Ramiro Choles recibe un reconocimiento de manos de sus exalumnos Alejandro Rutto, Mara Ortega y Juan Mendoza |
Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
El profesor Ramiro Choles Andrade fue apóstol de la
esperanza, profeta de la paz, evangelista de la identidad y maestro de los que
enseñan con el ejemplo e inspiran con su actitud ante la vida
Él es uno de
esos seres humanos a quien la escuela de la vida y la universidad del cielo
gradúan con honores en el difícil arte de servirle a los pueblos sin ningún
interés distinto al de conjugar el verbo servir en todos sus tiempos gramaticales
y en todas las acepciones de tan importante palabra. Nació en Riohacha, en donde fue arrullado por
las voces reposadas de sus padres y el susurro de las palmeras centenarias
sembradas a orillas del mar Caribe.
Pero él estaba predestinado a crecer como un aguerrido
roble, a respirar y a soñar en su pampa querida, centinela insomne frontera, en
donde los wayüu formaron un nombre con la espiga imperial del maíz y el
vibrante ritual de tambores hacía venturosos anuncios sobre los tiempos que
habrían de venir.
Tenía un carácter apacible de padre generosos y amigo bueno pero
su personalidad adquiría una férrea voluntad y se transformaba en palabra
firme para predicarle a sus discípulos a los cuáles deseaba educar como ciudadanos de bien, respetuosos de las normas
y de las buenas costumbres. Lo que logró
con ello fue levantar a una generación de hombres y mujeres buenos y honestos
que le sirven a la sociedad con singular orgullo como si fuera un servicio para
Dios.
En resumen, era un hombre feliz por que hacía lo que
le gustaba y lo que le gustaba lo hacía con amor y una mística a toda prueba.
Sus clases no eran simplemente un tiempo de enseñanza aprendizaje sino una
eucaristía de ensueño en la que se ofrendaba la savia poderosa del conocimiento
en el cáliz dorado de la devoción cotidiana.
Bien podría declamar Ramiro Choles como experiencia de
vida personal el verso de Alberto Cortez, cuando expresaba con alegría la
suerte que tuvo de nacer:
Cuando el profesor Ramiro Choles Andrade inició sus
labores se encontró con una sociedad en plena ebullición, en donde se hacían
negocios monumentales y en algunos casos absurdos en donde el estudio no era una
prioridad. Ese pueblo que avanzaba hacia la orilla del abismo moral por
falta de referentes en los cuales mirarse, comenzó a valorar las enseñanzas que
se impartían en el colegio San José de
manera que todas deseaban enviar a sus hijos a las modestas pero acogedoras aulas
de la institución, en donde los jóvenes aprendían las lecciones de la vida junto con
los saberes de la época.
El profe Ramiro Choles, sin ostentar un cargo distinto
al de maestro de tiza y tablero, se constituyó en el gladiador que enfrentaba
duras batallas contra el oscurantismo, erigía esculturas bravías con palabras
hirsutas, con vocablos sedosos y con ejemplares metáforas de vida, en las que
su propia experiencia vital servía como paradigma para enseñar la esencia de la ética y de las buenas costumbres.
Su estilo bien cuidado para enseñar, y para escribir,
su afición a las letras bien tejidas y mejor esculpidas en la singular
geografía del papel en blanco y su honradez invulnerable lo llevó a convertirse
en un consagrado escritor, riguroso historiador y honrado administrador de los
recursos públicos desde la rectoría de su amado colegio San José.
Hoy tenemos que llegar a la conclusión de que la vida
de Ramiro Choles Andrade es indescriptible, inefable, maravillosa, por su condición
de patriarca de las letras, arquetipo del historiador y adalid de la educación.
Su partida nos deja muy tristes pero a la vez comprometidos con el compromiso
de seguir su ejemplo desde el vibrante ritual de los tambores hasta la atalaya
firme del compromiso ético.
A Ramiro Choles Andrade le podemos dedicar los bellos versos de la
poetisa Ángela Botero López: “Era un incansable perseguidor de
sueños. Elevaba su cometa y tras ella corría. Un día, mientras corría, le vimos
elevar su vida”