Por: Amylkar Acosta Medina
SÓLO SÉ QUE NADA SÉ
SÓLO SÉ QUE NADA SÉ
Deliberadamente hemos titulado este texto Discurso del método, para aludir a la obra cumbre de René Descartes, piedra miliar de la filosofía occidental, en la que él pretende dar a conocer el método cartesiano para arribar al conocimiento verdadero.
La duda metódica de Descartes resumida en su máxima "pienso, luego existo" se constituyó desde entonces en un principio fundamental del conocimiento científico, alejado de dogmas, prejuicios y supersticiones religiosas, políticas e ideológicas.
Sócrates en sus diálogos con Platón no dijo "nada sé" sino "sólo sé que nada sé"; como lo señala el profesor de la Universidad de Navarra, Rafael Alvira, "este saber de la propia ignorancia nace de la autoconciencia del pensar".
Él lo ejemplifica con un peatón que va caminando sobre un terreno plano y extenso y de repente se topa con una barrera que le impide proseguir su camino. Continúa diciendo el profesor que "la condición esencial para que la barrera se aprehenda como tal es que el sujeto note que el camino continúa tras la barrera y logre verlo.
Si tras la reja no viera absolutamente nada, no diría ‘hay una barrera y no puedo seguir avanzando’ sino que diría ‘se ha acabado el camino’". En este orden de ideas, el verdadero sabio es aquel que logra percatarse de la existencia de la barrera y que es capaz de columbrar el terreno que sigue tras la misma.
El ignorante, en cambio, es aquel que presume de sabihondo y por ello desdeña el conocimiento; como dice el adagio popular, la ignorancia es atrevida.
Pensar, dudar, volver a pensar y dudar es la forma embrionaria del conocimiento, el cual, por lo demás, jamás alcanza a agotar la realidad. Bien se ha dicho que quien nada duda nada sabe; pensar es el primer paso para la generación de ideas y estas son una especie de embriones en fecundación.
Se suele citar a medias a Heráclito, padre de la dialéctica, diciendo que "nadie se baña dos veces en el mismo río", pero la frase completa reza que "nadie se baña dos veces en el mismo río, porque todo cambia en el río y en el que se baña".
De lo cual se sigue que sujeto y objeto mantienen una constante interacción y que lo único que permanece es el cambio. En este contexto, podemos decir que la educación formal no es un fin en sí mismo sino un medio, no es un punto de llegada sino parte de un proceso complejo a través del cual se avanza en el vasto campo del conocimiento.
Tan vasto es este que tras cada hallazgo se abren nuevos interrogantes, que una vez resueltos nos plantean otros y así ad infinitum. A este propósito podríamos repetir con El Quijote, el Hidalgo de la triste figura "se va anchando castilla delante de mi caballo".
La educación, entonces, es un proceso de mejoramiento continuo que va de la cuna a la tumba, toda una vida; bien dijo Séneca que se "estudia no para saber algo sino para saber algo mejor".
EDUCACIÓN DE CALIDAD
Hasta aquí hemos sentado las premisas básicas para poder adentrarnos en el concepto de la calidad de la educación superior, que es dinámica y por ello mismo mutante en el tiempo y el espacio. Huelga ponderar la importancia de la educación en una sociedad; sobre todo cuando esta está marcada por los contrastes sociales y la pobreza extrema, tal es el caso de Colombia.
La falta de acceso a la educación hace que la pobreza sea hereditaria, convirtiéndose en una especie de barrera invisible; si el padre no tuvo educación, la probabilidad de que el hijo tenga educación superior es solamente de medio punto porcentual.
En cambio, si el padre tuvo educación superior, la probabilidad de que el hijo la tenga es de 48%. Como lo sostiene el ex ministro Rudolf Hommes "nada predetermina más qué va a ser un hijo que la educación que tienen los padres. Ni la falta de tierra o de capital tienen tanta capacidad de pasar de una generación a otra la miseria o el desempleo".
Nada predispone tanto a la perpetuación de la pobreza y a la falta de movilidad ascendente que la falta de educación, que además es fuente de discriminación y exclusión social. Con razón la UNICEF considera la educación como un objetivo prioritario, por ser ella la llave maestra de la puerta de escape de la pobreza, evitando su transmisión intergeneracional.
Se suele decir que las políticas sociales deben propiciar la igualdad de oportunidades; pero, para que estas se puedan hacer efectivas se precisa contar con políticas que compensen la desigualdad de trayectorias y la clave está en la educación.
Ahora bien, la calidad de la educación pasa por su eficiencia y eficacia, así como por su pertinencia; la educación de calidad es aquella que propende por el progreso y la modernidad.
La única forma de elevar la calidad de la educación es disponiendo de los medios indispensables para el logro de sus fines; por esta razón es recomendable contar con claros parámetros para su medición, en orden a adecuar los medios con los fines propuestos.
De allí la importancia de los procesos de acreditación de los programas académicos y la autoevaluación, así como del establecimiento de estándares de calidad.
En concepto de Carr W., Kemmis, "la calidad de la enseñanza se concibe como el proceso de optimización permanente de la actividad del profesor que promueve y desarrolla el aprendizaje formativo del alumno", sin que este sea receptor pasivo de la misma, añadiría yo.
Las políticas públicas en los países emergentes como Colombia ponen a menudo el énfasis en la ampliación de cobertura a falta de ella, pero sin caer en cuenta de la alta rotación de los estudiantes en el sistema educativo a causa de los altos índices de deserción a todos los niveles.
Ello provoca la intermitencia en el proceso de formación, lo cual repercute en la calidad de esta; de allí que podamos afirmar que la cobertura es parte de la calidad de la educación, pues, la peor calidad es no tener acceso a la educación.
En Colombia, en donde sólo el 30% de los jóvenes inicia algún estudio después de culminar el bachillerato, apenas el 15% de ellos tiene acceso a la universidad y la deserción a este nivel es bárbaro.
Según un estudio reciente del programa de Maestría en educación de la Universidad de la Sabana la deserción universitaria es del 48%, coincidiendo prácticamente con los registros reportados por el Centro de Estudios Económicos (CEDE) de la Universidad de los Andes que la cifró en el 48.2%. Es de resaltar que, de acuerdo con el Ministerio de Educación, el 39.5% de dicha deserción es atribuible a razones económicas.
Un estudio reciente de la Escuela de Gobierno Alberto Lleras Camargo de la Universidad de los Andes, concluyó que "la falta de competencias académicas previas al ingreso a las instituciones de educación superior, es un factor fundamental en el riesgo de deserción…los vacíos de la educación básica y media se perpetúan en la educación superior, generando dificultades académicas que obligan finalmente a los estudiantes a abandonar el sistema".
Lo más grave de este aterrador fenómeno es su persistencia, pues viene in crescendo, toda vez que para el 2000 el ICETEX dio cuenta de un 30% de deserción en las universidades. Sobrada razón tiene la Ministra de Educación, Cecilia María Vélez White, cuando advierte que "hay muchas reservas frente a la política de calidad de la educación superior", pues ha llegado a un punto crítico.
Y va más lejos cuando afirma que "nuestros estudiantes no cuentan con un nivel adecuado de competencias básicas en lectura, pensamiento científico y resolución de problemas; elementos indispensables para enfrentar un mundo globalizado y para resolver los problemas específicos del país".
Mejorar la calidad de la educación conlleva mejorar la capacitación de los docentes, desarrollar las aptitudes necesarias para la sociedad del conocimiento, el acceso indiscriminado a las tecnologías de la información y la comunicación, así como la promoción de los estudios científicos, técnicos y artísticos. Esta es la clave!
LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
Dice Marshall McLuhan que somos habitantes de una Aldea global, para referirse al mundo contemporáneo y no le falta razón y es en ella en la que nos toca desenvolvernos, lo cual quiere decir que vivimos en una puja permanente de todos contra todos.
Aunque la globalización en realidad aplica más para el capital, así como para los bienes y servicios, más que para las personas que siguen encontrando cortapisas para su libre movilidad, lo cierto es que el conocimiento se globalizó y es cada día más asequible.
Si en el pasado las sociedades se dividían entre los que tenían y los que no tenían, ya en la sociedad del conocimiento que se inauguró en el siglo XX se escindió entre los que saben y los que no saben y más recientemente entre quienes están conectados y los que no están conectados a la internet. Ello en razón de que cada vez más la información de toda índole está disponible en la red y se renueva con la misma velocidad de vértigo con la que la que se produce.
Ello es producto de lo que el prestigioso periodista norteamericano, Thomas Friedman, ha dado en llamar el "aplanamiento" de la tierra. No podemos perder de vista que, hoy en día, a los tres factores de producción tradicionales (tierra, trabajo y capital), tenemos que añadir otro, tanto o más importantes que aquellos, el conocimiento. Ahora la función de producción es más compleja y más interactivo sus factores: t + T + K + C.
En el pasado la mayor dificultad para estudiantes, profesores e investigadores era el acceso a las fuentes de información para consultarla; hoy estamos verdaderamente abrumados por el cúmulo de información disponible. Como lo afirma el director de ANIF, Sergio Clavijo, "el nuevo siglo exige talentosos profesionales que cuenten con un mejor discernimiento científico para evitar perderse en la abundancia informativa".
Creo que sigue teniendo actualidad una de las conclusiones de un estudio de la Unión Panamericana, citado por el profesor Lauchlin Currie: "El mayor valor de una buena educación radica en la forma de pensar y en los métodos de abordar los problemas que ella confiere…Para alcanzar este objetivo, sin embargo, se requiere no solamente un cambio en la manera de enseñar, sino también una disminución en el énfasis puesto sobre la acumulación de material informativo y el número de cursos".
Ello es tanto más válido habida cuenta de que ya no estamos formando profesionales que han desenvolverse en el estrecho marco de las fronteras patrias, sino al ciudadano de la Aldea global, aquí y ahora.
A este respecto, vale la pena traer a colación la anécdota contada por Sir Ernest Rutherford, Presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nóbel de Química en 1.908, de la cual podemos extraer una gran lección para aprender: cuenta él que hacía algún tiempo había recibido una llamada de un colega.
Estaban a punto de ponerle un cero a un estudiante por la respuesta que le había dado a un problema de física, pese a que éste se sostenía en que su respuesta era la correcta.
Profesores y estudiantes acordaron pedir un nuevo calificador y el elegido fue él. Comenzó por leer la pregunta del examen que a la letra decía; demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro.
El estudiante había respondido: lleve el barómetro a la azotea del edificio y átele una cuerda bien larga; luego, descuélguelo hasta la base del edificio, marque y mida. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio.
En efecto, el estudiante había planteado un serio problema con la forma ingeniosa como resolvió el ejercicio, por que él había respondido a la pregunta correcta y completamente. No obstante, si se le concedía la máxima puntuación, al obtener una nota más alta, ello certificaría su alto nivel de conocimientos en física; empero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel. Sugirió, entonces, Ernest, que se le diera al alumno otra oportunidad.
Fue así cómo le concedió seis minutos para que le respondiera la misma pregunta, pero esta vez con la advertencia de que en su respuesta debía demostrar su dominio de la física. Pasados cinco minutos el estudiante no había contestado nada.
Le preguntó, entonces, si deseaba retirarse, pero el alumno le contestó al profesor que él tenía muchas respuestas al mismo problema. Su dificultad estribaba en elegir la mejor de todas. Le rogó, entonces, que continuara, no sin antes excusarse por haberlo interrumpido.
En el minuto final que le quedaba, sorpresivamente escribió la siguiente respuesta, que dejó atónito al profesor: tome el barómetro y láncelo al suelo desde la azotea del edificio, tome el tiempo de caída con un cronómetro; luego aplique la fórmula de un medio de la altura por la aceleración de la gravedad y por el cuadrado del tiempo y así obtenemos, como producto, la altura del edificio.
En ese momento, cuando el estudiante entrega su examen, el profesor indaga a su colega si lo dejaba retirar del salón de clases en donde se estaba realizando la prueba, a lo cual este asintió, conviniendo en asignarle la nota más alta. Luego el profesor Ernest se encontraría, de sopetón y fuera de la clase, al estudiante de esta historia y no pudo vencer la curiosidad por conocer cuáles eran sus otras respuestas a la pregunta, ya que lo había dejado intrigado.
Bueno, respondió el asombrado estudiante, hay muchas alternativas: por ejemplo, tome el barómetro en un día soleado y mida la altura del barómetro y la longitud de su sombra; si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también, de este modo, la altura del edificio. Perfecto, le dijo, ahora cuéntame cuál podría ser otra forma?
Sí, contestó el alumno, este otro procedimiento para medir un edificio es muy sencillo, diría que elemental, pero también sirve. Veamos: en este método, se toma el barómetro y se sitúa en las escaleras del edificio, en la planta baja,; según se suben las escaleras se va marcando la altura del barómetro y se cuenta el número de marcas hasta la azotea.
Se multiplica al final la altura del barómetro por el número de marcas que se ha hecho y listo, así se obtiene la altura. Este último método es muy directo.
Por supuesto, continuó diciendo el estudiante, si prefiere un procedimiento más sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.
En este mismo estilo, se ata el barómetro a una cuerda y se lo descuelga desde la azotea a la calle; usándolo como un péndulo se puede calcular la altura midiendo su período de presesión.
En fin, concluyó el aventajado alumno, existen muchas otras maneras de establecer la altura del edificio en cuestión y continuó diciendo, probablemente la mejor de todas sea tomar el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del portero y cuando este abra, decirle que tengo un bonito barómetro y si me dice la altura del edificio se lo regalo.
En este momento de la conversación, el profesor le pregunta al alumno si él conocía la respuesta convencional a la pregunta (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares). La respuesta fue más sorprendente todavía: Claro que sí la sabía, pero que sólo le molestaba que durantes sus estudios sus profesores habían intentado a todo transe enseñarle a pensar.
El estudiante resultó ser Niels Bohr, físico danés, premio Nóbel de física en 1922, más conocido por haber sido, nada menos, el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodean. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.
La gran moraleja de esta anécdota no es otra que, si alguna pertinencia tiene la formación que se imparte, consiste en su orientación a promover y fomentar el espíritu investigativo, la creatividad, para así contar con profesionales capaces de pensar con cabeza propia, sin grilletes ideológicos, sin prejuicios por camisa de fuerza.
Los conocimientos son muy importantes, más no suficientes; tanto o más importantes que ellos son la capacidad de pensar y la idoneidad para el discernimiento.
Y aunque suene presuntuoso, además de formar pensadores en las distintas disciplinas del saber, es también importante que los egresados se entrenen en plasmar sus ideas en escritos y publicaciones, pues es consabido que un número creciente de ellos leen mal y escriben peor, lo cual es un verdadero desastre porque tan importante como poseer conocimientos es tener la capacidad para transmitirlos y compartirlos.
LOS RETOS DE LA GLOBALIZACIÓN
Los retos de la globalización están asociados con la competitividad, de tal suerte que aquellos países con un mayor ranking en competitividad son los que le sacan ventaja a la globalización, mientras que los que se rezagan la padecen. Por ello se habla de países globalizadores, que son los primeros y países globalizados, los segundos, dado que esta partida se juega en una cancha desnivelada y con muchas asimetrías.
Como lo ha sostenido el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, para mejorar la competitividad "la productividad no lo es todo, pero en el largo plazo lo es casi todo", para relievar su importancia.
Y, a su vez, la productividad es una función de la ciencia, la tecnología y la innovación (C, T e I). Colombia anda muy mal en tales aspectos; como pruebas al canto podemos señalar sus mediocres indicadores en ciencia y tecnología que delata el más reciente Informe, con un balance consolidado del período 2000 a 2007, del Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología.
De acuerdo con el mismo, el país sólo invierte entre sector público y privado el 0.38% del PIB en ciencia y tecnología, muy por debajo del promedio de América Latina que se sitúa en el 0.9%.
Las Naciones Unidas les han aconsejado a países como Colombia invertir por lo menos el 1% del PIB para reducir la enorme brecha que se expande cada día más con respecto a los países desarrollados. Vale la pena destacar el desempeño de países como Brasil y Chile que invierten el 3% y el 1%, respectivamente, para no hablar de los EEUU que también invierte el 3% de su PIB y este es 30 veces el de Colombia.
Consuela saber que, como lo hace ver Alvaro Montes, "aunque el informe es descorazonador, si se hace un esfuerzo se puede ver el vaso medio lleno; en los ocho años que cubre el estudio, se triplicó el número de investigadores activos; se pasó de 2.000 grupos de investigación en el año 2000, a 6.200 grupos en 2007, y las revistas científicas colombianas indexadas con categoría A (las de mayor calidad) pasaron de cuatro a 36".
Además, el número de publicaciones en revistas indexadas, que es el índice internacional de calidad, pasó de unas 100 al año a más de 2.000 en los últimos quince años. No obstante, "algo inquietante está ocurriendo en los programas de doctorado de las universidades colombianas: la tasa de graduaciones es extremadamente baja y del total de 12.000 investigadores trabajando actualmente en proyectos avalados por Colciencias, menos del 20 por ciento tienen nivel de doctorado".
Tanto el gobierno como los empresarios debieran entender que, como lo afirma Eduardo Posada, presidente de la Academia Colombiana para el Avance de la Ciencia y líder histórico de la comunidad científica que promueve políticas públicas en la materia, "que hacer investigación y desarrollo es el mejor negocio del mundo, como lo entendió Corea".
La expedición de la Ley 1286 de ciencia y tecnología el 23 de enero de este año, es un paso importante en la dirección correcta. A través de ella se busca "fortalecer el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología y a Colciencias, para lograr un modelo sustentado en la ciencia, la tecnología y la innovación, para darle valor agregado a los productos y servicios de nuestra economía y propiciar el desarrollo productivo y una nueva industria nacional". Es de esperar que a la Ley se le pongan dientes, para que no quede convertida en letra muerta.
Al rezago en C, T e I se viene a sumar el retraso inveterado en infraestructura y logística. Colombia no supo aprovechar el buen momento que tuvo la economía durante el llamado "quinquenio virtuoso" que favoreció el crecimiento de la economía de Latinoamérica, para desatrasarse y superar estas graves falencias.
Acostumbrados como estábamos a ganar competitividad por cuenta de la devaluación de la moneda y de la reducción de los costos laborales, se hizo muy poco por avanzar en la Agenda Interna para la competitividad.
Y los resultados están a la vista. Según el último reporte del Foro Económico Mundial (FEM), quizá el más conocido de todos en la materia, el país retrocedió el último año 5 escalones en su Índice de competitividad, al pasar del lugar 69 al 74 en el escalafón que comprende a 134 naciones. Y ello ocurre por segundo año consecutivo. Esta es una pésima noticia para el país.
PARA QUÉ INVESTIGAR
Desde siempre se ha sabido que para transformar la realidad hay que empezar por conocerla y a ello contribuye el sistema educativo, particularmente la universidad; pero esta no se puede quedar allí, no se puede reducir a ser una transmisora y difusora del conocimiento.
Su visión y su misión van mucho más allá, sobre todo cuando entiende que no se puede convertir en una torre de marfil, aislada del resto de la sociedad, sino que debe ponerse a su servicio y debe responder a sus urgencias y demandas, a riesgo de que si no lo hace puede caer en el más estéril diletantismo.
La Universidad no puede ser ajena al compromiso y al propósito que debe compartir con el Estado y con la empresa privada de avanzar en la Agenda Interna para la Productividad y la Competitividad, en la que la ciencia, la tecnología y la innovación deben ocupar un lugar de privilegio.
Máxime cuando hoy en día la economía se basa en el conocimiento y la investigación justamente es la base de ese conocimiento, pues se trata de agregar valor al PIB a través de la incorporación al mismo de un componente cada vez mayor de tecnología e innovación. Es, además, la forma de reducir la exagerada dependencia de los centros productores de conocimiento.
Por ello, la Universidad debe permanecer siempre en la frontera de este, nunca rezagada; la razón de ser de la Universidad es la investigación.
La investigación no puede ser privativa de la universidad, excluyente de lo que pueda hacer por sus propios medios investigadores, centros de investigación e innovación, pero debe jugar un rol de la mayor importancia. La investigación, ora en las ciencias ora en las humanidades, ya se trate de investigación básica o aplicada, es consubstancial a la idea que tenemos de Universidad.
Claro, estamos hablando de la Universidad que se precie de tal, no estamos aludiendo a las universidades de garaje que pululan por doquier.
La calidad de la educación que se imparte en una Universidad se mide por el número de investigaciones que realiza, por el número de grupos de investigación debidamente acreditados, por el número de doctores vinculados a su plantilla, por el número de artículos ISI publicados por académicos de la institución (investigadores, profesores, tutores y estudiantes).
De la cantidad y calidad de quienes integran su masa crítica de investigadores depende la calidad de la Universidad como tal y es lo que la aprestigia y posiciona en el concierto de instituciones de educación superior. Un enfoque sistémico de esta nos tiene que conducir a la conclusión de que hay una gran imbricación e interacción entre la educación, la investigación, la innovación y la formación.
Son varios los obstáculos a salvar para el buen suceso de la educación y la investigación en Colombia, para que la sinergia de una con la otra se traduzca en un mejoramiento continuo de la calidad del producto, que es de lo que en últimas se trata.
Hay que empezar por crear la conciencia en el país de la importancia que tiene la ciencia, la investigación científica, el desarrollo tecnológico, el registro de patentes de inventos y descubrimientos y que ello se refleje en la asignación de recursos tanto por parte del sector privado como del sector público. Esta, definitivamente, es la inversión con la mayor tasa de retorno; sólo que se trata de una apuesta a largo plazo y a nosotros nos acosa el inmediatismo, el cortoplacismo.
Este síndrome lo que tenemos que superar para salir del entrampamiento en el que estamos, que frena nuestro desarrollo y progreso. Es indispensable que la Universidad colombiana en su conjunto se integre y deje de hacer esfuerzos aislados, desarticulados, al tiempo que se debe integrar también a las redes de investigación del resto del mundo.
Mucho se habla de integración económica, comercial, cultural, pero poco se habla de la integración en el campo de la ciencia y la investigación. Ya va siendo hora de que Colombia incursione en el mundo con una fuerte diplomacia en esta área todavía virgen. Tenemos que llegar a ser globalmente competitivos y localmente comprometidos, este es el enfoque holístico, glocal, que reclama el porvenir; qué esperamos para asumir este reto?