Escrito por: Arturo Peña Barbosa
El tiempo no se detiene,
parece que fue ayer que te vi como una gigante, amplias calles, inmensa su plaza de mercado, todo era muy grande, éramos tan pequeños que no alcanzábamos a concebirla de una sola mirada.
Los años transcurren y vamos creciendo y paradójicamente pareciera que el pueblo se iba achicando con el aumento de nuestros pasos.
Pero te adoramos gigante, las calles eran verdaderos estadios para practicar el fútbol, las esquinas interminables para jugar escondidas en las primeras horas de la noche, la quebrada de La Moya importante cuenca fluvial para la pesca de resbalosos que luego llevaríamos a la paila para comerlos bien fritos.
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Con el trompo éramos expertos, sin contar a tabardillo que era fuera de serie especialmente en la rayuela, el juego de bolas tenía varios escenarios, la plaza de mercado, la calle de Don Puno por ser la más plana del municipio y frente a la escuela Mariano Ospina Pérez llamado el plan, este era el sitio de mayor concentración de los expertos en trompo, bolas, cinco huecos, entre otros.
Fuimos a la escuela en cotizas, calzado popular para la mayoría de los estudiantes de la época, los tenis eran para unos pocos privilegiados, pero que a la postre resultaban con una pecueca insoportable, muchas veces el profesor Camilo los hizo descalzar y bañar en plena jornada escolar, eso sin contar a quienes les tocaba baño general por el sarro que almacenaban algunos en barriga y espalda; bueno era que en ese tiempo el agua era muy escasa especialmente en época de verano, que tocaba usar el borrador de leche para quitar la mugre.
A pesar que algunas familias querían marcar diferencias sociales, los muchachos nunca paraban bolas a eso, pues todos íbamos a la escuela pública, no había otra alternativa, lo único que diferenciaba era las cotizas y los tenis, porque en el nivel de notas muchas veces las cosas se invertían, pero todo era alegría, respeto a los profesores y una gran amistad entre compañeros, claro que no faltaba tal cual riña especialmente entre los del pueblo y los venidos del campo, más precisamente de las veredas cercanas, pues allí no había escuelas, estas existían en las veredas lejanas.
Qué tiempos aquellos como dicen los abuelos, cada vez que crecíamos y avanzamos en vida académica y corporal, el pueblo se achicaba más, a medida que crecíamos, las cosas ya no parecían tan grandes, pero el amor por nuestro amado terruño cada día sería más grande.
Los docentes no escatimaban el más mínimo esfuerzo para alcanzar sus objetivos con aquellos chicos ansiosos de saber y de futuro; nos enseñaron a cantar hermosas canciones (Hurí, Allá en mi casita, entre otras), nos llevaron al rio y nos enseñaron a nadar, a tejer mochilas en piola y allí cargaríamos los sueños e ilusiones de un niño en camino a la pubertad. Era una entrega total de estos maestros, la jornada era completa y feliz (mañana y tarde), eso sin contar las famosas tardes deportivas en las cuales departíamos y competíamos con otras sedes de primaria, que comúnmente eran los miércoles; se rendía en el estudio o no había tarde deportiva.
Culminar la primaria era un primer peldaño, pues la mirada estaba puesta en la Normal Nacional de Nocaima, eso era como ir a la universidad hoy en día, muchos llegamos, otros no alcanzaron y tomaron rumbos diferentes, pero la amistad de aquellos tiempos no cambió para nada y seguíamos siendo buenos amigos y paisanos.
En el camino de la secundaria se quedaron otros compañeros, más por falta de interés o compromiso, no había excusa, teníamos el privilegio de tener este importante claustro en nuestro poblado, prácticamente no se pagaba nada, era muy bajo el costo de la matrícula y pensión, sin contar a quienes alcanzamos, por méritos académicos, ganar una beca que nos exceptuaba de dicho pago.
Allí encontramos nuevos amigos, unos paisanos, otros venidos de diferentes lugares del país, llegaron delegaciones del Chocó, Bogotá, llaneros, el Tolima, costa atlántica y diferentes partes de Cundinamarca, era todo intercambio cultural: Intercambiamos costumbres, dichos y tal o cual manía; nos enseñaron y les enseñamos, inclusive hasta cazar Gamusinas que a la postre nunca conocieron, pues no vieron ni una sola, pero siempre permanecerán en el recuerdo de quienes lo intentaron y quienes no lo intentaron. No hubo un solo extranjero, (como solíamos llamar a los no nocaimeros) que no haya participado de esta cacería, pues era como una forma de pagar la novatada para quedar bien matriculado en esta bella institución que nos abrió las puertas al futuro.
Los momentos allí vividos no tienen precedentes, compartimos con profesores excelentes, buenos, regulares y hasta malos, todo hubo en la viña del señor, a los primeros le sacamos provecho y a los últimos casi que los ignorábamos, pero como todo no es negativo, también aprendimos de estos últimos algo importante y fundamental: Como futuros educadores, nunca seriamos como ellos.
Cuando llegamos a cursar quinto de bachillerato (hoy grado décimo), nos encontramos con nuevos e inolvidables compañeros, unos muy cuerdos otros medio locos… pero ¡qué combo tan espectacular!, Llegamos a tramar tantos lazos de amistad que al final de la meta parecíamos como hermanos, hecho que se ratifica muchos años más tarde con los encuentros bianuales, donde pasamos los momentos más agradables, son tertulias de recuerdos y anécdotas jocosas que nunca nos cansaremos de repetir y repetir, donde casi siempre salen mal librados aquellos compañeros que por sus diversas ocupaciones y compromisos no pueden asistir. Ustedes saben que el ausente no se puede defender.
Allí el toque triste lo ponen aquellos que de manera repentina e inesperada han partido de la vida terrenal al recuerdo infinito, algunos sin tener la oportunidad de refugiarse en el calor y aprecio de sus antiguos condiscípulos, vivían muy ocupados y comprometidos con sus quehaceres cotidianos, no sacaron un espacio para sí mismo. Es lamentable pero real, a ellos los llevaremos en nuestro recuerdo imperecedero hasta el encuentro final.
El sexto de bachillerato (hoy grado once) nos daba la ilusión de estar a las puertas de tan anhelada meta: Ser maestro es sublime ideal y de sabios suprema misión, esta frase de nuestro himno encerraba toda la vocación y compromiso frente a la labor que desempeñaríamos como educadores: Como gestores de cambio, como aportadores de ese granito de arena en la construcción de una patria más justa y equitativa.
Sábado 30 de noviembre de 1974 y con diploma en mano nos sentíamos empoderados para ejercer esa bella profesión, que nos brindaría la oportunidad de dar los primeros pasos por los caminos de la pedagogía, sueño cumplido, familias felices de este gran logro, habíamos atravesado el arco del triunfo cual guerrero victorioso, Colombia nos esperaba, pues tomamos rumbos diferentes a lo largo y ancho de la geografía nacional.
Hoy, después de más de cuatro décadas, gozamos de la dicha de volver a compartir estos reencuentros maravillosos que nos hace regresar al pasado y compartir y comentar los logros alcanzados, que, sin llegar a ser ningunos potentados, la vida nos premió con estabilidad económica, social, cultural y sobre todo con la satisfacción de la labor cumplida.