Mi experiencia personal como profesor
Paulo Freire: "Nadie educa a nadie —nadie se educa a si mismo—, los hombres se educan entre si con la mediación del mundo"
Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
He hecho cosas diferentes e interesantes en la vida, desde ayudante del camión en que mi padre transportaba los materiales con los que se construían los edificios más altos de Maicao, hasta tendero de barrio, pasando por "Torniquete" que era la forma en que se llamaba a los jóvenes que acompañaban a los taxistas en las antiguas camionetas F-100 con el fin de ayudar a los pasajeros a subir y bajar las pesadas cargas que llevaban de un lugar a otro.
Un poco más adelante la vida y Dios me dieron la oportunidad de ejercer el periodismo radial y un poco más adelante en prensa y en internet. Fueron años de labor intensa y de bellas experiencias profesionales y personales que guardo como el más preciado tesoro en un importante lugar de mi corazón.
Sin embargo, ninguna de las múltiples actividades laborales desempeñadas han podido producirme las emociones que he obtenido en la docencia. Como profesor he podido ayudar a muchas personas y me he ayudado yo mismo a crecer y a re inventarme día a día como persona. Y cada vez que adquiero un logro o saboreo una satisfacción me doy cuenta de que aún transito por los escalones iniciales del camino hacia el perfeccionamiento profesional.
Quiero contarles que en cierta ocasión tuve en uno de mis cursos del SENA a un grupo de personas que aspiraban a ser propietarios de sus propias empresas. El Estado, a través de entidades como Ecopetrol, la Cámara de Comercio y el Servicio Nacional de Aprendizaje, se propusieron brindar oportunidades diferentes a quienes ejercían ciertas actividades informales.
Se trataba de convencerlos de que la venta informal de gasolina era una actividad que podía ser sustituída por negocios legales, prósperos y provechosos para ellos y sus familias.
Diariamente ellos asistían a clases y recibían lecciones de emprendimiento, contabilidad costos, etc. A mí me dieron instrucciones para que compartiera con ellos una asignatura incierta y muy difícil de manejar para un entorno como el de este tipo de estudiantes: ética y Desarrollo Humano.
La mayoría de los aprendices del curso eran personas conocidas: amas de casa, padres de familia, jóvenes ilusionados con la posibilidad de encarrilarse en un futuro promisorio y unos tiempos distintos a los que en esos días estaban viviendo.
Uno de los estudiantes m,e llamaba la atención por su cortedad de palabras, su silencio, su poca participación en clases. Hasta su físico y su forma de vestir era diferente: vestía de manera impecable, se expresaba de forma correcta y tenía un físico propio de las personas del interior del país. Era el más puntual y el más constante. Siempre asistía a clases y estaba atento a lo que se decía. Cuando se terminaba la clase se ponía su sombrero blanco, se despedía con palabras amables y avanzaba con paso firme hacia las profundidades de la noche, cada vez por un camino diferente.
A su alrededor desarrolló una aureola de misterio. Ninguno de sus compañeros lo conocía, nadie sabía en dónde quedaba su vivienda, ni con quién compartía su vida. Su mirada era un poco esquiva y sus respuestas no despejaban ninguna duda porque era experto en el diálogo de los monosílabos. "sí" , "no" y "no sé" eran las palabras con las que respondía a las preguntas que sus compañeros le hacían cuando se interesaban en saber más de él.
El curso terminó con una clausura muy bien organizada por los propios estudiantes y nuestro personaje asistió puntual como siempre. Estuvo sentado en unas de las hileras de sillas situadas al final del auditorio y cuando el evento terminó se despidió con cortesía, caminó hacia el occidente, dobló la esquina y luego lo perdimos de vista.
No volvimos a saber de él hasta unos seis meses más tarde, cuando lo encontré en un restaurante. No era un comensal más sino un trabajador del establecimiento. Estaba encargado de entregar los domicilios para lo cual se valía de una motocicleta de su propiedad. Ese día me saludó con aire efusivo, me llevó a una mesa apartada y pidió una botella de refresco y dos vasos. Ese día se explayó en información:
-¿Se acuerda del curso que hicimos hace un tiempo? Le cuento que para esos días estaba en una situación muy difícil y las clases y los compañeros me ayudaron a tomar la decisión más acertada de mi vida. Yo pertenecía a un grupo irregular, de esos que son famosos por su violencia. Me reclutaron cuando era muy joven y me hice amigo del jefe. Un `día le pedí tiempo, tiempo para reflexionar sobre mi permanencia en la organización. Me concedieron unos pocos días y fueron los que aproveché para hacer el curso. Al principio iba muy nervioso y no estaba convencido de quedarme en la ciudad. Pero cuando las clases fueron avanzando me di cuenta que la vida podía darme una segunda oportunidad. Gracias a sus clases renuncié a mi vida anterior y ahora trabajo como una persona de bien"
No sé en dónde estará mi amigo después de tantos años (siete en total), pero sé que su vida ha cambiado gracias a lo que la educación hizo por él.
¿Cuál fue la innovación que lo motivó? La de las cosas sencillas, la de convencerlo que la educación puede formar astronautas, científicos, premios nóbel...pero ante todo tiene la obligación de educar hombres y mujeres de bien, que le sirvan a la sociedad desde la gerencia de un banco o desde el humilde cargo de repartidor de almuerzos a domicilio.
Ahora bien, no se trata de la transformación que el estudiante haya tenido en su vida sino la que tuve yo como docente al reafirmarme en el concepto de que es muy difícil cambiar en el mundo a todo el mundo. Pero cada vida que podamos tocar, es una oportunidad para que el mundo sea mejor.