Por: Abel Medina Sierra
En estos días Riohacha se hizo visible en el panorama artístico- cultural del país con el cada vez, más fortalecido y promocionado Festival Internacional del bolero. Definitivamente, esta gesta de algunos románticos melómanos ha posibilitado aglutinar y convocar a muchas personas que añoran calendas en las que éste género se esparcía arropando en un sentir común la esencia Caribe.
Como muchos, celebro con suma complacencia este repunte que ha tenido el Festival del bolero y que desde La Guajira se abran estos escenarios. Pero, tras las últimas versiones del Festival de bolero he experimentado cierto escozor (una “espinita” diría aludiendo al memorable bolero de Nico Jiménez) que termina hiriendo algunas filiaciones personales y hasta mi el orgullo: mis orígenes mitios y además soy vallenatero a morir.
Tras la agenda de rememorar las épocas cuando en Riohacha la música de mayor relevancia social era la caribeña (entendida como bolero, salsa, música de los combos venezolanos y otros géneros cubanos y antillanos) se ha divulgado y postulado un discurso pleno de estigmas, sesgos y exclusiones. Particularmente he escuchado y leído estas postulaciones de parte de nuestro caro amigo Martín López González en dos escritos publicados y en el discurso de inauguración del foro internacional en el marco del festival de este año.
El discurso que pretende defender una “tradición” bolerística de Riohacha entra en el delicado y conflictivo terreno de las afinidades musicales tan desencadenadora de subjetividades y de colisión de identidades, tan propensa a legitimaciones y deslegitimaciones. También se revelan en este tipo de discusiones la dicotomía hegemonía- subalternidad en el mejor sentido gramsciano. Se trata de una élite (melómanos del bolero) que sienten amenazadas sus preferencias musicales por otras hegemónicas (en este caso vallenato).
Esto no es raro, la mayoría de salsómanos nunca le han perdonado al vallenato que hoy sea el principal referente sonoro del país con un 56% de preferencia según la última encuesta de Consumo cultural.
Las afinidades musicales a veces terminan instaurando escenarios de exclusiones, estigmas y hasta intolerancia y eso es muy común entre los melómanos de la salsa y el bolero. Particularmente dejé de asistir a ciertos encuentros de salsa porque la gente se dedicaba más echarle pestes al vallenato que al disfrute de la música. Existen rumbiaderos de salsa como “Café y libros” de Bogotá y salsómanos que ni siquiera toleran la salsa nacional en el mezquino principio que solo es legítima, original y virtuosa la música que se hace en Cuba o Puerto Rico.
En realidad los salsómanos y amantes del bolero suelen construir defensas contra los géneros predominantes lo que pocas veces pasa con los que hacen la música. Grandes intérpretes desde Daniel Santos, Roberto Torres, Rafael HIthier, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Oscar De León o Gilberto Santa Rosa han reiterado su gusto y afectos por la música vallenata. No olvidemos ´tampoco que músicos como Rubén Darío Salcedo, Aníbal Velásquez y Alfredo Gutiérrez fusionaron los dos géneros en un formato híbrido que llamaron pasebol hacia finales de lo 70´s. Los conflictos y deslegitimaciones se dan, entonces, en los melómanos y no en la música ni entre los hacedores de música.
También ocurre con la mayoría de melómanos lo que nuestro amigo Emmanuel Pichón llama “epocentrismo” o “generacioncentrismo” que es la convicción según la cual cada generación cree que la música de su época es mejor que la que escuchan y hacen sus hijos y nietos. Quizás esté ocurriendo que muchos riohacheros de ésta generación (60`s al 70´s) pretenda instaurar la legitimidad de sus afinidades musicales como privilegiadas por un refinado gusto que con el tiempo se perdió y estigmatizar los nuevos gustos como una supuesta autenticidad degradada. Igual sucede con al interior de cada género, los puristas del vallenato cuestionan la Nueva Ola en la defensa de un vallenato clásico “más auténtico”, los salsómanos cubanos rechazan la timba (la Nueva Ola de la salsa) por “falta de autenticidad”.
Pero vayamos a la agenda discursiva que se pretende instaurar en Riohacha. La tesis difundida por López González se puede resumir así: Riohacha fue siempre una ciudad culta, de gustos musicales refinados y donde solo se escuchaba música caribeña pero la llegada de los mitios y los marimberos en los 70´s produjo un atraso cultural que “jodió” (sic) la sociedad riohachera e impuso la “estridente” e “inculta” música vallenata. Las sustentaciones están apoyadas en algunos anacronismos, sesgos y un poco de romanticismo folclórico que trataremos de desglosar.
El discurso tras la promoción del bolero como música tradicional y representativa de Riohacha evidencia una fuerte influencia de algunas voces que “legitiman” una verdad y condiciona la cognición social desde sus asertos. Middleton ya ha sostenido que la música popular no sólo expresa sentido a través del sonido, las letras y las interpretaciones, sino también a través del discurso, de lo que se dice acerca de ella. Lo que dice Martín González y otros amigos promotores del bolero ya lo repiten muchos, se naturaliza lo que el stablishment ya ha dicho como verdad absoluta y si de algo está preñado el ámbito musical es de aparentes verdades absolutas que bajo lentes menos sesgados serían relativas.
Por su parte, el sociólogo francés Pierre Bourdieu en su libro “Language and Simbolic Power” (www.enfocarte.com) nos recuerda que dentro de cada sociedad siempre podemos hallar un conjunto de personas que se adjudican el dominio y la potestad de la palabra en referencia a determinados temas imponiéndose al discurso de los demás grupos de individuos. En esta práctica coincide, tanto el anhelo de manipular monopólicamente un campo de producción cultural, así como el logro de la legitimación a los portadores de ese saber simbólico a través del consenso entre el resto de la sociedad.
Pero vayamos a los argumentos. Ante todo es bueno recordar que no es posible que en Riohacha se haya escuchado primero bolero que vallenato como se ha querido hacer creer. Solo basta leer Eliseo Reclus y a Henri Candelier quienes dan cuenta que hacia desde los años 70´s y los 80´s del siglo XIX ya era costumbre arraigada en la plaza de Riohacha celebrar fiestas con acordeón, caja y guacharaca, estamos seguros que lo tocaban no era precisamente bolero que apenas estaba en ciernes.
La parranda, las peleas de gallo y estas cumbiambas con acordeón eran las prácticas festivas más emblemáticas de los riohacheros señala Candelier quien también nos revela en su etnografía que Riohacha no solo era una élite de criollos hidalgos con piano en casa sino que había un masa mayoritaria, una cultura popular hegemónica. Por años, muchos riohacheros han querido invisibilizar la masa para “blanquear” a Riohacha como ciudad hidalga y de familias cultas y de élite.
Es claro que a cierta élite riohachera y algunos de apellidos “raizales” les duele que el vallenato se propale como la música representativa de Riohacha (un caso concreto pasa con el profesor Mario Correa). Sucede algo similar con la caída de la tesis de la supuesta fundación de Riohacha por parte del conquistador alemán Nicolás de Federman. Algunos prefieren seguir afirmando la tesis de la fundación y no aceptan los certeros argumentos documentales del historiador Benjamín Ezpeleta pues si se acepta que Riohacha fue colonizada y no poblada por perleros, se le quita “hidalguía” y “alcurnia” a la ciudad. También cierto sector cree que la música vallenata le quita “refinamiento” a la ciudad y prefieren postular que la música de mayor arraigo en la ciudad son los boleros, danzones y otros géneros (no más de 10 canciones) que se crearon en la ciudad hace unas tres décadas como imitación del repertorio de orquestas venezolanas: “La cuadrilla Pinto”, “El Cojo Magadaniel” entre otras
En Riohacha, la zona urbana y mucho más en la rural, se escuchó vallenato antes, durante el periodo de relevancia del bolero y con especial énfasis ahora. Es insoslayable la referencia de Candelier, los apuntes de historiadores como Freddy González o Lázaro Diago sobre acordeoneros como Francisco El Hombre (cuando tuvo el duelo de la leyenda iba de tocar una fiesta en Riohacha), Goyo Sierra, Ricardo Pìnto que solían amenizar colitas y riñas de gallo en Riohacha. Claro, la otra Riohacha, la “invisible”, la que no tenía piano de colas ni apellidos ilustres, pero Riohacha al fin.
El bolero solo se impuso en el gusto riohachero por influencia mediática y el tan atacado comercio de bienes simbólicos que Martín López cuestiona para el caso del vallenato. Cuando las emisoras de Cuba y Venezuela coparon el dial de los receptores y la magia del cine redimió la abulia parroquial de los guajiros (no solo los riohacheros) en los años 50´s emerge una generación que respondió a la oferta cultural del género bolero. El periodo de vigencia y hegemonía del bolero no tomó más de 20 años (de los 50´s a los 70`s) no logró motivar sino a una generación por lo que no creo que se pueda hablar de una “tradición bolerística” en Riohacha.
Es absurdo sostener que durante este periodo de relevancia social del bolero no se escuchaba música vallenata en Riohacha. ¿Sería acaso, esta ciudad una isla donde no pudo penetrar Alfredo Gutiérrez, Calixto Ochoa, Luis Enrique Martínez o Alejo Durán entre los años 50´s y 70´s?.
El vallenato también compartió el gusto de los riohacheros en pleno furor del bolero y demás músicas de Caribe cuya vigencia evidencian más que un arraigo sostenible una débil cadena de trasmisión cultural.
Cuando me refiero al periodo de los 50´s a los 70´s no quiere decir que hoy no se escuche bolero sino que tiene poca relevancia social y eso define mucho el nivel de apropiación y de identidad musical en una comunidad.
El concepto de relevancia social en el ámbito de las músicas es aportado por el etnomusicólogo español Joseph Martí quien la define como al grado de incumbencia de una música para una sociedad determinada. Aprovechando las experiencias de la pragmática lingüística, diremos que una música resulta relevante en un contexto si da lugar a efectos contextuales. Queda claro con esto que la relevancia social de una música no depende de ella misma, sino de su contextualización en un marco espacio-temporal concreto.
La noción de uso tiene un papel central en el concepto de Relevancia social. Una colectividad puede conocer la existencia de una música y, por tanto, puede adscribirle un cierto significado. Pero si esta música no se manifiesta en la dimensión del uso, difícilmente podremos afirmar que tenga una verdadera relevancia social.
En Riohacha muchos reconocen el bolero pero no hacen uso de éste en las actividades sociales (solo hay un evento, no se venden discos, no hay grupos, no hay compositores, poco se escucha en la radio, no la usan como marco sonoro de comerciales) lo que implica que tiene escasa relevancia para la mayoría del público, es música minoritaria. Caso contrario, si usamos el vallenato para bailar y festejar rituales como matrimonios y cumpleaños, para publicitar productos y hasta candidaturas, para entonar alabanzas, o para serenatear y parrandear quiere decir que es una música de alta relevancia social independientemente de los niveles de desarrollo estético entre estos dos géneros de la música popular.
Pero aún aceptando que el bolero haya predominado en Riohacha antes que el vallenato apelemos a lo que dice Agrega Joseph Martí: “No es la antigüedad, por ejemplo, aquello que dictamina la pertenencia o no de una música determinada para un ámbito sociocultural, sino el hecho de que sea vivida socialmente”.
Ahora, el punto más cuestionable e inconsistente de la tesis de Martín González es aquel que postula que Riohacha se “atrasó” culturalmente en el tránsito del gusto por el bolero hacia una mayor afinidad por la música vallenata. ¿De modo que cuando una comunidad deja de reproducir productos culturales externos para crear y recrear sus propios productos se está atrasando?
Sería la pregunta para quienes comparten este aserto. La generación de mediados de siglo anterior dividía sus gustos diversos hacia géneros del Gran Caribe, los aires andinos como pasillos y hasta aires extranjeros como los valses como lo demuestras las grabaciones de la Vieja Guardia. Pero llegó el momento en que el riohachero y el guajiro en general se vieron en la necesidad de construir su propio lenguaje sonoro, su propia expresión musical, un producto que recogiera su sedimentación pluricultural y los sustratos identitarios que lo interpelaran: así nace el vallenato y por esto se instaura en Riohacha, no porque un grupo de personas quisieran imponerlo ni por intereses del mercado del disco con sede en Barranquilla, Cartagena y después en Medellín.
Ahora bien, si lo que se quiere defender es la superioridad estética de una género sobre otro eso es harina de un complejo costal subjetivo. Lo cierto es que cada comunidad tiene un capital cultural y simbólico y según ese capital, construye sus productos y manifestaciones. Con las músicas sucede lo mismo que con las lenguas: cada comunidad satisface sus necesidades con la música que tiene lo que quiere decir que todas tienen la misma funcionalidad cultural. El bolero es música popular tradicional como el vallenato, ha sido tan masivo y comercializado como el vallenato, tan de cantina como el vallenato, tan Caribe como el vallenato.
Sobre ésta último condición se hace necesario glosar otro sesgo de la tesis Martiniana del atraso riohachero. Los nostálgicos del bolero cuando se refieren a “música del Caribe” suelen ser excluyentes. Ahora resulta que música caribeña es aquella que viene de Cuba. Puerto Rico, de pronto República Dominicana y nada más. En esa categoría de Música del Caribe nunca han articulado el vallenato, tampoco la cumbia, la champeta ni el porro. El vallenato tiene todos los ingredientes y sustratos del Caribe, quizás tanto o más que el bolero ya que predispone más al vitalismo, al hedonismo y al goce lo que contrasta con la carga de sensiblería y despecho del bolero que es tan común en las músicas andinas.
Otra arista de los sesgos usados en este discurso tiene que ver con los mitios (despectivo para nombra a la población de la zona rural de Riohacha) y marimberos, metidos en un solo saco por González. Naturalmente que el proceso de conformación de comunidades “rururbanas” se acrecentó en los años 50´s cuando la gente del campo se trasladó a ciudades grandes e intermedias del país. Según el último censo de población del DANE, para el caso del Caribe colombiano, de los 8.613.842 habitantes, solo el 28% viven en zonas rurales, el país se urbanizó y Riohacha no fue la excepción. Claro, la masa de Riohacha no solo son los mitios sino de sabaneros, de paisas, de zenúes, de bolivarenses, entre otros.
Es muy discutible que la presencia de los mitios haya representado atraso cultural para Riohacha. Para mi es una posición elitista y excluyente. A no ser que se quiera pensar en una visión estrecha de lo que es cultura. Las ciudades han ensanchado sus referentes, sus expresiones y sus imaginarios con la presencia del aluvión rural. Jesús Martín Barbero (1991) llama la atención sobre la manera cómo la dicotomía rural-urbano entra en crisis al expresar: “Hasta hace pocos años creíamos saber muy bien de qué estábamos hablando cuando nombrábamos lo popular o cuando nombrábamos lo urbano. Lo popular era lo contrario de lo culto, de la cultura de élite o de la cultura burguesa.
Lo urbano era lo contrario de lo rural”. A la luz de de éste esquematismo (para Martín Barbero “engañoso”), es que muchos investigadores han tratado de explicar productos de la cultura popular como en este caso, la música, pero “Hoy nos encontramos en un proceso de hibridaciones, desterritorializaciones, descentramientos y reorganizaciones tal que cualquier intento de trabajo definitorio y delimitador corre el peligro de excluir lo que quizás sea más importante y más nuevo en las experiencias sociales que estamos viviendo” (Cfr. Barbero). Lo urbano amerita una lectura como escenario en el que se concilia lo irreductible, se armoniza lo opuesto, las fronteras entre lo culto y lo popular son cada vez más difusas y la cultura popular costeña le ha aportado mucho al país.
El vallenato no llega a Riohacha impuesto por mitios ni por marimberos. El vallenato ya estaba de moda en toda la región y Riohacha no fue la isla excepcional. El vallenato se impuso en Riohacha porque hubo un movimiento artístico autónomo en talentos como Lenín Alfonso Bueno, Romualdo Brito, Adaníes Díaz, Tobby Murgas, Ender Alvarado, Fidel Mejía, los Griego, entre otros. Los marimberos no fueron los únicos que se dejaron contagiar por una música que les ofrecía referentes frescos, inmediatos y arraigados de su identidad.
Con el mecenazgo de los marimberos o no, el vallenato terminaría siendo la música de mayor relevancia social en Riohacha por que es una música que se parece más al riohachero, que tiene una tradición más consistente en la región, que tiene una gran capacidad de interpelarnos, por que es música que hacemos nosotros, con materiales espirituales, estéticos, lingüísticos, estilísticos nuestros y para que lo escuchemos nosotros.
La mayoría de habitantes de Riohacha no eran marimberos, ni todos los marimberos eran mitios como se quiere naturalizar en categorías generalizadoras. Ya los marimberos tienen muchos estigmas para que ahora se les quiera cargar el nuevo estigma que “embrutecieron” el “refinado” gusto musical de los riohacheros a punta de vallenatos como han venido sosteniendo algunos. Las causas de la penetración del vallenato en Riohacha son las mismas que explican lo que sucedió en todo el país: una música fresca capaz de aglutinar tanto lo tradicional como lo moderno, lo rural y lo urbano, lo alegre como lo sensiblero. SI el vallenato tuvo la capacidad de interpelar gustos más distantes culturalmente como el andino, el paisa, el regionmontano de México pues no era precisamente Riohacha, donde ya existía el vallenato antes que el bolero, donde se iba a cerrar la puerta al género.
En fin, ni Riohacha “se jodió” con la emergencia del vallenato ni los mitios y marimberos tienen la culpa que hoy el bolero sea un género sometido por un gusto hegemónico. El bolero no solo devino en un género que interpela a unas minorías en Riohacha, esto ha pasado con el bolero en todo el continente. No hubo un movimiento renovador del bolero, el género se quedó en las cantinas y círculos de bohemios como el tango. Los intérpretes se han ido muriendo y no se vislumbra relevo generacional de altura. A pesar del concurso de nuevos intérpretes que organiza el Festival del bolero no será una generación capaz de dimensionar el género, además, la mayoría de éstos cantantes interpretan varios géneros y el bolero es apenas una parte de su repertorio.
La cadena de trasmisión del bolero fue muy débil en Riohacha, dónde se consigue un disco, dónde están los intérpretes locales, qué centro de documentación se ha consolidado, dónde puede ir el público a escuchar bolero, dónde están los investigadores, cuáles publicaciones se han emprendido, cuáles escuelas de formación se han creado. Son varios los factores que han incidido y son muchas las mediaciones, negociaciones, cooptaciones, imposiciones y resistencias culturales que han ocurrido en la región para que hoy los géneros más escuchados en Riohacha sean el vallenato, el regguetón y la champeta y no la salsa, el bolero o la música tropical de los combos y orquestas de Venezuela como lo era hace 40 años.
Entonces, las claves hay que buscarlas entendiendo el contexto internacional y geoestético del bolero y no en fenómenos regionales como la migración mitia y la bonanza marimbera. Cada generación responde a unas coordenadas y un contexto diferente, a una oferta simbólica distinta, construye un sensorium particular, por ello es absurdo pensar que si a los padres le atraía un género musical esto se perpetuará en las generaciones que le siguen. Para defender la importancia que ha tenido el bolero para la historia musical de Riohacha y promover el Festival del bolero no se necesita estigmatizar a los mitios y a la música vallenata a la que La Guajira le ha aportado tanto y que ha sido la mayor influencia cultural que la región le ha dado al país. Tampoco echarle la culpa a una renovación de los gustos musicales en las generaciones sucedáneas. Hay manipulación e intentos de homogenización en la oferta musical de los medios (también la hubo con el bolero y la salsa) pero también hay resistencia y conflicto, el público melómano no responde igual a toda la oferta musical de las industrias culturales. Si el vallenato se instauró en el gusto de los riohacheros es porque nos sirve para reflejar y para activar un “nosotros”. Si durante los días del evento organizado por la Fundación Raíces Riohacha es un bolero, lo cierto que durante el resto del año, quiérase o no reconocer, es más un paseo vallenato.
En estos días Riohacha se hizo visible en el panorama artístico- cultural del país con el cada vez, más fortalecido y promocionado Festival Internacional del bolero. Definitivamente, esta gesta de algunos románticos melómanos ha posibilitado aglutinar y convocar a muchas personas que añoran calendas en las que éste género se esparcía arropando en un sentir común la esencia Caribe.
Como muchos, celebro con suma complacencia este repunte que ha tenido el Festival del bolero y que desde La Guajira se abran estos escenarios. Pero, tras las últimas versiones del Festival de bolero he experimentado cierto escozor (una “espinita” diría aludiendo al memorable bolero de Nico Jiménez) que termina hiriendo algunas filiaciones personales y hasta mi el orgullo: mis orígenes mitios y además soy vallenatero a morir.
Tras la agenda de rememorar las épocas cuando en Riohacha la música de mayor relevancia social era la caribeña (entendida como bolero, salsa, música de los combos venezolanos y otros géneros cubanos y antillanos) se ha divulgado y postulado un discurso pleno de estigmas, sesgos y exclusiones. Particularmente he escuchado y leído estas postulaciones de parte de nuestro caro amigo Martín López González en dos escritos publicados y en el discurso de inauguración del foro internacional en el marco del festival de este año.
El discurso que pretende defender una “tradición” bolerística de Riohacha entra en el delicado y conflictivo terreno de las afinidades musicales tan desencadenadora de subjetividades y de colisión de identidades, tan propensa a legitimaciones y deslegitimaciones. También se revelan en este tipo de discusiones la dicotomía hegemonía- subalternidad en el mejor sentido gramsciano. Se trata de una élite (melómanos del bolero) que sienten amenazadas sus preferencias musicales por otras hegemónicas (en este caso vallenato).
Esto no es raro, la mayoría de salsómanos nunca le han perdonado al vallenato que hoy sea el principal referente sonoro del país con un 56% de preferencia según la última encuesta de Consumo cultural.
Las afinidades musicales a veces terminan instaurando escenarios de exclusiones, estigmas y hasta intolerancia y eso es muy común entre los melómanos de la salsa y el bolero. Particularmente dejé de asistir a ciertos encuentros de salsa porque la gente se dedicaba más echarle pestes al vallenato que al disfrute de la música. Existen rumbiaderos de salsa como “Café y libros” de Bogotá y salsómanos que ni siquiera toleran la salsa nacional en el mezquino principio que solo es legítima, original y virtuosa la música que se hace en Cuba o Puerto Rico.
En realidad los salsómanos y amantes del bolero suelen construir defensas contra los géneros predominantes lo que pocas veces pasa con los que hacen la música. Grandes intérpretes desde Daniel Santos, Roberto Torres, Rafael HIthier, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Oscar De León o Gilberto Santa Rosa han reiterado su gusto y afectos por la música vallenata. No olvidemos ´tampoco que músicos como Rubén Darío Salcedo, Aníbal Velásquez y Alfredo Gutiérrez fusionaron los dos géneros en un formato híbrido que llamaron pasebol hacia finales de lo 70´s. Los conflictos y deslegitimaciones se dan, entonces, en los melómanos y no en la música ni entre los hacedores de música.
También ocurre con la mayoría de melómanos lo que nuestro amigo Emmanuel Pichón llama “epocentrismo” o “generacioncentrismo” que es la convicción según la cual cada generación cree que la música de su época es mejor que la que escuchan y hacen sus hijos y nietos. Quizás esté ocurriendo que muchos riohacheros de ésta generación (60`s al 70´s) pretenda instaurar la legitimidad de sus afinidades musicales como privilegiadas por un refinado gusto que con el tiempo se perdió y estigmatizar los nuevos gustos como una supuesta autenticidad degradada. Igual sucede con al interior de cada género, los puristas del vallenato cuestionan la Nueva Ola en la defensa de un vallenato clásico “más auténtico”, los salsómanos cubanos rechazan la timba (la Nueva Ola de la salsa) por “falta de autenticidad”.
Pero vayamos a la agenda discursiva que se pretende instaurar en Riohacha. La tesis difundida por López González se puede resumir así: Riohacha fue siempre una ciudad culta, de gustos musicales refinados y donde solo se escuchaba música caribeña pero la llegada de los mitios y los marimberos en los 70´s produjo un atraso cultural que “jodió” (sic) la sociedad riohachera e impuso la “estridente” e “inculta” música vallenata. Las sustentaciones están apoyadas en algunos anacronismos, sesgos y un poco de romanticismo folclórico que trataremos de desglosar.
El discurso tras la promoción del bolero como música tradicional y representativa de Riohacha evidencia una fuerte influencia de algunas voces que “legitiman” una verdad y condiciona la cognición social desde sus asertos. Middleton ya ha sostenido que la música popular no sólo expresa sentido a través del sonido, las letras y las interpretaciones, sino también a través del discurso, de lo que se dice acerca de ella. Lo que dice Martín González y otros amigos promotores del bolero ya lo repiten muchos, se naturaliza lo que el stablishment ya ha dicho como verdad absoluta y si de algo está preñado el ámbito musical es de aparentes verdades absolutas que bajo lentes menos sesgados serían relativas.
Por su parte, el sociólogo francés Pierre Bourdieu en su libro “Language and Simbolic Power” (www.enfocarte.com) nos recuerda que dentro de cada sociedad siempre podemos hallar un conjunto de personas que se adjudican el dominio y la potestad de la palabra en referencia a determinados temas imponiéndose al discurso de los demás grupos de individuos. En esta práctica coincide, tanto el anhelo de manipular monopólicamente un campo de producción cultural, así como el logro de la legitimación a los portadores de ese saber simbólico a través del consenso entre el resto de la sociedad.
Pero vayamos a los argumentos. Ante todo es bueno recordar que no es posible que en Riohacha se haya escuchado primero bolero que vallenato como se ha querido hacer creer. Solo basta leer Eliseo Reclus y a Henri Candelier quienes dan cuenta que hacia desde los años 70´s y los 80´s del siglo XIX ya era costumbre arraigada en la plaza de Riohacha celebrar fiestas con acordeón, caja y guacharaca, estamos seguros que lo tocaban no era precisamente bolero que apenas estaba en ciernes.
La parranda, las peleas de gallo y estas cumbiambas con acordeón eran las prácticas festivas más emblemáticas de los riohacheros señala Candelier quien también nos revela en su etnografía que Riohacha no solo era una élite de criollos hidalgos con piano en casa sino que había un masa mayoritaria, una cultura popular hegemónica. Por años, muchos riohacheros han querido invisibilizar la masa para “blanquear” a Riohacha como ciudad hidalga y de familias cultas y de élite.
Es claro que a cierta élite riohachera y algunos de apellidos “raizales” les duele que el vallenato se propale como la música representativa de Riohacha (un caso concreto pasa con el profesor Mario Correa). Sucede algo similar con la caída de la tesis de la supuesta fundación de Riohacha por parte del conquistador alemán Nicolás de Federman. Algunos prefieren seguir afirmando la tesis de la fundación y no aceptan los certeros argumentos documentales del historiador Benjamín Ezpeleta pues si se acepta que Riohacha fue colonizada y no poblada por perleros, se le quita “hidalguía” y “alcurnia” a la ciudad. También cierto sector cree que la música vallenata le quita “refinamiento” a la ciudad y prefieren postular que la música de mayor arraigo en la ciudad son los boleros, danzones y otros géneros (no más de 10 canciones) que se crearon en la ciudad hace unas tres décadas como imitación del repertorio de orquestas venezolanas: “La cuadrilla Pinto”, “El Cojo Magadaniel” entre otras
En Riohacha, la zona urbana y mucho más en la rural, se escuchó vallenato antes, durante el periodo de relevancia del bolero y con especial énfasis ahora. Es insoslayable la referencia de Candelier, los apuntes de historiadores como Freddy González o Lázaro Diago sobre acordeoneros como Francisco El Hombre (cuando tuvo el duelo de la leyenda iba de tocar una fiesta en Riohacha), Goyo Sierra, Ricardo Pìnto que solían amenizar colitas y riñas de gallo en Riohacha. Claro, la otra Riohacha, la “invisible”, la que no tenía piano de colas ni apellidos ilustres, pero Riohacha al fin.
El bolero solo se impuso en el gusto riohachero por influencia mediática y el tan atacado comercio de bienes simbólicos que Martín López cuestiona para el caso del vallenato. Cuando las emisoras de Cuba y Venezuela coparon el dial de los receptores y la magia del cine redimió la abulia parroquial de los guajiros (no solo los riohacheros) en los años 50´s emerge una generación que respondió a la oferta cultural del género bolero. El periodo de vigencia y hegemonía del bolero no tomó más de 20 años (de los 50´s a los 70`s) no logró motivar sino a una generación por lo que no creo que se pueda hablar de una “tradición bolerística” en Riohacha.
Es absurdo sostener que durante este periodo de relevancia social del bolero no se escuchaba música vallenata en Riohacha. ¿Sería acaso, esta ciudad una isla donde no pudo penetrar Alfredo Gutiérrez, Calixto Ochoa, Luis Enrique Martínez o Alejo Durán entre los años 50´s y 70´s?.
El vallenato también compartió el gusto de los riohacheros en pleno furor del bolero y demás músicas de Caribe cuya vigencia evidencian más que un arraigo sostenible una débil cadena de trasmisión cultural.
Cuando me refiero al periodo de los 50´s a los 70´s no quiere decir que hoy no se escuche bolero sino que tiene poca relevancia social y eso define mucho el nivel de apropiación y de identidad musical en una comunidad.
El concepto de relevancia social en el ámbito de las músicas es aportado por el etnomusicólogo español Joseph Martí quien la define como al grado de incumbencia de una música para una sociedad determinada. Aprovechando las experiencias de la pragmática lingüística, diremos que una música resulta relevante en un contexto si da lugar a efectos contextuales. Queda claro con esto que la relevancia social de una música no depende de ella misma, sino de su contextualización en un marco espacio-temporal concreto.
La noción de uso tiene un papel central en el concepto de Relevancia social. Una colectividad puede conocer la existencia de una música y, por tanto, puede adscribirle un cierto significado. Pero si esta música no se manifiesta en la dimensión del uso, difícilmente podremos afirmar que tenga una verdadera relevancia social.
En Riohacha muchos reconocen el bolero pero no hacen uso de éste en las actividades sociales (solo hay un evento, no se venden discos, no hay grupos, no hay compositores, poco se escucha en la radio, no la usan como marco sonoro de comerciales) lo que implica que tiene escasa relevancia para la mayoría del público, es música minoritaria. Caso contrario, si usamos el vallenato para bailar y festejar rituales como matrimonios y cumpleaños, para publicitar productos y hasta candidaturas, para entonar alabanzas, o para serenatear y parrandear quiere decir que es una música de alta relevancia social independientemente de los niveles de desarrollo estético entre estos dos géneros de la música popular.
Pero aún aceptando que el bolero haya predominado en Riohacha antes que el vallenato apelemos a lo que dice Agrega Joseph Martí: “No es la antigüedad, por ejemplo, aquello que dictamina la pertenencia o no de una música determinada para un ámbito sociocultural, sino el hecho de que sea vivida socialmente”.
Ahora, el punto más cuestionable e inconsistente de la tesis de Martín González es aquel que postula que Riohacha se “atrasó” culturalmente en el tránsito del gusto por el bolero hacia una mayor afinidad por la música vallenata. ¿De modo que cuando una comunidad deja de reproducir productos culturales externos para crear y recrear sus propios productos se está atrasando?
Sería la pregunta para quienes comparten este aserto. La generación de mediados de siglo anterior dividía sus gustos diversos hacia géneros del Gran Caribe, los aires andinos como pasillos y hasta aires extranjeros como los valses como lo demuestras las grabaciones de la Vieja Guardia. Pero llegó el momento en que el riohachero y el guajiro en general se vieron en la necesidad de construir su propio lenguaje sonoro, su propia expresión musical, un producto que recogiera su sedimentación pluricultural y los sustratos identitarios que lo interpelaran: así nace el vallenato y por esto se instaura en Riohacha, no porque un grupo de personas quisieran imponerlo ni por intereses del mercado del disco con sede en Barranquilla, Cartagena y después en Medellín.
Ahora bien, si lo que se quiere defender es la superioridad estética de una género sobre otro eso es harina de un complejo costal subjetivo. Lo cierto es que cada comunidad tiene un capital cultural y simbólico y según ese capital, construye sus productos y manifestaciones. Con las músicas sucede lo mismo que con las lenguas: cada comunidad satisface sus necesidades con la música que tiene lo que quiere decir que todas tienen la misma funcionalidad cultural. El bolero es música popular tradicional como el vallenato, ha sido tan masivo y comercializado como el vallenato, tan de cantina como el vallenato, tan Caribe como el vallenato.
Sobre ésta último condición se hace necesario glosar otro sesgo de la tesis Martiniana del atraso riohachero. Los nostálgicos del bolero cuando se refieren a “música del Caribe” suelen ser excluyentes. Ahora resulta que música caribeña es aquella que viene de Cuba. Puerto Rico, de pronto República Dominicana y nada más. En esa categoría de Música del Caribe nunca han articulado el vallenato, tampoco la cumbia, la champeta ni el porro. El vallenato tiene todos los ingredientes y sustratos del Caribe, quizás tanto o más que el bolero ya que predispone más al vitalismo, al hedonismo y al goce lo que contrasta con la carga de sensiblería y despecho del bolero que es tan común en las músicas andinas.
Otra arista de los sesgos usados en este discurso tiene que ver con los mitios (despectivo para nombra a la población de la zona rural de Riohacha) y marimberos, metidos en un solo saco por González. Naturalmente que el proceso de conformación de comunidades “rururbanas” se acrecentó en los años 50´s cuando la gente del campo se trasladó a ciudades grandes e intermedias del país. Según el último censo de población del DANE, para el caso del Caribe colombiano, de los 8.613.842 habitantes, solo el 28% viven en zonas rurales, el país se urbanizó y Riohacha no fue la excepción. Claro, la masa de Riohacha no solo son los mitios sino de sabaneros, de paisas, de zenúes, de bolivarenses, entre otros.
Es muy discutible que la presencia de los mitios haya representado atraso cultural para Riohacha. Para mi es una posición elitista y excluyente. A no ser que se quiera pensar en una visión estrecha de lo que es cultura. Las ciudades han ensanchado sus referentes, sus expresiones y sus imaginarios con la presencia del aluvión rural. Jesús Martín Barbero (1991) llama la atención sobre la manera cómo la dicotomía rural-urbano entra en crisis al expresar: “Hasta hace pocos años creíamos saber muy bien de qué estábamos hablando cuando nombrábamos lo popular o cuando nombrábamos lo urbano. Lo popular era lo contrario de lo culto, de la cultura de élite o de la cultura burguesa.
Lo urbano era lo contrario de lo rural”. A la luz de de éste esquematismo (para Martín Barbero “engañoso”), es que muchos investigadores han tratado de explicar productos de la cultura popular como en este caso, la música, pero “Hoy nos encontramos en un proceso de hibridaciones, desterritorializaciones, descentramientos y reorganizaciones tal que cualquier intento de trabajo definitorio y delimitador corre el peligro de excluir lo que quizás sea más importante y más nuevo en las experiencias sociales que estamos viviendo” (Cfr. Barbero). Lo urbano amerita una lectura como escenario en el que se concilia lo irreductible, se armoniza lo opuesto, las fronteras entre lo culto y lo popular son cada vez más difusas y la cultura popular costeña le ha aportado mucho al país.
El vallenato no llega a Riohacha impuesto por mitios ni por marimberos. El vallenato ya estaba de moda en toda la región y Riohacha no fue la isla excepcional. El vallenato se impuso en Riohacha porque hubo un movimiento artístico autónomo en talentos como Lenín Alfonso Bueno, Romualdo Brito, Adaníes Díaz, Tobby Murgas, Ender Alvarado, Fidel Mejía, los Griego, entre otros. Los marimberos no fueron los únicos que se dejaron contagiar por una música que les ofrecía referentes frescos, inmediatos y arraigados de su identidad.
Con el mecenazgo de los marimberos o no, el vallenato terminaría siendo la música de mayor relevancia social en Riohacha por que es una música que se parece más al riohachero, que tiene una tradición más consistente en la región, que tiene una gran capacidad de interpelarnos, por que es música que hacemos nosotros, con materiales espirituales, estéticos, lingüísticos, estilísticos nuestros y para que lo escuchemos nosotros.
La mayoría de habitantes de Riohacha no eran marimberos, ni todos los marimberos eran mitios como se quiere naturalizar en categorías generalizadoras. Ya los marimberos tienen muchos estigmas para que ahora se les quiera cargar el nuevo estigma que “embrutecieron” el “refinado” gusto musical de los riohacheros a punta de vallenatos como han venido sosteniendo algunos. Las causas de la penetración del vallenato en Riohacha son las mismas que explican lo que sucedió en todo el país: una música fresca capaz de aglutinar tanto lo tradicional como lo moderno, lo rural y lo urbano, lo alegre como lo sensiblero. SI el vallenato tuvo la capacidad de interpelar gustos más distantes culturalmente como el andino, el paisa, el regionmontano de México pues no era precisamente Riohacha, donde ya existía el vallenato antes que el bolero, donde se iba a cerrar la puerta al género.
En fin, ni Riohacha “se jodió” con la emergencia del vallenato ni los mitios y marimberos tienen la culpa que hoy el bolero sea un género sometido por un gusto hegemónico. El bolero no solo devino en un género que interpela a unas minorías en Riohacha, esto ha pasado con el bolero en todo el continente. No hubo un movimiento renovador del bolero, el género se quedó en las cantinas y círculos de bohemios como el tango. Los intérpretes se han ido muriendo y no se vislumbra relevo generacional de altura. A pesar del concurso de nuevos intérpretes que organiza el Festival del bolero no será una generación capaz de dimensionar el género, además, la mayoría de éstos cantantes interpretan varios géneros y el bolero es apenas una parte de su repertorio.
La cadena de trasmisión del bolero fue muy débil en Riohacha, dónde se consigue un disco, dónde están los intérpretes locales, qué centro de documentación se ha consolidado, dónde puede ir el público a escuchar bolero, dónde están los investigadores, cuáles publicaciones se han emprendido, cuáles escuelas de formación se han creado. Son varios los factores que han incidido y son muchas las mediaciones, negociaciones, cooptaciones, imposiciones y resistencias culturales que han ocurrido en la región para que hoy los géneros más escuchados en Riohacha sean el vallenato, el regguetón y la champeta y no la salsa, el bolero o la música tropical de los combos y orquestas de Venezuela como lo era hace 40 años.
Entonces, las claves hay que buscarlas entendiendo el contexto internacional y geoestético del bolero y no en fenómenos regionales como la migración mitia y la bonanza marimbera. Cada generación responde a unas coordenadas y un contexto diferente, a una oferta simbólica distinta, construye un sensorium particular, por ello es absurdo pensar que si a los padres le atraía un género musical esto se perpetuará en las generaciones que le siguen. Para defender la importancia que ha tenido el bolero para la historia musical de Riohacha y promover el Festival del bolero no se necesita estigmatizar a los mitios y a la música vallenata a la que La Guajira le ha aportado tanto y que ha sido la mayor influencia cultural que la región le ha dado al país. Tampoco echarle la culpa a una renovación de los gustos musicales en las generaciones sucedáneas. Hay manipulación e intentos de homogenización en la oferta musical de los medios (también la hubo con el bolero y la salsa) pero también hay resistencia y conflicto, el público melómano no responde igual a toda la oferta musical de las industrias culturales. Si el vallenato se instauró en el gusto de los riohacheros es porque nos sirve para reflejar y para activar un “nosotros”. Si durante los días del evento organizado por la Fundación Raíces Riohacha es un bolero, lo cierto que durante el resto del año, quiérase o no reconocer, es más un paseo vallenato.
3 comentarios:
Formidable escrito, profesor Abel, en el cual se le llama al pan, pan y al vino, vino. Es lamentable que personas como el amigo Martín, incurran en acciones que desdibujan cualquier referente que se pretenda construir en cuanto a historia, gustos musicales y por ende, a la cultura. Nuestros jóvenes merecen saber que Riohacha y la Guajira SABEN disfrutar de un bolero, PERO aman al vallenato, la ranchera, el regguetón, la champeta
UN APOYO CONTUNDENTE A ESTA AFIRMACION HECHA POR EL MAESTRO Y AMIGO ABEL...NOSOTROS LOS GUAJIROS NO PODEMOS NEGAR NUESTRAS RAICES...Y MUCHO MENOS CUANDO DE MUSICA SE TRATA... CON EL RESPETO QUE MERECE EL BOLERO... EL RELEVO GENERACIONAL INSTAURO UN SENTIDO DE APROPIACIÓN POR LA ELOCUENCIA DEL VALLENATO... ADEMÁS DEL RECONOCIENTO DE UN PAIS QUE APRENDIO A DECIR ¨COLOMBIA CANTA VALLENATO¨... LO QUE HACE INNEGABLE QUE ESE SENTIDO DE PERTENENCIA SEGUIRA CRECIENDO COMO EL AMOR POR UN SON, UN PASEO, UN MERENGUE Y UNA PUYA....TODO ESTO EN UN SONORO ACORDEÓN Y LAS HISTORIAS O RELATOS HECHAS CANCIÓN... ADELANTE GUAJIROS DEFENDAMOS LO REALMENTE NUESTRO...
Interesante discurso de Abel, fue un indiscutible "depredador", pobre Martín, aún debe estar lacerado y lamiéndose sus heridas. Los discursos creados desde la subjetividad e imaginarios particulares, sin argumentos y fundamentos teóricos y conceptuales son una necedad, no podemos seguir reproduciendo discursos sin tener referentes y soportes válidos y contundentes para ello, eso implica exponerse a que nos "destrocen". Ojalá Martín siga el consejo.
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