-“Pobrecitos, nadie los va a llevar”, dijo
el conductor
Leer la segunda parte de esta emocionante crónica
Recordé que no había orado aquella mañana, así que lo hice con toda la devoción posible así que apenas alcancé a ver los pueblos que dejábamos atrás: Carraipía, Porciosa, La Jamichera…y finalmente apareció la anhelada S de Paradero sin que hubiera ocurrido nada.
En verdad nos habíamos ganado lo que nuestro
piloto llamaba “la lotería del viaje”.
En el asiento de atrás los dos compañeros de Larios, un hombre y una mujer, charlaban animadamente acerca de los miles de millones de pesos que se movían en sus contratos. Sin proponernos escuchamos detalles de jugosos negocios relacionados con actividades impensables.
Al parecer tenían relaciones con empresas contratistas del estado y el diálogo giraba en torno a su evidente inconformidad por la repartición de utilidades.
Menos mal los ladrones de la carretera no supieron que ellos venían con nosotros.
Habrían sido el blanco perfecto. A todas estas ¿Por qué viajaban como pasajeros y no en sus propios vehículos? Tal vez para despistar al enemigo.
La mujer se ufanaba de haber puesto a alguien contra la pared mediante o una dura advertencia:
-"Me ha visto cara de idiota, pero usted no sabe quién soy yo"
Me hubiera gustado ver la cara de Larios al escuchar la manida frase de los prepotentes en Colombia. Preferí imaginar su irónica sonrisa.
Los casuales acompañantes iban para la audiencia pública organizada por la senadora Marta Peralta en Fonseca, de manera que su viaje era un poco más largo que el nuestro y tendrían más tiempo para hablar de sus millonarias transacciones.
En cierto momento de su conversación decidieron hablar en un idioma desconocido para nosotros así que no pudimos saber quiénes eran ni en qué campo de la vida diaria se desempeñaban, así que nos concentramos de nuevo en la vía.
Las lluvias dejadas por la tormenta habían logrado que a lado y lado de la carretera hubiera paredes verdes salpicadas de flores amarillas y rojas. De un momento a otro el cielo claro fue inundado de nubes grises y comenzaron a caer algunas gotas de lluvia que se deslizaban vertiginosas por el parabrisas.
Un poco más adelante el sol volvió a
asomarse en toda su intensidad, los pueblos se sucedían uno detrás del otro:
Albania, Cuestecitas, Hatonuevo.
-¿Falta mucho para llegar a Fonseca?,
preguntó uno de los multimillonarios del asiento trasero.
-“Ahora viene Papayal, después Barrancas y
enseguida Fonseca”, estamos muy cerca contestó Fernando.
En efecto cruzamos Papayal pero Fernando llevaba en mente a Fonseca, así que por poco se pasa de largo.
-¿Ustedes dónde se quedan? Nos preguntó
Fernando
-Hotel Iparú, le contesté de inmediato.
Al llegar al sitio de nuestra reunión
pagamos los cincuenta mil pesos del pasaje y entramos a toda prisa, pues
llegábamos con una hora de retraso.
Nos recibió Jesús Acosta, un joven atento,
respetuoso y emprendedor a quien los afanes de las múltiples tareas
concernientes a su rol de director general del Festival del Carbón aún no le
arrancaban ninguna muestra de preocupación y mucho menos de intranquilidad.
Lo primero que hizo fue pedirle a uno de sus
auxiliares que nos hospedaran en el Hotel Musichi y que nos mantuviéramos allá a
la espera de nuevas instrucciones.
A todas estas ¿Dónde estaría Abel Medina?
Una llamada de Julio Larios despejaría la
incógnita:
-“Estamos en un colegio dando consejos a los
jóvenes y de paso un recital”
Hubiéramos querido ir a acompañarlo y compartir con los niños, niñas y adolescentes pero...
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