jueves, 10 de marzo de 2022

El profesor: reconocimiento a Alejandro Rutto Martínez

 Por Jorge Parodi Quiroga

 


El inconmensurable poder transformador de las realidades sociales a través de la educación, es una verdad de Perogrullo. Nadie puede cuestionar el valor trascendental y revolucionario que en cada estadio de la humanidad, ha sido gestado a partir de la aprehensión del saber, su deconstrucción y su transmisión.

Por otro lado, tan determinantes como el conocimiento y su producción, resultan quienes lo saben transmitir, aquellos que con mística y devoción entregan su vida a la pedagogía. A la vanguardia de la transformación social, de la formación humanista y la construcción del ser, estarán siempre los soldados cuyas armas son la pizarra y el borrador.

La historia de la humanidad nos certifica que una sociedad educada, es una sociedad próspera. Así mismo, el letargo social, está íntimamente ligado a la carencia educativa y a la falencia pedagógica.

Otra sería la historia si las riendas de la vida nacional, en todos los órdenes, estuviera en manos de los que con cada acto, cada ejecutoria, pretenden formar, educar y enseñar. Necesitamos más profesores al frente de nuestro país, hemos probado por décadas con políticos de profesión y mercaderes de intención, y tenemos a la vista la debacle en la que nos han sumido.

Hoy me referiré a uno en particular, Alejandro Rutto, el profesor Rutto como es conocido, un señor alto y de aspecto noble, maicaero orgulloso, de facciones europeas (es de ascendencia italiana) pero de corazón y alma guajiras, vernáculas.

Al profesor Rutto, lo conozco no hace más de dos años, hemos coincido en el amor por la literatura, ambos somos miembros del colectivo literario Papel y Lápiz. Él es un escritor  fluido, cronista y hombre de radio. Su obra es abundante y generosa, rica en verbo, profunda en contenido. Es reflexivo en sus planteamientos, retador en sus propuestas.

Su pasión por la escritura, estimo yo, ha sido atizada por su incuestionable vocación pedagoga. Combina con maestría sus propias experiencias, enriquecidas con el influjo notable de sus lecturas que han de ser muchas y variadas, y las expresa con una particular empatía que hace agradable y fácil su comprensión. Es un cultor de las letras.

Asumo que su cabal entendimiento de la importancia de la educación y la transmisión del saber, provocó en él, como fulminante, el ánimo necesario para acometer empresas descomunales y nada fáciles, sobre todo en nuestras latitudes, para masificar la enseñanza y hacerla asequible.

No alcanzo a dimensionar el esfuerzo tan grande para hacer realidad que a su Maicao, la Universidad de la Guajira y el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), de las cuales ha sido docente e instructor, llegaran con oferta educativa de calidad y presencial. Sí, al profesor Rutto se le debe en buena parte, que la posibilidad de los maicaeros por alcanzar un título académico, no significara un desplazamiento diario hasta la capital, Riohacha.

Por sus manos nobles han pasado un gran número de guajiros que hoy hacen parte del componente profesional de nuestro departamento, que han sido influenciados por las inquietudes intelectuales de un profesor que tiene humildad en el corazón, respeto en su trato y grandeza en sus actos.

En realidad pocas veces he tenido el gusto de compartir en persona con el profesor Rutto. Tampoco le he entrevistado previo a este escrito, ni siquiera consulté con él antes de sentarme frente a la pantalla de mi computador; pero creo que hay personas con una valía tal, que es imperativo resaltarlas, Rutto es uno de ellos.

Cuando supe que presentaría su nombre como aspirante al Congreso de la República, mi primera reacción fue de desacuerdo. No creí que esos escenarios de la política tan salpicados de corrupción y deshonestidad, fueran dignos de una persona como él.

Ha sido observando su desempeño pulcro durante estos meses de campaña, escuchando sus intervenciones en los debates públicos, siendo testigo de los ríos de personas que ven en él la esperanza de un verdadero cambio con justicia social, que he comprendido que esta nueva gesta del profesor que aprecia La Guajira toda, vale la pena.

Lo he visto en la plaza pública, nunca pierde su cadencia y su humildad, se ha enfrentado a maquinarias enquistadas en la política regional por años y fortalecidas con capitales que él no tiene, y siempre está sonriente, optimista, respetuoso, convencido de que su cruzada vale los esfuerzos y sacrificios que junto a sus amigos y su familia hace.


Ahora, me he convencido que es necesario darle una oportunidad a un educador como Alejandro Rutto, un hombre bueno y temeroso de Dios, quien ha demostrado con hechos durante toda su vida, una honestidad a toda prueba y el talante del guajiro que ama a su tierra y lo demuestra con sus actos más que con las palabras.

Muy seguramente de la mano del profesor Rutto, los tiempos de la justicia social que tanto añora La Guajira, han de llegar.

lunes, 7 de marzo de 2022

El profe Jaime Espeleta y el sacrosanto valor de los números

 Escrito por: Alejandro Rutto Martínez


Muchos años después de haber terminado mis estudios en la Universidad de La Guajira me encontré al profesor Jaime Espeleta en la puerta de la Catedral a la que ambos habíamos concurrido para asistir al sepelio de un amigo común. Lo saludé con el cariño de siempre y él me correspondió con su acostumbrada elegancia y efusividad.

Una vez más le di las gracias por haber contribuido en mi formación como profesional, a lo que respondió con su característica modestia:

-“No tiene nada que agradecerme, sólo cumplía con mi deber”

-¿Se acuerda profe que yo era uno de sus buenos estudiantes? ¿Se acuerda que yo le borraba el tablero al final de cada clase?

No me dio ninguna respuesta, pero en su rostro pude ver el esfuerzo que hacía para recordar los tiempos en que me había dado clases de Matemáticas III en la Universidad de La Guajira.

Me imagino que antes de responder quería asegurarse de decir la verdad.   Al leer su rostro meditabundo pude comprender que había iniciado un viaje retrospectivo en los caminos del tiempo.  En el maravilloso viaje a través de los calendarios pretéritos el profe debía llegar a 1985 para acordarse de este alumno que ahora estrechaba su mano.

Érase una vez los felices años ochenta. Por esos tiempos la Universidad de La Guajira comenzaba a emerger como la esperanza de centenares de jóvenes guajiros para convertirse en profesionales, un privilegio que muy pocos alcanzaban.

En esa época el profesor Jaime Espeleta se convirtió en una apasionante leyenda de las aulas y de los pasillos del viejo edificio ubicado en la vía a Valledupar. Dentro de las aulas explicaba con la destreza de un orfebre trabajando en el áureo metal los secretos de las ecuaciones, Las complejidades de las derivadas y las ilimitadas posibilidades de viajar por el tortuoso mundo de las integrales y las derivadas.

En los pasillos se hablaba de las rigurosas exigencias académicas del profesor Espeleta.  

-“Si le ganas la materia a Espeleta puedes considerarte ingeniero”, le comentaba un compañero a otro antes de presentarse  al inevitable examen final.

Con el paso de los semestres el profe Espeleta se convirtió en una especie de filtro para seleccionar sólo a los mejores candidatos a ser buenos ingenieros o administradores de empresas. Su fama crecía en proporción directa con el número de estudiantes que mencionaban su nombre y tomaban decisiones guiadas por el respeto o por el temor que su fama les causaba.

Quienes respetaban las ciencias exactas preferían matricularse en sus clases. Quienes les temían a los números hacían todos los esfuerzos posibles para no encontrarlo en su camino y evitarse un dolor de cabeza con el cálculo diferencial o las matemáticas aplicadas.

Las campanas de la Catedral nos indicaron que la misa había terminado, así que le volví a hacer la pregunta a mi antiguo profe.

-¿Cierto que yo fui de sus buenos estudiantes?

-Me contestó que ya no se acordaba, que había pasado mucho tiempo desde cuando coincidimos en el aula, él como profesor y yo como estudiante.

Al parecer se dio cuenta de que le había provocado un pequeño golpe a mi maltrecha autoestima delante de más de veinte personas que nos rodeaban y, antes de despedirse levantó la voz para afirmar:

-Si usted ganó matemáticas y se graduó, entonces es de los buenos, por que a mí solo me ganaban la materia los que estudiaban de verdad.

El profe Jaime Espeleta también fue de los buenos, de los que se esforzaban por enseñar y, a cambio, exigía que sus estudiantes se esforzaran por aprender.

En este momento, cuando nuestro insigne profesor ha partido hacia la eternidad, solo le pido a Dios que ponga consuelo en el corazón de su esposa Gladis Niño de Espeleta y de sus hijos Gladis Elena, Susan, Idenis, Diana y Jaime Alberto. 

Ojalá que un ángel del Señor borre el dolor de sus vidas como yo borraba el tablero después de cada clase. Y que el Espíritu Santo llene el inmenso vacío que nos deja nuestro querido maestro.

 

 

 

jueves, 7 de octubre de 2021

El buen arte de educar: preguntas para quienes enseñan

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Tagore: “Hacer preguntas es prueba de que se piensa.” 

¿Conoces a tus estudiantes? ¿Has caminado de su mano por las sendas de sus ilusiones? ¿Te encontró cuando tocó a tu puerta urgido por la desesperación o impulsado por el deseo vehemente de compartir con alguien sus dificultades? ¿Le Dijiste que sí cuando te pidió un poco de su tiempo para que derramaras en su vida algo de tu sabiduría o de tu infinita capacidad de dar afecto? ¿Reconoces en él un pasajero en tránsito hacia la gloria o lo consideras uno más en la larga procesión de seres sin esperanza que se dirigen sin remedio hacia el horizonte confuso del anonimato?

¿Consideras tu trabajo como un desafío a tu capacidad para perfeccionarte cada día o lo juzgas como un accidente inesperado en tu vida? ¿Disfrutas con las preguntas para las cuales no encuentras una respuesta o te sientes frustrado cuando sientes que esas personas a quienes pretendes enseñar pueden saber más que tú? ¿Ves en cada suceso de la historia una oportunidad para aprender y una lección para enseñar? ¿Tomas toda lectura con ojos de maestro y lees mientras piensas en la forma en que lo aplicarás con tus estudiantes? ¿Añoras tu espacio cotidiano del aula, el laboratorio y las clases cuando estás dedicado a otras labores? ¿Estarías dispuesto a declinar cualquier tentadora oferta si ésta te significara abandonar a tus discípulos?

¿Estás listo para construir cada día mundos nuevos en donde el amor al prójimo no sea una fantasía y el bienestar de la gente no sea simplemente imaginario? ¿Crees en el género humano y en sus infinitas potencialidades para superarse y aproximarse a la perfección? ¿Tu fe es suficiente para creer que se pueden construir universos aparentemente imposibles en donde el amor reine sobre el odio; el afecto sobre los rencores y el aprecio sobre los resentimientos? ¿Has pensado si en tus manos y en tus clases está todo el poder de transformación que durante años has estado deseando y del cual consideras responsables a los demás?

¿Te agrada el rostro fruncido de quien te dice sin palabras que aún no ha entendido lo que le dices? ¿Te alegras cuando te confrontan? ¿Te sientes agradecido con quien te señala error? ¿Felicitas con entusiasmo y amonestas con prudencia? ¿Valoras la amistad de quienes difieren de tus opiniones? ¿Estás dispuesto a recorrer el mundo oscuro de la ignorancia para arribar al puerto despejado de la sabiduría?

¿Vibras con tus clases? ¿Aprendes el doble de lo que enseñas? ¿Te entregas enteramente y sin reservas en cada acto docente? ¿Te sientes un privilegiado al transformar mentes inocentes y corazones cándidos en seres extraordinarios dispuestos a escribir su propia historia en páginas doradas? ¿Has medido tu fortuna en todos los conocimientos que has descubierto y compartido con los demás? ¿Te sientes agradecido con Dios y la vida por constituirte en un artífice de los más importantes acontecimientos de tu espacio y de tu tiempo? ¿Estás convencido de que la tuya, maestro bueno, es la mejor profesión del mundo?


jueves, 12 de agosto de 2021

El natalicio de Ramiro Choles Andrade

 


Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

El pasado 10 de agosto de 2021 fue el natalicio del profesor Ramiro Choles Andrade, quien vino al mundo en 1.944 y este año hubiera cumplido sus setenta y siete años de vida.

La familia organizó una eucaristía en la Parroquia del Carmen, acto íntimo al que fuimos invitados algunos amigos.

Al finalizar la misa Ramiro Choles Redondo, con voz quebrantada por la nostalgia, tomó la palabra para agradecer todas las muestras de afecto recibidas por la inesperada partida del maestro hacha la eternidad. El coraje le alcanzó para agradecer a quienes los acompañábamos en ese especial y crucial instante de su historia y, acto seguido, procedió a declamar, con gran emoción y sentimiento, un bello poema de su autoría titulado “Al almirante guajirindio”


Fue un momento de verdad muy emotivo en que los presentes, con los ojos humedecidos por las lágrimas, pudimos recordar los mejores tiempos vividos con el autor de nuestro himno bien sea en las tertulias que frecuentemente animaba, en sus clases o en su oficina del colegio San José que fue durante más de cuatro décadas su cuartel general y el centro de operaciones desde donde irradiaba toda su energía a favor de la literatura, la historia, la identidad y la cultura de Maicao y de La Guajira.

Por mi mente pasaron varios de los días correspondientes a los seis años en que fui su alumno de español y literatura, en los que indefectiblemente me “invitaba” a que pasara al tablero para hacer un resumen de la clase anterior o a contestar las preguntas sobre algunas de las lecciones más recientes. 

Es verdad, ¡No exagero! El maestro solicitaba mi presencia al lado del rectángulo verde empotrado en la pared cada vez que teníamos clases.  Algunos de los compañeros llegaron a pensar que se trataba de una malquerencia…pero yo lo tomaba como una muestra de confianza que me ayudó a crecer como estudiante y como persona.

En ocasiones nos pedía que escribiéramos cuentos, ensayos, relatos que debíamos leer en voz alta. Al final de mi lectura hacía comentarios elogiosos y, además (cosa que me ruborizaba) me ponía de ejemplo sobre cómo debían escribirse buenos textos.

Todo eso me alentó a seguir escribiendo y a hacerlo cada día mejor hasta que fui capaz de ponerle el alma a un escrito sobre nuestra bella patria colombiana. Mis compañeros seguían la lectura con inusitada atención, en silencio, y sus miradas se concentraron durante varios minutos en mi escuálida humanidad de adolescente acosada por el excesivo gasto de energías. Al terminar todos suspiraron como quien ve por primera vez el memorable beso de Romeo y Julieta.

El profe Choles estuvo en un respetuoso silencio, tomaba notas en su libreta con un kilométrico azul y, al cabo de unos segundos que fueron eternos, con su voz pincelada de severidad deslizó sobre la atmósfera del expectante curso, el mejor de los elogios que alguien haya podido concederme a lo largo de la vida:

--¿Eso lo escribió usted o lo copió de un libro?

Le confirmé que lo había escrito yo y mi palabra bastó para que me creyera.

La eucaristía no terminaba aún, la joven pediatra Yasmina Medina Cotes hizo una vibrante declamación del poema A mi Guajira, en el cual el profesor Ramiro Choles pinceló bellos versos con todo su amor por la tierra en que nació.

Después de semejante demostración artística de la declamadora y el autor, creí que alguien debía agradecerle a la familia por haberle prestado a Ramiro Choles Andrade al colegio San José, a la casa de la Cultura, a la Academia de Historia y a la sociedad guajira en general.

Creo que nosotros, los maicaeros y los guajiros, lo disfrutamos más que su propia familia quien se privaba de su presencia, porque él estaba todo el tiempo en una tertulia padillista, en un velorio consolando a los huérfanos, en el colegio enseñando a sus alumnos o dedicado a estudiar en dónde construía una nueva aula para brindarle educación a más niños y jóvenes de los barrios populares.  Gracias Ramiro Choles Andrade y gracias familia por ese préstamo impagable que nos hicieron.

miércoles, 19 de mayo de 2021

A los maestros del mundo

 Escrito por: Alejandro Rutto Martínez


La educación es el medio para producir las grandes transformaciones de una sociedad que se contonea entre la orilla de las vanidades y el puerto de la esperanza en un movimiento pendular en el que se escucha el eco de las voces que claman por el cambio social que solo se puede producir desde las aulas de la escuela o desde cualquier tribuna del aprendizaje.

Es el maestro quien actúa desde la trinchera de los saberes, para que fluyan ríos de conocimiento que sacudan las columnas imperturbables de la ignorancia y podamos avanzar hacia un tiempo en que los sueños estén al alcance de la mano y, quienes antes sólo podían aspirar recoger racimos de soledades, disfruten también de las bendiciones de la sociedad moderna.

Gracias, maestros, porque ustedes enhebran los hilos dispersos de la verdad para llevar la alegría de la enseñanzas a los barrios y las veredas en donde sus voces llenas de fe se fusionan con el chasquido de las aguas del río o con el sonido de las traviesas olas de un mar undívago.

Sus pasos van derecho hacia la cumbre en donde la generosa luz solar copula con la tierra fértil de la sabiduría para producir hilachas fosforescentes de conocimientos que serán entregados a los niños y niñas, a los jóvenes de todo el mundo para que el mundo sea un poco más bonito, pintado con las acuarelas de equidad, pincelados por los colores de la fraternidad y en donde todos podamos tomarnos de la mano para convencernos de que nadie es superior a otro y que el único toque de distinción que es acceder  al podio  de la bondad y la generosidad.

Andad, maestros de Colombia y del mundo, transitad por las veredas del universo, guíate por los sedosos hilos del silencio y sigue adelante en la búsqueda del sueño de todos. En medio del susurro de los árboles y el canto de los turpiales recorre sin temores los verdes campos y las tumultuosas ciudades portando la lámpara que lo ilumina todo, desde la inmensa llanura abandonada a su soliloquio perenne, hasta los amplios valles en los que crecen claveles y rosas o en el desierto en donde florecen los cactus y brotan las iguarayas.

Adelante maestros del mundo, el viento puede estar en contra, pero es así como ascienden los ideales, no te detengas por la llama de tu vela parece agotarse, tienes la clarividencia de quien sabe cuál es su destino y algún relámpago errabundo el cielo oscurecido iluminará tu camino para que puedas mirar con clarividencia que pronto llegarás a los solares despejados en donde gotas de agua fresca reavivarán la primavera y encontrarás variadas  flores ermitañas que te saludarán con sus corolas dispuestas en fiel armonía con los colores del crepúsculo.

Los cielos y la tierra te miran y te protegen. Eres un escogido de Dios para que abriga tu palabra y le imprime poder para que seas partícipe de la profecía de un mundo nuevo y mejor.

Adelante maestros del saber y del hacer no te quedes inmóvil ante el llamado del cielo. Tu patria es un acorde de guitarra, una hoja peregrina un sendero iluminado. Eres la completa virtud de los pueblos, desde el interludio de las auroras alegres hasta el anuncio vespertino de alegres colibríes.

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