Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Me recomendaron situar una maquina de escribir en la biblioteca con fines decorativos. Ellas son muy coquetas y fotográficas y hacen que los espacios se vean muy bonitos, me sugirieron.
No fue fácil obtenerla porque hace dos décadas están descontinuadas, pero una vez la conseguí pude observar que no sólo era muy bonita sonó que funcionaba perfectamente. Entonces me di a la tarea de escribir en ella y ahora ustedes están leyendo el resultado de ese naciente romance.
Escribir a máquina es dejar las ideas plasmadas para la posteridad guiados por la nota musical que nos conduce a un encuentro con la memoria.
La máquina produce un sonido voraz de teclas deseosas de lacerar el papel en blanco, letra por letra, golpe por golpe. Es un encuentro polifónico entre los dedos pensantes y el teclado diligente.
El sonido es un golpe anunciador del vuelo de un pájaro o la fuga de una mosca o la paciencia de una araña. Avanzan indemnes las palabras en los surcos de la historia.
Y avanza el carro con su rodillo, de derecha a izquierda para que las letras, los puntos y las comas se sitúen como soldados de una sola legión en marcha de izquierda a derecha.
Las teclas producen notas sonoras como altivas fanfarrias que anuncian la llegada de cada letra al trono del poder sobre el inmaculado lienzo del papel en blanco.
Suenan y suenan, el rodillos, la barra espaciadora, la campanita del margen...todo en perfecta armonía.
Y el sonido se va con el viento, pero los tipos han impregnado el papel de letras y ellas no se van, ni fácilmente se dejan borrar.
Entonces las letras vienen y van como alondras pensativas. Más allá de los montículos y de las colinas dibujadas con palabras, empieza a mostrar sus reflejos el crepúsculo.
Escribir a máquina es, en resumen, mirar atrás con valentía, para caminar adelante sin vacilaciones.
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