sábado, 21 de octubre de 2023

José Luis Palmar Díaz, el pintor que captura los colores de La Guajira (Tercer capítulo)


Resumen del capítulo anterior: 
  Un cartero sudoroso llega al barrio y , después de sobrevivir al ataque de los perros, pregunta por José Luis Palmar. Trae un misterioso sobre que ha llegado para él desde un lugar en el extranjero.

Tercer capítulo: estudios por correspondencia y en el aula

El propio muchacho abrió la puerta y su cara cambió de aspecto enseguida. Dio las gracias al cartero y corrió a su habitación. Acto seguido abrió cuidadosamente la envoltura y la dejó a un lado mientras revisaba los papeles que esta contenía.

En el sobre podía leerse el nombre del remitente en letras cuidadosamente impresas por una tipografía:

NATIONAL SCHOOL

La National School era una corporación con sede en Los Ángeles, Estados Unidos, dedicada a ofrecer enseñanza por correspondencia. Vale anotar que estas instituciones fueron muy populares en los siglos XIX y XX.  

Su modo de operación consistía en atraer a los estudiantes a través de llamativos anuncios en los periódicos y revistas para que estudiaran artes y oficios sin necesidad de salir de su hogar.  

Una vez que la persona se inscribía y pagaba el valor de la matrícula, le enviaban   el material impreso a su propia casa para que estudiara las lecciones y remitiera los trabajos asignados por los profesores.   Docentes y estudiantes sólo interactuaban a través del correo convencional. 


Aviso en un periódico para promover los cursos de la National School

Una vez aprobados los exámenes el curso terminaba con la entrega de un vistoso diploma que acreditaba a su titular para ejercer profesiones como locutor, sastre, modista, contabilista, técnico en electrónica, radiotécnico, avicultor, apicultor entre otros oficios.

La modalidad benefició a centenares de ciudadanos residentes en regiones apartadas del continente en donde los jóvenes carecían de posibilidades de acceso a escuelas técnicas y mucho menos a las universidades.

Promoción del curso de dibujo de una de las escuelas por correspondencia

Uno de esos muchachos se llamaba José Luis Palmar, vivía en el sector del cementerio de Riohacha y había decidido estudiar la carrera de dibujo.  Esa tarde estaba feliz porque había recibido el sobre con sus primeras lecciones y se dispuso a estudiarlas de una buena vez. Se sumergió en la lectura de sus materiales, buscó papel en blanco y bosquejó sus primeros trazos con base en lo que le recomendaban sus anónimos y lejanos maestros.
Un sobre como éste fue el que recibió José Luis

Hoy, en la plenitud de su ejercicio como artista lo consultamos sobre la utilidad de sus estudios por correspondencia y esto es lo que responde:

-         “Aprendí mucho sobre perspectiva y dibujo del cuerpo humano, cómo lograr la simetría entre las extremidades y la cabeza, de acuerdo con los cánones fijados por los grandes artistas del Renacimiento”

Algo que también agradece a la National School y al profesor de dibujo de la Divina Pastora Jaime Maya fue el haberlo introducido en el conocimiento de la perspectiva:

- “Aprendí que la perspectiva me permitía representar objetos de tres dimensiones en un papel que apenas tiene dos dimensiones, de ésta manera de imprime apariencia real a los objetos dibujados respecto a su anchura, largo y altura y ayuda a producir la ilusión de profundidad, de alejamiento. Por igual también comprendí los conceptos importantes de la perspectiva, como el punto de fuga, punto de vista y plano de proyección”

Los anteriores conceptos pueden resultar aburridos e ininteligibles para los legos en la materia, pero son de gran utilidad para los artistas, sobre todos quienes se dedican al dibujo, la pintura y la fotografía.

  ¿Ha visto usted un cuadro en el que una casa se ve grande y otra, más lejos, se ve pequeña?  ¿Ha visto en un cuadro una persona más cerca de usted y otra un poco más alejada?  Dichos efectos se logran con el uso de la perspectiva a la que se refiere José Luis.

Las clases recibidas por correspondencia le servían para destacarse en la Divina Pastora como uno de los alumnos sobresalientes en la clase de dibujo. 


Modelo del diploma que entregaba la National School a sus graduados

Su talento era reconocido por el maestro, quien en la sala de profesores mostraba con orgullo a sus colegas los cuadros de su discípulo.  “Miren cómo pinta de bien el pelao de Puerto López, va a ser uno de los grandes entre los grandes”, se ufanaba Maya al compartir los ejercicios de José Luis.

El pintor no se enteraba de las veces que lo mencionaba el profe Maya en los pasillos y salones del colegio. En cierto sentido sus lápices y su pincel ya lo habían dado a conocer entre la multitud de estudiantes que tenían inclinaciones artísticas.

Él repartía su tiempo entre los partidos de fútbol en la Cancha del Cementerio, los viajes a Puerto López, Puerto Estrella Castilletes y Maicao y sus estudios en la Divina Pastora y la National School. 

Andaba embebido en captar las sombras del cardenal guajiro, del árbol, del reflejo, de la luna y hasta del pensamiento.  

En su cabeza se hospedaba la cosecha de sal cerca del mar undívago, a veces alegre con olas perfumadas por el viento, a veces aletargado por el calor, a veces somnoliento como un cansado caminante.

Un día el coordinador de disciplina le informó que lo necesitaba de manera urgente en su despacho esa misma tarde, después de las clases. El nerviosismo se apoderó de él, no tanto por la cita, sino por la persona que le hacía del llamado.  Era una persona muy correcta, pero…tenía ansiedad.  ¿Qué error habría cometido sin darse cuenta?

CONTINUARÁ

viernes, 20 de octubre de 2023

José Luis Palmar Díaz, el pintor que captura los colores de La Guajira (segundo capítulo)


Escrito por:  Alejandro Rutto Martínez

Capítulo 2: A veces llegan las cartas

Resumen del capítulo anterior:  Paulina Díaz está en estando de embarazo avanzado y, al parecer, el largo y duro viaje desde Puerto López hasta Riohacha le ha producido graves consecuencias. 

En la mañana del 6 de septiembre se levanta muy adolorida y le cuenta a su familia que ya no resiste más. Quienes la rodeaban comprendieron que la situación era muy delicada, le pidieron a Dios que no fuera muy tarde y se decidieron a actuar.

Corrieron   en busca de la comadrona Nieves Deluque quien acudió sin demoras.

-         -“Menos mal me llamaron, porque esta muchacha no aguanta más”, dijo  al llegar.

En seguida se dispuso a hacer su trabajo u pocos minutos después el planeta tierra comenzaba a escuchar el llanto de un nuevo habitante.

El 6 de septiembre de 1950 Paulina tuvo un buen día: no sólo recuperó su buena salud, sino que, además, trajo al mundo a su primogénito: un varoncito saludable, vivaracho, tierno y con ansiedad de alimentarse bien. Paulina era la mamá más feliz del mundo, en verdad no se cambiaba por nadie, aunque la vida suya cambiaría de manera radical.       

Disfrutaba al máximo de su maternidad, y hacía planes para el futuro. Ya tendría tiempo para pensar en las nuevas exigencias económicas y cambios en los hábitos cotidianos, puesto que no debía pensar solo por ella sino también por su bebé.   

Ella sabía que contaba con el apoyo de su compañero, protector y padre del niño, Julio Elías Palmar Ramírez

Al momento de ser   bautizado el niño recibió el nombre de José Luis Palmar Diaz,  crecería entre el mar y el desierto, entre la dina arena del suelo calcinado por las altas temperaturas y el milenario mar en el que sus ancestros habían contemplado el vuelo de las gaviotas y el ir y venir de los cayucos repletos de redes para pescar. Desde muy chico tuvo una hermosa amistad con la naturaleza.  

Pasaba largas horas frente al mar, le seguía el rastro al vuelo del cardenal guajiro con interés supremo, miraba los árboles descubiertos de hojas pero protegidos por millares de  espinas, se deleitaba al ver a los chivos en su larga procesión en busca de pastos y de agua; iba a los molinos en donde el pueblo se reunía para obtener agua de las albercas y dar de beber a los animales; lo enamoraba el sonido de las aspas cuando el viento las golpeaba de frente y se oía el roce del hierro contra el hierro;  disfrutaba del aroma del campo abierto y de la libertad propia de las grandes extensiones de tierra  a cielo abierto, sin murallas ni paredes altaneras.

Conversaba a menudo con los mayores, quienes les enseñaron que la lluvia no era sólo agua que descendía de las nubes sino vida y amor, y se quedó sin entender del todo lo que un día le dijo un día le dijo el anciano:

-         "Las cosas no son ni grandes ni pequeñas, ni altas ni bajitas, todo depende de dónde estés tú en el momento de mirarlas”

Esta afirmación, aunque indescifrable en ese momento, sería clave en sus futuros aprendizajes.

José seguía creciendo y pasó una buena infancia que le trae recuerdos de libertad:

-"Me la pasaba viajando de Puerto López a Puerto Estrella y de   Puerto Estrella a Castilletes. De ahí nos íbamos para Riohacha donde jugaba todo el día con los amigos”

Lo único que pudo interrumpir su plan viajero fue el comienzo de los estudios de primaria en el colegio Divina Pastora de Riohacha, en donde tuvo como profesores al legendario Luis Alejandro López, autor de la letra de los himnos de La Guajira y Riohacha, y a Jaime Maya, profesor de dibujo.

En el mismo plantel haría también la secundaria al lado de compañeros como Edgar Brugés, Francisco Morew, Víctor Arizmendi y Mariano Pérez.

Cierto día llegó al barrio el cartero de Adpostal, la empresa estatal de correos, quien fue perseguido sin piedad por los perros de cada calle. El pobre hombre por poco cae de su bicicleta aturdido por la implacable persecución de los animales. Al fin un buen samaritano apareció en escena para dispersar a los agresores peludos y darle un respiro al visitante.

Éste, después de haber sobrevivido al susto, preguntó:

-  "Usted sabe dónde vive por aquí el señor José Luis Palmar

 - "Hermano, le voy a decir dos cosas, la primera es pedirle perdón por esta catajarria de perros que casi se lo comen con todo y bicicleta...me da pena usted que viene luchando contra ese enemigo que es el sol de mediodía…”

-"No se preocupe mi amigo, estoy acostumbrado a enfrentar el sol y también al peor enemigo del cartero, que no es el sol sino el perro o más bien los perros...  ¿Cuál es la segunda cosa que me iba a decir?

-"La segunda cosa que le iba a decir es ésta, por aquí no vive ningún José Palmar Díaz, como usted pregunta”

- ¿Está seguro?

- Bueno, en aquella casa vive un José Palmar, pero no es un señor, es un pelaito bien chiquito.

El cartero se despidió de su salvador y se dirigió a la casa indicada con la intención de entregar el sobre correspondiente.

Registró la tula y sacó un paquete grande, con estampillas extranjeras, marcado a nombre de José Luis Palmar Díaz.

Acto seguido llamó a la puerta.   ¿Qué contenía aquel sobre? ¿Qué noticia recibiría el joven José Luis? 

Leer el capítulo tres

miércoles, 18 de octubre de 2023

José Luis Palmar Díaz, el pintor que captura los colores de La Guajira (Primer capítulo)

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Primer capítulo: Un parto muy difícil

El vehículo avanza  a toda la velocidad que le permiten sus ruedas y su motor a través de una angosta trocha inundada de fina arena y rodeada en algunos tramos de cardones, tunas y trupíos.

Por momentos se hunde del todo y es cuando el motor se torna incapaz de continuar el viaje. Es necesario que los pasajeros varones se bajen para ayudar a empujarlo y ponerlo en marcha de nuevo. Ha salido desde puerto López con destino final Riohacha y en el camino ha pasado por numerosas comunidades en donde algunos pasajeros se bajan con sus aperos y otros suben a bordo para llegar a alguna parte.

En algunos tramos no hay vegetación ni puntos de referencia para guiarse, pero el conductor conoce el camino como la palma de la mano y no tiene ningún problema en su orientación.

En el cielo se mueve perezoso un sol inclemente y tan sólo unas pocas nubes escuálidas y presurosas que no dan ninguna esperanza de sombra y mucho menos de lluvias. Es apenas el mes de septiembre, de modo que faltan aún algunas mañanitas para que comiencen las lluvias de octubre.

El conductor sabe que entre sus pasajeras viene Paulina Díaz, mujer wayuu, nativa de Uribia, a quien mandaron de viaje de manera urgente porque tiene cumplidos sus nueve meses de embarazo. Como no hay partera en Puerto López la familia ha decidido mandarla a Riohacha para que tenga su criatura. Por esta razón el vehículo no puede ir todo lo rápido que quisieran sus ocupantes, porque la muchacha puede sufrir algún percance de salud. 

Pero tampoco pueden ir tan lentos porque corren el riesgo de no llegar a tiempo al hospital. En una de sus paradas advierten que el vehículo está recalentando, situación que los obliga a hacer una pausa más prolongada de lo normal. Paulina y sus acompañantes se preocupan y le piden a Dios que el carro pueda reanudar la travesía y llevarlos sin contratiempos a su lugar de destino.

Tras largas jornadas de desplazamiento, paradas, pausas, revisiones mecánicas y negociaciones entre los transportadores y los pasajeros que piden rebaja, el vehículo por fin llega a Riohacha al atardecer del 5 de septiembre de 1950.  Paulina y sus acompañantes se instalan en la casa de sus familiares en la calle cuatro, cerca al Cementerio Central, sector conocido como El Guapo.

Las oraciones habían dado resultado en cuanto a la llegada, ahora faltaba que la criatura naciera sin ningún contratiempo. El rostro de la mujer indicaba que sufría los rigores propios de los últimos

días de su embarazo.  Podría decirse que habían llegado sobre el límite del tiempo. Esa noche Paulina no durmió mal y, al día siguiente se sentía bastante decaída. Al parecer el maltrato sufrido en el viaje le estaba pasando factura. Cuando despertó, con el último hilo de su voz debilitada le hizo saber a sus familiares lo dramático que era su estado de salud: 

-         "Ya no aguanto más, creo que me voy a morir, todo me duele, todo me da vueltas.” 

Quienes la rodeaban comprendieron que la situación era muy delicada, le pidieron a Dios que no fuera muy tarde y se decidieron a actuar.

Leer el segundo capítulo

lunes, 16 de octubre de 2023

El placer de escribir a máquina otra vez


Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Me recomendaron situar una maquina de escribir en la biblioteca con fines decorativos. Ellas son muy coquetas y fotográficas y hacen que los espacios se vean muy bonitos, me sugirieron.
No fue fácil obtenerla porque hace dos décadas están descontinuadas, pero una vez la conseguí pude observar que no sólo era muy bonita sonó que funcionaba perfectamente. Entonces me di a la tarea de escribir en ella y ahora ustedes están leyendo el resultado de ese naciente romance.

Escribir a máquina es dejar las ideas plasmadas para la posteridad guiados por la nota musical que nos conduce a un encuentro con la memoria.

La máquina produce un sonido voraz de teclas deseosas de lacerar el papel en blanco, letra por letra, golpe por golpe. Es un encuentro polifónico entre los dedos pensantes y el teclado diligente.

El sonido es un golpe anunciador del vuelo de un pájaro o la fuga de una mosca o la paciencia de una araña. Avanzan indemnes las palabras en los surcos de la historia.

Y avanza el carro con su rodillo, de derecha a izquierda para que las letras, los puntos y las comas se sitúen como soldados de una sola legión en marcha de izquierda a derecha.

Las teclas producen notas sonoras como altivas fanfarrias que anuncian la llegada de cada letra al trono del poder sobre el inmaculado lienzo del papel en blanco.

Suenan y suenan, el rodillos, la barra espaciadora, la campanita del margen...todo en perfecta armonía.

Canta el escrito a los acordes de tipos presurosos. Una tilde exiliada de la A o de la E, en todo caso de la vocal mayúscula que reniega porque no quiere tener una cicatriz sobre su cabeza.

Y el sonido se va con el viento, pero los tipos han impregnado el papel de letras y ellas no se van, ni fácilmente se dejan borrar.

Entonces las letras vienen y van como alondras pensativas. Más allá de los montículos y de las colinas dibujadas con palabras, empieza a mostrar sus reflejos el crepúsculo.

El texto se colorea al vaivén de la escritura, de palabras enhebradas en la fantasía de una frase con cara de mujer y cintura de reloj de arena. Escribir a máquina es mirar el pasado a través del retrovisor del tiempo. Es meditar y transcribir; recordar y suscribir; pensar y escribir. Escribir a máquina es aferrarse a la soledad para que la luz de la sabiduría se encienda como candil perseguidor de bloqueos obsecuentes y de errancias testarudas.
Escribir a máquina es, en resumen, mirar atrás con valentía, para caminar adelante sin vacilaciones.

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