domingo, 16 de octubre de 2022

Crónica del primer encuentro de escritores en la Tierra Amable (Segunda parte)

Leer la primera parte de esta interesante crónica

Era una mañana lluviosa y el transporte estaba en verdad muy escaso.    Al fin pudimos embarcarnos en un automóvil  cuyo conductor nos prometió dejarnos en el Barrancas setenta minutos después de que se iniciara el viaje.

Julio Larios y Alejandro Rutto

Impulsado por su poderoso motor de auto nuevo el vehículo avanzaba raudo por la Carretera de la Esperanza que nos llevaría desde Maicao hasta Paradero y desde ahí por la Vía Nacional hasta la ciudad natal de Luis Díaz el flamante extremo del Liverpool de Inglaterra.

Avanzábamos a cien kilómetros por hora, tuve la intención de pedirle a Fernando que bajara a la velocidad reglamentaria pero el caballero atendía la llamada de uno de sus numerosos clientes a quien debía recoger unos pueblos más adelante.   En el asiento posterior Larios miró su reloj con aire de impaciencia: eran las nueve de la mañana y veinticinco minutos, de manera que ya no podríamos cumplirle la cita a Abel.


Ante la evidencia de que ya era imposible llegar temprano como deseábamos nos tranquilizamos y nos concentramos en el viaje.

Las últimas dos semanas habían sido atípicas en el pueblo: nuestra geografía fue azotada por dos tormentas que dejaron barrios y calles inundadas y en medio de las dos un temblor de tierra de 4.3 en la escala de Ritcher con epicentro en el Lago de Maracaibo.

Dispuesto a olvidar esos malos momentos y para distraer la mente inicié conversación con Fernando a quien le pregunté por la seguridad en una carretera que tiene fama de ser muy peligrosa por el accionar frecuente de los atracadores.

La respuesta movió las placas tectónicas de mis emociones:

-“Viajar por aquí es una lotería. Sólo estaremos seguros cuando lleguemos a Paradero. En el momento menos pensado sale gente armada y se nos atraviesan. A mí me ha sucedido diez veces. En seis ocasiones me he salvado pero en otras cuatro nos han quitado todo lo que llevamos”

Con la intención de encontrar una respuesta más consoladora y para darme esperanzas a mí mismo me escuché decirle:

-Me imagino que el horario más peligroso es en la tarde o en la noche y no en una mañana tan bonita como esta

A lo que Fernando no tardó en responder:

-“Ellos no tienen horario, salen a cualquier hora y en todas partes, nadie está seguro hasta que no lleguemos a la curva en forma de S de Paradero

Un poco más adelante vimos a dos personas a la vera del camino que nos hacían señales para que nos detuviéramos,  lo llamativo no era su solicitud para que nos detuviéramos sino los objetos que llevaban en las manos. ¿Serían armas?

No nos detuvimos a averiguarlo.  Fernando fue hundió a fondo el acelerador hasta que la aguja del velocímetro marcaba 120, 140…160 kilómetros por hora.

¿Quiénes serían esas personas?

Leer de inmediato la tercera parte de esta emocionante crónica

Crónica del primer encuentro de escritores en la Tierra Amable (primera parte)


Un día de 1962, en el fervor de la  campaña presidencial que llevaría el país a escoger el segundo de cuatro mandatarios del Frente Nacional, uno de los más fuertes aspirantes, Guillermo León Valencia programó una gira por el departamento de La Guajira en compañía de la cúpula del partido conservador, algunos dirigentes liberales y la   señora Berta Hernández de Ospina, una de las mujeres más poderosas de la época. Valencia y los suyos hicieron varias reuniones y, al llegar la noche se hospedaron en la casa de la familia Hernández  Parodi.

Casa de los Hernández Parodi

Todo iba bien, según  cuenta Arcesio Romero, mi  generoso guía a través de las calles llenas de historia de este macondiano pueblo del centro de La Guajira, pero nadie contaba con el odio y la astucia de la oposición, uno de cuyos representantes tenía diseñado un muy bien calculado plan para arruinarle la noche al político y a sus anfitriones.

Ahí estamos Arcesio y yo frente a la antigua casa de  color mostaza rodeada de una hierba que nadie ha cortado en los últimos seis meses, casi en plan de despedida después de acudir al primer Encuentro de Escritores en el marco de la versión cincuenta y uno del Festival Nacional del Carbón.

Las notas de prensa de los días previos manifestaban que todos los caminos conducían a Barrancas en alusión al Festival que se inició hace más de medio siglo. Para los escritores era una bonita oportunidad de reencontrarnos después de más de un lustro sin que nos reuniéramos  como lo hacíamos cuando existía la hermosa fiesta de las letras en el municipio de El Molino.

Abel Medina, uno de los encargados de la organización, me había invitado con dos semanas de anticipación y en las últimas horas me hizo varias llamadas para pedirme que no fuera a faltar.  

-“Ponte de acuerdo con Julio Manuel Larios que él también viene desde Maicao”

Acaté la sugerencia y me puse en contacto con Julio Larios, pero el duende del correo electrónico había mandado su invitación directamente a la bandeja de documentos no deseados y el hombre no se encontraba lleno de ánimos para emprender un viaje de última hora.

Fue necesaria una llamada de varios minutos para convencerlo, de manera que nos citamos para encontrarnos en el centro y hacer juntos el viaje que nos llevaría de nuevo a un momento de aventuras literarias, tal como la hacíamos antes para asistir a El Molino (insisto en lamentar que el evento no se haya vuelto a hacer).

Abel nos esperaba en Barrancas a las nueve de la mañana de ese 14 de octubre y, fiel a su costumbre, nos brindaría las mejores atenciones. También nos esperaba Arcesio  Romero, autor de Disrupciones un libro que se ha robado el corazón de los lectores del continente aunque todavía no es muy conocido en La Guajira y mucho menos en Barrancas, en donde están ambientados varios de los quince relatos de su contenido. 

Sería un viaje maravilloso, según mis suposiciones, pero las cosas no serían tan fáciles. Más adelante les cuento al respecto

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miércoles, 5 de octubre de 2022

El credo de Francisco El Hombre

 

El Credo de Francisco el Hombre es una publicación de Ángel Acosta Medina empacada en el formato de cartilla, cuya extensión es de apenas  veintiséis  páginas las cuales son suficientes para que el autor  revele los secretos encriptados en la historia del creador de la música vallenata relacionados con sus frecuentes recorridos por la provincia y, en especial, su legendaria batalla musical contra el diablo. 

El relato tiene como telón de fondo un diálogo del afamado indio Manuel María, un reconocido sabio de la región, quien trata de liberar a un grupo de jóvenes acordeoneros del "mal de la mano tiesa" o "firi-firi" grave trastorno que sufrían los músicos de acordeón. 

El indeseable mal consistía en una dificultad para accionar en una dificultad para accionar los dedos de las manos y cuya causa los viejos atribuían a la perversidad de ciertas personas que, a fin de obtener méritos en el arte musical hacían pactos con el Maligno, para que éste hiciera disminuir las capacidades de sus adversarios. 

Manuel María  avanza en el diálogo con sus amigos y pacientes y de ahí en adelante se desenvuelve la historia de Francisco El Hombre y su enfrentamiento y  con el padre del mal, en el cual resultó victorioso. 

Llama la atención en la página 12 los versos con los cuales Francisco El Hombre dio a conocer a sus oyentes la tragedia del Titanic, tal como se lo comentaron los marinos con quienes frecuentaba en el puerto de Riohacha: 

Le sucedió al barco supremo, bajo el cielo

y vengo a informá a mi gente, el accidente

un navegante omnipotente, quiso creerse, 

lo hundió una punta'e hielo, con su reino


El Titanic lo llamaban, lo alababan, 

que "ni Dios lo hundiría, y reinaría

la ley divina desafían, qué osadía

sobre to'a agua brava, navegaba

¡Ay! se oían lloros y sones de acordeones, 

valses clamando SOS, amparo a Cristo, 

tocaban los marinos, ay Dios bendito...

La publicación cuenta con una gran belleza visual, fue impreso en los talleres litográficos Comercializadora de la Costa en Barranquilla y es producto del  taller de escritura creativa Relata del Ministerio de Cultura

Palabra y residencia

 


Palabra y Residencia es un hermoso libro antológico publicado hace un tiempo en Riohacha por la dirección de Cultura y Turismo, prologado por el escritor sincelejano Miguel Iriarte.

Se divide en tres grandes capítulos: Tres que deberían ser cuatro (dedicado a Víctor Bravo, Rafal A. Morales y Miguel Ángel López).

Después viene una sección dedicada a los poetas, en la que encontramos trabajos de Hilda Lubo, Neilys Gómez, Julio César Guzmán, Gustavo Maceas y Juan Guerra).

Finalmente aparecen narradores de la talla de Martín López, Polaco Rosado, Limedis Castillo y Alejandro Rutto Martínez.

Fue publicado en el año 2007 cuando el gestor cultural Miller Sierra se desempañaba como director de Cultura y Turismo del entonces municipio de Riohacha durante la alcaldía de Miller Choles.

El libro tuvo una muy buena aceptación y aún en nuestros días es obra obligada de consulta para quienes desean estudiar la literatura del departamento de La Guajira.

Los champetúos, estilo de vida de una música (Tercera parte)

Escrito por: Abel Medina Sierra 


El fenómeno social se mantuvo casi imperceptible cuando estos jóvenes se apropiaban de la música afrofrancesa que importaban los picós desde Europa. La gente identificaba más la música que un estilo de vida apenas en ciernes; como “música de negros” o “de picó” solían denominar esta desconocida expresión en lengua indescifrable que ponía a tronar   los pisos en las verbenas.

Pero, la onda champetú sólo se vino a vislumbrar con la efímera fiebre de la “Terapia”, nombre con el cual los disc jockeys de Cartagena y Barranquilla llamaron a los ritmos africanos y caribeños que ganaron popularidad en la Costa Caribedurante los primeros años de los noventa. 

Los antecedentes de esta sincrética expresión musical urbana han tratado de ser rastreados desde los años 70`s cuando algunos marineros cartageneros trajeron desde París, algunos aires africanos que ya contagiaban a los fríos franceses a ritmo de tambor negro. Se trataba de agrupaciones de Zaire, Nigeria, Camerún e incluso, algunas de nuestro cercano Haití, que con picantes fusiones de música folclórica con teclados y cuerdas eléctricas habían creado un género nuevo en este país europeo. 

En esta época se registra un efímero intento de nutrir aires africanos con instrumentos electrónicos y otros muy típicos de regiones como San Andrés y Providencia. Se trata de la primera agrupación colombiana en producir fonográficamente fusiones de música afrocaribeña, la “Uganda Kenia” , la cual popularizó canciones que aún se recuerdan como “El  evangelio” y “Kiriwa”.  

Lastimosamente esta agrupación no tuvo la continuidad necesaria para llegar a promover estos ritmos con la intensidad que goza actualmente.

Los ritmos afrofranceses les hablaban a los cartageneros con el atávico lenguaje del sudor y la sangre, con la contagiosa sonoridad percusiva, con la fuerza telúrica que desde el piso domina los pies. 

Pronto los picós de la región se encargarían de importar producciones de la orquesta Olokún de Zaire, Les etoles du Zaire, Prince Nico, Theo Blaisse, Bopol, Neil Zitany, Prince Nico Mbarga, Miriam Makeba, Sheena Peters, Kassav y Tabu Ley Rocherau que hicieron carrera en Francia. 

Esta festiva manifestación encontró adeptos entre los barrios negros y fue fraguando una identidad alrededor de la cultura del picó. Nadie los instruyó sobre el baile, cada quién ensayó sus pases, cada cual le dio movimiento al cuerpo, el tiempo se encargaría de seleccionar los repertorios; aunque en la actualidad persisten marcadas diferencias en el baile tanto a nivel individual como de una región a otra: los cartageneros la bailan con influencia del reggae (más movimiento del cuerpo que de los pies) y los barranquilleros más parecido a la salsa (movimientos rápidos de los pies).    

Los ritmos africanos influyeron primero en la música de los países antillanos. Estas expresiones, más cercanas geográfica y culturalmente a nuestro Caribe colombiano se encargarían de promover la fiebre de “La terapia” que tuvo su eclosión a inicios de los 90`s. 

Los eventos que legitimaron esta influencia fueron el Festival de Música del Caribe que se celebró en Cartagena desde 1982 y el Festival Green Moon (Luna Verde) que se realiza en San Andrés Islas. Estos proyectos de promoción de la música caribeña, permitieron difundir expresiones como el reggae jamaiquino, el calipso de Trinidad y Tobago, el soul, la soca y algunos ritmos crossovers (fusiones) de igual naturaleza y origen. 

Muy pronto agrupaciones y artistas caribeños o afrofranceses como Mighty Sparrow, Byron Lee y The Dragoniants, Arrow, Gazoline, Zouk All Star, Bod Guibert, Bassingo, Les Meridianes Des Cayes y Combo Tabou se hicieron populares con canciones que ocuparon sitios de privilegio aún en los medios de comunicación regional que, antes ignoraban este tipo de música. 

Entre los éxitos más recordados están canciones que fueron rebautizadas por los DJ’s pues sus títulos originales era de difícil pronunciación   para un hablante de lengua hispana: “La mencha” ( su título original es  Mamema y su intérprete Moro Beya Maduma), “El Sapito”(I know  what I know), “La Bollona” (Umasihlalisane ) “La granada” (Awuthule kancane) , “El cheque” (Vie ya moto), “La guaya” (Afrinigth), “El enguayabado” (Abrentisie), y otros como “Culucucú”, “Yawani” , “Zangalewa” y “Tataliba”.

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