aventurero heredado de su padre Efraín Ospina Castillo, un constructor andariego que fijaba su lugar de residencia donde quiera que consiguiera un nuevo trabajo y en esto era apoyado por su esposa Tirza Vélez Latorre, una ama de casa experta en animar a su esposo para que siguiera siempre adelante. 

Además, era experta en empacar los trastos cada vez que había necesidad de una nueva mudanza. Era consciente de la necesidad de trabajar duro donde fuera, para poder levantar a la numerosa familia que Dios le había regalado, integrada por su compañero y sus hijos Efraín, Wilson, Alaín, Campo Ignacio, Guillermo, Walkiria, Tirza y Díber.

Guillermo conoció a una joven blanca, esbelta de frondosa cabellera y muy buena conversadora. Se propuso ser su amigo y de la amistad surgió la llama del amor.

Eran muy jóvenes, se enamoraron perdidamente el uno del otro y deseaban casarse cuanto antes, pero debieron esperar algún tiempo porque él se preparaba para comenzar el curso como suboficial del ejército y uno de los requisitos exigidos era el de ser soltero.  La celebración de la boda tendría que esperar un tiempo más.

Guillermo salió adelante en sus estudios, comenzó una brillante carrera en la que ganó varios ascensos hasta obtener el grado de sargento. Era un militar recio, disciplinado y convincente para ganarse el aprecio y el respeto de los soldados a su cargo.

Además, los conocimientos aprendidos al lado de su padre en el arte de la construcción le permitían abrir nuevos espacios en la vida militar, porque en el tiempo libre podía ayudar en obras sociales de las comunidades aledañas, tales como reparar un parque, construir el aula de una escuela, pintar la casa comunal o refaccionar la iglesia en donde escuchaba misa todos los domingos.

Llegó el día en que se sintió preparado para asumir una nueva responsabilidad, así que decidió pedir la mano de Sara. Se vistió con su mejor traje y habló con sus futuros suegros, quienes accedieron sin presentar objeciones. Los padres de Guillermo también dieron el visto bueno.

-         “Me parece bien que te cases, ya estás grandecito y es bueno que tengas tu propia familia”, le dijo doña Tirza.

La hora del matrimonio, por fin había llegado.   La ceremonia se efectuó, como ya dijimos, en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen en Puerto López, Meta. Ella iba ataviada como una princesa extraída de un cuento de hadas y Guillermo vestía a la usanza de los caballeros mejor vestidos del siglo veinte.    Los dos no cabía de felicidad cuando el sacerdote pronunció las consabidas palabras:

-         “Los declaro marido y mujer”

Guillermo recuerda que ese fue el mejor día de su vida, en el que ha recibido el mejor premio y una de las mejores bendiciones que ha podido tener.

A la media noche la pareja desapareció de la fiesta y sus familiares sólo volvieron a saber de ellos una semana después cuando regresaron de la luna de miel.  

Guillermo dejó a Sara en su nueva casa y se reincorporó al batallón una vez terminado el permiso que le habían concedido.

Un día, al regresar a casa, después de los recorridos y tareas de la Jornada Guillermo regresa a casa, en donde Sara lo recibe con una noticia sobre un hecho que les cambiaría la vida para siempre…. (Continuará)

Leer el tercer episodio


martes, 28 de junio de 2022

Conexión inaudita entre un accidente y la iglesia San José

 

Serendipia es una de las más hermosas palabras del idioma español según varias páginas de internet que se han dado a la tarea de elaborar un listado en el que figuran además  melifluo, inefable, etéreo, limerencia, arrebol, iridiscencia, elocuencia, efímero e inmarcesible, entre otras.   

La selección tuvo en cuenta no sólo el significado sino también la sonoridad y la belleza intrínseca contenida en los vocablos.

¿Pero qué es una serendipia?   ¿Y qué tiene que ver con los vitrales de la iglesia San José?

Vamos por partes. En primer lugar, hablemos de ésta fuerte concursante del Miss Universo de las palabras. Primero digamos que al estudiar su origen descubrimos que es un aporte de la literatura al idioma. Se deriva del término inglés serendipity, acuñado por el escritor Horace Walpoleen 1754, quien lo tomó de un cuento tradicional persa llamado “los tres príncipes de Serendip” en el que los héroes, unos príncipes de la isla de Serendip solucionaban sus problemas a través de asombrosas casualidades.

Algunos inventos y descubrimientos científicos fueron obtenidos gracias a una feliz serendipia. Si ustedes se interesan en leer sobre los orígenes de la penicilina o del horno microondas, el teflón y la dinamita, me darán la razón.

Explicado de otra manera, serendipia es una versión sofisticada, estilizada y glamurosa de otras palabras con membresía en el proletariado lexical como chiripa y chiripazo, entre otras.

¿Pero, qué tiene que ver la serendipia con los hermosos vitrales que adornan la parte alta de la Iglesia San José de Maicao?

En primer lugar, quiero contarle que soy un ferviente admirador de la belleza, la arquitectura y la concepción artística que hay alrededor de los templos católicos. Pero debo confesarles, con el debido respeto, que mi preferido es la Iglesia San José de Maicao. Me gustan sus dos hermosas cúpulas color ladrillo, la textura de sus paredes, su acústica sacralizada, su amplio mezzanine, el tañido estentóreo de sus campanarios…pero, sobre todo, sobre todo sus vitrales de la Sagrada Familia, Santa Marta, la muerte de San José, el bautismo de Jesús…

Siempre me pregunté de dónde vinieron los vitrales, quién los trajo, cómo hicieron los sacerdotes y los feligreses para pagar el costo. ¿Sería acaso uno de los tantos aportes de los padres capuchinos?  ¿Habrán traído esas obras de arte de su amada Italia?

Los vitrales son muy costosos y por eso no es frecuente verlos en las iglesias. El padre Jefferson Ariza invirtióuna fortuna, provista por el Padre celestial, en instalar los de la Catedral Nuestra Señora de los Remedios y ahora que los está colocando en la parroquia de El Carmen en Maicao debe pagar trece millones de pesos por cada uno de ellos.

En la Iglesia San José hay más de diez vitrales, lo que significa que, a precios de hoy, la inversión fue bien generosa.

En estos días en que estoy investigando sobre un accidente aéreo relacionado con la historia de Maicao, llegó a mi grabadora una versión muy fuerte sobre el origen de los vitrales.

Según los hermanos Julia y Alberto García y la señora Isolda de Bueno, unos días después del accidente del avión Lokhed Super Constellation L1049 de la empresa venezolana Aeropostal, ocurrido en zona fronteriza entre Maicao y Venezuela, se presentó a la iglesia una señora vestida totalmente de negro quien expresó su voluntad de regalarle al templo lo que más necesitara. Lo hacía como un gesto de agradecimiento con los ciudadanos que colaboraron para rescatar el cuerpo y algunas pertenencias de su hijo fallecido en el siniestro. Dicha señora era la mamá de uno de los pilotos de la aeronave.

En su libreta de apuntes anotó lo que le habían pedido y…unos días después llegaron a Maicao los vitrales solicitados.

La serendipia me permitió descubrir una historia muy bonita sobre el origen de los vitrales, una historia mucho más bonita, por supuesto, que el accidente del avión de Aeropostal, de la cual les escribiré un día de éstos.

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