lunes, 4 de abril de 2022

Cómo mueren las democracias


 Escrito por:  Arcesio Romero*

El libro Cómo mueren las democracias (Editorial Ariel, 2018), es un conjunto de reflexiones académicas, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores de la Universidad de Harvard, presentan una guía para salvar un sistema democrático amenazado por el populismo. El texto entrega al lector elementos de análisis para inferir sobre los riesgos de la democracia colombiana ante la advenimiento del populismo en las próximas elecciones presidenciales. 

A través de la presente columna se presentarán lo elementos coincidentes con nuestra realidad y las tesis abordadas por los investigadores.

En primer lugar se avizora el temor de actual de un retroceso democrático con génesis en la urnas, senda engañosa que puede conducir hacia una peligrosa desarticulación institucional. Según los autores «los autócratas, tras su elección, electos mantienen una apariencia de democracia, la cual van destripando hasta despojarla de todo contenido». 

Para el caso Colombiano, es necesario recordar que en todas la sociedades emergen «demagogos extremistas», cuyas aspiraciones son soportadas en el oportunismo o un error de cálculo de las élites que facilita la incorporación de los revolucionarios de izquierda al sistema democrático.

 Muchos creen que el sistema de pesos y contrapesos de los poderes públicos blindará a Colombia de un autócrata adicto al poder y enemigo solapado de la democracia. Craso error, porque de acuerdo los vicios de mal gobernante del potencial presidente, se debe concluir que las instituciones por si sola no bastan para poner freno al señor de las bolsas. 

No cabe duda que el comandante Aureliano no le temblará el pulso para subvertir la democracia en un desbarajuste por medio de la instrumentalización de las cortes y otros organismos «neutrales» para reescribir las reglas de la política en su favor. Esa será, a merced de advertencia, la paradoja trágica de un probable acontecimiento apocalíptico en la senda electoral de 2022. Y entonces, el autoritarismo entronizado nos conducirá a un riesgo intrínseco, que de seguro, gracias a la utilización de las propias instituciones de la democracia de manera gradual y sutil para liquidarla, y sepultar las aspiraciones de futuro del un país que supuestamente aspira a ser «potencia de la vida».

¿Qué tipo de candidatos suelen dar positivo en una prueba de tornasol para detectar el autoritarismo? 

Los autores presentan el prototipo del candidato autócrata y populista: «… son políticos antisistema, figuras que afirman representar la voz del pueblo, y que libran-según ellos- una guerra contra lo que describen como una élite corrupta y conspiradora». Además, le dicen a sus votantes que: «el sistema existente en realidad no es una democracia, sino que ésta ha sido secuestrada, está corrupta o manipulada por la clase dirigente» y le prometen enterrar a esa élite y devolver el poder al pueblo». Todos estos elementos están presentes en el ideario y en el discurso del candidato del Pacto Histórico en los debates y redes sociales, donde se asoman como un giro lingüístico engrupidor propio de un autoritarismo en plena gestación.

 Reglas de una democracia sana

Los investigadores plantean dos reglas fundamentales en una democracia que funciona: (i) la Tolerancia Mutua y (ii) la Contención Institucional. La Tolerancia Mutua alude a la idea de que «nuestros adversarios acaten las reglas constitucionales, aceptamos que tienen el mismo derecho a competir por el poder y gobernar con nosotros. Se puede estar en desacuerdo con ellos, e incluso sentir un profundo desprecio por ellos, pero los aceptamos cono contrincantes legítimos». 

Esta regla, para el caso colombiano, apunta a que, aunque creamos que las ideas y propuestas del Pacto Histórico sean ilusas o erróneas (democratización expropiada de la tierras, creación de una agencia aeroespacial, eliminación de la explotación y explotación de petróleo, modificación de los sistemas de salud y pensiones, o el tren elevado de Buenaventura a Barranquilla), no debemos concebirlos, aparentemente, como una amenaza existencial para el futuro del país. La segunda norma crítica para la supervivencia de la democracia es la Contención Institucional, descrita por los autores como:«... evitar las acciones que, si bien respetan la ley escrita, vulneran a todas luces su espíritu poniendo en peligro el sistema existente».

En caso de la llegada del «Petro-progresismo» a la Casa de Nariño es inminente la desaparición de la tolerancia mutua. El nuevo presidente no dudará en rechazar de plano las reglas democráticas y se verá tentado a abandonar la contención institucional (resquebrajar las funciones de las Cortes, el Congreso y los organismos del control) e intentará prolongar su estancia en el poder (al mejor estilo de los regímenes totalitarios de los vecinos chavistas, sandinistas y castristas). Por lo tanto, los políticos no deben utilizar sus prerrogativas institucionales hasta la saciedad, aunque posen de aparente legalidad, para desplegar una labor de sastrería institucional a la medida de sus intereses y de los grupos de «primera linea» que los respalden.

Ante este riesgo inminente, la clase política y la sociedad colombiana se pregunta: ¿Qué hacer ante la amenaza de una presidencia de Gustavo Petro?

Levitsky y Ziblatt afirman que cuando se tiene por delante a un déspota en potencia, la élite política debe derrotarlo contundentemente en las urnas (como ocurrió en 2014 y 2018), convencer al pueblo de su rechazo oportuno. Los partidos políticos deben actuar sin ambigüedades y hacer todo lo posible por defender las instituciones, aunque ello implique: «aunar temporalmente fuerzas con sus adversarios más acérrimos para contrarrestar la amenaza». 

Para ese propósito, es necesario construir confianza mutua, despojarse de egos y orgullos, dejar atrás las mezquindades y ambiciones para lograr un fin supremo y patriótico: ser guardianes de la constitución y protectores de la democracia colombiana.

A manera de advertencia final, los escritores de Cómo mueren las democracias nos enseñan que: «la promesa de la historia y de la esperanza del libro, es que sepamos detectar las rimas antes de que sea demasiado tarde». Por eso, en virtud de esa consideración y del riesgo de asistir a las últimas elecciones libres de nuestra historia, los colombianos debemos evitar que «una combinación letal de ambición, temor y errores de cálculo conspiren para entregarle voluntariamente, las llaves del poder a un autócrata en ciernes». 

Es importante tener presente que la última palabra y la decisión a esta encrucijada está en manos del pueblo, de los ciudadanos en ejercicio, cuyos valores democráticos y conciencia salvarán al país de la extrema izquierda y de su caudillo, el Cayo Graco de Ciénaga de Oro. Solo de esa forma, asumiendo esa responsabilidad histórica, conformaremos el Equipo Colombia y la coalición que siembre la esperanza en una nación donde verdaderamente se pueda «vivir sabroso» y en paz.

 

 

 

Barrancas, 28 de marzo de 2022

 

Arcesio Romero Pérez

*Escritor afrocaribeño

miembro de la organización de base NARP ASOMALAWI

Seis décadas de la radio en Maicao


Todo se inició con una bocina en lo alto del poste

Escrito por:  Alejandro Rutto Martínez

Fue un año convulsionado en todo el mundo: la crisis de los misiles rusos instalados en Cuba  estuvo a punto de provocar la tercera guerra mundial, el conservador Guillermo León Valencia ganaba la presidencia de Colombia con 1.636.081 votos y era el primer mandatario del denominado Frente Nacional, Colombia empataba 4-4 con la Unión Soviética en el mundial de Chile (ganado por Brasil) después de ir en desventaja 4-1 y marcaría la hazaña más grande del fútbol nacional hasta ese momento, Marilyn Monroe, símbolo sexual y una de las figuras icónicas del momento muere al parecer por una sobredosis de barbitúricos, el peso colombiano sufre una fuerte devaluación frente al pasar de 6.7 pesos por dólar en septiembre a 9 pesos por dólar en noviembre.

Mientras todo eso pasaba en el país y en el mundo,  un joven visionario y emprendedor llegaba a Maicao atraído  los comentarios de que era un pueblo floreciente, habitado por muchos ciudadanos árabes y con un comercio que todos los días crecía y prosperaba. Se trataba de Luis Cepeda Arraut, periodista en ciernes, nacido en Magangué y dueño de un gran espíritu aventurero y de una forma de ser que no se adaptaba a la rutina de cada día. Era tan buen explorador que cuando buscaba algo siempre lo encontraba y si no lo encontrara lo inventaba.

Pocas horas después de su llegada se dio cuenta de que en Maicao no había nada, lo que se dice nada: ni pavimento en las calles, ni energía eléctrica y mucho menos periódicos o emisoras en las que un buen periodista pudiera trabajar.

Lejos de entristecerse por todas las carencias del lugar se llenó de emoción y acuñó una frase propia de los buenos pioneros:

-¡Aquí todo está por hacer!

Había llegado donde debía llegar para poner en práctica la fuerza de su imaginación, el poder de la fantasía y el impulso de los sueños.

Lo más parecido a una emisora era el micrófono conectado a una bocina que se encontraba en lo alto de un poste situado en cierta esquina de la plaza Simón Bolívar, a través de las cuales un ciudadano paisa conocido como “Chalindú”, promocionaba los productos de sus negocios y de paso daba  leía servicios sociales relacionados con los cumpleaños, invitación a honras fúnebres, solicitud de colaboración para que alguien ayudara a encontrar los documentos que se habían extraviado, etc.

Luis “Lucho” Cepeda Arraut se asoció con José Martínez y Marcos Pérez, dos amigos de la adolescencia que habían tenido una emisora en Fundación y se los trajo para Macao con todo y los equipos que ellos poseían. Gracias a algunas relaciones que tenían en Bogotá obtuvieron la licencia de funcionamiento como emisora cultural lo cual les permitió que Radio Maicao comenzara sus emisiones de forma legal en la residencia de la señora Rosario Solano, ubicada en la calle 12 con carrera 11, pleno centro de Maicao y diagonal a la plaza Simón Bolívar.   El problema de la falta de energía eléctrica fue resuelto gracias a que el comerciante Teófilo María, vecino de la señora Rosario, tuvo la generosidad de permitir que la emisora se conectara a la planta de su establecimiento comercial desde la hora en que comenzaban sus emisiones a las 6 de la mañana hasta la hora en que terminaban a las 6 de la tarde.

La emisora se sostenía gracias a los avisos de felicitaciones por cumpleaños, invitaciones a verbenas y anuncios publicitarios de los almacenes. Existían programas culturales en los que se destacaban los comentarios sobre agrupaciones culturales del momento, un programa de humor llamado Tic-Toc y música, mucha música.

El 2022 es un año más importante de lo que usted cree, no sólo porque se elegirá Presidente de la República  y habrá mundial de fútbol como en 1962, sino porque se cumplen sesenta años desde aquel día en que Luis Cepeda Arraut con su voz fresca de veinteañero saludó a la audiencia para decir “señoras y señores bienvenidos al primer día de emisiones de Radio Maicao”

sábado, 2 de abril de 2022

Elfa Viecco de Cuello, una maestra feliz que hizo felices a sus estudiantes



 Séneca: "Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos."

Elfa Viecco comenzó su carrera como docente cuando tenía 24 años y  llegó a las aulas de la Escuela Rodolfo Morales, luego de culminar sus estudios como normalista en Uribia.    En esta institución y por esos tiempos, mediados de los años sesenta, conoció el verdadero significado de la palabra felicidad.    

Ella era feliz enseñando a sus pequeños y traviesos estudiantes en las clases que se extendían desde el lunes hasta el viernes. Y era feliz los sábados cuando se citaba con ellos para reparar los pupitres semi desbaratados que se encontraban por allá guardados en las profundidades del cuarto de San Alejo, sin que prestaran ningún servicio y prácticamente desahuciados.    Los niños trabajaban con entusiasmo en esta labor dirigidos por su joven maestra, una dama que había nacido para educar y para producir las transformaciones necesarias en la sociedad en que vivían.  

Además, los pequeños discípulos sabían que a la semana siguiente tendrían su premio por trabajar con tanto esfuerzo en el día libre: la profesora los llevaría a un divertido paseo a las orillas de la Laguna de Majupay, en el que habría dulces, juegos, diversión y un buen sancocho del cual todos tomarían un buen plato con derecho a repetir si así lo deseaban.

Elfa Viecco Barros nació en Camarones el 14 de noviembre de 1.942 en la familia formada por Alfonso Viecco Barros y Rita Suárez Bermúdez.   Unos años más tarde se trasladó a Uribia en donde cursó todos sus estudios y en 1.966 se residenció en Maicao,  en donde iniciaría una brillante carrera en  el mundo de la docencia. Inicialmente trabajó en la Escuela Rodolfo Morales al lado de un grupo de compañeros que supo guiarla e infundir en ella el amor por lo que considera el oficio más bello del mundo. De esa época recuerda al profesor Miguel Jiménez, quien se desempeñaba como director; a Jesús González, Rita Márquez, Remedios Iguarán y Carmen Castilla y José Cuello Herrera.   

Entre sus estudiantes más recordados se encuentran Ángel Mercado, Plinio López, Luis Cardona y Rafael Ceballos Sierra, aunque, según sus propias palabras “para mí todos mis estudiantes de todas las épocas son muy importantes”.

De la Rodolfo Morales fue trasladada a la José Domingo Boscán y posteriormente a la escuela Lomafresca en donde se desempeñaría como directora por varios años hasta la fecha de su retiro por la puerta grande en el año 2.007.

En la  Escuela Rodolfo Morales,  tuvo su primera experiencia profesional y  conoció al profesor José Cuello Herrera, el hombre de su vida, con quien se casó y formó su familia y de quien tuvo a sus hijos José de los Reyes, Gabriel José, Elfa Liliana y Antero José.   Con ellos compartió momentos difíciles y gratos en su residencia de la calle 7 en el Barrio Santander, lugar emblemático del sector y a la cual se puede llegar aún si conocer la dirección. Solo es necesario preguntarle al primero que uno se encuentre “dónde vivía la seño Elfa” y enseguida le señalarán una casa grande amplia y generosa como el corazón de su dueña.

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viernes, 1 de abril de 2022

Las historias de Beruski (parte 7)

 


Escrito por:
Mirollav Kessien

A unos metros de distancia, como salida de la nada, se encontraba una enorme roca contra la cual se estrellaban rabiosamente las olas, y lo peor de todo era que el barco se dirigía raudo a su encuentro. El capitán corrió hacia el timón y dio un primer viraje de tal brusquedad que algunos pasajeros rodaron por el suelo. Una dama de edad mayor estuvo a punto de ser arrojada por la borda hacia el enfurecido océano y habría caído a lo más profundo de no ser por la oportuna intervención de Beruski, quien se soltó del mástil al que se encontraba aferrado y la tomó por un brazo hasta llevarla a un poste al cual la ató con una cuerda.

Leer la parte seis de Las Historias de Beruski

Cuando Beruski se dirigía de nuevo hacia su momentáneo refugio el barco viró de nuevo con salvaje violencia y pasó tan cerca de la roca que todos temieron el choque fatal. Beruski no alcanzó a sostenerse, tambaleó, intentó agarrarse al pido de la cubierta, a las cuerdas de estribor, a cualquier objeto que pudiera agarrar, pero finalmente fuerzas superiores a él lo lanzaron al mar.

Cerca de él pudo ver por última vez el barco sorteando las olas en un movimiento irregular, que sin embargo le permitió esquivar la mole de piedra que por poco lo destruye.

En medio de las olas el soldado entendió lo complicada que era su situación y sintió que por primera vez en mucho tiempo su vida corría peligro pues sus fuerzas y su razonamiento poco podrían ayudarlo.  No podía esperar ayuda desde el barco porque el buen capitán concentraba su valor y conocimientos en salvar la nave y la vida de todos los pasajeros, además, era muy probable que en medio del ruido y el terror provocados por la inclemente tempestad ni siquiera se habrían dado cuenta de su infortunio y mucho menos de su ausencia.

En medio de la inmensa oscuridad los relámpagos iluminaban los alrededores y así pudo ver un mar aún furioso y erizado de rocas de todos los tamaños además de aguas ondulantes que avanzaban en todas las direcciones a merced del viento

¿Cuánto tiempo podría resistir aún?

Por un momento le vino a la memoria el recuerdo de la frase que su amada madre pronunciaba cuando la situación era más complicada que de costumbre: “Me siento como tres en el anca de un piojo siendo yo la de más atrás”  Después de escucharla la gente sonreía por la exageración. Pero Beruski en ese momento no tenía ninguna razón para sonreír, estaba en el medio de la nada, con un cielo oscuro sobre su cabeza y peñascos filosos alrededor, además de una fuerte brisa que no amainaba con el paso de las horas.

Se detuvo a pensar en el significado de la vida a la que tanto le había dado y de la que mucho había recibido. Y en la muerte, a la que ahora sentía tan cercana y amigable. Había predicado siempre que vivir mejor no es vivir en el océano de la abundancia y en un mar de  lujos sino acudir puntual a los dictados del corazón.   Y lo que su corazón le dictaba era que su hora aún no había llegado aunque la tozuda y húmeda realidad del momento le estuviera enrostrando que el final estaba cerca.

No había pasado mucho tiempo desde cuando fue arrojado del barco pero a él le parecía que eran largas horas y se sentía frustrado por la impotencia, por la imposibilidad de ayudarse a sí mismo cuando había dedicado la mayor parte de su vida a ayudar a otros y a sobreponerse a todas las adversidades que las circunstancias le ofrecieran. Pero su hábitat era el desierto, en tierra firme, arena y piedras y no en medio del mar, amenazado por el agua y el viento, en medio de la profunda oscuridad y sin esperanzas de ser  socorrido  por los ángeles o por los hombres.

De repente las olas lo hundieron y lo volvieron a alzar, había dado un viraje de ciento ochenta grados y ahora alucinaba con una lucecita que veía a cierta distancia. Se quitó parte del agua del rostro y contempló bien aquella tenue luz. ¿Sería producto de la imaginación? ¿Se trataba de un espejismo? ¿Su desesperación lo conducía a ver lo que no existía?  ¿Qué significaba aquella luz titilante y difusa?

Se preguntó si podría descifrar ese nuevo secreto del misterioso mar


El muerto vivo


Escrito por: Jorge Parodi Quiroga

Crecí en el seno de una familia protestante en un pueblo que en su mayoría profesaba la fe católica. Fue un desafío importante, a través del cual aprendí a respetar las creencias ajenas y a ser tolerante con las burlas de los demás.

Fui blanco de escarnios y comentarios desafinados la mayor parte de mi adolescencia; era, a los ojos de algunos de mis compañeros, una extraña criatura, aunque yo me sentía un ser normal, solo que no corría con la corriente: era un lector disciplinado de la Biblia que no participaba de las celebraciones religiosas de la comunidad.

A quienes caminaban calles enteras detrás de una imagen que para ellos era objeto de veneración, les parecía gracioso que yo me arrodillara ante un Dios invisible. El mundo de antes fue menos tolerante con los diferentes, hoy lo entiendo.

Nunca asistí a alguna liturgia de la confesión católica, pero cada tarde, cerca de las tres, corría a pie descalzo con mis amigos de la cuadra hasta la torre de la iglesia para tocar las campanas que anuciarían que la hora diaria de la misa se aproximaba.

Éramos unos siete muchachos quienes teníamos el acuerdo tácito que quien llegara primero a las escalinatas del templo, se ganaba el derecho a hacer sonar esas enormes campanas que producían un sonido tan dulce y particular, único.

Por lo general nunca llegué de primero, no recuerdo haber sido el campanero en más de tres ocasiones, pero nunca dejé de acompañar a mis compadres de entonces; era mi forma de socializar y no parecer tan raro, además, encontré un tesoro que me pareció mucho más atractivo.

Detrás del altar, en alguna exploración que hice con Fidel Redondo, mi mejor amigo de entonces, encontramos un nicho lleno de obleas y a su lado un reposado vino español. No le dijimos a nadie de nuestro hallazgo, pero desde ese día, nunca nos interesó llegar de primeros en la carrera de campaneros ad honorem.

Esperábamos que todos subieran las encaracoladas escaleras del campanario y Fidel y yo nos dirigíamos al fondo a dar cuenta de las obleas y de una (o dos) copitas de vino, por cortesía no manifestada del Padre Oñate, el párroco del pueblo.

Algún tiempo después nos enteramos que esas obleas eran las hostias que se usaban en las misas de cada día, sentimos algo de vergüenza, no suficiente para dejar de hacerlo; Fidel y yo salíamos cada tarde sonrientes de la iglesia, llenos, pero de pan y vino.

La carrera por llegar primero hasta el campanario casi siempre la ganaba Juanchón, un corpulento vecino y algo mayor; tocaba esas campanas con entusiasmo y semblante de orgullo. Nadie le ganaba, y siempre mantuvo una disputa con todos los demás.

Fidel y yo, escuálidos y más pequeños, nos resignamos al vino y a las hostias. Cierta tarde, mientras sorbíamos extasiados esa delicia española, fuimos atraídos por unos gritos desesperados, corrimos hasta los atrios de la iglesia y una muchedumbre angustiada rodeaba el cuerpo de Juanchón, quien yacía inmóvil y sangrante.

La cuerda de una de las campanas, fatigada por el uso, se reventó, desestabilizando a Juanchón, quien, para tocarlas con más fuerza, colocaba cada pie sobre los tragaluces del campanario, unas aberturas de un metro en cada pared, cuatro en total; fue una caída de más de diez metros.

El dictamen del médico que lo recibió en el hospital, que más parecía un puesto de salud, fue concluyente: Juanchón, producto del fuerte golpe, falleció. El luto y el dolor visitaba a una familia muy cercana a la nuestra.

En Fonseca no había por entonces dependencias de medicina legal, no había ni medicina, así que entregaron sin tanto protocolo el cuerpo a los deudos para la respectiva velación.

Tampoco había salas de velación, de manera que el finado permanecía toda la noche en la sala de su casa hasta cuando las campanas anunciaban la hora de la ceremonia previa al entierro.

La noche del velorio de Juanchón fue especialmente oscura, no hubo luz en todo el pueblo, la casa estaba abarrotada de vecinos y amigos que acompañaban el cuerpo inerte de uno de los campaneros más connotados y queridos, sus familiares lloraban amargamente y en el ambiente se entremezclaban el olor de café con jengibre y el humo de cigarrillo.

Fue necesario traer sillas de las casas vecinas para poder acomodar a tantas personas que llegaban a expresar sus condolencias. En el centro de la casa, alumbrado por cuatro velas enormes, yacía el féretro con Juanchón adentro; cada cierto tiempo se acercaba hasta la caja mortuoria alguno, era conmovedor, nadie podía contener las lágrimas y la pregunta obligada, en tono de reclamación era: ¡Ay Juanchón! ¿Por qué te fuiste?

La solidaridad de los vecinos se hizo notoria; algunos trajeron bolsas de café y azúcar, otros, cajas de cigarrillos, las señoras se organizaron en brigadas, unas en la cocina preparando el café, otras lo servían y lo brindaban a los acompañantes en bandejas que también eran prestadas por algún vecino.

Dentro de la casa, acompañando a la mamá de Juanchón, estaban, vestidas de negro cerrado, las beatas del pueblo; rezaban de tanto en tanto alguna plegaria y oficiaban, también ad honorem, de endechadoras. Era una sinfonía de llanto lastimero y agudo, sobrecogedor.

En la calle estaban sentados los hombres del pueblo, desde el cura (por supuesto él no podía faltar) hasta el notario. Se hacían en grupitos, de acuerdo a sus filiaciones políticas y etílicas; sí, porque en los velorios de mi pueblo, al menos en esas épocas, el traguito era infaltable.

Así transcurrieron las horas, la mayoría se levantaría de su silla solo para acicalarse adecuadamente para llevar en hombros el cajón hasta su última morada, esa era la costumbre. El murmullo de la gente subía y bajaba y cada cierto tiempo se escuchaba el desgarro repetido frente al cadáver: ¡Ay, Juanchón! ¿Por qué te fuiste?

Cerca de las tres de la madrugada, tal vez porque el cansancio comenzaba a asomarse, el silencio dominaba todo el escenario fúnebre; apenas se escuchaba el gimoteo de la mamá del difunto.

A algunos les pareció escuchar el sonido de un golpe leve sobre la madera, nadie dijo nada, pero hubo una alerta general, de manera que el silencio se hizo más agudo y se afinaron los oídos. Nadie escuchó nada, pero continuó gobernando un silencio cómplice.

Alguna señora del combo de las rezanderas, creyó oír un gemido pequeño; se erizó espantada y con disimulo se echó la cruz entre cabeza y pecho: “Ave María purísima, sin pecado concebido” dijo con la voz quebrada.

La palidez de su rostro, evidenciado con la luz de las velas, alertó a una de sus compañeras, quien prudente y discreta se le acercó y le preguntó: “comadre, ¿qué le pasó?”; quedó estupefacta cuando aquella le reveló la razón de su transfiguración. “Sabe comadre, que a mí me pareció escuchar algo también” le respondió y a seguido se santiguó también.

Descompuesta, se dio la vuelta y se dirigió a su vecina de butaca más próxima, quien sostenía un rosario en la mano derecha y movía los labios sin emitir sonido: “comadre, imagínese que mi comadre Josefa escuchó un gemido extraño, y yo también; algo extraño está por suceder” le dijo con voz trémula y semblante transcendental.

“Comadre” le respondió esta, “y por qué cree usted que estoy pegada a las cuentas de mi rosario, yo también escuché algo muy extraño, Dios nos ampare y la virgen nos favorezca, pero aquí hay algo muy misterioso”.

Así de boca en boca, de comadre en comadre, en pocos minutos, todos en el recinto no hablaban de otra cosa que no fuera los extraños sonidos. Hubo pánico colectivo y las especulaciones no se hicieron esperar.

“Es el alma del difunto que está en pena”, dijo alguno; “son ángeles que vienen a buscar el alma de Juanchón, no ven que él era siervo de la iglesia, nadie tocaba las campanas como él”, se arriesgó a decir otro; “son demonios que pelean para llevarse el alma del difunto”, comentó alguien más; “ya dejen el alma de Juanchón quieta” apuntó el cura.

El barullo creció y el espanto también, no faltó quien dijera que a lo lejos se escuchaban gemidos raros, de ultratumba. Los parroquianos apuraban el trago para anestesiar al miedo, porque borracho resulta mejor enfrentarse a las cosas del más allá, decían; las beatas rezaban sin parar y de vez en cuando se volvía a escuchar: ¡Ay, Juanchón! ¿Por qué te fuiste?

La noche, que ya estaba agitada, se estremeció cuando de repente se escucharon golpes, quejidos y la voz de Juanchón que gritaba angustiado: “Ay mi madre, sáquenme de aquí nojoda, que yo no estoy muerto…” Ni la mamá de Juanchón se quedó en aquella sala, todos salieron despavoridos del lugar.

¿Quién es Jorge Parodi?

Nacido en Bogotá el 12 de febrero de 1965. Abogado, Especialista en Derecho Penal y Criminalística. Docente Universitario en las áreas del Derecho Procesal, Derecho Penal, Metodología de la Investigación y Argumentación Jurídica; Conferencista en temas de superación personal y liderazgo. Teólogo, Político y Empresario. Casado con Silvana Cohen, padre de 5 hijos y abuelo de 3 nietos. Fundador y Director de la revista Veritas, enfocada en temas de Teología. Gerente de  Ondas de Restauración y de RPV mundo, emisoras virtuales orientada a la difusión de la cultura y la espiritualidad. Desde muy temprana edad incursionó en el mundo de la Literatura. Escritor de prosa y poesía, que ha conjugado con la elaboración de artículos científicos en el área del Derecho y escritos de superación personal y liderazgo.

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