Por Jorge Parodi Quiroga
El inconmensurable poder
transformador de las realidades sociales a través de la educación, es una
verdad de Perogrullo. Nadie puede cuestionar el valor trascendental y
revolucionario que en cada estadio de la humanidad, ha sido gestado a partir de
la aprehensión del saber, su deconstrucción y su transmisión.
Por otro lado, tan
determinantes como el conocimiento y su producción, resultan quienes lo saben
transmitir, aquellos que con mística y devoción entregan su vida a la pedagogía.
A la vanguardia de la transformación social, de la formación humanista y la
construcción del ser, estarán siempre los soldados cuyas armas son la pizarra y
el borrador.
La historia de la
humanidad nos certifica que una sociedad educada, es una sociedad próspera. Así
mismo, el letargo social, está íntimamente ligado a la carencia educativa y a
la falencia pedagógica.
Otra sería la historia si las
riendas de la vida nacional, en todos los órdenes, estuviera en manos de los
que con cada acto, cada ejecutoria, pretenden formar, educar y enseñar.
Necesitamos más profesores al frente de nuestro país, hemos probado por décadas
con políticos de profesión y mercaderes de intención, y tenemos a la vista la
debacle en la que nos han sumido.
Hoy me referiré a uno en
particular, Alejandro Rutto, el profesor Rutto como es conocido, un señor alto
y de aspecto noble, maicaero orgulloso, de facciones europeas (es de
ascendencia italiana) pero de corazón y alma guajiras, vernáculas.
Al profesor Rutto, lo
conozco no hace más de dos años, hemos coincido en el amor por la literatura, ambos
somos miembros del colectivo literario Papel y Lápiz. Él es un escritor fluido, cronista y hombre de radio. Su obra es
abundante y generosa, rica en verbo, profunda en contenido. Es reflexivo en sus
planteamientos, retador en sus propuestas.
Su pasión por la
escritura, estimo yo, ha sido atizada por su incuestionable vocación pedagoga.
Combina con maestría sus propias experiencias, enriquecidas con el influjo
notable de sus lecturas que han de ser muchas y variadas, y las expresa con una
particular empatía que hace agradable y fácil su comprensión. Es un cultor de
las letras.
Asumo que su cabal
entendimiento de la importancia de la educación y la transmisión del saber,
provocó en él, como fulminante, el ánimo necesario para acometer empresas
descomunales y nada fáciles, sobre todo en nuestras latitudes, para masificar
la enseñanza y hacerla asequible.
No alcanzo a dimensionar
el esfuerzo tan grande para hacer realidad que a su Maicao, la Universidad de
la Guajira y el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), de las cuales ha sido
docente e instructor, llegaran con oferta educativa de calidad y presencial.
Sí, al profesor Rutto se le debe en buena parte, que la posibilidad de los
maicaeros por alcanzar un título académico, no significara un desplazamiento
diario hasta la capital, Riohacha.
Por sus manos nobles han
pasado un gran número de guajiros que hoy hacen parte del componente
profesional de nuestro departamento, que han sido influenciados por las
inquietudes intelectuales de un profesor que tiene humildad en el corazón, respeto
en su trato y grandeza en sus actos.
En realidad pocas veces he
tenido el gusto de compartir en persona con el profesor Rutto. Tampoco le he
entrevistado previo a este escrito, ni siquiera consulté con él antes de
sentarme frente a la pantalla de mi computador; pero creo que hay personas con
una valía tal, que es imperativo resaltarlas, Rutto es uno de ellos.
Cuando supe que presentaría
su nombre como aspirante al Congreso de la República, mi primera reacción fue
de desacuerdo. No creí que esos escenarios de la política tan salpicados de
corrupción y deshonestidad, fueran dignos de una persona como él.
Ha sido observando su
desempeño pulcro durante estos meses de campaña, escuchando sus intervenciones
en los debates públicos, siendo testigo de los ríos de personas que ven en él
la esperanza de un verdadero cambio con justicia social, que he comprendido que
esta nueva gesta del profesor que aprecia La Guajira toda, vale la pena.
Lo he visto en la plaza pública, nunca pierde su cadencia y su humildad, se ha enfrentado a maquinarias enquistadas en la política regional por años y fortalecidas con capitales que él no tiene, y siempre está sonriente, optimista, respetuoso, convencido de que su cruzada vale los esfuerzos y sacrificios que junto a sus amigos y su familia hace.
Ahora, me he convencido
que es necesario darle una oportunidad a un educador como Alejandro Rutto, un
hombre bueno y temeroso de Dios, quien ha demostrado con hechos durante toda su
vida, una honestidad a toda prueba y el talante del guajiro que ama a su tierra
y lo demuestra con sus actos más que con las palabras.
Muy seguramente de la mano del profesor Rutto, los tiempos de la justicia social que tanto añora La Guajira, han de llegar.
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