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miércoles, 1 de marzo de 2023

Osvaldo Bettín, el deporte hecho vida

 

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Los "Tuchineros": la sangre zenú de la Guajira Intercultural

CRÓNICA

Por: Abel Medina S.

La leyenda se cumplió con inexorable certeza, ya lo decían las ancianas de trajes largos y mangas recogidas, ya lo aseguraban los abuelos de abarcas tres puntá y sombrero vueltiao. Bajo la iglesia de San Andrés de Sotavento ondeando su cola en un río subterráneo, como en un sacro contubernio sincrético, estaba enterrado el caimán de oro, tótem tutelar de los zenú.

La cola se extiende hasta la ciénaga de Betancí, la extremidad izquierda se prolonga hasta Palmito, la derecha alcanza a Sampués, la pata trasera toca Ciénaga de oro y la otra acaricia Chimá y Momíl.

El caimán supo cubrir con su cuerpo todo el resguardo indígena zenú de San Andrés de Sotavento, ubicado entre Sucre y Córdoba, el cual tiene una extensión de 83.000 hectáreas cuadradas. La sentencia señalaba: el día que desenterraran el caimán de su sueño ancestral los zenú se condenarían a convertirse en seres acuáticos, el pueblo se inundaría.

Los guaqueros de siempre, sin que los zenú lo notaran como que sacaron el caimán porque la maldición cobró vida.

El torrente de la hegemonía occidental desgastó la sangre con sus descoloridas aguas, desdibujó la lengua: el guajivo, desmembró el pasado saqueando los restos, las huellas del ayer se perdieron en el alienante comercio de piezas arqueológicas.

Para Uriel Baquero Paternina, quien ha sido capitán y líder natural del cabildo zenú en Maicao, la lectura de la leyenda no podría ser más desesperanzadora: “Eso significa que por la influencia occidental perdemos la tradición cultural, si esto pasa nosotros pasamos de ser indígenas puros a ser occidentales, cambiamos de territorio y de identidad, esto es pasar de seres terrestres a seres acuáticos, es retroceder”.

Hoy los zenú fluyen por los meandros del desarraigo, son remeros en las corrientes veleidosas de la alineación cultural, asomándose en la orilla nostálgica del mestizaje, hundiéndose en el fluir incesante de la asimilación cultural y étnica.

La leyenda auguraba la situación actual de la mayoría de zenúes que han tenido que abandonar su territorio impulsados por circunstancias forzosas como la colonización española, las encomiendas del siglo XVI, la violenta y silenciosa explotación de los terratenientes, el posterior desplazamiento que generó el proyecto de Urrá, y por último la violencia política y los actores armados que desencadenaron los flujos migratorios. Una suerte de coyunturas adversas que conspiraron contra la tranquilidad del caimán de oro.

El caimán los sigue convocando desde la atávica tradición, desde los ecos del pasado que alimentan su presente. Para ellos se nutren con la energía que este lagarto les legó: la comida ancestral de los zenú es la babilla. “El caimán nos protege, resguarda a todos los zenú” dice el capitán Baquero. Ya desde la antigüedad los zenú representaban al caimán en figuras zoomorfizadas, siempre han usado aceite de caimán para curar el asma y otras enfermedades respiratorias, en sus viviendas tradicionales las vigas reciben el nombre de “caimanes ” pues resguardan y fortalecen la casa, usan además seis postes cada uno con nombre propio.

Aunque muchos censuren su inclinación a consumir babilla, ellos saben que además de saciar su apetito, este plato típico nutre su esencia indígena con la fortaleza totémica y la magia simpática (pues heredan sus cualidades) de su ente protector.

Los zenú habitaron, desde mucho antes de la colonización europea, los territorios ribereños del Nechí, Cauca, Magdalena, San Jorge y Sinú. Cultura de río, su creencia en “Encantos” acuáticos, la veneración hacia animales como el caimán, la babilla, el sapo, la hicotea son trasunto de esta condición.

Era una cultura caracterizada por su organización, por su carácter laborioso sufrieron la explotación laboral de los españoles a través de las encomiendas instituidas en el 1540.

Su vocación agrícola aún alienta los sembradíos y huertas, los ríos le enseñaron a explotar los sueños auríferos.

Diezmados por los encomenderos y saqueados en su fe por los misioneros consiguieron que en 1773 la corona le titulara un resguardo para flanquear sus últimos hitos de identidad: se constituyeron resguardos zenúes en San Andrés de Sotavento (Córdoba), en Tolú (Sucre) y San Sebastián. Solo hasta 1927, y luego de varias marchas y movimientos indígenas lograron copia de la escritura pública que les confería el carácter de resguardo.

Hoy en día, los zenúes puros son una página del pasado y otro capítulo triste del etnocidio cultural. Los que sobreviven mantienen los rasgos físicos y los sistemas tradicionales de producción pero no han podido encontrar los rastros de la lengua nativa, creencias occidentalizadas animan su afán trascendente, poco recuerdan sobre su vestuario y rituales autóctonos. La diáspora contribuyó con la aculturización, los caminos de la errancia se volvieron mixturas para el sentido colectivo de etnia. Los zenú hoy revalidan el compromiso con su pasado y tratan de rastrear los pasos ancestrales y legitimar su estatus de minoría étnica.

En la memoria se pierde la creencia en sus deidades primigenias, hoy un sincretismo difuso concilia la cosmogonía ancestral con la devoción por la virgen. Los zenú creen en Ixtioco como dios creador, también en la pareja original representada en sus hijos Mexión y Manezca, las primeras creaciones del dios Ixtioco. La pareja primigenia tuvo como hijos a Momíl, Arachi, Chimá, Betancí y Tuchín de cuyos nombres surgen topónimos de la región de influencia zenú.

Estos tuvieron como descendientes a Panzenú, Finzenú y Zenúfana, ellos se convirtieron en caciques con sus respectivas provincias y sistema productivo tradicional: los Panzenú por sus sistemas de irrigación, sus canales artificiales para la siembra, los Finzenú se distinguirían por sus sombreros vueltiaos, los Zenúfana por sus artesanías y cerámicas.

El territorio de influencia zenú, abarca parte de Córdoba y otro tanto de Sucre. Los núcleos geográficos de mayor presencia cultural zenú son: San Andrés de Sotavento, Tuchín, Vidales, Molina, Algodoncillo, Flechas, San Juan de la Cruz y Petaca en Córdoba, y Palmito, San Antonio de Palmito, Pueblecito y Sampués en Sucre. Algunos apellidos en esta zona son referentes de linaje indígena zenú: Chantaca, Talaigua, Flórez, Mendoza, Bravo y Ortiz.


El símbolo universal de la cultura zenú es el sombreo vueltiao, aunque su elaboración se ha extendido a territorios vecinos como San Jacinto (Bolívar) sus mejores diseños proceden del epicentro de la cultura zenú: Tuchín. Uriel Baquero sostiene al respecto: “ya que perdimos la lengua, el sombrero vueltiao es nuestra identidad, significa la relación del hombre zenú con la naturaleza, mediante sus figuras expresa nuestra religiosidad”.

El sombrero tuchinero, el espiral de palma flecha que hoy no solo es referente de los zenú sino de las sabanas de Sucre, Córdoba y Bolívar en el Caribe colombiano, y del Caribe ante el país. Son, junto a las abarcas tres puntá, símbolos señeros de pervivencia zenú, marcas culturales de un pasado que se resiste y componente sustancial de la economía domestica en esta etnia.

Para elaborar los sombreros, abanicos y carteras se utiliza la palma flecha, que luego de un proceso de secado y tinturado se intrinca bajo las manos diestras de las mujeres zenú. “El zenú aprende a tejer primero que a hablar” dice Baquero. Este oficio era antes, exclusivamente femenino pero en la actualidad los hombres también lo desempeñan con propiedad. Los sombreros se distinguen por el tipo de tejido: existe el diecinueve, el veintiuno, el veintisiete.

Se adorna con motivos o símbolos étnicos como El piloncito, la Flor del limón, la Manito del gato entre otras. Además de los sombreros los zenú se destacan por la elaboración artesanal de balay, canastos, pulseras, anillos, abarcas. Recientemente las artesanías zenúes recibieron un impulso promocional por las tiendas creadas por Jerónimo, hijo del presidente Uribe.

Al respecto Uriel Baquero se queja: “El hijo del presidente esta divulgando esto no como cultura sino como negocio, ellos tienen una finca cerca de Tuchín, llegan y compran artesanías muy baratas y las venden carísimas, su interés solo es económico. Lo usan para representar hegemonía económica y no la identidad zenú”.


La falta de oportunidades forzó a muchos zenúes a movilizarse hacia zonas urbanas para desempeñar trabajos ocasionales y luego regresar a su casa con recursos. La errancia no tuvo regreso para algunos, otros fueron y regresaron, regresaron y fueron en un vaivén de incertidumbres. Maicao sería uno de los enclaves donde se consolidó una fuerte presencia de los zenú. Esta babel fronteriza abrió sus hospitalarias puertas a los laboriosos mestizos herederos del caimán. Escogieron la tierra de San José, patrono del trabajo, eligieron una ciudad que no descansa, el pueblo que vive para el trabajo.

En Maicao pocos se refieren a esta etnia como zenú, para el grueso de los maicaeros son “los Tuchineros”. La gran mayoría de ellos provienen de este corregimiento de San Andrés de Sotavento fundado en 1826 por las familias Mendoza, Flórez y Talaigua. En Tuchín se consolida el nivel de mayor arraigo indígena de los zenú, es su capital ancestral. Aunque en la actualidad es una población floreciente con presencia multicultural el barniz cetrino del pasado indígena cubre la tez de sus habitantes.

El cabildo de Maicao ha comenzado a reconstruir su historia en esta nueva y distante patria, en los años 60’s llegaron los primeros zenúes a esta frontera. Remberto Matías, residente aún en el barrio Divino Niño, parece ser el precursor de esta romería andariega. En 1965 llegó Heladio Clemente, le siguieron Juvenal Talaigua, Gregorio “El chino” Hernández. Fueron colonos que como muchos poblaron este territorio donde el estado abrió resquicios para que la informalidad germinara una bonanza comercial. Cada uno por su lado, sin el hilo cohesivo del mismo camino, solo el tiempo les haría reconocerse como unidos por un ancestro común.


La laboriosidad del zenú ha sido condición facilitadora para engranar en una cultura y territorio tan distante como la maicaera. Sobre esto Baquero expresa con certeza “El zenú tiene disciplina de trabajo, aquí en Maicao encontramos paisanos que tienen 20 o 30 años trabajando en el mismo lugar, nunca se ha escuchado aquí que un zenú se ha ido porque robó, porque mató”.

Su carácter taciturno, su condición honesta, sus principios de no violencia son garantes para mantenerse en un medio que veces es agreste e intolerante, eminentemente patriarcal y violento. El tuchinero sabe escamotear los problemas, sabe que a Maicao se viene a trabajar.

No se ha podido rastrear quién sería el primer “tuchinero” que fundó la nueva tradición de la venta de tintos en Maicao. En su territorio de origen nunca se ha cultivado café, tampoco es una práctica recurrente en la economía de su tierra.

El oficio de tintero es otro emblema de desarraigo, quizás un indicador de la sentencia legendaria: hombres acuáticos. Su capitán recuerda “No sabemos quien fue el primero que vino a Maicao, vio el espacio y le fue bien, fue al pueblo y dijo –allá en Maicao el tinto se vende bien – y trajo otros, y luego estos trajeron otros, lo cierto es que el noventa por ciento de los tinteros son zenú, y todo el mundo dice que el mejor tinto es el de los “Tuchineros”.

El tinto tuchinero sacude a los maicaeros de la somnolienta madrugada, los mantiene despiertos en el trajín bullanguero de la agitada vida comercial de esta ciudad.

El tinto es lenitivo para los corros esquineros y las tertulias ocasionales, el tuchinero entra sin permiso a las más importantes reuniones para paliar la abulia con su tintico caliente y sus aromáticas infusiones. El café de los Tuchineros es ya un componente espurio de la diluida identidad de este pueblo, es un modo de reconocer la presencia zenú en este territorio.

Casi la totalidad de vendedores de tinto en la ciudad son de descendencia zenú, este es su primer renglón de economía familiar. La mayoría de ellos trabajan bajo el auspicio de algún paisano ya bien posicionado en el negocio que le facilita vivienda, alimentación y trabajo del cual obtiene porcentaje por ventas.

Muchos de estos “Tuchineros” llegan a Maicao para trabajar ocasionalmente mientras deja la familia en su pueblo, laboran por unos meses y luego retornan a su lar patrio. Pero una parte muy notoria de ellos se ha establecido con la familia en la ciudad, además de dedicarse a la venta de tinto, bebidas aromáticas, cigarros y confitería encuentran posibilidades laborales en sectores informales como: las carretillas que cargan mercancías, ventas ambulantes o estacionarias de frutas o a las artesanías. Son también campeones del rebusque, eje informal de la economía subterránea que labra oportunidades para todos.

El cabildo indígena zenú comenzó a consolidarse en 1999, estuvo bajo la égida sabia de Uriel Baquero, con más de 20 años residiendo en Maicao, se aglutinan unas 380 familias. Hoy tienen en el concejal Nervel Reyes su principal líder aglutinador. Antes de esta iniciativa organizacional los zenú residentes en Maicao no se asumían como etnia, como indígenas. El cabildo logró suficiente cohesión social como para generar procesos identitarios y de reafirmación cultural. “No creamos el cabildo para competir recursos con las otras etnias, sino por la necesidad de ayudarnos, de ser solidarios, los otros cabildos como los wayuú nos han asesorado”.

El cabildo de Maicao además del capitán fortalece su institucionalidad con varios alguaciles y fiscales que apoyan la estructura organizativa del grupo. Se reúnen semanalmente para desempolvar recuerdos, para fortalecerse de la dispersión que la falta de un espacio común propicia, para nutrir el tejido social con principios de comunitariedad Así han podido jalonar a los que habían perdido la savia nutricia de la etnia, han rescatado del desarraigo a muchos paisanos que ya tenían la memoria desdibujada por la asimilación cultural.

Así viven en Maicao, de la nostalgia del caimán de oro a la esperanza de las bonanzas coyunturales de este pueblo. De la nostalgia de una lengua desvanecida al contacto permanente con árabes, wayuú y criollos colombianos y venezolanos. Añoran los patios florecidos y los sembradíos sonrientes en un territorio tostado por el sol de siempre, escuchan lejanos quejidos de la chuana y el pito atravesao entre el barullo de la champeta y el vallenato. Han tenido que adaptarse a nuevos hábitos alimenticios: del revoltillo de babilla, el guiso de hicotea, el mote de queso, la pava de ají, la chicha de masato y la mazamorra al frichi y chivo guisado o asado, al soso pollo venezolano, a la dieta sustentada en la carne más que en el pescado y las verduras.

Los “Tuchineros” siguen alimentando una tradición peregrina como su errancia. El café de los zenú aviva la vigilia en una ciudad que se resiste al fantasma de la recesión, despierta los ánimos para no dormirse en bonanzas lisonjeras. Mientras aportan su silenciosa laboriosidad, estos hermanos del sueño diverso construyen con su tono indígena un Maicao multicultural. Los sueños de su capitán alientan una gestión común y un anhelo de territorialidad “Si seguimos dispersos, viviendo separados, llega el momento en que perdemos contacto, luchamos por que el gobierno nos ayude a tener un barrio para todos nosotros, nuestro pequeño Tuchín”. Lejanos del rumor ribereño, en la calcinante frontera, tan solo con el rumor sanguíneo del caimán que convoca desde muy adentro, los zenú buscan la semilla ancestral para encontrar la mismidad indígena en un territorio de otredades.

sábado, 5 de abril de 2008

Los tinteros de Maicao: empresarios de la tradición


Por: Alejandro Rutto Martínez

Sabemos que el mejor café del mundo es el café colombiano. Pero la bebida es mejor cuando en lugar de tomarla, la conversamos, con los amigos y con la familia. Y es mejor aún cuando no hay que aguantarse las ganas sino cuando lo conseguimos a cualquier hora, como podemos hacerlo en Maicao. Por eso podemos afirmar que definitivamente Maicao no sería el mismo sin sus vendedores de tinto.

Se trata de un negocio bien particular en el que toda la familia debe participar. La señora se levanta bien temprano y prepara el café, casi siempre instantáneo. Su esposo, mientras tanto, lava los termos y dispone lo necesario en el “carrito” o en la bandeja pegada a su cuerpo en donde irán bien ordenadas Las galletas y los dulces. A las 4 de la mañana están sirviendo los primeros vasos y vaciarán y llenarán los termos hasta bien entrada la noche.

Gracias a ellos en esta ciudad es posible consumir café negro de buena calidad a cualquier hora del día o de la noche a un precio bien económico $100. Quien lo desea puede obtener un tinto doble por $200.

El negocio ha sido la fuente de empleo de numerosas familias, la mayoría de ellas pertenecientes a la etnia zenú. Un número importante de procede de Tuchín, departamento de Córdoba, razón por la cual todos reciben el apodo de “tuchineros”.

Se calcula que en este momento circulan por Maicao unos trescientos vendedores. En otros tiempos eran más pero algunos han optado por otras actividades o emigraron de la ciudad.
.Los habitantes de Maicao tienen varias costumbres mañaneras: tomar tinto, recoger y quemar la basura, esperar el carrotanque de agua para aprovisionarse del líquido vital y oír radio.

Los periodistas de “Olímpica Estéreo” comienzan el noticiero diciendo “Es un placer compartir el primer tinto del día con ustedes…” Los maicaeros a esa hora (5:30 de la mañana) están bajando la olla del fogón. Otros están comprando la bebida a alguno de los tuchineros que circulan por el barrio. Y los mismos periodistas están deleitándose con su propio café, el que les lleva Abel Antonio Pérez hasta el cuarto piso de la “Torre de la Macuira”, edificio en donde está ubicada la emisora. Abel Antonio se encuentra en Maicao desde hace seis años.
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Desde las cuatro de la mañana sale de su casa y cuando llega al centro ha vaciado tres de sus seis termos. A las 5:30 va a la emisora y a las 7 de la mañana regresa a casa para reaprovisionarse. En cada viaje sirve unos 80 tintos y al final de la jornada tiene entre quince mil y veinte mil pesos para atender las necesidades de su pequeña familia integrada además por un pequeño nacido en esta ciudad de la frontera.

Miguel Pérez, otro de los vendedores, nació en barranquilla, lo cual de por sí es atípico en un gremio en que es casi obligatorio presentar carta de nacimiento en alguna localidad de córdoba o Sucre. Pero ha sido aceptado y se hace querer con su carro bien surtido, que es, por sus dimensiones y variedad de artículos, una pequeña tienda rodante. Como valor agregado de su negocio ofrece sus poemas alusivos al café las galletas y los dulces.

¿Jacinto, vas a tomarte un tinto?
Oye José, ven a tomarte un café
Si verdaderamente no quieres sentarte en esa silla
Tómate una manzanilla

Al ver esa morena mover esa cadera
Tómate una canela Para que beba también tu abuela

Llevo galleta “la explosión”, la que te da tanta emoción
También si el corazón te late te tengo un buen chocolate
Para que aproveches bebe café con leche

Oye si quieres ser feliz, cómprate un “mist”

Agua fría, para María
También el señor Elías, el que vende todos los días

Aproveche el café con leche
Para que aquel que va para Campeche, se aproveche

Tengo la rosquita, para que coma tu abuelita
Con esos tus deditos, puedes comprar “Detodito”

El joven que viste a la moda
No tiene ni para comprar una galleta de soda

¿Qué tal si el corazón te late
Y te tomas un buen chocolate?

A lo lejos va el tintero cumpliendo su labor. El sol se oculta en el horizonte y la noche toma su lugar. Mañana, cuando escuche en la radio la frase del periodista diciendo “Gracias por compartir con nosotros el primer tinto del día”, pensaré en Miguel Pérez con sus versos o sus refranes, como él prefiere llamarlos. Y también imaginaré a Abel Antonio, subiendo al cuarto piso de la Torre de la Macuira, con su andar lento y su voz discreta. Y sus termos llenos de café colombiano. El mejor café del mundo.

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