Por: Alejandro Rutto Martínez
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Tales Mileto: "Cuida tus palabras; que ellas no levanten jamás un muro entre ti y los que viven contigo"
Usted es un usuario del idioma y desde que nació ha escuchado a otros hablar la común lengua materna, ha visto cine, películas por televisión, ha visto y escuchado partidos de fútbol, ha leído revistas, periódicos y libros y hasta ha asistido a algunas conferencias en donde el ponente utiliza ciertos términos con los cuales jamás se había encontrado en ninguna parte. Y así, poco a poco se va enriqueciendo el léxico, pues son cada vez más las palabras que conocemos. Y cada día agregamos otras nuevas y otras más.
Pero, por más que hemos conocido palabras extrañas, de vez en cuando aparecen algunas de cuya existencia nadie nos había hablado antes. Así de rico es éste idioma, nuestro muy querido español que se habla en más de una veintena de países.
Si usted creía que tenía conocimiento de todo el inventario de palabras raras, le ruego que no se niegue la posibilidad de conocer algunas otras. Lo invito a que realicemos un viaje imaginario por el mundo fascinante de esos vocablos sonoros y poco usuales, que, sin embargo, han estado siempre al alcance de su mano en algunos textos y en casi todos los diccionarios. Comencemos pues el recorrido.
¿Si le hablan de la palabra cenotafio usted diría que pertenece al lenguaje de los arquitectos, de los constructores, de los expertos en plomería o de los médicos? No se desgaste pensando que ya le tengo la respuesta. Cenotafio procede del griego, hizo una escala en el latín de donde pasó al español. En la lengua del imperio romano se escribía cenotaphium y significaba “sepulcro vacío”. Hoy nuestro diccionario de la real Academia lo registra como “monumento funerario en el cual no está el cadáver del personaje al que se dedica. Como quien dice, no es exactamente un sepulcro sino una construcción en homenaje a alguien que ya falleció, pero cuyos restos no reposan exactamente en ese lugar.
Bueno, no nos detengamos frente al cenotafio y prosigamos esta aventura por el frondoso bosque de las palabras. ¿Había oído el término cazcalear? No estoy seguro de que usted lo haya oído o leído alguna vez, pero le apuesto a que sí conoce a alguien que ha practicado este curioso verbo cuyo significado es: “Andar de una parte a otra fingiendo hacer algo útil”. ¿Verdad que usted y yo conocemos personas que pasan el día de un lugar a otro, de preferencia con papeles en la mano, y nos parece que están ocupadísimos? Pues bien, muchos de ellos no están haciendo nada, sino que fingen actividad para engañar a su jefe, compañeros de trabajo o a los ciudadanos a los cuales deberían servir. En otras palabras, se dedican impunemente a cazcalear.
Bien, dejemos de fingir que estamos muy ocupados y sigamos adelante. ¿Por casualidad sabe usted lo que es un cayarí? ¿No? Bueno, ignorar el significado de esas seis letras unidas entre sí no es motivo para morirse de la vergüenza. Según nuestro reputado diccionario de la Real Academia Cayarí es la denominación que le dan en Cuba a un cangrejo pequeño, de color rojo, que vive en agujeros que abre en terrenos húmedos, a orillas de los ríos.
Vamos ahora a una más rara aún: celentéreo. A menos que usted sea biólogo o un consumado estudioso de la naturaleza es posible que nunca haya escuchado este sonido. El diccionario lo define así: “Se dice de los animales con simetría radiada, cuyo cuerpo presenta una cavidad única gastrovascular, que comunica con el exterior por un orificio que es a la vez boca y ano; p. ej., los pólipos, las medusas y los ctenóforos” ¿Le quedó clarito? Mejor vaya y conózcalos a través de unas buenas fotografías que para eso estamos en Internet.
Terminemos, por ahora, este paseo, con la palabra celíaco. Tiene relación con uno de los órganos más mencionados y menos conocidos de todos los que permiten el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo: los intestinos. El diccionario de la Real Academia define celíaco, como “Perteneciente o relativo al vientre o a los intestinos”.
Bien, creo que ha sido una vuelta bastante divertida e interesante, pero es hora de regresar a otros menesteres. Si alguna vez se tropieza con una de esas palabras raras, busque su significado en el diccionario y comience a usarla, para que se vaya entrenando, pero tenga cuidado delante de quién las pronuncia, no sea que le pase como a cierto conferencista, que en sus intervenciones aplica una buena dosis de palabras rebuscadas. Al final se le acercó una dama, quien revestida de gran humildad lo felicitó y le dijo lo mucho que le había gustado la disertación. Ya para despedirse le dijo: “Doctor, siga así, usted habla muy bonito, aunque yo no le haya entendido nada, pero habla muy bonito”.