Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Algunos me dicen doctor y se
equivocan rotundamente: no pertenezco a los herederos de la sabiduría de Hipócrates
ni puedo portar la bata de quienes ejercen la maravillosa profesión de la
medicina. El diccionario me dice que los únicos doctores son ellos y los
egresados de un doctorado. Yo no cumplo con la primera condición y aún no
alcanzo la segunda. ¿Se da cuenta mi querido amigo por qué no debe llamarme
así?
Otros me llaman por la denominación
del cargo o la dignidad que
temporalmente desempeño. Unos me han dicho director, secretario, coordinador,
candidato. No creo que sea lo mejor, porque después de un tiempo esa forma de llamar
se vuelve más larga cuando deba anteponerse la partícula ex: ex director, ex
coordinador, ex secretario, ex candidato, Ex cétera (perdón, se escribe etcétera).
Algunos, inspirados posiblemente en
el uso de algunas de mi camisa con cuello parecido al clériman o porque me han
visto hablando de temas bíblicos o predicando, me llaman pastor. Siento mucho decepcionarlos. Mis
conocimientos bíblicos y el tiempo de dedicación a los estudios teológicos aún
no me alcanzan para ser titular del precioso ministerio de guiar a las ovejas
del Señor. Así que no es justo (con la
dignidad de pastor) que me llamen de esta manera.
Quienes no me conocen me dicen Mono
(en razón del color claro de mi cabello), tío o primo (según la edad del
interlocutor). Se los perdono la primera y hasta la segunda vez. Pero después
de un corto tiempo de conocernos, preferiría que se cambie esa forma de
llamarme. Sobre todo Mono, porque se siente un dejo peyorativo en la palabra.
Con quienes me llaman profe o profesor, estoy
inmensamente agradecido. Es la profesión y la faceta de mi vida que más
satisfacciones me ha brindado, que más felicidad me ha permitido cosechar. Me
siento muy bien como así me dicen, pero… es una forma genérica de llamar a
quienes se dedican como yo a la enseñanza. Siento pues, que no es una palabra
que se refiera exclusivamente a mí, como me gustaría.
¿Y entonces, cómo hacemos para
llamarlo?, me preguntarán. Para eso
está el nombre. Me encanta cuando me dicen Alejandro, o Viejo Alejo, como me
llaman algunos de los amigos. O Rutto, como me decían los profesores y algunos
compañero, de tanto oír el llamado a lista siete veces al día, cinco veces a la
semana.
Ya los saben, para todos ustedes
soy Alejandro de ahora hasta siempre, sin prefijos de exaltación ni sufijos
diferenciadores. Soy simplemente Alejandro.