Capítulo 2: A veces llegan las cartas
Resumen del capítulo anterior: Paulina Díaz está en estando de embarazo avanzado y, al parecer, el largo y duro viaje desde Puerto López hasta Riohacha le ha producido graves consecuencias.
En la mañana del 6 de septiembre se levanta muy adolorida y le cuenta a su familia que ya no resiste más. Quienes la rodeaban comprendieron que la situación era muy delicada, le pidieron a Dios que no fuera muy tarde y se decidieron a actuar.
Corrieron en busca de la comadrona Nieves Deluque quien acudió sin demoras.
- -“Menos mal
me llamaron, porque esta muchacha no aguanta más”, dijo al llegar.
En seguida se dispuso
a hacer su trabajo u pocos minutos después el planeta tierra comenzaba a
escuchar el llanto de un nuevo habitante.
El 6 de septiembre de
1950 Paulina tuvo un buen día: no sólo recuperó su buena salud, sino que, además,
trajo al mundo a su primogénito: un varoncito saludable, vivaracho, tierno y
con ansiedad de alimentarse bien. Paulina era la mamá más feliz del mundo, en
verdad no se cambiaba por nadie, aunque la vida suya cambiaría de manera
radical.
Disfrutaba al máximo de su maternidad, y hacía planes para el futuro. Ya tendría tiempo para pensar en las nuevas exigencias económicas y cambios en los hábitos cotidianos, puesto que no debía pensar solo por ella sino también por su bebé.
Ella sabía que contaba con el apoyo de su
compañero, protector y padre del niño, Julio Elías Palmar Ramírez
Al momento de ser bautizado el niño recibió el nombre de José
Luis Palmar Diaz, crecería entre el mar y el desierto, entre la dina
arena del suelo calcinado por las altas temperaturas y el milenario mar en el
que sus ancestros habían contemplado el vuelo de las gaviotas y el ir y venir
de los cayucos repletos de redes para pescar. Desde muy chico tuvo una hermosa
amistad con la naturaleza.
Pasaba largas horas
frente al mar, le seguía el rastro al vuelo del cardenal guajiro con interés supremo,
miraba los árboles descubiertos de hojas pero protegidos por millares de espinas, se deleitaba al ver a los chivos en
su larga procesión en busca de pastos y de agua; iba a los molinos en donde el
pueblo se reunía para obtener agua de las albercas y dar de beber a los
animales; lo enamoraba el sonido de las aspas cuando el viento las golpeaba de
frente y se oía el roce del hierro contra el hierro; disfrutaba del aroma del campo abierto y de la
libertad propia de las grandes extensiones de tierra a cielo abierto, sin murallas ni paredes
altaneras.
Conversaba a menudo con los mayores, quienes les enseñaron que la lluvia no era sólo agua que descendía de las nubes sino vida y amor, y se quedó sin entender del todo lo que un día le dijo un día le dijo el anciano:
-
"Las
cosas no son ni grandes ni pequeñas, ni altas ni bajitas, todo depende de dónde
estés tú en el momento de mirarlas”
Esta afirmación, aunque
indescifrable en ese momento, sería clave en sus futuros aprendizajes.
José seguía creciendo y
pasó una buena infancia que le trae recuerdos de libertad:
-"Me la pasaba
viajando de Puerto López a Puerto Estrella y de Puerto Estrella a Castilletes. De ahí nos íbamos
para Riohacha donde jugaba todo el día con los amigos”
Lo único que pudo interrumpir su plan viajero fue el comienzo de los estudios de primaria en el colegio Divina Pastora de Riohacha, en donde tuvo como profesores al legendario Luis Alejandro López, autor de la letra de los himnos de La Guajira y Riohacha, y a Jaime Maya, profesor de dibujo.
En el mismo plantel
haría también la secundaria al lado de compañeros como Edgar Brugés, Francisco
Morew, Víctor Arizmendi y Mariano Pérez.
Cierto día llegó al
barrio el cartero de Adpostal, la empresa estatal de correos, quien fue perseguido
sin piedad por los perros de cada calle. El pobre hombre por poco cae de su
bicicleta aturdido por la implacable persecución de los animales. Al fin un
buen samaritano apareció en escena para dispersar a los agresores peludos y
darle un respiro al visitante.
Éste, después de haber
sobrevivido al susto, preguntó:
- "Usted sabe dónde vive por aquí el señor
José Luis Palmar
- "Hermano, le voy a decir dos cosas, la
primera es pedirle perdón por esta catajarria de perros que casi se lo comen con
todo y bicicleta...me da pena usted que viene luchando contra ese enemigo que
es el sol de mediodía…”
-"No se preocupe
mi amigo, estoy acostumbrado a enfrentar el sol y también al peor enemigo del
cartero, que no es el sol sino el perro o más bien los perros... ¿Cuál es la segunda cosa que me iba a decir?
-"La segunda cosa
que le iba a decir es ésta, por aquí no vive ningún José Palmar Díaz, como
usted pregunta”
- ¿Está seguro?
- Bueno, en aquella
casa vive un José Palmar, pero no es un señor, es un pelaito bien chiquito.
El cartero se despidió
de su salvador y se dirigió a la casa indicada con la intención de entregar el
sobre correspondiente.
Registró la tula y sacó
un paquete grande, con estampillas extranjeras, marcado a nombre de José Luis
Palmar Díaz.
Acto seguido llamó a
la puerta. ¿Qué contenía aquel sobre? ¿Qué
noticia recibiría el joven José Luis?