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lunes, 6 de junio de 2016

"South Park" entre la estética de la obscenidad y la crítica

Escrito por: Abel Medina Sierra 

No podía creer lo que mis oídos escuchaban. Muy en cambio, Alex, mi hijo de 13 años se reía a carcajadas. Poco presto atención a las variadas series de dibujos animados que suelen ver mis hijos, de vez en cuando Los Simpsons y pare de contar.

Pero lo que nunca esperé, fue escuchar frases tan explícitas como “chupa mi pene” dicha por un personaje diminuto y regordete, después supe se llama Cartman. Todo eso en horario triple A y en un programa, que hasta días después, creí que era para inocentes niños y preadolescentes.

miércoles, 6 de abril de 2016

El anacronismo en la investigación de la música vallenata


Escrito por:  Abel Medina Sierra
En días reciente envié a mi listado de contactos de investigadores, comentaristas, analistas y periodistas que suelen escribir sobre la música vallenata una invitación para participar en la edición de un libro sobre el cantante y compositor Jorgito  Celedón  con el auspicio de la Corporación Festival Francisco El Hombre y la Universidad de La Guajira.  La incitación iba dirigida a  no menos de cuarenta personas de las cuales, solo una respondió positivamente.     
El silencio fue más que elocuente, pero una de las respuestas sirvió para confirmar mis sospechas, o más que sospechas, mi certeza. El analista, de quien por respeto omito el nombre, decía, palabras más palabras menos: “canta bien el muchachito pero aún hay que esperar muchos años para que ese adolescente merezca escribir sobre él, su carrera aun esta en pañales como para analizarla”.
Es posible que aún se debe esperar mucho de tan exitoso intérprete y que que  cualquier mirada crítica o panegírica de su obra  será parcial y sincrónica. Pero de allí a decir que su obra está en ciernes y que por lo tanto no amerita siquiera que un vallenatólogo pueda  hacer una lectura valorativa de su trayectoria, es un exagerado y miope sesgo. 
En mi respuesta al colega le recordé que Jorge Celedón  nació en  1968, que ya en 1981, a los 12 años,  había grabado con su tío Daniel Celedón y que  dos años después ya había grabado  su primer disco  larga duración al lado de Ismael Rudas.  Es decir, “el pelaito”  que apenas comienza tiene nada menos que 35 años de vida artística, 13 producciones de larga duración, tres premios Grammy Latino y muchos reconocimientos. 
Más que detenernos en la respuesta de nuestro amigo, este tipo de posturas lo que pone en evidencia es que uno de los males que padece la investigación  sobre la música vallenata: el marcado anacronismo.  Es tan anacrónico que el análisis crítico, biográfico, musical o de otro tipo aún está en mora de   llegar a otros intérpretes que en nada se puede calificar de recién aparecidos. Jorge Oñate está a solo dos años de alcanzar los 50 años de vida artística profesional y aun no  conocemos un libro que dé cuenta de su trayectoria musical con todo que ha estado entre los dos mejores cantantes del género en toda su historia. Ni qué decir de Silvio Brito y Beto Zabaleta y se vinieron a conocer libros de Diomedes solo cuando falleció.   
Afortunadamente, desde el nacimiento del Festival Francisco El Hombre, esta organización en asocio con la Universidad de La Guajira, ha emprendido la labor formativa de dar cuenta de la vida y obra de los intérpretes contemporáneos. En esta serie de publicaciones se han editado obras sobre Juancho Roys, Alfredo Gutiérrez, los Zuleta,  Rafael Orozco, Rafael Manjarrez y se proyecta la de Jorge Celedon, todos ellos homenajeados en el Festival Francisco El Hombre.
Eso nos lleva a pensar, ¿será que los seguidores y no seguidores de Silvestre, Peter Manjarrez, Felipe Peláez y Martin Elías tiene que esperar que estos se mueran o estén caminando con bastón para que alguien pueda dar cuenta valorativa de su obra artística? Espero que no. 
En el caso de la música vallenata, ha existido un paradigma canónico de tradicionalismo folclórico que contagia  a las instituciones que, de alguna manera,  se relacionan con su difusión, promoción e investigación (festivales, escuelas,  medios, investigadores y hasta intelectuales).  Investigadores como Emmanuel Pichón Mora así lo corroboran cuando sostiene que  este paradigma presenta lecturas nostálgicas, museográficas, rígidos esteticismos, generacioncentrismos, considerando las identidades como estáticas y ahistórica y que parece haber sido la escuela de la mayoría de investigadores. 
El  background  ideológico  romántico de este paradigma nos  habla en tono nostálgico, a veces apocalíptico. Se parte de la premisa irrenunciable que según la cual  tales músicas son estáticas,  esenciales, y que sus instrumentos representan la esencia incambiable del alma de la región. Estos discursos nostálgicos y esencialistas sobre la pureza de estilos olvidan que, más allá de su arraigamiento en un determinado contexto cultural y geográfico, las músicas tradicionales poseen una historia constantemente reinterpretada y adaptada a las exigencias de cada época, exigencias que están en relación coyuntural con los cambios ideológicos, demográficos, mediáticos, económicos.
La música vallenata, a pesar que le están tratando de expedir certificado de defunción a cada rato, no murió con Alejo Duran y Luis Enrique Martínez aunque muchos investigadores se quedaron en ese periodo. Se han publicado tres libros sobre Francisco El Hombre de quien se conocen tan poco sobre su vida y su obra y ninguna de Poncho Zuleta a pesar que toda su discografía se consigue en cualquier esquina.   Tampoco es sano pensar que solo estamos llamados a escribir sobre lo que nos gusta o la música de nuestra generación, hay que tratar de interpretar el sentir de nuestros hijos y nietos. 
Una posible causa de este anacronismo según el cual la música le lleva años luz a la investigación y la escritura, es que la  música tanto como producto como proceso se ha vuelto difícil de etiquetar, de clasificar y por ello es más compleja. Son muchos grupos, muchos autores, muchas grabaciones y actores que entran en juego. Los cambios van muy rápido, las hibridaciones se van intensificando. Ya no se trata de una música elemental   ni del escenario de la parranda sino que entran en juego nuevos circuitos de producción, ejecución, difusión y disfrute. 
Una realidad tan compleja no es fácilmente analizable, faltan categorías de análisis para poder explicar el fenómeno Diomedes Díaz o  Silvestre Dangond. Ya las formas de paseo, merengue, son y puya no son suficientes,  o la organología de caja, guacharaca y acordeón.    
La invitación a los colegas es  atreverse a aventurar una lectura de lo que pasa con la contemporaneidad y la postmodernidad. La música no solo son las canciones sino lo que dice de ella.  De no hacerlo  reducimos el vallenato a la pluralidad, el anacronismo,  la falta de estatuto científico, el escaso rigor, el vacío metodológico, temático  y  sistemático.  


martes, 16 de junio de 2015

Los fraudes en la música

Escrito por:  Abel Medina Sierra 

En el mundo postmoderno de la música y las implacables lógicas del mercado, no todo lo que suena viene de la fuente que se nos presenta. Difícil olvidar el vergonzoso capítulo de los famosos Milli Vanilli, el dúo de pop conformado por los bailarines Fabrice Morvan y Rob Pilatus, quienes a finales de los 80’ vendieron unos 7 millones de discos y hasta alcanzaron a ganar un Grammy. 

Estos apuestos afrodescendientes, de la mano del productor alemán Frank Farian, tramarían el mayor fraude en la historia de la música: ellos aparecían como los intérpretes pero serían los cantantes Charles Shaw, John Davis y Brad Howell quienes en realidad grabarían las canciones. 

Lo anterior tenía una lógica para Farian: los cantantes nos tenían “presencia escénica marqueteable”, la que le sobraba a los bailarines. Para las presentaciones en vivo se acudía al llamado playback, que consiste en reproducir una pista y ellos solo simulaban cantar. Pero en 1988, en una presentación en vivo para la cadena MTV prácticamente “el disco se rayó” Y los Milli Vanilli tuvieron que correr al camerino pues no tenían voz para suplir la falla técnica. 

De allí vino el acoso de la prensa y la careta se cayó, Morvan y Pilatus tuvieron que reconocer la farsa en 1990. En el caso del vallenato no es que hayamos tenido un caso que por allí se le acerque al sonado escándalo mencionado. 

Pero tampoco está exento de los fraudes y de algunos que caso, que sin ser del todo fraudulento, atribuyen una obra o una interpretación a una persona muy distinta a la que en realidad la hizo. En el ámbito donde más ocurre es el de las composiciones. 

Bien se sabe que por compromisos de exclusividad con el sello Codiscos, Leandro Díaz debió registrar a nombre de su ya extinto hijo, Óscar Díaz, varias de sus canciones, entre ellas como “Dónde”. 

Que “El tropezón” no aparece a nombre de Adolfo Pacheco sino de su señora esposa. También existe el caso de personas que aparecen como autores de varias canciones y el título de compositores si haber compuesto nunca una pieza musical como el caso de los ya fallecidos Lácides Redondo y Tulio Villalobos Támara. Estas personas, por su influencia recibieron varios “regalitos” de los compositores de moda como “Mi hija de vida”, grababa por Los Betos, de Rafael Manjarréz que se la cedió a Villalobos y “Alma viajera”, grabada por los Zuleta, y cedida por Julio Oñate Martínez a Redondo. 

Otro caso es el de los acordeoneros. En varias producciones aparece en los créditos un nombre y en realidad quien grabó fue otro músico. En las grabaciones de las Diosas del Vallenato con la voz de Patricia Teherán, aparecía en la portada y créditos Maribel Cortina pero en realidad era Omar Geles quien tocaba en la grabación. 

El mismo Geles grabó en la primera producción de Adriana Lucía pero los créditos fueron para Gustavo Babilonia que ni el estudio se asomó. El un álbum de Yoye Cotes aparece como acordeonero Rubén Rodríguez pero fue Rolando Ochoa quien tocó; en el de Ciro López con Edward Ramos quien grabó fue el hermano de éste, Chemita Ramos, quien no podía aparecer porque tenía exclusividad con otro sello. 

También es conocido por algunos que en una producción de Carlos Cotes grabó Jhonny Gámez pero quien se llevó los créditos fue Beto Molina y de Sergio Guzmán en el que toca el mismo Gámez pero aparece en la portada Osmel Meriño quien apenas grabó una sola canción: “Limeña”. 

En lo que respecta al canto, estos casos son muy raros pues es difícil hacerlos pasar desapercibido. Pero muchos no cayeron en cuenta que en la canción “Con calma y paciencia” grabada en el álbum “Listo pa´la foto”, parte de la canción es cantada por su hijo Martín Elías. A ese mismo recurso acude la disquera Sony y los herederos de Diomedes Díaz en su desaforado afán de seguir explotando, aunque esté muerto, esa mina de plata que fue el Cacique de la Junta. 

Aunque en los créditos aparecen sus hijos Rafael Santos y Martín Elías, para cualquier persona que no es seguidor fiel de los estilos de estos intérpretes, pasará desapercibido cuándo qué parte de la canción canta Diomedes y cuál sus hijos. 

En una canción aparece como acordeonero César Ochoa y quien grabó fue Rolando. Pero eso no es lo peor, en los últimos días se han escuchado voces de los mismos diomedistas quienes se quejan de un fraude de enorme dimensiones: en algunas canciones ni siquiera canta Diomedes sino uno de sus más reconocidos imitadores como lo es “Toño” Cacique quien es bien renombrado en Santa Marta. 

Si esto es así como se viene denunciando, estaríamos en presencia del mayor fraude en la historia del vallenato y la más vergonzosa afrenta a los miles de seguidores del Cacique de la Junta. 

Parece que no es suficiente que Orlando Liñán lo anuncien como Diomedes Díaz en los conciertos y que sus hijos completen sus canciones. Hay que esperar qué se nos viene el afán desmedido de seguir explotando comercialmente la idolatría por el Cacique original y de “revivir” su voz.
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martes, 22 de febrero de 2011

Literatura maicaera: presentan el libro "Los Nuestros"


Maicao-. El viernes 25 de febrero, a las 6 de la tarde, en la Plazoleta de la Casa de la Cultura, será la presentación del libro "Los Nuestros", una obra en la cual se compilan escritos de varios autores cuya característica es la de haber residido alguna vez en Maicao o ser maicaero de nacimiento.

El compendio estuvo a cargo del escritor Abel Medina Sierra quien se dio a la tarea de escoger los textos, clasificarlos y organizarlos para su edición final.

En "Los Nuestros" los lectores encontrarán cuentos, poemas y crónicas de Guillermo Solano, Ramiro Choles Andrade, Antonio Joaquín López, Fredy González Zubiría, Abel Medina, Julio Larios, Elbert Romero y Alejandro Rutto Martínez, entre otros.

Medina, quien además es el director de la Casa de la Cultura, ha invitado a toda la comunidad para que asista al evento en donde a cada asistente se le obsequiará un ejemplar de esta antología de escritores relacionados con la tierra de la frontera.

jueves, 14 de octubre de 2010

Una respuesta necesaria

Respuesta de Martín López G. al artículo "Mitios, vallenatos y marimberos como "estigmas" de Riohacha" escrito por el profesor Abel Medina Sierra

Por: Martín López González

Con todo el respeto le sugiero que no ponga en mi boca ni en mi pluma palabras que ni he dicho ni he escrito.

Si Ud. quiere le hago llegar mi tesis Cambios en los Procesos Académicos y Culturales Producto de la Bonanza Marimbera, donde en ninguna parte hablo de mitios, es más la historia de vida referenciada es la de Hernán Arredondo Arteche, un marimbero “citadino”.

jueves, 29 de abril de 2010

Se reactivará Consejo Municipal de Cultura

Maicao-. En común acuerdo entre el Director de la Casa de la Cultura de Maicao y los promotores regionales del Ministerio de Cultura, se dispuso la convocatoria para la conformación de un nuevo Consejo Municipal de Cultura, habida cuenta que el vigente no está activo desde hace varios meses.

Para tales efectos se ha venido sensibilizando a los actores culturales frente a la necesidad de reactivar el Consejo Municipal de Cultura como instancia de participación de la sociedad civil en la formulación concertada de políticas culturales.

Para los próximos días se estará convocando a los distintos sectores para que de manera democrática puedan elegir a sus representantes y así conformar este ente cuya existencia es garantía de participación de la sociedad civil en la administración de las artes y la cultura.

martes, 16 de febrero de 2010

Colombia: el país de los sapos (Segunda parte)

Leer la Primera parte

Por: Abel Medina Sierra

El logro más publicitado de este programa fue incentivar al informante que entregó la localización del campamento de 'Raúl Reyes', abatido en un bombardeo de la llamada “Operación Fénix” el 2 de marzo del 2008. Julio César Rivera, un antiguo guerrillero ecuatoriano, quien hoy vive feliz en Estados Unidos con nuevo nombre y toda su familia recibió la recompensa más grande que se ha entregado hasta ahora en la historia del país: cinco mil millones de pesos (2.6 millones de dólares).

Otro de los “logros” del programa generó un gran debate en el país. En marzo del 2008 fue el sonado caso del guerrillero Pablo Montoya, alias "Rojas", quien asesinó a su jefe y al miembro del secretariado de las FARC Iván Ríos, para cobrar la recompensa de 5 millones de pesos, que ofreció el gobierno. “Rojas” llevó ante las autoridades su cheque y certificación de prestación de servicios: la mano derecha del líder guerrillero.

Las voces que cuestionaron esta abominable forma de “prestarle heroicos servicios a la patria” no se hicieron esperar.

El ex presidente de la Corte Suprema de Justicia de Colombia, José Gregorio Hernández Galindo, expresó que esto “contraría la Constitución colombiana y establecería de facto la pena de muerte en Colombia”.

Amparados en el programa de recompensas del gobierno y como en el salvaje Oeste americano, cualquier ciudadano puede dar muerte a quien se le haya puesto precio a su cabeza y presentar su cadáver o parte de éste.

No solo no recibirá ningún castigo por su crimen sino que se llevará la cantidad prometida y si quiere, ubicación en el exterior: visa libre a la impunidad, muchachos.

A estos dos grandes casos se suma la captura, en enero del 2008, de Gustavo Aníbal Giraldo, alias "Pablito" (hoy prófugo), quien fuera el principal jefe militar del ELN. Según informe de El Colombiano, “por estos casos, el Gobierno pagó cerca de 8.500 millones de pesos”.

Pero el país no debe preocuparse, plata es lo que hay para eso. Además, el DAS ha estado y está muy ocupado “chuzando” a políticos de la oposición, periodistas, miembros de las cortes o haciendo la lista de los sindicalistas que son potenciales “peligros” para el estado como para dedicarse a hacer inteligencia.

Las llamadas unidades de inteligencia del ejército parecen estar planeando más bien como siguen su alianza con delincuentes para planear nuevos falsos positivos porque el estado no concibe otra forma de localizar a los capos y jefes guerrilleros que ofrecer recompensas.

Lo anterior deja a las claras una verdad irrebatible: en Colombia la única “inteligencia” al servicio de las fuerzas de seguridad son “los sapos”.

Ahora si que de verdad le apuntan a la inteligencia, la de los estudiantes. Recetas como la de incluir a mil estudiantes de Medellín en el programa de cooperantes, que buscan frenar cifras como la de los 1.432 homicidios que se registraron el año pasado en esa ciudad, lo que hacen es echar más leña a la hoguera.

Según el director de la Policía, general Óscar Naranjo: "En el caso de Medellín, cerca del 60 por ciento de las víctimas de homicidios son jóvenes menores de 30 años y el 36 por ciento de éstos no superan los 25 años”. Pero la medida anunciada por Uribe, en lugar de sacar a los jóvenes del conflicto los involucra como actores, los pone en la mira de los asesinos, ahora son “sapos”, son “soplones”, son “torcíos”.

No olvidemos que muchos campesinos, labriegos y hasta un grupo de indígenas awa´a ha sido asesinado por la guerrilla por que dejó de verlos como fuerza neutral: se volvieron informantes del ejército. A los estudiantes no se les puede quitar ese viso de neutralidad ni ante los actores del conflicto colombiano ni ante el crimen asociado o no asociado. Hacerlo es meter en las aulas la amenaza del espionaje, de la grabación de evidencias, de la persecución que puede, incluso, ser mal usada.

Uribe se aprovecha de la necesidad de los jóvenes, la mayoría de los cuales apenas tienen para una gaseosa en la universidad, para tentarlos con una oferta económica pero a muy alto costo: el de sus propias vidas.

En Medellín, ciudad que sería piloto para implementar el programa, se han producido los más sonados escándalos de altos mandos militares y jefes de fiscalías (caso Valencia Cossio), puestos al servicio de las bandas sicariales y de mafiosos.

En un pestañar la “Oficina de Envigado” tendría la lista de estudiantes informantes en sus gavetas y en sus listas de “trabajitos por cumplir”.

Medidas tan desesperadas lo que hacen es evidenciar el fracaso de la política de Seguridad Democrática del gobierno uribista.

La inseguridad no se ha mejorado, por lo contario se ha acentuado al pasar de los campos despoblados a la densa y atiborrada ciudad. Los hacendados y ganaderos hoy pueden viajar en sus camperos y burbujas con más seguridad a sus fincas pero el ciudadano del común ya no puede madrugar al mercado por que lo atracan, el estudiante de barrio ya no puede calzar un tenis vistoso porque eso le puede costar la vida. Se ha reducido el número de secuestros de ricos industriales y hacendados, pero cientos de jóvenes desaparecen de sus casas y luego son registrados como subversivos “dados de baja en combate”. Ahora los secuestrados los ponemos los pobres.

En Colombia, la inseguridad, como el amor, parece que no se acaba, solo cambia de lugar y de sujetos.

Las justas reacciones, ante la propuesta de convertir a los estudiantes en informantes pagados por las fuerzas de seguridad no se hicieron esperar. El representante de la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios, el guajiro Guillermo Baquero, rechazó la creación de un grupo de estudiantes informantes, pues consideró que es una "vulneración a los derechos de éstos, porque pone en grave riesgo sus vidas".

Vale la pena recordar que Baquero fue aquel estudiante que se atrevió a controvertir al “incontrovertible” presidente Uribe en un evento en Cartagena. Al día siguiente ya la Ministra de Educación había indagado toda la historia de Baquero, Juan Gossaín lo entrevistaba para restregarle que había hecho parte de las Juventudes Comunistas y preguntarle si simpatizaba con las FARC.

La comunidad académica, las organizaciones de estudiantes, docentes y padres de familia están llamados a expresarse contra tales medidas que lejos de afrontar la angustiosa situación de violencia en las ciudades, la agudiza. Si algo le he reconocido al presidente Uribe es su capacidad para mantener convencido a más del 70% del país que ha sido un buen presidente, sin serlo. Colombia, bajo el mandato de Uribe, es el país de las maravillas.

Ahora tengo que reconocer, que contrario a lo que harían los genios del relato maravilloso como Lewis Carroll, Andersen, Perrault o los hermanos Grimm; Uribe ha logrado que en Colombia los príncipes no se conviertan en sapos sino que los sapos sean convertidos en príncipes.


Leer la Primera parte


martes, 9 de febrero de 2010

Colombia: el país de los sapos (Primera parte)

COLUMNA DE OPINIÓN

Por: Abel Medina Sierra (Escritor, docente, investigador cultural)

Para algunos es un gracioso eufemismo; para otros, un asendereado chiste de ácido sentimiento antinacional, pero lo cierto es que las evidencias y los más documentados argumentos así lo demuestran: Colombia es un país de sapos… bueno y de ranas, perdonen la extensión del término.

Si, en ningún lugar del mundo hay tantas especies de sapos (familia Bufonidae) y ranas (familia Ranidae) como en Colombia. Así lo han demostrado estudios de hace más de dos décadas realizados por investigadores como D. M. Cochran y C. J. Goin quienes encontraron, junto a otros científicos, que el Colombia existen unas 578 especies registradas. Además de esto, en Colombia hay 13 grupos de subfamilias de ranas. Algunas son muy difíciles de encontrar en otras partes del mundo, como las Ceratophrynae, Pipidae y Pseudidae.

En la memoria colectiva y la arraigada práctica metaforizante del lenguaje popular, el término “sapo” ha entrado a formar parte de las voces cuyos sentidos connotativos tienen amplia vigencia.

Colombia está llena de sapos, es sapo aquel estudiante que la maestra deja encargado del humillante rol de “hacer la lista de los que hagan desorden mientras yo salgo”; es sapo el que suele meterse en asuntos que no son de su incumbencia (cuchareta, cuchareta), el indiscreto e inoportuno hermanito que “echa al agua” a la hermana mayor frente a los padres; es sapo el chismoso y el curioso. Pero el uso connotativo más frecuente y en últimas, más extendido en Colombia para la palabra “sapo” es el de delator, soplón. De estas acepciones surgen otras asociaciones negativas para la misma palabra: el sapo también se torna sinónimo de traidor, desleal. Así lo demuestra la exitosa serie televisiva “El cartel de los sapos”, programa que eleva la condición de “sapo” a impronta del hampón colombiano.

Justamente, el presidente Uribe ha hecho una lectura de la riqueza del país en lo que se refiere a la variedad de sapos con la que contamos. En medio de uno de sus Consejos Comunales, efectuado el pasado 26 de enero en Medellín, el “mesiánico” mandatario echó mano a una de sus “geniales” fórmulas redentoras para hacer frente a la, ya abrumadora, ola de violencia callejera que sacude ciudades como Medellín.

El país de los sapos se apresta entonces, auspiciado y fomentado por el mismo gobierno, a cultivar la cultura del delator (“informante” en términos oficialistas) entre los estudiantes. "Hemos tomado una decisión de vincular a través de la Fuerza Pública, a mil jóvenes estudiantes de Medellín como informantes", dijo el presidente con cierto rictus sedicente de quien cree tener la sabia receta para cada mal de la nación. Días después también propondría llevarla al gremio de los taxistas en las grandes ciudades.

La variedad de sapos en el país seguro que recibe, de manos del estado, un buen estímulo, esta vez si que vamos a asegurar, por siempre, ese honroso sitial de ser el país de los sapos, nuestras ciudades serán capitales mundiales del reino bufónido, en nuestras aulas se “formarán” con currículo diseñado desde el Ministerio de Defensa, las nuevas generaciones de “sapitos” que engrandecerán la patria con sus altos sacrificios; por las calles rodarían, con ropaje amarillo, la nueva modalidad de “sapitaxis” capaces de enterar a la “inteligencia” policiva de lo mínimo que ocurra en las ciudades. Según El Colombiano (31-01-10), el gobierno tiene previsto la existencia de 2 millones 203 mil cooperantes, entre los que se destacan 3 mil que reciben bonificaciones.

Tal número se vería repentinamente desbordado de prosperar estas nuevas iniciativas de Uribe, Eso es progreso.

Es tanto el compromiso del gobierno uribista con esta política de convertir a los estudiantes en “informantes” al servicio del ejército, que el en el mismo Consejo Comunal el presidente le llamó la atención al Ministro de Defensa Gabriel Silva Luján sobre tan apasionada y personalizada forma de administrar el presupuesto público: “Ministro, esa platica es sagrada.

El que no paga la recompensa se sala. No nos dejemos salar, Ministro. Esa platica es sagrada”, sentenció Uribe.

El gobierno de Álvaro Uribe Vélez confía tanto en los réditos de este programa que es parte esencial en su política de Seguridad Democrática. Recompensas y Red de Informantes son ejes de esta política que involucran a la sociedad civil. Y es que el gobierno si que destina una gran cantidad para pagar “informantes” diseminados por todos el país (muchos de ellos de las mismas Fuerzas Armadas), en varios sectores de la sociedad como campesinos, indígenas, labriegos a los que se sumarían ahora estudiantes universitarios y taxistas.

Durante este Consejo Comunal de Gobierno, sería el Ministro Gabriel Silva Luján quien indicó, que para el 2010 se destinaron nada menos que 100 mil millones de pesos (49,98 millones de dólares) para el pago de recompensas a colaboradores e informantes. Desde agosto del 2002, cuando asumió su primer periodo presidencial, Uribe ha implementado la política de ofrecer recompensas por colaboraciones “efectivas” con las autoridades, a esta altura ya se han entregado más de 30 mil millones de pesos por ese tipo de servicios que prestan muchos colombianos.

Los ministros y exministros, los políticos de ultraderecha, la prensa genuflexa, los empresarios de club de Amigos del presidente defienden al ultranza los éxitos de este programa de vinculación de la sociedad civil como actores del conflicto.
Continuará

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los "Tuchineros": la sangre zenú de la Guajira Intercultural

CRÓNICA

Por: Abel Medina S.

La leyenda se cumplió con inexorable certeza, ya lo decían las ancianas de trajes largos y mangas recogidas, ya lo aseguraban los abuelos de abarcas tres puntá y sombrero vueltiao. Bajo la iglesia de San Andrés de Sotavento ondeando su cola en un río subterráneo, como en un sacro contubernio sincrético, estaba enterrado el caimán de oro, tótem tutelar de los zenú.

La cola se extiende hasta la ciénaga de Betancí, la extremidad izquierda se prolonga hasta Palmito, la derecha alcanza a Sampués, la pata trasera toca Ciénaga de oro y la otra acaricia Chimá y Momíl.

El caimán supo cubrir con su cuerpo todo el resguardo indígena zenú de San Andrés de Sotavento, ubicado entre Sucre y Córdoba, el cual tiene una extensión de 83.000 hectáreas cuadradas. La sentencia señalaba: el día que desenterraran el caimán de su sueño ancestral los zenú se condenarían a convertirse en seres acuáticos, el pueblo se inundaría.

Los guaqueros de siempre, sin que los zenú lo notaran como que sacaron el caimán porque la maldición cobró vida.

El torrente de la hegemonía occidental desgastó la sangre con sus descoloridas aguas, desdibujó la lengua: el guajivo, desmembró el pasado saqueando los restos, las huellas del ayer se perdieron en el alienante comercio de piezas arqueológicas.

Para Uriel Baquero Paternina, quien ha sido capitán y líder natural del cabildo zenú en Maicao, la lectura de la leyenda no podría ser más desesperanzadora: “Eso significa que por la influencia occidental perdemos la tradición cultural, si esto pasa nosotros pasamos de ser indígenas puros a ser occidentales, cambiamos de territorio y de identidad, esto es pasar de seres terrestres a seres acuáticos, es retroceder”.

Hoy los zenú fluyen por los meandros del desarraigo, son remeros en las corrientes veleidosas de la alineación cultural, asomándose en la orilla nostálgica del mestizaje, hundiéndose en el fluir incesante de la asimilación cultural y étnica.

La leyenda auguraba la situación actual de la mayoría de zenúes que han tenido que abandonar su territorio impulsados por circunstancias forzosas como la colonización española, las encomiendas del siglo XVI, la violenta y silenciosa explotación de los terratenientes, el posterior desplazamiento que generó el proyecto de Urrá, y por último la violencia política y los actores armados que desencadenaron los flujos migratorios. Una suerte de coyunturas adversas que conspiraron contra la tranquilidad del caimán de oro.

El caimán los sigue convocando desde la atávica tradición, desde los ecos del pasado que alimentan su presente. Para ellos se nutren con la energía que este lagarto les legó: la comida ancestral de los zenú es la babilla. “El caimán nos protege, resguarda a todos los zenú” dice el capitán Baquero. Ya desde la antigüedad los zenú representaban al caimán en figuras zoomorfizadas, siempre han usado aceite de caimán para curar el asma y otras enfermedades respiratorias, en sus viviendas tradicionales las vigas reciben el nombre de “caimanes ” pues resguardan y fortalecen la casa, usan además seis postes cada uno con nombre propio.

Aunque muchos censuren su inclinación a consumir babilla, ellos saben que además de saciar su apetito, este plato típico nutre su esencia indígena con la fortaleza totémica y la magia simpática (pues heredan sus cualidades) de su ente protector.

Los zenú habitaron, desde mucho antes de la colonización europea, los territorios ribereños del Nechí, Cauca, Magdalena, San Jorge y Sinú. Cultura de río, su creencia en “Encantos” acuáticos, la veneración hacia animales como el caimán, la babilla, el sapo, la hicotea son trasunto de esta condición.

Era una cultura caracterizada por su organización, por su carácter laborioso sufrieron la explotación laboral de los españoles a través de las encomiendas instituidas en el 1540.

Su vocación agrícola aún alienta los sembradíos y huertas, los ríos le enseñaron a explotar los sueños auríferos.

Diezmados por los encomenderos y saqueados en su fe por los misioneros consiguieron que en 1773 la corona le titulara un resguardo para flanquear sus últimos hitos de identidad: se constituyeron resguardos zenúes en San Andrés de Sotavento (Córdoba), en Tolú (Sucre) y San Sebastián. Solo hasta 1927, y luego de varias marchas y movimientos indígenas lograron copia de la escritura pública que les confería el carácter de resguardo.

Hoy en día, los zenúes puros son una página del pasado y otro capítulo triste del etnocidio cultural. Los que sobreviven mantienen los rasgos físicos y los sistemas tradicionales de producción pero no han podido encontrar los rastros de la lengua nativa, creencias occidentalizadas animan su afán trascendente, poco recuerdan sobre su vestuario y rituales autóctonos. La diáspora contribuyó con la aculturización, los caminos de la errancia se volvieron mixturas para el sentido colectivo de etnia. Los zenú hoy revalidan el compromiso con su pasado y tratan de rastrear los pasos ancestrales y legitimar su estatus de minoría étnica.

En la memoria se pierde la creencia en sus deidades primigenias, hoy un sincretismo difuso concilia la cosmogonía ancestral con la devoción por la virgen. Los zenú creen en Ixtioco como dios creador, también en la pareja original representada en sus hijos Mexión y Manezca, las primeras creaciones del dios Ixtioco. La pareja primigenia tuvo como hijos a Momíl, Arachi, Chimá, Betancí y Tuchín de cuyos nombres surgen topónimos de la región de influencia zenú.

Estos tuvieron como descendientes a Panzenú, Finzenú y Zenúfana, ellos se convirtieron en caciques con sus respectivas provincias y sistema productivo tradicional: los Panzenú por sus sistemas de irrigación, sus canales artificiales para la siembra, los Finzenú se distinguirían por sus sombreros vueltiaos, los Zenúfana por sus artesanías y cerámicas.

El territorio de influencia zenú, abarca parte de Córdoba y otro tanto de Sucre. Los núcleos geográficos de mayor presencia cultural zenú son: San Andrés de Sotavento, Tuchín, Vidales, Molina, Algodoncillo, Flechas, San Juan de la Cruz y Petaca en Córdoba, y Palmito, San Antonio de Palmito, Pueblecito y Sampués en Sucre. Algunos apellidos en esta zona son referentes de linaje indígena zenú: Chantaca, Talaigua, Flórez, Mendoza, Bravo y Ortiz.


El símbolo universal de la cultura zenú es el sombreo vueltiao, aunque su elaboración se ha extendido a territorios vecinos como San Jacinto (Bolívar) sus mejores diseños proceden del epicentro de la cultura zenú: Tuchín. Uriel Baquero sostiene al respecto: “ya que perdimos la lengua, el sombrero vueltiao es nuestra identidad, significa la relación del hombre zenú con la naturaleza, mediante sus figuras expresa nuestra religiosidad”.

El sombrero tuchinero, el espiral de palma flecha que hoy no solo es referente de los zenú sino de las sabanas de Sucre, Córdoba y Bolívar en el Caribe colombiano, y del Caribe ante el país. Son, junto a las abarcas tres puntá, símbolos señeros de pervivencia zenú, marcas culturales de un pasado que se resiste y componente sustancial de la economía domestica en esta etnia.

Para elaborar los sombreros, abanicos y carteras se utiliza la palma flecha, que luego de un proceso de secado y tinturado se intrinca bajo las manos diestras de las mujeres zenú. “El zenú aprende a tejer primero que a hablar” dice Baquero. Este oficio era antes, exclusivamente femenino pero en la actualidad los hombres también lo desempeñan con propiedad. Los sombreros se distinguen por el tipo de tejido: existe el diecinueve, el veintiuno, el veintisiete.

Se adorna con motivos o símbolos étnicos como El piloncito, la Flor del limón, la Manito del gato entre otras. Además de los sombreros los zenú se destacan por la elaboración artesanal de balay, canastos, pulseras, anillos, abarcas. Recientemente las artesanías zenúes recibieron un impulso promocional por las tiendas creadas por Jerónimo, hijo del presidente Uribe.

Al respecto Uriel Baquero se queja: “El hijo del presidente esta divulgando esto no como cultura sino como negocio, ellos tienen una finca cerca de Tuchín, llegan y compran artesanías muy baratas y las venden carísimas, su interés solo es económico. Lo usan para representar hegemonía económica y no la identidad zenú”.


La falta de oportunidades forzó a muchos zenúes a movilizarse hacia zonas urbanas para desempeñar trabajos ocasionales y luego regresar a su casa con recursos. La errancia no tuvo regreso para algunos, otros fueron y regresaron, regresaron y fueron en un vaivén de incertidumbres. Maicao sería uno de los enclaves donde se consolidó una fuerte presencia de los zenú. Esta babel fronteriza abrió sus hospitalarias puertas a los laboriosos mestizos herederos del caimán. Escogieron la tierra de San José, patrono del trabajo, eligieron una ciudad que no descansa, el pueblo que vive para el trabajo.

En Maicao pocos se refieren a esta etnia como zenú, para el grueso de los maicaeros son “los Tuchineros”. La gran mayoría de ellos provienen de este corregimiento de San Andrés de Sotavento fundado en 1826 por las familias Mendoza, Flórez y Talaigua. En Tuchín se consolida el nivel de mayor arraigo indígena de los zenú, es su capital ancestral. Aunque en la actualidad es una población floreciente con presencia multicultural el barniz cetrino del pasado indígena cubre la tez de sus habitantes.

El cabildo de Maicao ha comenzado a reconstruir su historia en esta nueva y distante patria, en los años 60’s llegaron los primeros zenúes a esta frontera. Remberto Matías, residente aún en el barrio Divino Niño, parece ser el precursor de esta romería andariega. En 1965 llegó Heladio Clemente, le siguieron Juvenal Talaigua, Gregorio “El chino” Hernández. Fueron colonos que como muchos poblaron este territorio donde el estado abrió resquicios para que la informalidad germinara una bonanza comercial. Cada uno por su lado, sin el hilo cohesivo del mismo camino, solo el tiempo les haría reconocerse como unidos por un ancestro común.


La laboriosidad del zenú ha sido condición facilitadora para engranar en una cultura y territorio tan distante como la maicaera. Sobre esto Baquero expresa con certeza “El zenú tiene disciplina de trabajo, aquí en Maicao encontramos paisanos que tienen 20 o 30 años trabajando en el mismo lugar, nunca se ha escuchado aquí que un zenú se ha ido porque robó, porque mató”.

Su carácter taciturno, su condición honesta, sus principios de no violencia son garantes para mantenerse en un medio que veces es agreste e intolerante, eminentemente patriarcal y violento. El tuchinero sabe escamotear los problemas, sabe que a Maicao se viene a trabajar.

No se ha podido rastrear quién sería el primer “tuchinero” que fundó la nueva tradición de la venta de tintos en Maicao. En su territorio de origen nunca se ha cultivado café, tampoco es una práctica recurrente en la economía de su tierra.

El oficio de tintero es otro emblema de desarraigo, quizás un indicador de la sentencia legendaria: hombres acuáticos. Su capitán recuerda “No sabemos quien fue el primero que vino a Maicao, vio el espacio y le fue bien, fue al pueblo y dijo –allá en Maicao el tinto se vende bien – y trajo otros, y luego estos trajeron otros, lo cierto es que el noventa por ciento de los tinteros son zenú, y todo el mundo dice que el mejor tinto es el de los “Tuchineros”.

El tinto tuchinero sacude a los maicaeros de la somnolienta madrugada, los mantiene despiertos en el trajín bullanguero de la agitada vida comercial de esta ciudad.

El tinto es lenitivo para los corros esquineros y las tertulias ocasionales, el tuchinero entra sin permiso a las más importantes reuniones para paliar la abulia con su tintico caliente y sus aromáticas infusiones. El café de los Tuchineros es ya un componente espurio de la diluida identidad de este pueblo, es un modo de reconocer la presencia zenú en este territorio.

Casi la totalidad de vendedores de tinto en la ciudad son de descendencia zenú, este es su primer renglón de economía familiar. La mayoría de ellos trabajan bajo el auspicio de algún paisano ya bien posicionado en el negocio que le facilita vivienda, alimentación y trabajo del cual obtiene porcentaje por ventas.

Muchos de estos “Tuchineros” llegan a Maicao para trabajar ocasionalmente mientras deja la familia en su pueblo, laboran por unos meses y luego retornan a su lar patrio. Pero una parte muy notoria de ellos se ha establecido con la familia en la ciudad, además de dedicarse a la venta de tinto, bebidas aromáticas, cigarros y confitería encuentran posibilidades laborales en sectores informales como: las carretillas que cargan mercancías, ventas ambulantes o estacionarias de frutas o a las artesanías. Son también campeones del rebusque, eje informal de la economía subterránea que labra oportunidades para todos.

El cabildo indígena zenú comenzó a consolidarse en 1999, estuvo bajo la égida sabia de Uriel Baquero, con más de 20 años residiendo en Maicao, se aglutinan unas 380 familias. Hoy tienen en el concejal Nervel Reyes su principal líder aglutinador. Antes de esta iniciativa organizacional los zenú residentes en Maicao no se asumían como etnia, como indígenas. El cabildo logró suficiente cohesión social como para generar procesos identitarios y de reafirmación cultural. “No creamos el cabildo para competir recursos con las otras etnias, sino por la necesidad de ayudarnos, de ser solidarios, los otros cabildos como los wayuú nos han asesorado”.

El cabildo de Maicao además del capitán fortalece su institucionalidad con varios alguaciles y fiscales que apoyan la estructura organizativa del grupo. Se reúnen semanalmente para desempolvar recuerdos, para fortalecerse de la dispersión que la falta de un espacio común propicia, para nutrir el tejido social con principios de comunitariedad Así han podido jalonar a los que habían perdido la savia nutricia de la etnia, han rescatado del desarraigo a muchos paisanos que ya tenían la memoria desdibujada por la asimilación cultural.

Así viven en Maicao, de la nostalgia del caimán de oro a la esperanza de las bonanzas coyunturales de este pueblo. De la nostalgia de una lengua desvanecida al contacto permanente con árabes, wayuú y criollos colombianos y venezolanos. Añoran los patios florecidos y los sembradíos sonrientes en un territorio tostado por el sol de siempre, escuchan lejanos quejidos de la chuana y el pito atravesao entre el barullo de la champeta y el vallenato. Han tenido que adaptarse a nuevos hábitos alimenticios: del revoltillo de babilla, el guiso de hicotea, el mote de queso, la pava de ají, la chicha de masato y la mazamorra al frichi y chivo guisado o asado, al soso pollo venezolano, a la dieta sustentada en la carne más que en el pescado y las verduras.

Los “Tuchineros” siguen alimentando una tradición peregrina como su errancia. El café de los zenú aviva la vigilia en una ciudad que se resiste al fantasma de la recesión, despierta los ánimos para no dormirse en bonanzas lisonjeras. Mientras aportan su silenciosa laboriosidad, estos hermanos del sueño diverso construyen con su tono indígena un Maicao multicultural. Los sueños de su capitán alientan una gestión común y un anhelo de territorialidad “Si seguimos dispersos, viviendo separados, llega el momento en que perdemos contacto, luchamos por que el gobierno nos ayude a tener un barrio para todos nosotros, nuestro pequeño Tuchín”. Lejanos del rumor ribereño, en la calcinante frontera, tan solo con el rumor sanguíneo del caimán que convoca desde muy adentro, los zenú buscan la semilla ancestral para encontrar la mismidad indígena en un territorio de otredades.

sábado, 1 de agosto de 2009

La procesión de las Cien Vírgenes

Crónica

Por: Abel Medina Sierra

Al fin llegó el 16 de julio. “Ese fue el día que le escuché al padre, que Dios a todos nos tiene en cuenta” nos recuerda Diomedes. En el barrio en el que me crié es una fecha tan esperada como el generoso 24 de diciembre. Gala de los mejores atuendos, de la mejor disposición fiestera, de la animosidad del espíritu, del fervor religioso pero también del jolgorio popular. Ya desde días anteriores canciones de Diomedes, de los Zuleta o de Beto Zabaleta que cada año revalidan su éxito se encargaron de irnos predisponiendo al festejo. Las novenas supieron congregar a los fieles y contagiar con estridencia de bengalas y “varillas” una expectativa para que cada año la fiesta sea mejor.

Quienes hemos vivido en el barrio El Carmen no podemos sustraernos a un fervor que desde niño se alimenta de tradición. Y es que todos, como la mayoría de habitantes de Maicao, viven la fiesta por devoción; otros que han visto resquebrajada su fe la viven por tradición. Una sola vez tuve el infortunio de vivirla fuera de la ciudad y casi lloro de nostalgia.

En la lontananza de los habitantes del barrio se aglutinan recuerdos desde que la iglesia era una pequeña capilla de madera al lado de la terrosa cancha en la que glorias como Jairo De la Rosa, Jesús Molina o el extinto Azael Castilla arrancaban el aplauso con sus faenas balompédicas.

Eran épocas en que la fiesta de la virgen se vivía entre el fragor temeroso de la “bola de candela” y la “vacaloca” y los concursos de carreras en saco y la vara de premios. Hoy la fiesta tiene mucho de espectáculo pero se vive con igual o mayor intensidad y convocatoria.

Es la hora de la procesión. Algunos apenas de desperezan del festejo de la víspera. Otros llegan apresurados de viaje porque no quieren quedarle mal a la virgen. La iglesia se queda pequeña para acoger a los que llegan de todos los rincones de la ciudad. Mientras los privilegiados que lograron apreciar la misa se deslumbran con el esplendoroso arreglo de la virgen, afuera se comienza a apretujar la grey fervorosa. Allí entre ventorros y kioskos que expenden licor y golosinas para los niños, entre ocasionales ventas de escapularios, estampas, velas y demás instrumentos de imaginería popular la gente se apila para aplaudir a la advocación mariana del Monte Carmelo.

Las vírgenes comienzan a aparecer. Cada uno de los fieles ha querido siempre cargar a la patrona. Pero son tantos los concurrentes al festejo que con el tiempo se fueron resignando y decidieron adquirir su propia imagen.

Es la virgen de la familia. Llega cada familia, portando como estandarte glorioso, una escultura de la virgen del Carmen. El padre porta la virgen, a su lado se apiña la esposa, los hijos, los sobrinos, son como una especie de comisión familiar que se hace presente y que busca lugar en el cada vez más estrecho espacio del frente de la iglesia. Otros traen la virgen en el carro, decorada con flores, en improvisados retablos, sobre bases de icopor o de madera.

Lo importante es llevar la virgen, es ponerla a caminar detrás de la imagen mayor. Lo que importa es que cada familia haga su pequeña procesión en medio de la multitudinaria congregación que sigue a la patrona.

Las hay de muchos colores y tamaños. Este año se destaca la de la familia Torrado que se aferran a la virgen para que el secuestro de uno de sus miembros termine pronto para júbilo familiar.

Pero cada año aparecen imágenes que casi igualan a la de la iglesia. Unas que deben llevarse en el carro por lo pesado, otras que se cargan el hombro, hay también las que caben en la mano y su reducción extrema: quienes no han adquirido su imagen portan el escapulario: el segundo símbolo de la virgen del Carmelo.

Muchos devotos agradecidos regalan escapularios a los asistentes. Y es que desde el 16 de julio de 1251, fecha en que la Virgen María se apareció a San Simón Stock, líder de los religiosos eremitas llamados Hermanos de Santa María del Monte Carmelo, el escapulario se convirtió en la reducción simbólica de la virgen aceptada universalmente.

El otro símbolo le fue entregado por la virgen a San Simón, era el hábito que había de ser su principal signo distintivo. Así que en el barrio El Carmen, los fieles revalidan la fe regalando los escapularios para sumarse a la procesión de tantas vírgenes.

La virgen está por salir, ya todos los “carmeros” (habitantes del barrio) están apostados. Se encuentran los compadres y se preparan para la caminata con “una cervecita”. Los jóvenes que están aún de vacaciones o que se vinieron para “no perderse la fiesta” se saludan.

La expectativa crece como crece la masa que se vuelve densa. Llegan por la calle trece los que viene de Divino Niño, San Francisco, Mareigua o Buenos Aires, por la calle 11 llegan los del cercano Paraíso, Víncula Palacio, Santander o Loma Fresca. Por la calle catorce se asoman los del Pastrana o San Martín. Por los lados del hospital se arremolinan quienes vienen del centro y barrios como Los Comuneros, Primero de Mayo o Colombia Libre.

Es que la festividad de la Virgen del Carmen arropa en una sola fe a todos los maicaeros. Siempre se ha dicho que el patrono de Maicao, San José tiene pocos devotos. “Es que San José y San Pedro nunca han hecho milagros” explicaba mi difunto padre el viejo Erasmo. No se si es por eso, pero aunque la fiesta de San José pase tan desapercibida para la comunidad católica de los barrios esta religiosidad y fe la recluta cada año la virgen del Carmen. Ya su fiesta se celebra en otros sectores como Mareygua, Buenos Aires, barrios aledaños a Centrama contagiados por el festejo de los choferes.

Pasan los minutos, la ansiedad por ver a la virgen aumenta. Allí están los choferes, ayer se roció agua bendita a los carros. Allí están los propietarios de barcos. Es también la virgen de los marinos desde que por la invasión de los sarracenos, los la cofradía de los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua versión dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar, nombre con el que los marinos también llaman a la virgen. Allí deben estar los bomberos preparados para cantar salves a quien los salva de las llamas. Allí también médicos y enfermeras. Cada quien con su virgen.

Sale la virgen, se apretuja la grey frente a la iglesia, todo se aprieta, todo se intercala, sale la doña encopetada de las primeras bancas de la iglesia, se encuentra con el wayuú que aún conserva en sus pies el polvo del camino desde la ranchería. El político que vino a pedir favores electorales a la patrona con el vendedor de pescado del mercado que implora por mejores tiempos. El aplauso es estruendoso ¡Que linda está la virgen! Se escucha por doquier. Ya unos comienzan a adelantarse a la procesión.

Muchos se disputan el privilegio de cargarla, comienzan a mecerla para que se baile al ritmo de la banda de viento. La procesión de las cien vírgenes comienza sus tres horas de comunión espiritual, su trasiego anual, su peregrinaje de rogativas, cánticos y vivas, su recorrido de promesas y mandas.

Cruza por la carrera 21 como para que los enfermos del Hospital San José sientan su presencia con promesa de sanidad. Es la cuadra más estrecha del recorrido. Aún el sol está en su esplendor pero la canícula no arredra a la feligresía.

Cuando llega a la calle 11 la esperan ya, en cada esquina, lotes de carmelitas venidos de los barrios del sureste. Los carros y busetas esperan la cola para sumarse al recorrido. Cuando toma la calle 11 ya se multiplica el gentío. Se notan aquellos que hoy cumplen una promesa o manda, la de toda la vida. La que hicieron el año pasado. Unos caminan descalzos para que la virgen palpe la desnudez de su fe, otros de espaldas para que la Santa Señora vea siempre de frente su fervor. Otros dejan escurrir por sus dedos el fervoroso chisporroteo de las velas.

Nuevos vivas, estrépito de voladores. La virgen que baila y se contonea en hombros de fieles que preferirían perder la vida antes que dejarla caer. La virgen se deja llevar, liviana y oronda. No es de esas imágenes veleidosas que se ponen pesadas cuando se disgusta con sus fieles.

Al llegar a la carrera 20, como siempre, como cada 16 de julio estará un camión inmenso, con una banda papayera, una imagen de la virgen inmensa y en la carrocería unos 40 wayuú que bailan, toman licor y lanzan voladores. Son la familia Correa Fandiño. Vienen del barrio San Martín a ofrendar su alegría a la virgen. Un ritual que se revalidad cada año, en el mismo lugar. A la misma hora, con el mismo motivo. La tradición se alimenta de eso, de la repetición, de la costumbre, de la trasmisión generacional. Allí están los padres, los hijos que cuando sean mayores traerán a sus propios vástagos.

De pronto aprecio que algo falta este año. Se trata de Genara. Alguien me dijo que nunca la llamara así en su presencia porque corría peligro. Es aquella señora de derroche de carmín que con vestido rojo, el cabello alborotado y unas estampas, no de la virgen del Carmen sino de Rafael Orozco, camina encabezando cada año la procesión. Es como un estandarte de otra idolatría, canta los éxitos de que no mueren de Rafael Orozco y grita frases delirantes en medio de su insania. Falta este año. “Así andará de descachuchá que ya hasta la fecha de la virgen se le olvidó” se queja como se reclamara a la ausente un feligrés que de pronto nota su ausencia.

En cada esquina se suma una nueva romería a la procesión que se va tornando tumultuosa, desde la esquina de la carrera 18 se observa como un río de gente, y en lo alto, las vírgenes, las cien vírgenes que compiten por estar más cerca del cielo. Es esta esquina se suma el lote mayor.

Los que vienen de muchos barrios más distantes. Ya son miles de devotos que se integran a los que partieron. Apenas se ha caminado cuatro cuadras y la procesión se triplicó en feligreses. Ya se cumple una hora. Algunos que se adelantan descansan en las esquinas mientras toman “otra cervecita".

La corriente humana cruza entonces buscado la calle 15. Ya son muchos quienes se adelantan al grupo que carga la virgen, en especial son aquellos que llevan consigo niños pequeños y temen que la turba anodina los tropiece. Al llegar a la calle 15 un nuevo afluente se suma al torrente.

Allí esperan cientos de carmelitas que vienen del sector norte y noroeste de Maicao. Son algunos que apenas terminan su jornada laboral van al compromiso espiritual de cada año. Es que aunque sea día laboral los fieles no le incumplen a la patrona. Aunque mañana los colegios registren el mayor número se ausentismo escolar del año y sean miles las excusas de los asalariados por la resaca post virgen del Carmen. “Debiera algún político hacer que la fiesta del Carmen sea festivo” se escucha decir con frecuencia para esta fecha.

Al tomar la calle 15 la procesión es una larga mancha abigarrada, como río caudaloso que en su recorrido trae las cien esculturas que se mecen. Al llegar a la carrera 20 se enciende el jolgorio, muchos carros con pasacintas a alto volumen repiten la canción “Virgen del Carmen” de Emiliano Zuleta o “El muchacho” de Diomedes Díaz. Ya el licor hace su efecto en muchos caminantes que gritan exultantes “!Viva la virgen!”.

En la esquina la imagen mayor se detiene, los fieles hacen que se baje de la cimera altura de lo sublime y baile al son de prosaicos pero alegres vallenatos. Llegando a la esquina de la carrera 21 espera el mismo camión repleto de indígenas que cada año repite el mismo trayecto. Llegan a la cita con la certeza de cumplir una promesa inexorable.

La procesión baja la amplia calle 15 rauda y nutrida. El Carmen afortunadamente es un barrio de calles planas y la virgen transita sin tropiezos. Todo lo contrario a esos empinados cerros del Monte Carmelo donde hizo su aparición esta advocación y por la que recibió el nombre de Virgen del Carmen.

El Carmelo, lugar donde el profeta Elías Tesbita viera la nube que figuraba la fecundidad de la Madre de Dios es una cadena montañosa de Israel que, partiendo de la región de Samaria, acaba por hundirse en el Mar Mediterráneo, cerca del puerto de Haifa. El barrio El Carmen, teatro local de la fe carmelita es un privilegiado sector que la progresiva urbanización hizo que hoy fuera céntrico.

Al llegar a la carrera 21, al lado izquierdo, como todos los años, como manda la tradición local esperan un grupo, cada vez más numeroso, de devotas de la parroquia, amas de casa de profunda fe y asiduas visitantes de la iglesia. Se sientan y esperan la procesión entonando cánticos, alabanzas y recitando el rosario. Es el momento más espiritual y menos bullicioso de la procesión, como un alto en el desenfreno colectivo.

Ya el tumulto de creyentes llega a la esquina de la vía a Carraipía. Allí reposa otra imagen pero estática. Es una escultura que por años ha cultivado sus propios feligreses. Allí por muchos años el emblemático Rafael Ripoll quemaba pólvora mientras el Negro Amaya y los conductores de carrotanques expendedores de agua pagan un picó que amenizaba el jolgorio de amanecida.

Allí esperan más de mil personas, las que viven en San Francisco, Divino Niño o Mareywa y los que se adelantaron a los cargueros y los esperan allí. Suena la pólvora jubilosa, la música anima. La virgen se detiene para recibir los salves y vivas.

Luego cruza hacia la calle trece para iniciar el retorno hacia la catedral. Al llegar al sector de los molinos de sal encuentra otra estancia de festejo. Allí los saleros han preparado un altar, mucha pólvora y entusiasmo para honrar a la patrona. A esta altura la mitad de los caminantes están en alto grado de alicoramiento. Cada vez son más emotivos los gritos de ¡viva la Virgen del Carmen!. Sigue su camino entre una calle que trepida con los parlantes de los equipos.

En cada casa una parranda, en cada esquina un festejo. Los habitantes del barrio ese día son anfitriones de compañeros de trabajo, parientes, compadres, amigos o colegas que saben, con certeza, que ese día quien viva en El Carmen “tiene que brindar”.

En la carrera 24 está, desde muy temprano, la colonia de Monguí. La parranda comenzó al mediodía así que a esa hora “es mucho el Old Parr que han reventado” dijo alguien que pasa en la procesión y los saluda. Ellos hacen parte de la historia migratoria del barrio, poblado desde finales de los 60´s por racimos de “mitios” o campesinos de la zona rural de Riohacha, específicamente de pueblos como Monguí, Machobayo y Cotoprix.

La procesión va llegando a su fin. Ya es de noche. Ya la tarima comienza a rodearse de la gente que no camina la procesión pero que si se goza las fiestas patronales. Los kioskos revientan música en una pesada competencia sonora. Las cervezas vienen y van.

La virgen, mientras tanto, llega a la catedral después de haber paseado por cientos de hombros. Se despide de las otras 99 vírgenes que la acompañaron y que multiplicaran la gracia de portarla. Son sus ayudantes, son sus réplicas que dejan la satisfacción a cada familia de haber cargado la figura religiosa más importante para los maicaeros. Al entrar se grita, los vivas, la música, los aplausos, el fervor, la profunda fe no tiene descanso. Una vez llega a su pedestal, cada quien siente que cumplió con un deber sagrado. Este año la virgen dio vida y salud para honrarla.

Culmina la procesión y las demás vírgenes se dispersan. Van al descanso y a la intimidad del culto familiar. Volverán el otro año. Ya no serán cien, serán mucho más.

Cada año nuevos devotos adquieren esculturas de la patrona para el santuario familiar. Mientras esto pasa, comienza el espectáculo pirotécnico y musical que solo morirá cuando raye el alba. Al amanecer las madres del barrio saldrán a barrer la calle y los vestigios del derroche. Preguntarán si hubo algo que lamentar, pero casi siempre la virgen cuida de su grey, aún de los borrachos. Dirán en coro entonces: “Que bonita estuvo la fiesta de la Virgen del Carmen este año”.



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domingo, 28 de junio de 2009

Rosendo Romero habla sobre su obra

Maicao-. El compositor Rosendo Romero disertó sobre sus versos, sus canciones, la historia y la poesía de las mismas en un conversatorio realizado en la Universidad de la Guajira como parte del componente cultural del Sexto Festival de la Frontera.

En la gráfica lo acompañan los investigadores Abel Medina Sierra y Enmanuel Pichón quienes oficiaron como entrevistadores y moderadores del panel.

miércoles, 17 de junio de 2009

Réquiem por Jusayú: el poeta ciego wayüu

Por: Abel Medina Sierra

Su nombre: Miguel Ángel Jusayú, su origen: la zona de Wimpomuin, cerca a Nazareth en La Guajira colombiana, su oficio: la palabra. No era precisamente un putchipu, maestro de la palabra empeñada y la resolución de conflictos. Su oficio con la palabra era, por una parte, la del orfebre, la tomaba en bruto de la oralidad primaria y legendaria, de la cotidianidad rural y ancestral, de la viva voz de la indianidad wayuú y de las pampas guajiras.
Fabulador ingenioso, creador fecundo de relatos que son referentes de la mágica y mítica realidad del universo indígena de su raza. También fue un acucioso investigador de la lengua wayuú, denodado compilador del lexicón vernacular, sesudo gramático que ayudó a consolidar el estudio sistemático y riguroso del wayuunaiki.

La mañana del lunes 8 de junio se apagó la luz de su existencia en Maracaibo. Ya hacía mucho, cuando era apenas un adolescente pastor de chivos por allá por Ulu´waiwou cerca a Nazareth, había comenzado a perder la luz de sus ojos a causa de una conjuntivitis poco cuidada, condenado a una ceguera que sería su incitante derrotero y su pesaroso destino.

Con su muerte, La Guajira colombo-venezolana, la nación wayuú, la Amerindia ancestral lamenta la pérdida de quien una vez el intelectual venezolano, exrector de la Universidad del Zulia, Ángel Lombardi, exaltó como el intelectual indígena más importante de América. Un wayúu encomiable, un estandarte para los movimientos de resistencia indígena, un académico que dio luz a nuestra guajira y a nuestra etnia predominante.

Nació hacia 1933 en la ranchería Jiichu’woulu, , ha sido el indígena guajiro mas trascendente en la ciencia y la literatura del país y de Venezuela, el wayuú mas laureado y el único cuyas obras ya han sido traducidas a lenguas extranjeras.

Fue un dedicado lingüista, gramático, traductor, docente de primaria y universitario, escritor, cuentista y ante todo, un gran pensador. De su obra se destaca el libro "Ni era Vaca ni era Caballo" (traducido al inglés, danés, noruego y sueco), “Relatos Guajiros I”, “Relatos Guajiros II”, su autobiografía “Karra´louta nuchi´kimajatu” así como “Gramática de la Lengua Guajira”, “Diccionario de la Lengua Guajira”, “Método para enseñar a escribir y leer el wayuunaiki”, las permanentes actualizaciones del “Diccionario Guajiro/Castellano”, y del nuevo “Diccionario Sistemático”.

Si su obra es digna de ser laureada, su ejemplo de superación es meritoria de encomio. Pasó de ser, primero un pastor del rebaño familiar en la desértica Guajira de sus primeros años, un consuetudinario “chirrinchero” por lo que perdió varias veces su cargo de docente, y luego un ciego indigente de las avenidas de Maracaibo.

Fueron muchos años entregados a sobrevivir de la caridad y la venta callejera de lotería y apuestas de hípica, sin el beneficio de lazarillo, sin muchas oportunidades, en una lejana ciudad, en una indiferente urbe. Tiempos de penuria que servían para que tiempo después, desde la soledad de los marginales contornos marabinos, comenzara una lenta pero juiciosa labor de elaborar cartillas y diccionarios del léxico wayuú que vendía en rudimentarias ediciones caseras.

Después alternó su oficio: escribía a máquina Braylle cartas y telegramas al público ante la impávida mirada de los transeúntes quienes se resistían a creer la proeza de aquel indio ciego.

Su ardua tarea de superación había comenzado cuando fue llevado a Caracas al Instituto Venezolano de Ciegos y luego en 1956 en la Escuela de Ciegos y Sordomudos de Medellín experiencia que él mismo describe en su autobiografía: “he sido el primer wayuú ciego que haya aprendido a leer y escribir por medio del sistema Braille; el primero que haya aprendido a escribir a máquina; el primero que haya escrito más textos en lengua materna; el primero que haya recibido títulos honoríficos de la Universidad del Zulia, profesor Honorario y Doctor Honoris Causa”.

Con la llegada a Venezuela del lingüista europeo Jesús Olza, la discreta y anónimo práctica de arqueología de la lengua que hacía Jusayú, alcanzó dimensión promisoria. Olza se impulsó convirtió en el más dedicado estudioso y descriptor de la lengua y la gramática wayuú y Jusayú se convirtió en su informante estrella, su compañero en el trabajo de campo. Mentor y ayudante fraguaron una amistad entrañable, de Olza aprendió la rigurosidad, el método, la teoría lingüística a ver la lengua no solo como instrumento de comunicación sino como objeto de investigación.

Su labor como creador espontáneo y lingüista autodidacta lo llevaron a ser Promotor Cultural Wayuú en el estado de Zulia, profesor Honoris Causa de la Universidad del Zulia y luego Doctor Honoris Causa de la misma casa de estudios. Recibió justos lauros como el Premio de Literatura Estampa Zuliana en 1991, el Premio Regional de Literatura Jesús Enrique Losada de la Gobernación del Zulia, la Orden Lago de Maracaibo y múltiples homenajes y reconocimientos regionales y nacionales en Venezuela; lo que contrasta con las exaltaciones en Colombia donde únicamente fue condecorado con la medalla al mérito Luis Antonio Robles de la Asamblea Departamental en 1994. Su labor creativa y académica se desarrolló prácticamente en el vecino país donde era ponderado con respeto y venero. En Colombia seguíamos su obra desde los conversatorios que se organizaban en la Universidad de La Guajira en épocas rectorales del lingüista Justo Pérez Van Lenden.

Miguel Ángel Jusayú fue un referente del duro trasiego de un invidente que se levantó de la crápula y la escasez para dar lucidez y cimentar ciencia y arte. Su vida inspiró a la exitosa cineasta venezolana Patricia Ortega para realizar el documental “El Niño Shuá” sobre la ejemplarizante y tortuosa vida de Jusayú, producción que ha recibido elogios nacionales e internacionales.


Afiche del documental

El Niño Shuá es una coproducción entre la Universidad del Zulia, FundaCine, El Portal El Zulia en el Tiempo y la participación del Ministerio del Poder Popular para la Cultura. El filme ha sido Selección Oficial Festival de Marsella 2008 y obtuvo los premios como Mejor Documental, Mejor Montaje, Mejor Fotografía y Mejor Cámara Festival Nacional del Cine Venezolano (Mérida 2007) y Mejor Fotografía Festival Documental (Caracas 2007).

Nuestro poeta ciego, estandarte de la firmeza wayuu, el gran fabulador, el ingenioso compilador de la oralidad supo honrar con nombradía el desierto guajiro que lo vio correr y padecer en sus primeros años. En sus relatos se revigoriza la oralidad, episodios colmados de magia y misterio, de ritualidad y experiencia onírica, trasunto del jayeechi que es el germen del relato primigenio wayuú. Se nutrió de esas historias de velorio, de testimonios de encuentros sortílegos con entes esotéricos, de los encuentros del wayuú con la presencia occidental. Su obra amerita un redescubrimiento que lo ponga en las manos y en la conciencia de todos los guajiros, los que hoy lamentamos con profundo pesar la ausencia de este inspirado Homero de las pampas guajiras.

Estamos seguros que desde la atalaya de la plenitud cósmica se sentirá orgulloso de su gesta creativa y de la altura que dio a su raza y a su pueblo. Hoy nos corresponde a los actores y la institucionalidad cultural del departamento que se termine de cumplir su sueño, plasmado en su autobiografía: “DESEARÍA ARDIDAMENTE QUE MI NOMBRE, MIGUEL ÁNGEL JUSAYÚ, SEA INSCRITO EN LAS PIEDRAS MÁS ABULTADAS QUE SE HALLAN EN LA GUAJIRA”.

martes, 19 de mayo de 2009

Escalona y su aventura en La Guajira

Rodeando al maestro Escalona y a Luz Marina Zambrano su última compañera sentimental, aparecen los artistas plásticos maicaeros Joaquín Ariza y Álvaro Palomino, el médico y coleccionista Álvaro Ibarra Daza y el escritor e investigador Abel Medina Sierra (Albania, 2005)


Por: Abel Medina Sierra
El inventario de encomios se que da corto en estos días. Escalona ha cumplido su deseo de posteridad como bien lo supo augurar, “arriba de las estrellas” festeja la plenitud mientras en la tierra que ofrendó sus cantos no ahorramos elogios y muestras de exaltación por el que fuera el más renombrado y reconocido compositor vallenato de la historia.

Escalona el mito y el hito, Escalona el que conquistó nombradía para nuestra música, el genio compilador del anecdotario regional, el gran señor, el don Juan irrefrenable, el gavilán aventurero, el embajador ante la élite del país, el maestro.

Más allá de la exacerbación que produce el hecho de su muerte, en Escalona hay que reconocer sus nada despreciables méritos en tanto músico como personaje influyente.

Fue el gran cronista de la cotidianidad provinciana, tuvo una envidiable capacidad para contar historias y lograr una síntesis casi perfecta en la trama de sus cantos. Sus canciones supieron llegarle al alma nacional, su lista de éxitos es larga, son cantos tan memorables en el imaginario popular que son referente nacional de la música popular.

También comparte el mérito junto a Tobías Pumarejo de ser precursor del compositor dedicado exclusivamente a la creación sin ser intérpretes (acordeonero o cantante), es decir, funda la profesión y figura del compositor.

Sus canciones exploran nuevas fórmulas expresivas como la alegoría, evidentes en canciones como “La casa en aire” o “Rosa María”, “El gavilán ceba´o”; lleva la crítica social al plano estético en “La custodia de Badillo”, “El hambre del Liceo” o “Lengua sanjuanera”.

En el plano de la versística vallenata Escalona también representa un hito: tomó la redondilla de versos de arte menor y con pocas preguntas y respuestas y lo convirtió en un verso de arte mayor, una estrofa de mayor complejidad versística y riqueza musical.

Lo anterior es lo que nuestro paisano e investigador Emmanuel Pichón Mora denomina “la indisciplina retórica de Escalona que sería una verdadera ruptura con las formas de componer versos de sus antecesores.

Rafael Calixto también instaura el donjuanismo en la música vallenata el código del donjuanismo, tan asumida por compositores posteriores como Rafael Manjarréz o Roberto Calderón.

Escalona fue el gran gavilán, creó un romancero musical con sus motivos sentimentales: La Maye (Marina Arzuaga), la Molinera, la Mona del Cañaguate, La monita de ojos verdes, Dina Luz, Maria Tere la Antioqueñita, La Brasilera son apenas algunos episodios amorosos cuyos detalles sirvieron para definir un código del galanteo en los hombres de la región. Hoy, su figura pasa a la historia como el gran galán, el don Juan de nuestra épica musical.

Bien es sabido, que el acordeón siempre ha despertado recelo entre algunas élites sociales e intelectuales. El vallenato necesitaba de un andamio para subir a los ámbitos que lo invisibilizaban por su condición campesina y su largo trasiego crapuloso en las cantinas europeas y barras de marineros.

Fue Escalona, hijo del ilustre del coronel de la guerra de los Mil días, Clemente Escalona Labarcés y la respetable dama patillalera Margarita Martínez Celedón, sobrino del insigne obispo, poeta y sabio Rafael Celedón, quien abrió las celosas puertas de la sociedad vallenata para que una música de peones y campesinos guajiros conquistara los salones de la alta sociedad valduparense.

Fue también quien con sus cantos y su arrolladora personalidad y condición de anfitrión hizo que figuras de la vida intelectual y pública del país descubriera la magia cautivadora del canto vallenato; hablamos de García Márquez, Álvaro Cepeda Zamudio, Manuel Zapata Olivella, Alfonso López Michelsen, Fabio Lozano, Daniel Samper, Enrique Santos Calderón entre otros.
Que personalidades de tanta estatura en el imaginario del país se interesaran en el vallenato fue un escalón trascendente para superar la atalaya excluyente de un país que miraba de soslayo la música popular costeña que luego supo arropar la identidad nacional.

Escalona Martínez será recordado como un osado aventurero, hombre de muchas empresas, capaz de recorrer y desbrozar en sus andanzas y correrías, los todavía intransitables y tortuosos caminos y carreteables del antiguo Magdalena Grande. Desde que tenía 17 años y ya se cantaban en Valledupar y su área de influencia sus primeras canciones El profe Castañeda, El carro Ford, La enfermedad de Emiliano y Miguel Canales subía a Manaure buscando a su mentor Poncho Cotes Querúz, tomaba luego el camino de la Sierra Montaña para cantarle a la Vieja Sara en El Plan.

Luego entre el estudio en el Liceo Celedón de Santa Marta, las visitas a su natal Patillal, los escarceos amorosos en La Paz, San Diego, El Molino o San Juan lo cimentaron como un verdadero campeador de la provincia, un andariego de la música y un emprendedor e industrioso baluarte.

Consuelo Araújo Noguera, su biógrafa, comadre y confidente bien da cuenta del periplo ingobernable de este aventurero en su obra “Escalona: El hombre y el mito” (1998): “seguido por un regimiento de amigos y partidarios irreductibles, como él, en su empeño de de vivir intensamente y apasionadamente, la vida de Escalona fue nada más ni nada menos que un solo canto largo y continuado.

Hoy aquí por la mañana y en la tardecita en La Paz, para seguir por la noche hacia Villanueva o Manaure, de acuerdo con la ruta que trazaran los vientos de la oportunidad; en la madrugada en San Juan, golpeando con sones y paseos los postigos de barrotes torneados de las ventanas de de la casa de Fefa Brugés; al mediodía en Fonseca, por la noche en Barrancas, mañana de regreso en Urumita o El Molino, y pasado mañana en cualquier otro sitio y lugar de los muchos por donde se regaron sus cantos y la nombradía de su talento inmenso”.

De sus andanzas, en especial por actual La Guajira, conquistando territorio a punta de verso y galanteo queda el testimonio cantado de El gavilán ceba´o, pieza de magistral recurso alegórico:

Señores, abran el ojo
Que el gavilán no viene solo
Mujeres, cierren las puertas
Que ya el gavilán se acerca

Gustavo Cotes lo vio en Fonseca
Y así me dio cuenta lo que sucedió
Entró en una casa que estaba entreabierta
Cogió una polla y desapareció

En los caminos se ven las trampas
Que la gente pone para el gavilán
Y cuando lo buscaban en Barrancas
El estaba tranquilo durmiendo en San Juan

Fueron los motivos sentimentales como los laborales los que lo vincularon con La Guajira. Desde entonces para el Maestro, este territorio sería también un nido de afectos, un territorio que ensanchaba su reino sentimental, musical y laboral, su aventura extrema, su hechizo existencial.

Siempre reconoció el protagonismo de esta región en el surgimiento de esta expresión musical. Nos ha enrostrado que por Riohacha entró el acordeón pero que la influencia vallenata no se arraigó en el norte de La Guajira “porque los riohacheros siempre han sido muy pretenciosos y preferían música europea y del Caribe”.

La única vez que pude conversar directamente y cercanamente con el maestro hace poco hace años en Albania, nos contó, sin recatos, que Valledupar nunca fue pueblo de acordeoneros, el primer acordeonero fue Chema Guerra un paisano de Escalona que al decir del maestro “solo macujeaba el acordeón”, agregaba que “en Valledupar en los sesentas, cuando venía López Michelsen y personalidades de Bogotá los acordeoneros había que irlos a buscar a La Guajira porque no había”.

El maestro sabía que sus cantos antes de ser grabados tuvieron un marco musical con acento guajiro: Colacho Mendoza y Víctor Soto, los acordeoneros que acompañaron sus parrandas. A Colacho lo conoció en 1957, sería su segunda influencia musical después de Poncho Cotes. Hicieron una amistad arraigada, Colacho fue su empleado, su amigo, su acordeonero y su mejor intérprete.

Con Colacho protagonizó muchas parrandas en el Hotel América o el Café La Bolsa de Valledupar, en el barrio Cañaguate o en cualquier pueblo. Colacho grabó la mayoría de sus éxitos con Bovea, Alberto Fernández o Pedro García cuando no lo hacía con su propia voz. Víctor Soto era de Cañaverales, hoy vive sus últimos años en Estados Unidos. Lo conoció en Bogotá donde hacía parte de Los Magdalenos, el primer conjunto vallenato de la capital. Solía acompañar a Escalona en parrandas de salón, de patio y en correrías por los pueblos de la región.

La Guajira a finales de los 50´s y 60`s, época de plenitud autoral de Escalona, era para el maestro, como para el imaginario colectivo nacional, un escenario encantado, inhóspito, poco accesible, sin más ley que el arrojo y la osadía de los hombres.

Es pertinente que la denominación de Guajira sólo hacia los años sesenta comenzó a aplicarse a todo el territorio del actual departamento pues antes se aplicaba exclusivamente al norte desértico, indígena y costero. La Guajira en los cantos de Escalona aparece inicialmente como lo distante desde su primera canción El profe Castañeda.

El docente que tanto admiraba Escalona fue trasladado del colegio Loperena de Valledupar al Liceo Padilla de Riohacha hecho que suscitaron a inicios de 1943 los primeros versos del que sería genio fecundo de la vallenatía: Cuando sopla el viento frío de la nevada/ Que en horas de estudio llega al Loperena/Ese frio conmueve toda el alma/Lo mismo que la ausencia del Profe Castañeda”.

La Guajira es no sólo la tierra del extrañamiento, el destierro y de baja escolaridad en otros cantos de Escalona como El bachiller en la que expresa; “Felices aquellos los que pueden presentar/El grado bonito que conquista a las mujeres/Como no lo tengo yo me voy a desterrar/Para La Guajira, donde no haya bachilleres”. También es tierra de acechanzas y peligros, tierra de riesgos y arrojo pero también de oportunidades y bonanzas, de aventura y esperanzas. Así lo reitera también en Mala suerte:

Díganle a Chema Maestre
También a Turo Molina
Que yo me voy pa´La Guajira
Porque aquí no tengo suerte

Y si no puedo volver
Porque en La Guajira muero
Solo quedará el recuerdo
De aquel amigo que se fue

La Guajira fue un territorio fértil para que Escalona sembrara su propio jardín sentimental. Convivió con Dina Luz Cuadrado (hermana de Egidio Cuadrado, acordeonero de Carlos Vives) a quien le compuso Dina Luz y Mala suerte entre otras canciones.

Su trasiego apasionado por La Guajira se teje desde Eduvilia López a quien compuso Mariposa urumitera pero que nunca conquistó pues resultó siendo novia de su amigo Caviche Aponte, como tampoco lograría fructificar un romance con Elsa Armenta, La Molinera que lo hacía suspirar apenas avistaba el ramal de El Molino.

A la China Ariño, la donairosa muchacha de Los Pondores que le inspiró El cazador, la misma relación que desató chismes y rumores en San Juan del Cesar y que él respondió con Las lengua sanjuaneras. En el mismo San Juan del Cesar cultivó una de sus grandes pasiones, “La monita de los ojos verdes”, la única relación en la que éste gavilán siempre ocultó la identidad de su paloma, el amor que le inspiró El medallón, El regalito, El Mejoral y Honda herida, ponderada por Consuelo Araújo Noguera como la más alta expresión del cancionero vallenato.

En el mismo pueblo le compone a Francia María El copete, la muchacha que fue su pretendida y terminó siendo su cuñada.

En Fonseca conoció, en casa del compositor José María “Chema” Gómez (autor de Compae Chipuco), a su hermana Carmen Gómez, la de la canción homónima, aquella esbelta y altiva doncella que “tiene los ojos de España, ¡olé! y la elegancia latina”, la misma que como Remedios La Bella no hubo encanto masculino que pudiera rendirla y prefirió la soltería.

Ni siquiera Escalona pudo rendir sus encantos pero a la que si tributó con su hermoso merengue.

Pero en el territorio vecino no solo encontró las más bellas flores, también los más caros y entrañables amigos. Una de sus primeras canciones la dedicó a alguien a quien sólo conocía por sus canciones: Emiliano Zuleta Baquero. Supo que estaba enfermo y le mandó un recado cantado: La enfermedad de Emiliano

Allá en el Valle he tenido la noticia
A mí me dijo un hombre que Emiliano está mal
Me mortifica que un muchacho tan joven
Por falta de de malicia se deje sepultar

Mile no solo sobrevivió a la enfermedad sino que fraguó con el maestro una perdurable amistad y compadrazgo pues Escalona sería el padrino de su hijo Poncho Zuleta. Pero esta canción no solo granjeó la amistad con Zuleta sino con la inmortal Vieja Sara, madre de Mile y Toño Salas. En compañía de Poncho Cotes solía visitar a esta matrona que vivía en El Plan de la Sierra Montaña en donde solía organizar durante las fiestas de Corpus Cristie largas jornadas de competencias entre decimeros. Para exaltar a ésta fecunda recitadora compuso La vieja Sara:

Yo vengo a hacerle a la vieja Sara
Una vista que le ofrecí
Pa que no diga de mí
Que yo la tengo olvidada

También le llevo su regalito
De un corte blanco con su collar
Pa´que haga un traje bonito
Y flequetee por El Plan

Este último verso originó una discusión entre la Vieja Sara y su pariente Simón Salas. Este músico prometió a Escalona un guiso de gallina cuando fuera de nuevo a El Plan.

Cuando Escalona llegó la vieja Sara le contó que éste no tenía animales a lo que Simón respondió con unos versos en que señalaban a la matrona de querer quedar bien con Escalona por los presentes que le hizo. La ira de Sara terminó echando de la casa a Simón, situación que originó la canción de Escalona El destierro de Simón:

Poncho Cotes tenia un viaje para El Plan
Me invitó y con mucha pena no acepté la invitación
Porque me han dicho que en ese lugar
Ya y que no vive el compadre Simón

Preguntaba cuáles fueron los motivos
Que tuvo ese gran amigo pa´ ausentarse del lugar
Y Toño Salas en el Valle me dijo
Que la vieja Sara lo botó de El Plan

En su inventario de afectos y álbum de exaltaciones aparece ponderando las virtudes amoreras de su gran amigo Poncho Cotes Querúz quien pretendía a Thelma Ovalle, madre del canta-autor Poncho Cotes Jr. Los arisco y celosos padres de la “paloma” no contaban con que Poncho tenía un gran aliado en las canciones de Escalona, aquel que mientras esperaban un descuido de los padres de Thelma, compuso al pie de la milenaria ceiba de Villanueva el merengue El Gavilán rastrero con el recurso de la alegoría animal:

En la ceiba ´e Villanueva
Canta un gavilán bajito
Y es diciendo que se lleva
A una hija de de Ovallito


Fue sembrando amistades por toda la zona, anfitriones de amplia gratuidad, compadres pletóricos de atenciones, parranderos dispuestos, alcahuetas solícitos. Sus cantos exaltan el ritual de la amistad cosechada con aprecio despojado de interés. Le cantó al músico de bandas Reyes Torres, padre de una gran estela de bajistas famosos a quien le debía un bautizo con El villanuevero:

De Reyes Torres ya yo he recibido
Muchas razones y un poco é reca´ o
Y ahora me dicen que está resentido
Porque no le he bautizado el pela´o

Le ofrendó un cantó como regalo de bodas a su acordeonero e intérprete de confianza Colacho Mendoza, en ese merengue titulado El matrimonio de Colacho; apenado consoló a un gran amigo en Urumita con El compadre Tomás. Nos legó ésa dramática historia de amor de El general Dangond de Villanueva a quien casa mata el amor de una molinera.

Congració a El tigre de las Marías de Urumita y Villanueva por su gesta amorosa así como ponderó las virtudes musicales de Chema Gómez con una canción que exalta la obra máxima del fonsequero con la canción El Retrato de Chipuco. Criticó a un compañero de estudios del Liceo Celedón, Rafael José Parodi, por alardear de ser argentino con El Che sanjuanero.

Tuvo formas sutiles de exaltar mediante la broma y la anécdota, así lo hizo con su ahijado Poncho Zuleta en La camisa de Poncho, también a Leandro Díaz, su gran colega y uno de los últimos sobrevivientes de su generación cantoral la dedicó La casa de Leandro

Pero logró palpar personalmente los extremos de La Guajira con su aventura como contrabandista. Desde el peligro, el susto, el sudor y trasnocho hasta el amor de una princesa wayuu y los buenos dividendos.

Con apenas 19 años, Escalona se le mide al oficio del contrabando y al tráfico de semovientes entre Colombia y Venezuela, la que sería una de sus más excitantes aventuras, oportunidad para nuevos lances amorosos y motivo para memorables canciones.

En 1946 conoce a Fernando Daza “Tatica” con quien lo une el hecho de ser su “alcahueta” en sus pretensiones de conquistar a la Ambrosina “La China” Ariño, novia de Tatica. Este sanjuanero es quien lo motiva a cruzar la “agreste” pero bonancible Guajira, la tierra poblada de indios y de oportunidades económicas. Escalona encuentra así un nuevo vínculo con toda la dimensión territorial de esta región.

De ésta época recuerda como quien declara una osada gesta: “Así irrumpí en La Guajira inmensa. Crucé la frontera y comencé una nueva actividad al lado de hombres rudos, de costumbres fuertes y sentimientos nobles, que se ganaban la vida en un oficio mercantil que se llamaba contrabando, pero que en la época estaba protegido y “legalizado” por algo más poderoso que la ley, que es la fuerza de la costumbre.

Tatica me introdujo en todos los secretos del negocio y con él fui la primera vez y muchas más. Comencé con unos 20 cochinos que compramos en compañía.

Me entusiasmaba la idea de ganar dinero viajando, que ha sido una de mis aficiones, pero también me atraía la aventura en sí misma. Ir en esos tiempos a Venezuela llevando contrabando no era como soplar y hacer botellas. Había que tener los riñones en su sitio y los pantalones bien amarrados. Los caminos no eran sino trochas que, en verano, se convertían en un desierto de polvo y, en invierno, en tremedales. No había término medio.”

El episodio más dramático y peligroso de esta travesía en la frontera colombo- venezolana, lo representa el paso por el riachuelo Paraguachón que en actuales épocas de invierno atraviesa el corregimiento del mismo nombre.

Escalona y Tatica, como los demás contrabandistas y “maleteros” o “trocheros” que traficaban con indocumentados colombianos, tenían que esquivar la frontera oficial y cruzar el riachuelo que representaba para entonces un tortuoso y hostil tránsito como recuerda el maestro: “En uno de esos amaneceres llegamos una vez a Paraguachón… tenía fama de ser un lugar teso y peligroso porque los indios se dedicaban a los viajeros para quitarles la mercancía.

El solo nombre infundía temor. Se escuchaban cuentos de comerciantes que habían sido asesinados en sus orillas y sus cadáveres echados a las aguas, de donde nunca fueron rescatados. En invierno, el caudal aumentaba de tal modo que era un verdadero río de corrientes impetuosas. Ahí tocaba esperar a que bajara la corriente y nos picaban los mosquitos y nos acosaba el hambre y se nos iban poniendo los nervios de punta por la incertidumbre sobre cuándo podrían atacar los indios. Uno dormía con un ojo abierto y el revólver en la mano.”

Escalona recuerda que, incluso, se llegó a correr el comentario de que una de las caravanas asaltadas por los hostiles indígenas wayuu en el paso de Paraguachón, era la de Tatica y él. Cuando llegó a Valledupar y se enteró de los comentarios intuyó enseguida que tan temeraria empresa no podía pasar desapercibida en el telar de su existencia y en su cancionero vivencial. Así compuso el paseo Paraguachón cuya letra expresa:

Oiga compadres, yo conozco muchos hombres
Que hablan de machos cuando están bebiendo ron
Los invito a Paraguachón
Pa´ que prueben sus pantalones

Paraguachón es un arroyo que hizo el Diablo
Y que divide a Colombia y Venezuela
Y allí me dijo un venezolano
“Mira chico, tú aquí no llegas”

¿Adónde estarán mis cochinos
Que en la trocha se me han perdido?
¿Mis cochinos dónde estarán?
Se han perdido en la palizá

Yo soy de buena´y ningún cerdo se me ha ido
Porque del carro no salen sin amarrá
¡Ay! Yo no voy a trabajá
Pa´darles de comé a los indios

Vi un sanjuanero que se jalaba las greñas
Me causó risa y entonces le dije yo:
“Ay, ese es castigo de Dios
Porque tienen muy mala lengua”

¿Adónde estarán mis cochinos
Que en la trocha se me han perdido?
¿Mis cochinos dónde estarán?
Se han perdido en la palizá

De esta misma época de empresa contrabandista, es la canción El chevrolito dedicada a Yiya Zuleta y en la Escalona encarna a su gran amigo y socio de aventura Tatica Daza, novio de la esquiva Yiya.

Tengo un chevrolito que compré
Para ir a Maracaibo a negociá
Un puestecito a´lante te aparté
Y el que me pida un cupo va pa´tras

De allá de La Guajira te traeré
Las perlas más hermosas para ti
Pa´que hagas un collar, homb´e y después
Serán una princesa para mí

Si te vas conmigo no te cuesta ná
Te llevo a Maracaibo a conocé
Cruzamos la frontera y más allá
La tierra del petróleo vas a ver
(Fragmentos)

En su épica como contrabandista no podía faltar un enredo amoroso. En plena Guajira venezolana conoció una princesa que cedió a su galanteo y el recuerdo de este romance pervive en la canción La flor de La Guajira:

Qué flor tan linda, qué flor tan bella
Ésta guajira de Venezuela
Es entre todas la más querida
La flor más bella de La Guajira

Flor Emmanuel es su nombre
Y hasta las flores la admiran
Y reconocen su nombre
Como Flor de La Guajira


Tiempo después, a inicios de los 50`s, Escalona vive de cerca y como testigo, otro episodio de la vida riesgosa del contrabando. Los villanueveros Enrique Orozco y Tite Socarrás se someten a la temeraria actividad de contrabando de café desde Villanueva, embarcándose en Puerto López y con destino final Aruba.

Tite era entrañable amigo de Escalona, así que el maestro padeció como tragedia propia la malograda experiencia de éste. Doscientos sacos de café madurado en las sierras de Villanueva llegaron a Puerto López donde el barco San Marcos de los Iguarán de Maicao lo cargaría parar llevarlos a Aruba. El pleno puerto natural se apareció el “Pirata”.

No se trataba de un corsario inglés de la calaña de Morgan o Francis Drake sino el barco de la Armada Nacional “Almirante Padilla” que decomisó no solo el cargamento sino el barco. Además de la ruina de Orozco y Tite Socarrás (quien moriría años después en un duelo público), el suceso nos dejó una canción inmortal que de paso, se enmarca en el contexto de una tradición guajira de contrabando y economía subnormal:

El Tite Socarrás

Allá en La Guajira arriba
Donde nace el contrabando
El Almirante Padilla
Barrió a Puerto López
Y lo dejó arruinado

Pobre Tite, pobre Tite
Pobre Tite Socarrás
Ahora se encuentra muy triste
Lo ha perdido todo
Por contrabadiá

Barco pirata bandido
Que Santo Tomás me crea
Juna cuando un submarino
Te voltee en Corea
(Fragmentos)

Son episodios de una épica que marcaron y curtieron de vivencia la vida de Escalona, sucesos que motivaron sus cantos y su lúdica capacidad para tejer y relatar historias.

La Guajira que hoy deplora su muerte sabe que en el corazón del maestro se anidaron muchos afectos por esta tierra, que la mayoría de su cancionero se construyó con ladrillos de arena, brisa y misterio de nuestro departamento le prestó para que su genio lúcido legara todas las generaciones de la posteridad su canto iluminado, la magia fecunda de su verso, el alegre y vitalista contagio de su música. Requiem por Escalona desde La Guajira.

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