Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Alexis
Carrel: “Es imposible educar niños al por mayor; la escuela no
puede ser el sustitutivo de la educación individual.”
La escuela, en términos generales, es uno de los entes más reacios
al cambio en 2000 años de historia, cuando los maestros enseñaban a los
estudiantes a través de la lectura de algunos documentos o de lo que los
maestros sabían y los estudiantes no. El apóstol Pablo escribe en el libro de
los hechos: "Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta
ciudad, educado bajo Gamaliel en estricta conformidad a la ley de nuestros
padres, siendo tan celoso de Dios como todos vosotros lo sois
hoy." (Hechos 22:3). En
nuestros tiempos la escuela cree aún en el maestro que comparte sus
conocimientos, que enseña y procura hacer mejores a sus estudiantes. ¿Qué ha
cambiado?
Sería injusto decir que nada ha cambiado. Se mantienen algunos
aspectos como la ubicación de los muebles, la rígida disciplina, el vehemente
mandato de homogeneizar a los estudiantes bajo el falso entendido de que todos
son iguales y aprenden de la misma manera y la estigmatización y reprobación de
aquellos que no son capaces de responder como el sistema quiere que respondan.
En cierto sentido, el sistema educativo sigue insistiendo en la estéril
labor de lograr que los peces trepen a los árboles cuando se hicieron para ser
felices y nadar con libertad y sabiduría en las aguas turbulentas de un río
furioso o en el cálido lecho marino de las profundidades inexploradas o en las
tranquilas aguas de un hermoso lago rodeado de plácidas colinas tapizadas de
verde por el pincel de la primavera.
A lo largo de los años la sociedad ha aplaudido a la escuela por
su loable labor de transformar la vida de las personas pero no son pocas las
voces que se han levantado también para cuestionar su papel, y, sobre todo, el
modus operandis que adoptó, importado desde las enloquecidas fábricas nacidas
en el corazón de la Revolución Industrial, y cuya labor consistía ( y consiste
aún) en producir de manera automática miles de artículos ( en algunos casos
millones) con las mismas características y de acuerdo con los mismos estándares
de producción.
El escritor, conferencista y escritor británico Ken Robinson retó
a los modelos educativos a reinventarse cuando afirmó que: “La
educación es la culpable, casi siempre, de desviar a la gente de sus
talentos”
No es extraña no novedosa esta afirmación. Séneca, mucho antes lo
había dicho de otra manera: “No aprendemos gracias a la escuela, sino
gracias a la vida.” Pero aún más duros fueron Einstein y Mark
Twain, reconocidos el uno como el mejor físico del siglo XX y el segundo como
una de las plumas más prolíficas de los Estados Unidos. El primero manifestó
que la educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en
la escuela; el segundo fue más allá cuando afirmó: "“Nunca he permitido
que la escuela entorpeciese mi educación.”
Después de leer lo anterior, ¿Qué deberíamos hacer? ¿Cerrar las
escuelas y dejar que cada quién se las arregle como pueda para educar a sus
hijos? Por supuesto que no.
Lo que se necesita es una escuela dispuesta a reinventarse cada
día y ajustarse a las necesidades cambiantes de la sociedad. Necesitamos que se
considere a cada niño como un proyecto individual, promisorio, poderoso y en
ese sentido apoyarlo, impulsarlo, protegerlo y ayudarlo a llegar al puerto
seguro de su destino como hombre de bien y de servicio para su entorno.
No es posible que haya más facultades de educación y nada
cambie. No es posible que los docentes se gradúen en maestrías y
doctorados en los que les enseñan nuevos métodos, metodologías y modelos y les
abran los ojos sobre lo dinosáurico que era el modelo anterior y, cuando
lleguen a sus clases, después de celebrar ruidosamente su nuevo título, vuelvan
a hacer lo mismo que hacían antes: de la misma forma, a la misma hora y con los
mismos actores.
Necesitamos una revolución de los currículos, pero, sobre todo,
una revolución de las conciencias. Necesitamos comprender que la educación
tiene un deber sagrado de tomar el duro y rudimentario barro humano para
convertirlo en el bello y atractivo objeto cuya reluciente imagen inspirará a
la sociedad a descubrirse y redescubrirse para conseguir el fin de elaborar la
fina filigrana del bienestar y la felicidad de la familia universal.
En otras palabras, la escuela debe mirar hacia la sabiduría
africana y aprender del noble pueblo de ese continente indómito: "Para
educar a un niño hace falta la tribu entera"
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