Escrito por: Mirollav Kessien
Yosep Beruski era un hombre de guerra muy curtido en las artes militares a las que había dedicado buena parte de sus mejores años. Recorrió pueblos traslúcidos por el terror, veredas solitarias, Caminos inhóspitos y desiertos rigurosos defendiendo los principios de su patria y enarbolando la fe en la pacificación del mundo mediante la disuasión a los violentos por medio del poder silencioso pero presente de las armas. Era un hombre forjado en las luchas y en las carencias, pero amaba el colorido de la naturaleza y respetaba la lealtad militar. Según sus creencias la mejor guerra era la que no se hacía, y las armas eran mejores cuanta menos necesidad había de utilizarlas.
Pasados algunos años de servicio Beruski se enteró en el casino de Los
Leones del Desierto (así se llamaba su compañía) que por los años de servicio
cumplidos tenía derecho a un año de descanso remunerado, es decir un año en el
que podría hacer lo que quisiera, como recuperar el descuidado jardín del
traspatio, reorganizar la pequeña finca familiar, podar los árboles de la
terraza o terminar algunos estudios pendientes desde hacía algún tiempo. Le sedujo la idea de hacer una pausa en su vertiginosa
carrera y tomarse un tiempo para asomarse por otra ventana, diferente a la de
su rutina de los últimos veinte años. Y también para demostrarse que la
disciplina y el fervor aprendido en el mundo de las armas le podía ser útil en
los pasillos de la tranquilidad.
Radicó su solicitud una mañana fresca, sin muchas esperanzas de que le respondieran
pronto. En el sobre que dejó en la posta
se podía leer el asunto: Solicitud de un año XX. Se devolvió a la sede de su regimiento y
comenzó los preparativos para la misión que cumplirían durante ese mes en el
desierto de La Franja, llamado así por que era una reseca y estrecha porción de
tierra ubicado en la frontera.
Partirían a la mañana siguiente en un convoy especial protegido por helicópteros
artillados y se desplazarían a ese lugar ubicado casi en el fin del mundo en
donde las temperaturas eran hasta de cuarenta grados bajo la sombra con el
agravante de que no había sombra en ninguna parte.
Llegado el día se intensificaron los preparativos para el duro viaje, los
soldados se desplazaban presurosos de un lugar a otro como hormigas
desesperadas ante la inminencia de un aguacero. Los motores zumbaban tratando de poner los motores
a punto, los helicópteros se movían por los cielos como un enjambre de
mosquitos atolondrados por la furia del viento, los oficiales gritaban órdenes
que nadie parecía escuchar debido a la agitación y al ruido imperante, los
pasillos estaban atiborrados, los morrales estaban llenos de utensilios y casi
se reventaban, además las sirenas ululaban cada veinte minutos para anunciar
que se aproximaba la hora del viaje y todos deberían estar listos.
- ¿Por qué tanto movimiento, señor ministro, acaso vamos a la guerra? Le
preguntaba un periodista al responsable de la defensa nacional
-No señor, nunca habíamos estado en un momento de más tranquilidad, son movimientos
de rutina que hacen las tropas cada determinado tiempo. No hay nada de qué
preocuparse.
Dinos ayudó a Yosep a echarse el morral a la espalda y ahora le devolvía el favor a su compañero cuando fue alertado de que su nombre era mencionado por los altoparlantes. Se apresuró en la tarea de colaborarle a su amigo y cuando todo estuvo listo se acercó a la cabina de información para saber por qué su nombre se había escuchado en ese amplio salón. Por toda respuesta el encargado puso un sobre color caqui en sus manos y volvió a su tomar el micrófono en sus manos para ofrecer más información a sus precipitados oyentes.
Continuará