Escrito por: Miguel Calderón Guerra
-¿Y cuál sería
la penitencia? Interrogó Yadelis
-Si Luis Augusto pierde se queda tres horas más en esta casa, pero amarrado
Todos rieron por
la ocurrencia
¿Te gustaría leer la segunda parte de La apuesta de Manaure?
-Si quieren descarten
de una vez la cabuya con la que me van a amarrar, que yo no pierdo, dijo Luis
Augusto.
-La cabuya no,
la cadena y los candados dijo Isabel
Comenzó la
partida en la que desde un principio se pudo observar que ninguno de los dos
era buen jugador de ajedrez.
Yadelis dejó
sobre la mesa otra jarra de agua de panela y una cadena de hierro, de las que
se usan para cerrar los portones, junto a dos candados. Luis Augusto sonrió, al tiempo que movía una
de las fichas.
La partida se
tornó aburrida, ninguno de los dos mostraba habilidad para el juego y Yadelis
como única espectadora se impacientó, por eso lanzó una propuesta:
-Ustedes no
juegan bien ajedrez. Les propongo que suspendan la partida y definan esa
apuesta con los dados.
-¿Los dados?
Preguntó Luis Augusto, ¿Cómo así?
-Cada uno de
ustedes lanza los dos dados y el que saque el número mayor, ese es el que gana.
Si gana Luis Augusto se lleva los mangos y si pierde se queda aquí encadenado
tres horas…
-¡Uy sí!, dijo
Isabel, ya casi no me acuerdo como se juega esto. Pásame esos dados para ganar
y encadenar a este señor
-¿Estás segura
de que quieres tirar primero?
-Claro que sí,
en el colegio nos enseñaron que las damas siempre son primero ¿Te acuerdas?
-Sí, lo
recuerdo, lanza tú primero entonces…
Isabel tomó los
dados, los anidó en sus dos manos unidas, sopló sobre ellos como para darse
ella misma la buena suerte, y luego los dejó en su mano derecha, cerró los ojos
y cuando los abrió pudo ver el gesto de desaprobación que le hacía su hija y la
sonrisa de satisfacción en el rostro de su oponente
-¡3 y 1 mamá!, apenas sacaste
cuatro… ¿qué pasó con tu buena suerte?
-Isabel metió la cara entre
sus manos, para lamentar su mala suerte, sintió vergüenza con ella y su hija
por tan precario resultado
Luis Augusto tomó los dados en
su mano derecha, empezó a agitarla y con la izquierda tomó la cadena y los
candados y se la entregó a Yadelis:
-Llévense esto, aquí nadie lo
va a necesitar
Las mujeres contuvieron la
respiración y siguieron con la vista el recorrido de los dados en la mesa.
Primero se detuvo uno que marcaba el número uno, lo cual animó un poco sus
esperanzas casi perdidas y el otro danzó sobre unos de sus vértices como un
trompo que no quiere perderse ni un minuto del baile. Al fin fue perdiendo
fuerza y se detuvo marcando el número dos…
Las dos mujeres gritaron
histéricas y se abrazaron como dos futbolistas cuando ganan la Copa del Mundo,
la buena suerte les había sonreído a pesar del traspiés inicial, por eso ahora
gritaban, brincaban, bailaban y caminaban pegadas como un pequeño trencito de
tan sólo dos vagones.
Por último danzaron de manera
irónica alrededor de Luis Augusto, quien esbozó una sonrisa que no ocultaba la contrariedad. Le parecía increíble lo que estaba sucediendo y alcanzó a imaginar lo que iba a suceder en los siguientes minutos.
Continuará
¿Te gustaría leer la cuarta parte de La apuesta de Manaure?