Escrito por: Mirollav Kessien
Leer también la cuarta parte de Las historias de Beruski
El hombre guardó silencio por algunos segundos lo que aumentó la expectativa de Beruski, quien lo animó a continuar
-Continúe su historia… ¿Por qué guarda silencio?
-El silencio permite escuchar la ardorosa voz de la conciencia y las
señales del cielo, respondió el hombre
-Tienes razón, pero aun así me gustaría conocer cuál es el asunto que los
ha llevado a ustedes a tener esta inusual riña.
-¡No es una simple riña!, intervino la mujer. Es un asunto de tal
magnitud que esta misma tarde llamaré a mis abogados y llevaré a este bribón a
los tribunales para que me pague o vaya a la cárcel que es donde le corresponde
estar
-Vea señora, usted más bien debería estar agradecida conmigo… ¿Por qué no
cuenta cuál es la razón por la que le estoy debiendo?
-Creo que usted estaba a punto de contármelo hace unos minutos, le
interrumpió Beruski.
-Y se lo voy a decir de una vez. Mire esta señora, ahí donde usted la ve,
toda seria y exigente como usted la ve, quiso contratarme, es decir, me
contrató para cometer un crimen.
-¿Un crimen? ¿Es eso cierto?, preguntó Beruski al tiempo que los miraba
de forma inquisidora
-Sí, un crimen, contestó aquel hombre. Como le he contado me dio una suma
de dinero por adelantado para invertir, digámoslo así, en la logística del
asunto. Me prometió que me daría otra suma muy importante dos días antes de que
se consumase el hecho. Al principio me
pareció una buena forma de salir de una situación económica terrible por la que
estaba atravesando, estaba a punto de ser desalojado de mi casa por no pagar
las mensualidades del arriendo, tenía a mi madre gravemente enferma y estaba a
punto e enloquecer. Además, esta señora me hizo ir a su casa sin decirme de qué
se trataba la tarea para la que me iba a contratar. Cuando hablamos resultó ser
muy expresiva y no tuve cómo negarme. Esa noche casi no pude dormir, al día
siguiente fui a la iglesia y tuve una revelación. La revelación de que no podía
cometer ese crimen…lo más triste de todo era que había comenzado a gastarme el
dinero y no tenía cómo devolverlo.
-Bastante raro este asunto, dijo Beruski. Y acto seguido hizo una
pregunta
-Señora mía, ¿Es cierto que usted contrató al caballero para cometer un
crimen?
-Es cierto, pero eso a usted no le importa, además, yo no le iba a hacer
daño a nadie contratando la muerte de esa persona. Nadie se iba a lamentar de
esa pérdida. Nadie iba a presentar la denuncia criminal. Nadie extrañaría a la
víctima. Algunos se alegrarían. Le juro por lo más sagrado que la persona a la
que iba dirigido el atentado era la más interesada en que este se consumara.
-Ahora sí no le entiendo nada. Me parece muy cruel, pero además muy, muy
extraño todo lo que usted está diciendo.
Los seres humanos repudiamos todas las muertes, todos nuestros
semejantes nos hacen falta y todo crimen debe ser denunciado de inmediato.
-Yo puedo explicarle lo que la señora quiere decirle, manifestó el
hombre, quien había guardado prudente silencio en los últimos minutos.
-Adelante, dijo Beruski, quien estaba cada vez más confundido por el giro
que había dado la situación.
-Mire, de una vez le voy a decir toda la verdad y nada más que la verdad,
lo que esta señora trata de decirle es lo siguiente: ella me contrató para
cometer un crimen. Y ese crimen iba dirigido…contra ella misma.
-¿Contra ella misma?
-Sí, para eso me contrató. No medio mayores explicaciones de por qué
deseaba morir, tan sólo me dio instrucciones del día hora y lugar en que yo o
alguien contratado por mí accionara el gatillo para asesinarla…
La dama había bajado el rostro, una lágrima corría por su mejilla
izquierda, se le notaba bastante quebrantada y parecía haber perdido la
determinación con que al principio acusaba a aquel hombre.
Beruski ahora estaba mucho más confundido, no sabía qué hacer ni qué
recomendarle a sus dos interlocutores. En actitud solidaria puso su mano sobre
el hombro de la mujer al tiempo que le preguntaba.
-¿Por qué usted se quiere morir? ¿Por qué desea acabar con su propia
vida?
-Tengo razones que usted ni nadie entenderían. Lo que nadie sabe es que
en medio de las multitudes viajan seres solitarios que no se hacen compañía ni
siquiera a ellos mismos. Yo soy una de esas sufridas, solitarias y acongojadas
personas. La vida pasa rápidamente frente a nosotros, sin pausa, mientras nosotros pasamos también sin pausa
ante la escena triste de morirnos en vida.
-Señora, dijo Beruski, la vida no es tan mala como usted cree, la mejor
terapia para todos los males del alma es hacer el bien, con esto se borran las
cicatrices del pasado y se tienen fuerzas nuevas para vivir cada día.
-Cuando Beruski terminó de hablar aquella mujer lloraba abrazada al
hombre que no la quiso matar, era un abrazo fraterno, prolongado, singular.
Había lágrimas también en los ojos de aquel hombre.
-¿Qué sucederá ahora?
-Si usted supiera, mi estimado amigo, si usted supiera. Acabo de
convencerla…
-¿Convencerla de qué? Preguntó Beruski con sorpresa…
Continuará