Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
El pasado 10 de agosto de 2021 fue el
natalicio del profesor Ramiro Choles Andrade, quien vino al mundo en 1.944 y
este año hubiera cumplido sus setenta y siete años de vida.
La familia organizó una
eucaristía en la Parroquia del Carmen, acto íntimo al que fuimos invitados
algunos amigos.
Al finalizar la misa Ramiro Choles Redondo, con voz quebrantada por la nostalgia, tomó la palabra para agradecer todas las muestras de afecto recibidas por la inesperada partida del maestro hacha la eternidad. El coraje le alcanzó para agradecer a quienes los acompañábamos en ese especial y crucial instante de su historia y, acto seguido, procedió a declamar, con gran emoción y sentimiento, un bello poema de su autoría titulado “Al almirante guajirindio”
Fue un momento de verdad muy
emotivo en que los presentes, con los ojos humedecidos por las lágrimas,
pudimos recordar los mejores tiempos vividos con el autor de nuestro himno bien
sea en las tertulias que frecuentemente animaba, en sus clases o en su oficina
del colegio San José que fue durante más de cuatro décadas su cuartel general y
el centro de operaciones desde donde irradiaba toda su energía a favor de la
literatura, la historia, la identidad y la cultura de Maicao y de La Guajira.
Por mi mente pasaron varios de
los días correspondientes a los seis años en que fui su alumno de español y
literatura, en los que indefectiblemente me “invitaba” a que pasara al tablero
para hacer un resumen de la clase anterior o a contestar las preguntas sobre
algunas de las lecciones más recientes.
Es verdad, ¡No exagero! El
maestro solicitaba mi presencia al lado del rectángulo verde empotrado en la
pared cada vez que teníamos clases.
Algunos de los compañeros llegaron a pensar que se trataba de una
malquerencia…pero yo lo tomaba como una muestra de confianza que me ayudó a
crecer como estudiante y como persona.
En ocasiones nos pedía que
escribiéramos cuentos, ensayos, relatos que debíamos leer en voz alta. Al final
de mi lectura hacía comentarios elogiosos y, además (cosa que me ruborizaba) me
ponía de ejemplo sobre cómo debían escribirse buenos textos.
Todo eso me alentó a seguir
escribiendo y a hacerlo cada día mejor hasta que fui capaz de ponerle el alma a
un escrito sobre nuestra bella patria colombiana. Mis compañeros seguían la
lectura con inusitada atención, en silencio, y sus miradas se concentraron durante
varios minutos en mi escuálida humanidad de adolescente acosada por el excesivo
gasto de energías. Al terminar todos suspiraron como quien ve por primera vez
el memorable beso de Romeo y Julieta.
El profe Choles estuvo en un
respetuoso silencio, tomaba notas en su libreta con un kilométrico azul y, al
cabo de unos segundos que fueron eternos, con su voz pincelada de severidad
deslizó sobre la atmósfera del expectante curso, el mejor de los elogios que
alguien haya podido concederme a lo largo de la vida:
--¿Eso lo escribió usted o lo
copió de un libro?
Le confirmé que lo había escrito
yo y mi palabra bastó para que me creyera.
La eucaristía no terminaba aún,
la joven pediatra Yasmina Medina Cotes hizo una vibrante declamación del poema A
mi Guajira, en el cual el profesor Ramiro Choles pinceló bellos versos con todo
su amor por la tierra en que nació.
Después de semejante demostración
artística de la declamadora y el autor, creí que alguien debía agradecerle a la
familia por haberle prestado a Ramiro Choles Andrade al colegio San José, a la
casa de la Cultura, a la Academia de Historia y a la sociedad guajira en
general.
Creo que nosotros, los maicaeros
y los guajiros, lo disfrutamos más que su propia familia quien se privaba de su
presencia, porque él estaba todo el tiempo en una tertulia padillista, en un
velorio consolando a los huérfanos, en el colegio enseñando a sus alumnos o
dedicado a estudiar en dónde construía una nueva aula para brindarle educación
a más niños y jóvenes de los barrios populares.
Gracias Ramiro Choles Andrade y gracias familia por ese préstamo
impagable que nos hicieron.