Por Alejandro Rutto Martínez
No es sacerdote pero muchos desean confesarse con él. No es médico pero conoce mil remedios. No es montañista pero está acostumbrado a ver el mundo desde arriba. No es psicólogo pero da consejos para una vida más feliz. No es el ministro de hacienda, pero tiene la economía del país en la cabeza. Su profesión es economista. Su vocación, maestro. Su gentilicio, maicaero y su nombre: Plinio López Jiménez.
Lo conocí una calurosa mañana del mes de agosto de 1.983. El alcalde de la época nos había concedido una audiencia y todos los directivos de la asociación de Estudiantes de la Universidad de la Guajira Residentes en Maicao (Eugrem) acudimos a plantearle las necesidades más sentidas de la organización.
Allí se encontraba sin, que nadie lo hubiera invitado, un estudiante nuevo, de los tantos que se matriculaban al inicio de semestre. Durante la entrevista con el mandatario municipal hizo unos aportes muy interesantes y además de las consabidas peticiones de gasolina, llantas, repuestos y pago para los conductores, formulaba propuestas relacionadas con programas de alfabetización, campañas de arborización y cosas por el estilo de interés para todos los asistentes a la reunión.
Cuando salimos me propuse conocer la identidad de este sorprendente primíparo y al hacer las averiguaciones me llevé la sorpresa de mi vida: el presunto estudiante de primer semestre resultó ser un docente recién vinculado a la Universidad y, para mejores señas, residente en Maicao . El nuevo profesor se vuelve un compañero más y desde ese entonces estuvo a nuestro lado en las más importantes luchas libradas desde la organización estudiantil.
El civismo parecía ser en él un vicio. Mantenía incólumes las energías acumuladas durante sus tiempos de estudiante de la Facultad de Economía de la Universidad del Atlántico y siempre las tuvo disponibles para todas las iniciativas en las que nos involucramos, entre ellas, la fundación de la Casa de la Cultura de Maicao, el inicio de la Universidad de la Guajira Extensión Maicao, la puesta en el aire del programa radial Vida Universitaria y la radiotón mediante la cual conseguimos los recursos para la compra de nuestro primer bus. Plinio era un profesor con cara de estudiante y corazón de pueblo.
A tal punto llegó el aprecio de los estudiantes que en más de una ocasión lo propusieron para presidir la asociación que nos representaba. Él siempre declinó el ofrecimiento pero siguió adelante en la lucha. Y llegó a convertirse en el padrino, en el padre putativo de todos.
Los profesores de la Universidad, cuando se encontraban con el caso de alguien desaplicado en su asignatura, sabían cual era la solución: ponerle las quejas a Plinio, quien utilizaba todos los medios persuasivos a su alcance para recuperar a la «oveja negra» de la familia universitaria. Plinio nació en Maicao el 12 de julio de1.952 en el hogar formado por Carlos López Machado y Octavia Jiménez, comerciantes de profesión.
Es el mayor de ocho hermanos y padre de cinco hijos: Roberto Carlos, Yajaira Paola, Sandy Ernesto, Alí Moisés y Carlos David. Actualmente hace vida de pareja con Piedad Quintero, administradora de empresas egresada de la universidad de la Guajira.
La primera parte de sus estudios secundarios los cursó en el colegio San José de Maicao, pero el título de bachiller lo obtuvo en el frío municipio cundinamarqués de Ubaté.
En sus planes estaba adelantar estudios de Agronomía en la Universidad del Zulia en Venezuela pero algunas dificultades relacionadas con los trámites de documentos lo llevan a cancelar este proyecto y decide matricularse en la Universidad del Atlántico para iniciar sus estudios de Economía.
Una vez instalado en la nueva etapa de su vida se dedica con empeño a los estudios y todo el tiempo disponible lo invierte en asistir cumplidamente a clases, en las investigaciones asignadas por sus profesores y en presenciar los legendarios debates entre dos líderes estudiantiles de quienes guarda los mejores recuerdos: José Antequera y Alberto Palmarrosa. Igualmente le vienen a la memoria los nombres de sus profesores Otto Macchi y Jairo Parada. De ellos se decía que quien no pasaba por sus manos no podía considerarse un buen economista.
En su paso por Barranquilla adquiere dos grandes cualidades: su espíritu investigativo y su fibra social. Y un terrible defecto que no ha podido superar ni siquiera con la ayuda de sus mejores amigos: una pasión enfermiza y casi siempre mal recompensada por el Junior.
Su vinculación a la Universidad de la Guajira se produce en el segundo semestre de 1.983 y es asignado para orientar las cátedras de Microeconomía, Moneda y Banca, Fundamentos de Economía, Teoría Económica y Macroeconomía. Entre sus estudiantes destacados recuerda a Valentín Hijuelos, Abel Royo, Eduardo Agámez, Jorge Mejía, Fidel Loaiza, Alberto Pacheco, Lourdes Arévalo y Yolfenis Cuadrado. Con los docentes hace una muy buena amistad al punto de que es elegido vicepresidente de la Asociación Sindical de profesores Universitarios (ASPU) en dos ocasiones, Representante en el Consejo de Facultad y en el Consejo Superior en donde siempre defiende no solo los intereses de sus representados sino de los estudiantes en especial en aquellos casos en que se proponían alzas, según él, injustificadas y desmedidas en las matrículas.
La Universidad le permite conocer a varios de quienes pasarían a ser los mejores amigos de su vida: Cayetano Barliza, Henitzo Martínez, Isidoro Ospino y Evelio Santiz y su esposa, quienes le ofrecieron gran hospitalidad durante su permanencia en Riohacha.
La Universidad le ha permitido también superarse profesional e intelectualmente. Gracias a la institución puede graduarse en 1.997 como especialista en Gerencia Financiera y en el 2.001 como especialista en Docencia Universitaria. Precisamente en 1.997 ocurre otro hecho importante en su vida profesional: la rectoría lo comisiona como Coordinador de la recién creada Extensión Maicao en donde cumple una notable labor organizativa y académica.
Una vez cumplido su ciclo en ese cargo administrativo regresa a la actividad que lo apasiona: la docencia, el trabajo de aula y el contacto con sus estudiantes, pero lo hace en su ciudad natal en donde es reconocido como uno de sus mejores hombres hasta el punto de que en las elecciones de octubre del 2.003 es elegido concejal del municipio, cargo en el que se desempeñó sin cobrar salario pero sin descuidar sus obligaciones académicas.
Hoy es un día cualquiera y puedo encontrarme con Plinio en la biblioteca o en una esquina de la ciudad. En su aula de clases o en la calle inundada de un barrio marginal donde quiera que esté dirá con hechos que la humildad es su mayor virtud; que el exceso de confianza es su mayor defecto (junto con su desmedida y mal recompensada afición por el Junior, nota del redactor); que la intolerancia y la irresponsabilidad es lo que más detesta; que el profesor Ramiro Choles es la persona a la que más admira; y que la constitución de la Seccional Maicao es su máximo sueño.
Así es Plinio López, un hombre con sabiduría de filósofo y corazón de gente buena que cree en el milagro de la vida y por eso dedica todo su tiempo a construir nuevos horizontes.
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