miércoles, 23 de marzo de 2022

Las historias de Beruski (Quinta parte)

 Escrito por: Mirollav Kessien

Leer también la cuarta parte de Las historias de Beruski

El hombre guardó silencio por algunos segundos lo que aumentó la expectativa de Beruski, quien lo animó a continuar

-Continúe su historia… ¿Por qué guarda silencio?

-El silencio permite escuchar la ardorosa voz de la conciencia y las señales del cielo, respondió el hombre

-Tienes razón, pero aun así me gustaría conocer cuál es el asunto que los ha llevado a ustedes a tener esta inusual riña.

-¡No es una simple riña!, intervino la mujer. Es un asunto de tal magnitud que esta misma tarde llamaré a mis abogados y llevaré a este bribón a los tribunales para que me pague o vaya a la cárcel que es donde le corresponde estar

-Vea señora, usted más bien debería estar agradecida conmigo… ¿Por qué no cuenta cuál es la razón por la que le estoy debiendo?

-Creo que usted estaba a punto de contármelo hace unos minutos, le interrumpió Beruski.

-Y se lo voy a decir de una vez. Mire esta señora, ahí donde usted la ve, toda seria y exigente como usted la ve, quiso contratarme, es decir, me contrató para cometer un crimen.

-¿Un crimen? ¿Es eso cierto?, preguntó Beruski al tiempo que los miraba de forma inquisidora

-Sí, un crimen, contestó aquel hombre. Como le he contado me dio una suma de dinero por adelantado para invertir, digámoslo así, en la logística del asunto. Me prometió que me daría otra suma muy importante dos días antes de que se consumase el hecho. Al principio  me pareció una buena forma de salir de una situación económica terrible por la que estaba atravesando, estaba a punto de ser desalojado de mi casa por no pagar las mensualidades del arriendo, tenía a mi madre gravemente enferma y estaba a punto e enloquecer. Además, esta señora me hizo ir a su casa sin decirme de qué se trataba la tarea para la que me iba a contratar. Cuando hablamos resultó ser muy expresiva y no tuve cómo negarme. Esa noche casi no pude dormir, al día siguiente fui a la iglesia y tuve una revelación. La revelación de que no podía cometer ese crimen…lo más triste de todo era que había comenzado a gastarme el dinero  y no tenía cómo devolverlo.

-Bastante raro este asunto, dijo Beruski. Y acto seguido hizo una pregunta

-Señora mía, ¿Es cierto que usted contrató al caballero para cometer un crimen?

-Es cierto, pero eso a usted no le importa, además, yo no le iba a hacer daño a nadie contratando la muerte de esa persona. Nadie se iba a lamentar de esa pérdida. Nadie iba a presentar la denuncia criminal. Nadie extrañaría a la víctima. Algunos se alegrarían. Le juro por lo más sagrado que la persona a la que iba dirigido el atentado era la más interesada en que este se consumara.

-Ahora sí no le entiendo nada. Me parece muy cruel, pero además muy, muy extraño todo lo que usted está diciendo.   Los seres humanos repudiamos todas las muertes, todos nuestros semejantes nos hacen falta y todo crimen debe ser denunciado de inmediato.

-Yo puedo explicarle lo que la señora quiere decirle, manifestó el hombre, quien había guardado prudente silencio en los últimos minutos.

-Adelante, dijo Beruski, quien estaba cada vez más confundido por el giro que había dado la situación.

-Mire, de una vez le voy a decir toda la verdad y nada más que la verdad, lo que esta señora trata de decirle es lo siguiente: ella me contrató para cometer un crimen. Y ese crimen iba dirigido…contra ella misma.

-¿Contra ella misma?

-Sí, para eso me contrató. No medio mayores explicaciones de por qué deseaba morir, tan sólo me dio instrucciones del día hora y lugar en que yo o alguien contratado por mí accionara el gatillo para asesinarla…

La dama había bajado el rostro, una lágrima corría por su mejilla izquierda, se le notaba bastante quebrantada y parecía haber perdido la determinación con que al principio acusaba a aquel hombre.

Beruski ahora estaba mucho más confundido, no sabía qué hacer ni qué recomendarle a sus dos interlocutores. En actitud solidaria puso su mano sobre el hombro de la mujer al tiempo que le preguntaba.

-¿Por qué usted se quiere morir? ¿Por qué desea acabar con su propia vida?

-Tengo razones que usted ni nadie entenderían. Lo que nadie sabe es que en medio de las multitudes viajan seres solitarios que no se hacen compañía ni siquiera a ellos mismos. Yo soy una de esas sufridas, solitarias y acongojadas personas. La vida pasa rápidamente frente a nosotros,  sin pausa,  mientras nosotros pasamos también sin pausa ante la escena triste de morirnos en vida.

-Señora, dijo Beruski, la vida no es tan mala como usted cree, la mejor terapia para todos los males del alma es hacer el bien, con esto se borran las cicatrices del pasado y se tienen fuerzas nuevas para vivir cada día.

-Cuando Beruski terminó de hablar aquella mujer lloraba abrazada al hombre que no la quiso matar, era un abrazo fraterno, prolongado, singular. Había lágrimas también en los ojos de aquel hombre.

-¿Qué sucederá ahora?

-Si usted supiera, mi estimado amigo, si usted supiera. Acabo de convencerla…

-¿Convencerla de qué? Preguntó Beruski con sorpresa…

Continuará

El Campamento

Escrito por: Jorge Parodi Quiroga*


Enero fue mi mes favorito durante los convulsionados años de transición entre la adolescencia y la juventud. Los primeros siete días del año significaban para mí una ventana a la libertad, a la consecución de propósitos y sobre todo al intento de comprensión de esto que llamamos vida.

Era un espacio vital que marcaba de manera importante los meses restantes. No lo superaba las fiestas decembrinas ni lo eclipsaba la proximidad terrorífica del nuevo año escolar que se asomaba amenazante.

En las inmediaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, nos dábamos cita más de doscientos mozuelos como yo. Proveníamos de diferentes partes de la costa caribe colombiana, de costumbres e idiosincrasia disímiles, compartíamos la misma fe y ganas inmensas de ser diferentes; perseguíamos un estilo superior de vida.

El paisaje exuberante de las montañas, las peripecias para arribar hasta el punto en donde se instalaba el campamento, las aguas frías y cristalinas del Río Guatapurí en su nacimiento y el clima gélido de las noches cargadas de estrellas, le prodigaban a nuestra reunión anual una atmósfera especial que guardaré en mi memoria por siempre.

Después de una vuelta completa al sol, nos reencontrábamos con personas que se hicieron especiales en muchos sentidos, nos desconectábamos de la cotidianidad, y asumíamos, con el estatus de campistas, una disciplina admirable.

Todos los días nos levantábamos antes de las seis de la mañana, formábamos en orden, entonábamos el Himno Nacional mientras se izaba la bandera y luego de elevar alguna plegaria, nos disgregábamos en grupos pequeños, para conocernos, leer la Biblia y atender las tareas de limpieza que los líderes nos confiaban durante nuestra permanencia en aquel lugar, luego de lo cual, tomábamos el desayuno.

Sobre las nueve de la mañana todos nos congregábamos en el auditorio principal, un tabernáculo de dimensiones grandes, que al igual que las cabañas que servían de dormitorios, la cocina y los baños, fueron construidos por jóvenes norte americanos que llegaban al país en sus vacaciones de verano.

En el tabernáculo nuestra permanencia se extendía hasta cerca del mediodía; era un tiempo de estudio, conferencias y entrenamiento enfocados en personas de nuestra edad, al final del cual el destino era el río, un poco de exploración quizá y por supuesto, estrechar los vínculos de amistad.

Cada tarde tenía diferentes actividades recreativas: campeonatos de fútbol que enfrentaban a las delegaciones, de ajedrez, carreras a campo traviesa y alpinismo, esta última actividad siempre dirigida por un norteamericano experto y que conocía a la perfección la enorme montaña que tutoraba nuestro campamento.

Nunca me caractericé por ser ni siquiera un deportista regular, era un desastre total en realidad: malo en el fútbol, negado para el ajedrez, terrible en todo. En mis años de estudiante alguna vez practiqué el atletismo, me gustaba, y con algún entrenamiento logré avanzar algo, no lo suficiente.

En uno de mis primeros campamentos me inscribí en la carrera de atletismo que partía desde el punto de asentamiento y se extendía diez kilómetros entre lomas y valles; no consideré los estragos de la altura y a menos de cincuenta metros casi me muero de asfixia. Mi orgullo no me permitió aceptar el descalabro y me escondí hasta el final de la carrera, entonces aparecí fingiendo una luxación.

Con la experiencia atlética aprendida, el siguiente año me uní al grupo de escaladores; bien difícil, pero con la guía de don Roberto Moyer, un gringo curtido en eso de subir montañas, después de varios cuasi desmayos, logramos alcanzar el pico. Fue una experiencia satisfactoria que repetí los dos años siguientes.

El tercer año después de mi hazaña alpinista, don Roberto no asistió por razones que no conocí, de manera que para mí y los amigos que me seguían, porque eran igual que yo de malos en todo los demás, no había ninguna actividad recreativa que practicar.

Pero ese año, alguien comentó que río arriba había una considerable cantidad de truchas de buen tamaño. Pescar, eso era algo que hacía en las aguas del río que cruza mi pueblo, así que no dudé en organizar una excursión de pesca. Todos se emocionaron y esa noche todos los campistas nos esperaron con la esperanza de disfrutar trucha en la cena.

La noche nos arropó y no pescamos ni un resfriado. Sabíamos que al regresar nos crucificarían los demás campistas, y en efecto sucedió. Fuimos blanco de burlas crueles; además, todos nos culpaban de una cena nada parecida al manjar que se esperaba. Desde ese día fui conocido como Jorge “La trucha Parodi”.

La desgracia me dio algo de celebridad y siendo mi habilidad mayor la socialización, compartir los pormenores de mi intentona de pesca fallida con las niñas del campamento rindió sus réditos y entonces me hice blanco de la envidia de mis compañeros.

Esa parte de los deportes y la recreación era mi pesadilla, la sobrellevé entablando nuevas amistades, sobre todo con miembros del sexo opuesto, que se interesaban más en mis dotes como guitarrista y compositor que en mis condiciones de atleta, las cuales eran nulas.

El siguiente año, que sería mi último campamento, con las experiencias en atletismo, fútbol y pesca anteriores, estaba desprogramado por completo, lo que tampoco se veía bien; de manera que cuando se abrieron las inscripciones para la participación de las diferentes actividades, no dudé en inscribirme en el grupo de los escaladores.

En esa ocasión nuestro guía gringo tampoco asistió, así que me ofrecí como director de la excursión. Ya había escalado varias veces esa montaña y a todos les pareció que podría ser un buen conductor de la expedición.

El grupo de escaladores estaba conformado por más de treinta personas entre hombres y mujeres, dentro de los cuales se encontraba mi grupo de anti atletas que conmigo sumábamos diez.

Iniciamos el ascenso a las tres de la tarde en punto; a pocos kilómetros, en la falda misma de la montaña, más de la mitad ya había abandonado la aventura; yo mismo quise devolverme pero mi orgullo no me lo perdonaría.

A media hora de iniciado el periplo solo quedamos quince personas; cuando el verdadero ascenso inició solo quedamos los diez amigos de siempre, que no claudicaríamos en favor de una vergüenza más; al cabo todos confiaban en mí, estaban seguros que escalaríamos esa imponente mole de piedra y regresaríamos llenos de victoria a contar las incidencias alrededor de una fogata bajo el cielo preñado de luceros.

Aquel cerro se levantaba vertical como una pared hasta el cielo, tenía algunos senderos escarpados por los que se podía subir; el terreno era sumamente resbaladizo y permanecía húmedo y frío. A los lados de las rutas sobresalían enormes piedras grises e inaccesibles, un solo descuido podría significar una tragedia, al menos un susto mayor.

Continuamos subiendo, la tarde empezó a oscurecerse muy rápido y los nervios me sobrecogieron, aunque no lo demostré; allá arriba todas las rutas eran iguales y caí en cuenta que bajo la dirección de míster Moyer, nunca me preocupé por memorizar cada sendero.

Dos horas después, estábamos absolutamente perdidos y lo peor, sin darnos cuenta nos encontramos justo en la mitad de un peñasco de más de veinte metros de superficie. Entramos en pánico. Estábamos atascados, cansados, con fuertes calambres y debajo de nosotros una caída de más de doscientos metros. Fue la primera vez que estuve tan cerca de la muerte.

Todos lloramos sin parar; por mi mente pasaba la imagen de mis padres; alcancé a verlos en mi funeral, frente al ataúd llorando y dándome una golpiza por la infeliz decisión de subir esa montaña. Desde mi muerte pude escuchar su reproche y su regaño por haberme atrevido a semejante estupidez.

A alguno de ellos, Juan Carlos se llamaba, resignado ante la inminente caída, se le ocurrió que debíamos hacer una última oración, no de despedida, más bien para asegurarnos que la última acción en vida nos franqueara la entrada al paraíso. Claro que todos oramos con fervor, ninguno pidió un milagro, todos suplicamos que los golpes no dolieran tanto.

En el campamento base, la oscuridad que se apoderó de la tarde alertó sobre alguna posible emergencia de los escaladores, así que ayudados con poderosos binoculares trataron de ubicarnos en las rutas de subida. El nerviosismo se apoderó del campamento a medida que la noche caía y por fin nos avistaron y comprobaron el difícil momento que atravesábamos.

Inmediatamente se dispuso el operativo de rescate. Ayudados por personas de la región subieron el cerro por la parte posterior que ofrecía una ruta segura y desde el pico de la montaña nos arrojaron cuerdas con las cuales nos arrebataron de las garras de la muerte, pero no de una vergüenza más.

Esa noche entre risas, llanto y sin cinco de gloria, nuestras peripecias fueron el tema de conversación; tal como lo soñamos: alrededor de una fogata, con el sonido imponente del río de fondo y arropados bajo el manto oscuro de la noche que dejaba resaltar la refulgencia de un millón de estrellas.

Ese fue mi último campamento. El año siguiente me comencé a volver viejo, pero tantas experiencias hermosas se quedaron tatuadas en mi mente y en mi alma.

De aquellos tiempos de juventud y aventura conservo algunos buenos amigos, aún compartimos la misma fe, definitivamente hemos sido en muchas maneras, diferentes, y al igual que yo, en el umbral del otoño reconfortamos el espíritu cada vez que nos visitan las imágenes de esos días de campamento.

 

Nacido en Bogotá el 12 de febrero de 1965. Abogado, Especialista en Derecho Penal y Criminalística. Docente Universitario en las áreas del Derecho Procesal, Derecho Penal, Metodología de la Investigación y Argumentación Jurídica; Conferencista en temas de superación personal y liderazgo. Teólogo, Político y Empresario. Casado con Silvana Cohen, padre de 5 hijos y abuelo de 3 nietos. Fundador y Director de la revista Veritas, enfocada en temas de Teología. Gerente de  Ondas de Restauración y de RPV mundo, emisoras virtuales orientada a la difusión de la cultura y la espiritualidad. Desde muy temprana edad incursionó en el mundo de la Literatura. Escritor de prosa y poesía, que ha conjugado con la elaboración de artículos científicos en el área del Derecho y escritos de superación personal y liderazgo.

domingo, 20 de marzo de 2022

Las historias de Beruski (Cuarta parte)

 Escrito por: Mirollav Kessien

A lo lejos veía dos personas que discutían acaloradamente, lo cual no era normal en esos lugares por los que ahora transitaba, pero lo que realmente le causó preocupación fue el hecho de que se trataba de una mujer y un hombre, pero aquella dama, además, era honrada por los hilos plateados que surcaban sus cabellos.

¿Sería esta su primera oportunidad para hacer el bien? ¿Aquella mujer mayor necesitaría de su protección y de su fuerza para defenderla de aquel señor de edad mediana que se limitaba a escuchar y algunas veces también gesticulaba con rabia?

Muy pronto estuvo junto a los dos y se ubicó a una distancia razonable por si era necesario intervenir en favor de aquella frágil mujer que continuaba con sus airados reclamos al hombre y estaba a punto de agredirlo.

-¡Paz, por favor!, gritó Beruski para llamar la atención de la pareja

Ambos guardaron silencia por un instante y sus ojos se fijaron en la enorme figura del recién llegado a quien no habían visto aproximarse.

-Si puedo ayudar en algo, pueden contar conmigo

-¿Y quién es usted?, preguntó la dama aún acalorada

- No soy nadie mi querida señora, respondió Beruski. No se necesita ser alguien importante cuando se trata de defender a una mujer. No se requiere ser autoridad para decir que la más humilde paz es mejor que la más altiva violencia. No Hace falta un juez cuando los seres humanos son capaces de hablar mirándose a los ojos y decirse palabras llenas de verdad desde el fondo del corazón.

- ¿Y siempre anda por ahí, metido en lo que no le importa?, volvió a preguntar la dama

- Digamos que no siempre, pero en este caso particular me interesa mucho que ustedes no sigan en su pelea. Me agradaría que los dos dieran fin a sus desacuerdos y puedan entrelazarse en un saludo de amigos. La verdad me dio mucho temor al verlos pelear, pensé que se iban a agredir.

- Todo es por culpa de este truhán, granuja y estafador, gritó la señora en referencia a aquel hombre que no había vuelto a decir ni una sola palabra, hasta cuando balbuceó un tímido

-  Señora, no diga eso, por favor, ya le he dado varias veces mis explicaciones.

- ¿Qué está pasando aquí?, preguntó Beruski mientras se interponía disimuladamente entre los dos para evitar que se agredieran

- Caballero, gracias por sus buenas intenciones, en lo que a mí respecta puede usted estar tranquilo, desde que me volví bueno de aparté de las riñas de vecinos y decidí consagrar mi vida a no hacerle mal a nadie.

- Ah, ¿con que te volviste bueno? Lo increpó la dama, si es así entonces págame la plata que me debes ¡Estafador!

- ¿Cómo así que usted le debe dinero a la señora?, interrogó Beruski

-Es lo que ella dice, respondió el hombre y en verdad me dio un dinero el cual le devolveré íntegro cuando lo tenga.

- A ver, a ver…volvió a intervenir Beruski. Usted dice que este caballero le debe y usted reconoce la deuda, le dijo a cada uno. Lo que deben es fijar una fecha de pago y se resuelve este asunto.  ¿Podrían decirme cuál es el origen de la deuda?

- ¡Eso es lo de menos!, gritó la señora casi histérica. Aquí lo único importante es el dinero que me adeuda. ¡Mi dinero! ¡El que gané con tanto esfuerzo!

-Yo creo que el origen de la deuda no es lo de menos, manifestó el hombre. Verá usted mi buen señor, esta dama, ahí donde usted la ve toda rabiosa me contrató para hacer algo abominable…y no fui capaz de hacerlo

-Explíquese por favor

- Sí señor, hace un mes leí un aviso clasificado en el periódico en el que solicitaban los servicios de alguien que necesitara trabajar. Como mi situación económica era deplorable acudí a toda prisa a la dirección indicada en donde encontré esta señora. Abrió la puerta con sigilo, me hizo entrar a su casa, y me habló en voz muy baja, todo ese ambiente comenzó a causarme temor.  Después de que termináramos cada uno su taza de té fue cuando me dijo para qué clase de trabajo me necesitaba. Usted no me va a creer cuando le diga de qué se trataba su odiosa propuesta…

-Beruski, miró a la señora quien tenía las mejillas coloreadas de rojo y el rostro inclinado

- ¿Podría usted ser más explícito?

- La señora, antes de decirme cuál era su necesidad, me entregó un sobre con una voluminosa suma de dinero. Cegado por la ambición y acosado por la necesidad, recibí los billetes y le prometí que por esa suma iría hasta el final del mundo si fuera necesario. Me dijo que esa era apenas la mitad del pago, lo cual me emocionó mucho. Pero la alegría se me acabó cuando me dijo cuál era la tarea que debía cumplir. Todavía me arrepiento de no haberle dicho que no de inmediato…

Continuará

Leer la tercera parte de esta serie

Leer la quinta parte de Las historias de Beruski


sábado, 19 de marzo de 2022

Las historias de Beruski (tercera parte)

 Escrito por: Mirollav Kessien

- Coronel, no es lo que usted está pensando, le interrumpió Beruski, verá usted, lo que en verdad necesito es, todo lo contrario…acabo de recibir un documento en el que se me exonera de viajar al desierto en una nueva misión y…yo, pues lo que quiero es ir con mis compañeros, participar en esta nueva experiencia, sacarificarme por mi país, comprende mi coronel?

-¡Y por qué lo han exonerado?

¿Quieres leer la segunda parte de Las historias de Beruski?

-Verá usted coronel, hace unos días hice la solicitud para el descanso de un año al que tengo derecho por todo mi tiempo de servicio, buena conducta y condecoraciones. No había obtenido ninguna respuesta, por lo que supuse que no contaba con la aprobación, pero ocurre que cuando hacía fila para embarcarme he sido llamado a la oficina de correos en donde me han entregado el documento en donde se concede dicho descanso…

El coronel se rascó la barbilla, miró a Beruski con preocupación, caminó dos pasos con nerviosismo, hizo silencio por algunos segundos antes de responder:

-Si lo que usted desea es revocar su permiso, me temo que tampoco podré ayudarlo…es un trámite que puede tardar varios días y, si lo que usted quiere es viajar en esta misión, ya no podrá hacerlo.

- ¿Y si viajo, aun teniendo el permiso?

-No podrá hacerlo, y si lo hace será un grave acto de indisciplina. Es más, quiero aconsejarle que se despoje lo más pronto posible de su uniforme y de todas las prendas militares. En este momento usted es un ciudadano del común, no un miembro del glorioso ejército nacional. Váyase a casa y descanse, dedíquese a lo que prefiera y regrese cuando se termine el plazo que le han dado. Y ahora, si me lo permite…tengo mucho que hacer.

Beruski comprendió que no había más nada qué hacer, de manera que se dirigió a la habitación más cercana en donde comenzó a despojarse de sus prendas militares. Estaba un poco contrariado porque ya se sentía sumergido en una nueva aventura sobre las arenas espesas del desierto, recibiendo en su rostro la brisa mezclada caliente del mediodía y abrigado por la noche para sobreponerse a los mementos en que el frío azota sin contemplaciones.

Se desvistió sin prisas, guardó todo en su maletín y se miró al espejo. Los últimos meses habían sido intensos, así que muy pocas veces se había vestido de civil.

Mientras caminaba hacia la salida se repetía una sola pregunta: ¿Por qué no pude ir a este viaje?

No encontró respuesta, pero se dijo a sí mismo que la vida es un manantial de señales desde el génesis del tiempo hasta la antesala de la eternidad.

En el diálogo consigo mismo decidió que le dedicaría mucho tiempo al jardín y saborear los libros cuya lectura tantas veces había aplazado. Y algo muy importante: le haría el bien a toda persona que encontrara en su camino, sin importar de quién se tratara y sin importar el tiempo que tuviera que dedicarle.

Con esta resolución tomada les sonrió a los sauces de flores amarillas que adornaban el camino. Una sonrisa, se dijo, puede reparar hasta las roturas del alma.

Avanzó en silencio hasta su casa. Le gustaba tener conversaciones consigo mismo porque pensaba que el silencio permite escuchar la ardorosa e insistente voz de la conciencia y percibir las señales del cielo. Ahora iba convencido de que la forma en que se frustró su viaje era una señal de lo alto.  Había leído en alguna parte que una de la forma en que la divinidad bendice a os hombres es diciéndole NO a algunas de sus peticiones. Así que en ese momento se declaró convencido porque el destino quiso evitarle que cumpliera el deseo de viajar.

Estaba absorto en sus reflexiones cuando de repente contempló una escena que lo sobresaltó.

- ¿Qué era lo que estaba sucediendo en esa parte del camino?  Se apresuró un poco para avanzar más rápido. Era urgente llegar al lugar de los acontecimientos, era necesario actuar cuanto antes mejor.

 

Continuará

viernes, 18 de marzo de 2022

Las historias de Yosep Beruski (segunda parte)

 Escrito por: Mirollav Kessien

Yosep dobló el sobre y se dirigió a la fila en donde formaba su contingente listo para abordar el camión que lo llevaría al teatro de operaciones. Empezó a caminar detrás de sus compañeros, pero de un momento a otro la pequeña procesión se detuvo. El primer camión estaba lleno y debías esperar la llegada de otro que aún no estaba listo. Mientras esperaba recordó el sobre que tenía en el bolsillo.

Lo sacó, miró con curiosidad las palabras estampadas en la superficie en las que no se leía nada diferente a su propio nombre como destinatario.

¿Te interesa leer la primera parte de este relato?

Cortó con cuidado el sobre por la parte superior y entonces apareció una hoja con los símbolos oficiales y, después de los saludos de cortesía, unas breves líneas en las que le respondían acerca de la aprobación de su solicitud de retiro temporal remunerado durante todo un año. La solicitud había sido aprobada tres días antes de manera que ya estaba vigente y, por lo tanto, no estaba obligado a participar en aquella misión.

Estaba confuso en ese momento, apretó el sobre y o regresó de nuevo al bolsillo.  Había solicitado su retiro temporal remunerado y la respuesta era favorable, pero en ese momento la adrenalina propia de quienes están acostumbrados a la acción y a la hiperactividad le hacían serios reclamos: sus ganas de tomarse un tiempo le transmitían felicidad, pero ese movimiento, ese bullicio y la posibilidad de vivir nuevas experiencias también lo seducían. Como hombre de armas sentía que faltaba al deber si se devolvía a quitarse las prendas de campaña; algo le gritaba desde lo más profundo de su ser que estaba abandonando a sus compañeros y estaba tomando el atajo de la solución más fácil, algo que en lo más íntimo de su ser siempre había odiado.

Su primera reacción fue permanecer en la fila y continuar su marcha hacia adelante, olvidar lo que el documento consignaba de manera perentoria, embarcarse y continuar como si nada hubiera pasado. Al regreso resolvería todo a su manera. Podría ser una renuncia formal a su solicitud o un pedido de aplazamiento.

Sin embargo, su infaltable y persistente voz interior le recordó que el documento recibido tenía el efecto de una orden y él sabía que las órdenes no se discuten ni se negocian, sino que se cumplen.

Se le ocurrió que había algo que sí podía hacer, pero tenía que actuar muy rápido, antes de que todos los camiones partieran rumbo hacia el desierto.

Salió de la fila, caminó a toda prisa y se dirigió hacia el edificio administrativo en donde pidió hablar de urgencia con el coronel Andripov, quien tenía entre sus funciones la asignación de unidades a las diferentes operaciones que se emprendían en la zona.

El coronel era un hombre alto, de edad mediana, cejas pobladas y bigote abundante, recia personalidad y con un aire similar al de las personas que siempre permanecen ocupadas.

-          Buenas tardes coronel, le ruego con respeto que me conceda al menos tres minutos de su escaso tiempo

-          -Adelante, pero le anticipo que ya ha invertido el primer minuto en los rodeos que ha dado. ¿por qué no me dice de una vez qué es lo que quiere? Por estos días todos estamos con muy poco tiempo disponible

-          Mire coronel, en realidad yo quiero decirle lo siguiente. Estoy asignado para ser parte de la misión que se dirige hacia el desierto de La Franja y nuestro contingente está a punto de partir, por lo cual yo quiero hacer una solicitud. No sé por dónde empezar

-          Espero un momento respondió el superior ya sé lo que usted me quiere decir…se dirigió con lentitud hacia una ventana, miró hacia el horizonte y por último taladró a Yosep con la mirada. ¿será que usted me va a pedir lo que estoy pensando?

-          ¿y qué está pensando usted, coronel? Contestó Yosep

-          Lo que yo estoy pensando es lo siguiente, rugió el coronel, y le voy a dar respuesta de una buena vez…

Continuará

Leer la tercera parte de este relato

Las historias de Yosep Beruski

Escrito por: Mirollav Kessien

Yosep Beruski era un hombre de guerra muy curtido en las artes militares a las que había dedicado buena parte de sus mejores años. Recorrió pueblos traslúcidos por el terror, veredas solitarias, Caminos inhóspitos y desiertos rigurosos defendiendo los principios de su patria y enarbolando la fe en la pacificación del mundo mediante la disuasión a los violentos por medio del poder silencioso pero presente de las armas.  Era un hombre forjado en las luchas y en las carencias, pero amaba el colorido de la naturaleza y respetaba la lealtad militar. Según sus creencias la mejor guerra era la que no se hacía, y las armas eran mejores cuanta menos necesidad había de utilizarlas.

Pasados algunos años de servicio Beruski se enteró en el casino de Los Leones del Desierto (así se llamaba su compañía) que por los años de servicio cumplidos tenía derecho a un año de descanso remunerado, es decir un año en el que podría hacer lo que quisiera, como recuperar el descuidado jardín del traspatio, reorganizar la pequeña finca familiar, podar los árboles de la terraza o terminar algunos estudios pendientes desde hacía algún tiempo.  Le sedujo la idea de hacer una pausa en su vertiginosa carrera y tomarse un tiempo para asomarse por otra ventana, diferente a la de su rutina de los últimos veinte años. Y también para demostrarse que la disciplina y el fervor aprendido en el mundo de las armas le podía ser útil en los pasillos de la tranquilidad.

Radicó su solicitud una mañana fresca, sin muchas esperanzas de que le respondieran pronto.  En el sobre que dejó en la posta se podía leer el asunto: Solicitud de un año XX.  Se devolvió a la sede de su regimiento y comenzó los preparativos para la misión que cumplirían durante ese mes en el desierto de La Franja, llamado así por que era una reseca y estrecha porción de tierra ubicado en la frontera.

Partirían a la mañana siguiente en un convoy especial protegido por helicópteros artillados y se desplazarían a ese lugar ubicado casi en el fin del mundo en donde las temperaturas eran hasta de cuarenta grados bajo la sombra con el agravante de que no había sombra en ninguna parte.

Llegado el día se intensificaron los preparativos para el duro viaje, los soldados se desplazaban presurosos de un lugar a otro como hormigas desesperadas ante la inminencia de un aguacero.  Los motores zumbaban tratando de poner los motores a punto, los helicópteros se movían por los cielos como un enjambre de mosquitos atolondrados por la furia del viento, los oficiales gritaban órdenes que nadie parecía escuchar debido a la agitación y al ruido imperante, los pasillos estaban atiborrados, los morrales estaban llenos de utensilios y casi se reventaban, además las sirenas ululaban cada veinte minutos para anunciar que se aproximaba la hora del viaje y todos deberían estar listos.

- ¿Por qué tanto movimiento, señor ministro, acaso vamos a la guerra? Le preguntaba un periodista al responsable de la defensa nacional

-No señor, nunca habíamos estado en un momento de más tranquilidad, son movimientos de rutina que hacen las tropas cada determinado tiempo. No hay nada de qué preocuparse.

Dinos ayudó a Yosep a echarse el morral a la espalda y ahora le devolvía el favor a su compañero cuando fue alertado de que su nombre era mencionado por los altoparlantes. Se apresuró en la tarea de colaborarle a su amigo y cuando todo estuvo listo se acercó a la cabina de información para saber por qué su nombre se había escuchado en ese amplio salón. Por toda respuesta el encargado puso un sobre color caqui en sus manos y volvió a su tomar el micrófono en sus manos para ofrecer más información a sus precipitados oyentes. 

Continuará

¿Te interesa leer la segunda parte de esta historia?

jueves, 17 de marzo de 2022

La sirenita Lilia, un libro para leer y recomendar



 Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

La sirenita Lilia Es el título de un hermoso libro en el que se pueden  divisar varias temáticas sociales y sicológicas de particular importancia: el rapto de los niños que habitan en las playas de la Alta Guajira, el dolor que causa la desaparición de un ser querido y el drama de quien es alejado de su entorno, separado de su familia y criado en un entorno diferente al suyo.

La autora es Luz Karime Arends Cerchar explora los intrincados caminos del dolor incrustado en el corazón de una madre desposeída de una de sus más preciosas joyas, desnuda los padecimientos del paciente wayûu cuando es trasladado a otra ciudad en donde no entienden sus costumbres ni su idioma, y plantea las dudas y las preguntas casi siempre sin respuestas que se plantean quienes son adoptados cuando descubren que algunas piezas sueltes de su textura genética y sicológica no engranan con las características de los padres a quienes han considerado siempre como sus verdaderos padres.

El drama de    Lilia González Gouriyú, como se llamaba cuando era niña o de María   del Rosario Dueñas, nombre que se le asignó en el hogar en donde la   criaron, es el mismo de una persona que constantemente se cuestiona a sí misma por las marcadas diferencias físicas y emocionales que existen entre ella y quienes le rodean y nos hace recordar la fábula del águila que se crió en medio de las gallinas, con la diferencia de que ella nunca se olvidó de ser águila  y, en cambio, se inició una constante búsqueda para regresar al nido materno de donde nunca debió haber salido.

La desaparición de un ser querido es el preámbulo de la tragedia o la tragedia misma vestida de incertidumbre, duda, dolor, insomnio, desequilibrio emocional, esperanzas casi siempre fallidas y un duelo que nunca termina de elaborarse. Por todo eso pasó la familia de la niña que un día de mediados del siglo XX fue recogida por la tripulación de un barco en la playa cercana a Puuttuna, Alta Guajira, y trasladada a Cartagena en donde fue entregada a una familia que la crió como su propia hija, pero sin interesarse nunca en devolverla a los suyos.

En los alrededores de la playa donde la niña fue vista por última vez empezó a tejerse la leyenda de “la sirenita Lilia”, una bella niña wayûu a quien el mar había invitado a  entrar en  sus aguas para después convertirla en sirena.

Sin embrago, el libro de Luz Karime Arends, devela la verdadera historia y en unas pocas páginas logra enhebrar un vibrante relato que termina de una manera muy singular.

Por supuesto que no vamos a revelar ese final, que el lector podrá conocer gracias a que el Fondo Mixto para la Promoción de las Artes y la Cultura de La Guajira lo ofrece de manera gratuita  en esta dirección:    https://www.fondomixtoguajira.com.co/download/la-sirenita-lilia/

La autora del libro es mi exalumna del SENA Luz Karime Arends Cerchar, una acuciosa trabajadora social, nativa de Uribia,  en el seno de una familia wayûu de la comunidad de Taroa, resguardo de la Alta y Media Guajira, quien promete convertirse en una perpicaz investigadora que, de seguro, nos sorprenderá cuando vuelva a contarnos nuevas historias que hoy están sepultadas bajo las arenas del olvido o bien guardadas en el cofre de alguna sirenita misteriosa en  las playas de Puuttuna. 

jueves, 10 de marzo de 2022

El profesor: reconocimiento a Alejandro Rutto Martínez

 Por Jorge Parodi Quiroga

 


El inconmensurable poder transformador de las realidades sociales a través de la educación, es una verdad de Perogrullo. Nadie puede cuestionar el valor trascendental y revolucionario que en cada estadio de la humanidad, ha sido gestado a partir de la aprehensión del saber, su deconstrucción y su transmisión.

Por otro lado, tan determinantes como el conocimiento y su producción, resultan quienes lo saben transmitir, aquellos que con mística y devoción entregan su vida a la pedagogía. A la vanguardia de la transformación social, de la formación humanista y la construcción del ser, estarán siempre los soldados cuyas armas son la pizarra y el borrador.

La historia de la humanidad nos certifica que una sociedad educada, es una sociedad próspera. Así mismo, el letargo social, está íntimamente ligado a la carencia educativa y a la falencia pedagógica.

Otra sería la historia si las riendas de la vida nacional, en todos los órdenes, estuviera en manos de los que con cada acto, cada ejecutoria, pretenden formar, educar y enseñar. Necesitamos más profesores al frente de nuestro país, hemos probado por décadas con políticos de profesión y mercaderes de intención, y tenemos a la vista la debacle en la que nos han sumido.

Hoy me referiré a uno en particular, Alejandro Rutto, el profesor Rutto como es conocido, un señor alto y de aspecto noble, maicaero orgulloso, de facciones europeas (es de ascendencia italiana) pero de corazón y alma guajiras, vernáculas.

Al profesor Rutto, lo conozco no hace más de dos años, hemos coincido en el amor por la literatura, ambos somos miembros del colectivo literario Papel y Lápiz. Él es un escritor  fluido, cronista y hombre de radio. Su obra es abundante y generosa, rica en verbo, profunda en contenido. Es reflexivo en sus planteamientos, retador en sus propuestas.

Su pasión por la escritura, estimo yo, ha sido atizada por su incuestionable vocación pedagoga. Combina con maestría sus propias experiencias, enriquecidas con el influjo notable de sus lecturas que han de ser muchas y variadas, y las expresa con una particular empatía que hace agradable y fácil su comprensión. Es un cultor de las letras.

Asumo que su cabal entendimiento de la importancia de la educación y la transmisión del saber, provocó en él, como fulminante, el ánimo necesario para acometer empresas descomunales y nada fáciles, sobre todo en nuestras latitudes, para masificar la enseñanza y hacerla asequible.

No alcanzo a dimensionar el esfuerzo tan grande para hacer realidad que a su Maicao, la Universidad de la Guajira y el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), de las cuales ha sido docente e instructor, llegaran con oferta educativa de calidad y presencial. Sí, al profesor Rutto se le debe en buena parte, que la posibilidad de los maicaeros por alcanzar un título académico, no significara un desplazamiento diario hasta la capital, Riohacha.

Por sus manos nobles han pasado un gran número de guajiros que hoy hacen parte del componente profesional de nuestro departamento, que han sido influenciados por las inquietudes intelectuales de un profesor que tiene humildad en el corazón, respeto en su trato y grandeza en sus actos.

En realidad pocas veces he tenido el gusto de compartir en persona con el profesor Rutto. Tampoco le he entrevistado previo a este escrito, ni siquiera consulté con él antes de sentarme frente a la pantalla de mi computador; pero creo que hay personas con una valía tal, que es imperativo resaltarlas, Rutto es uno de ellos.

Cuando supe que presentaría su nombre como aspirante al Congreso de la República, mi primera reacción fue de desacuerdo. No creí que esos escenarios de la política tan salpicados de corrupción y deshonestidad, fueran dignos de una persona como él.

Ha sido observando su desempeño pulcro durante estos meses de campaña, escuchando sus intervenciones en los debates públicos, siendo testigo de los ríos de personas que ven en él la esperanza de un verdadero cambio con justicia social, que he comprendido que esta nueva gesta del profesor que aprecia La Guajira toda, vale la pena.

Lo he visto en la plaza pública, nunca pierde su cadencia y su humildad, se ha enfrentado a maquinarias enquistadas en la política regional por años y fortalecidas con capitales que él no tiene, y siempre está sonriente, optimista, respetuoso, convencido de que su cruzada vale los esfuerzos y sacrificios que junto a sus amigos y su familia hace.


Ahora, me he convencido que es necesario darle una oportunidad a un educador como Alejandro Rutto, un hombre bueno y temeroso de Dios, quien ha demostrado con hechos durante toda su vida, una honestidad a toda prueba y el talante del guajiro que ama a su tierra y lo demuestra con sus actos más que con las palabras.

Muy seguramente de la mano del profesor Rutto, los tiempos de la justicia social que tanto añora La Guajira, han de llegar.

lunes, 7 de marzo de 2022

El profe Jaime Espeleta y el sacrosanto valor de los números

 Escrito por: Alejandro Rutto Martínez


Muchos años después de haber terminado mis estudios en la Universidad de La Guajira me encontré al profesor Jaime Espeleta en la puerta de la Catedral a la que ambos habíamos concurrido para asistir al sepelio de un amigo común. Lo saludé con el cariño de siempre y él me correspondió con su acostumbrada elegancia y efusividad.

Una vez más le di las gracias por haber contribuido en mi formación como profesional, a lo que respondió con su característica modestia:

-“No tiene nada que agradecerme, sólo cumplía con mi deber”

-¿Se acuerda profe que yo era uno de sus buenos estudiantes? ¿Se acuerda que yo le borraba el tablero al final de cada clase?

No me dio ninguna respuesta, pero en su rostro pude ver el esfuerzo que hacía para recordar los tiempos en que me había dado clases de Matemáticas III en la Universidad de La Guajira.

Me imagino que antes de responder quería asegurarse de decir la verdad.   Al leer su rostro meditabundo pude comprender que había iniciado un viaje retrospectivo en los caminos del tiempo.  En el maravilloso viaje a través de los calendarios pretéritos el profe debía llegar a 1985 para acordarse de este alumno que ahora estrechaba su mano.

Érase una vez los felices años ochenta. Por esos tiempos la Universidad de La Guajira comenzaba a emerger como la esperanza de centenares de jóvenes guajiros para convertirse en profesionales, un privilegio que muy pocos alcanzaban.

En esa época el profesor Jaime Espeleta se convirtió en una apasionante leyenda de las aulas y de los pasillos del viejo edificio ubicado en la vía a Valledupar. Dentro de las aulas explicaba con la destreza de un orfebre trabajando en el áureo metal los secretos de las ecuaciones, Las complejidades de las derivadas y las ilimitadas posibilidades de viajar por el tortuoso mundo de las integrales y las derivadas.

En los pasillos se hablaba de las rigurosas exigencias académicas del profesor Espeleta.  

-“Si le ganas la materia a Espeleta puedes considerarte ingeniero”, le comentaba un compañero a otro antes de presentarse  al inevitable examen final.

Con el paso de los semestres el profe Espeleta se convirtió en una especie de filtro para seleccionar sólo a los mejores candidatos a ser buenos ingenieros o administradores de empresas. Su fama crecía en proporción directa con el número de estudiantes que mencionaban su nombre y tomaban decisiones guiadas por el respeto o por el temor que su fama les causaba.

Quienes respetaban las ciencias exactas preferían matricularse en sus clases. Quienes les temían a los números hacían todos los esfuerzos posibles para no encontrarlo en su camino y evitarse un dolor de cabeza con el cálculo diferencial o las matemáticas aplicadas.

Las campanas de la Catedral nos indicaron que la misa había terminado, así que le volví a hacer la pregunta a mi antiguo profe.

-¿Cierto que yo fui de sus buenos estudiantes?

-Me contestó que ya no se acordaba, que había pasado mucho tiempo desde cuando coincidimos en el aula, él como profesor y yo como estudiante.

Al parecer se dio cuenta de que le había provocado un pequeño golpe a mi maltrecha autoestima delante de más de veinte personas que nos rodeaban y, antes de despedirse levantó la voz para afirmar:

-Si usted ganó matemáticas y se graduó, entonces es de los buenos, por que a mí solo me ganaban la materia los que estudiaban de verdad.

El profe Jaime Espeleta también fue de los buenos, de los que se esforzaban por enseñar y, a cambio, exigía que sus estudiantes se esforzaran por aprender.

En este momento, cuando nuestro insigne profesor ha partido hacia la eternidad, solo le pido a Dios que ponga consuelo en el corazón de su esposa Gladis Niño de Espeleta y de sus hijos Gladis Elena, Susan, Idenis, Diana y Jaime Alberto. 

Ojalá que un ángel del Señor borre el dolor de sus vidas como yo borraba el tablero después de cada clase. Y que el Espíritu Santo llene el inmenso vacío que nos deja nuestro querido maestro.

 

 

 

jueves, 7 de octubre de 2021

El buen arte de educar: preguntas para quienes enseñan

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Tagore: “Hacer preguntas es prueba de que se piensa.” 

¿Conoces a tus estudiantes? ¿Has caminado de su mano por las sendas de sus ilusiones? ¿Te encontró cuando tocó a tu puerta urgido por la desesperación o impulsado por el deseo vehemente de compartir con alguien sus dificultades? ¿Le Dijiste que sí cuando te pidió un poco de su tiempo para que derramaras en su vida algo de tu sabiduría o de tu infinita capacidad de dar afecto? ¿Reconoces en él un pasajero en tránsito hacia la gloria o lo consideras uno más en la larga procesión de seres sin esperanza que se dirigen sin remedio hacia el horizonte confuso del anonimato?

¿Consideras tu trabajo como un desafío a tu capacidad para perfeccionarte cada día o lo juzgas como un accidente inesperado en tu vida? ¿Disfrutas con las preguntas para las cuales no encuentras una respuesta o te sientes frustrado cuando sientes que esas personas a quienes pretendes enseñar pueden saber más que tú? ¿Ves en cada suceso de la historia una oportunidad para aprender y una lección para enseñar? ¿Tomas toda lectura con ojos de maestro y lees mientras piensas en la forma en que lo aplicarás con tus estudiantes? ¿Añoras tu espacio cotidiano del aula, el laboratorio y las clases cuando estás dedicado a otras labores? ¿Estarías dispuesto a declinar cualquier tentadora oferta si ésta te significara abandonar a tus discípulos?

¿Estás listo para construir cada día mundos nuevos en donde el amor al prójimo no sea una fantasía y el bienestar de la gente no sea simplemente imaginario? ¿Crees en el género humano y en sus infinitas potencialidades para superarse y aproximarse a la perfección? ¿Tu fe es suficiente para creer que se pueden construir universos aparentemente imposibles en donde el amor reine sobre el odio; el afecto sobre los rencores y el aprecio sobre los resentimientos? ¿Has pensado si en tus manos y en tus clases está todo el poder de transformación que durante años has estado deseando y del cual consideras responsables a los demás?

¿Te agrada el rostro fruncido de quien te dice sin palabras que aún no ha entendido lo que le dices? ¿Te alegras cuando te confrontan? ¿Te sientes agradecido con quien te señala error? ¿Felicitas con entusiasmo y amonestas con prudencia? ¿Valoras la amistad de quienes difieren de tus opiniones? ¿Estás dispuesto a recorrer el mundo oscuro de la ignorancia para arribar al puerto despejado de la sabiduría?

¿Vibras con tus clases? ¿Aprendes el doble de lo que enseñas? ¿Te entregas enteramente y sin reservas en cada acto docente? ¿Te sientes un privilegiado al transformar mentes inocentes y corazones cándidos en seres extraordinarios dispuestos a escribir su propia historia en páginas doradas? ¿Has medido tu fortuna en todos los conocimientos que has descubierto y compartido con los demás? ¿Te sientes agradecido con Dios y la vida por constituirte en un artífice de los más importantes acontecimientos de tu espacio y de tu tiempo? ¿Estás convencido de que la tuya, maestro bueno, es la mejor profesión del mundo?


jueves, 12 de agosto de 2021

El natalicio de Ramiro Choles Andrade

 


Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

El pasado 10 de agosto de 2021 fue el natalicio del profesor Ramiro Choles Andrade, quien vino al mundo en 1.944 y este año hubiera cumplido sus setenta y siete años de vida.

La familia organizó una eucaristía en la Parroquia del Carmen, acto íntimo al que fuimos invitados algunos amigos.

Al finalizar la misa Ramiro Choles Redondo, con voz quebrantada por la nostalgia, tomó la palabra para agradecer todas las muestras de afecto recibidas por la inesperada partida del maestro hacha la eternidad. El coraje le alcanzó para agradecer a quienes los acompañábamos en ese especial y crucial instante de su historia y, acto seguido, procedió a declamar, con gran emoción y sentimiento, un bello poema de su autoría titulado “Al almirante guajirindio”


Fue un momento de verdad muy emotivo en que los presentes, con los ojos humedecidos por las lágrimas, pudimos recordar los mejores tiempos vividos con el autor de nuestro himno bien sea en las tertulias que frecuentemente animaba, en sus clases o en su oficina del colegio San José que fue durante más de cuatro décadas su cuartel general y el centro de operaciones desde donde irradiaba toda su energía a favor de la literatura, la historia, la identidad y la cultura de Maicao y de La Guajira.

Por mi mente pasaron varios de los días correspondientes a los seis años en que fui su alumno de español y literatura, en los que indefectiblemente me “invitaba” a que pasara al tablero para hacer un resumen de la clase anterior o a contestar las preguntas sobre algunas de las lecciones más recientes. 

Es verdad, ¡No exagero! El maestro solicitaba mi presencia al lado del rectángulo verde empotrado en la pared cada vez que teníamos clases.  Algunos de los compañeros llegaron a pensar que se trataba de una malquerencia…pero yo lo tomaba como una muestra de confianza que me ayudó a crecer como estudiante y como persona.

En ocasiones nos pedía que escribiéramos cuentos, ensayos, relatos que debíamos leer en voz alta. Al final de mi lectura hacía comentarios elogiosos y, además (cosa que me ruborizaba) me ponía de ejemplo sobre cómo debían escribirse buenos textos.

Todo eso me alentó a seguir escribiendo y a hacerlo cada día mejor hasta que fui capaz de ponerle el alma a un escrito sobre nuestra bella patria colombiana. Mis compañeros seguían la lectura con inusitada atención, en silencio, y sus miradas se concentraron durante varios minutos en mi escuálida humanidad de adolescente acosada por el excesivo gasto de energías. Al terminar todos suspiraron como quien ve por primera vez el memorable beso de Romeo y Julieta.

El profe Choles estuvo en un respetuoso silencio, tomaba notas en su libreta con un kilométrico azul y, al cabo de unos segundos que fueron eternos, con su voz pincelada de severidad deslizó sobre la atmósfera del expectante curso, el mejor de los elogios que alguien haya podido concederme a lo largo de la vida:

--¿Eso lo escribió usted o lo copió de un libro?

Le confirmé que lo había escrito yo y mi palabra bastó para que me creyera.

La eucaristía no terminaba aún, la joven pediatra Yasmina Medina Cotes hizo una vibrante declamación del poema A mi Guajira, en el cual el profesor Ramiro Choles pinceló bellos versos con todo su amor por la tierra en que nació.

Después de semejante demostración artística de la declamadora y el autor, creí que alguien debía agradecerle a la familia por haberle prestado a Ramiro Choles Andrade al colegio San José, a la casa de la Cultura, a la Academia de Historia y a la sociedad guajira en general.

Creo que nosotros, los maicaeros y los guajiros, lo disfrutamos más que su propia familia quien se privaba de su presencia, porque él estaba todo el tiempo en una tertulia padillista, en un velorio consolando a los huérfanos, en el colegio enseñando a sus alumnos o dedicado a estudiar en dónde construía una nueva aula para brindarle educación a más niños y jóvenes de los barrios populares.  Gracias Ramiro Choles Andrade y gracias familia por ese préstamo impagable que nos hicieron.

miércoles, 19 de mayo de 2021

A los maestros del mundo

 Escrito por: Alejandro Rutto Martínez


La educación es el medio para producir las grandes transformaciones de una sociedad que se contonea entre la orilla de las vanidades y el puerto de la esperanza en un movimiento pendular en el que se escucha el eco de las voces que claman por el cambio social que solo se puede producir desde las aulas de la escuela o desde cualquier tribuna del aprendizaje.

Es el maestro quien actúa desde la trinchera de los saberes, para que fluyan ríos de conocimiento que sacudan las columnas imperturbables de la ignorancia y podamos avanzar hacia un tiempo en que los sueños estén al alcance de la mano y, quienes antes sólo podían aspirar recoger racimos de soledades, disfruten también de las bendiciones de la sociedad moderna.

Gracias, maestros, porque ustedes enhebran los hilos dispersos de la verdad para llevar la alegría de la enseñanzas a los barrios y las veredas en donde sus voces llenas de fe se fusionan con el chasquido de las aguas del río o con el sonido de las traviesas olas de un mar undívago.

Sus pasos van derecho hacia la cumbre en donde la generosa luz solar copula con la tierra fértil de la sabiduría para producir hilachas fosforescentes de conocimientos que serán entregados a los niños y niñas, a los jóvenes de todo el mundo para que el mundo sea un poco más bonito, pintado con las acuarelas de equidad, pincelados por los colores de la fraternidad y en donde todos podamos tomarnos de la mano para convencernos de que nadie es superior a otro y que el único toque de distinción que es acceder  al podio  de la bondad y la generosidad.

Andad, maestros de Colombia y del mundo, transitad por las veredas del universo, guíate por los sedosos hilos del silencio y sigue adelante en la búsqueda del sueño de todos. En medio del susurro de los árboles y el canto de los turpiales recorre sin temores los verdes campos y las tumultuosas ciudades portando la lámpara que lo ilumina todo, desde la inmensa llanura abandonada a su soliloquio perenne, hasta los amplios valles en los que crecen claveles y rosas o en el desierto en donde florecen los cactus y brotan las iguarayas.

Adelante maestros del mundo, el viento puede estar en contra, pero es así como ascienden los ideales, no te detengas por la llama de tu vela parece agotarse, tienes la clarividencia de quien sabe cuál es su destino y algún relámpago errabundo el cielo oscurecido iluminará tu camino para que puedas mirar con clarividencia que pronto llegarás a los solares despejados en donde gotas de agua fresca reavivarán la primavera y encontrarás variadas  flores ermitañas que te saludarán con sus corolas dispuestas en fiel armonía con los colores del crepúsculo.

Los cielos y la tierra te miran y te protegen. Eres un escogido de Dios para que abriga tu palabra y le imprime poder para que seas partícipe de la profecía de un mundo nuevo y mejor.

Adelante maestros del saber y del hacer no te quedes inmóvil ante el llamado del cielo. Tu patria es un acorde de guitarra, una hoja peregrina un sendero iluminado. Eres la completa virtud de los pueblos, desde el interludio de las auroras alegres hasta el anuncio vespertino de alegres colibríes.

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