jueves, 6 de abril de 2023

Crónica del Foro Empresarial de Albania

 


Relato sobre el foro En dónde estamos y para dónde vamos, realizado en Albania
El auto se detuvo frente a mi residencia cuando el reloj indicaba que se aproximaba la hora del almuerzo. Descendieron dos jóvenes vestidos con una elegancia singular y pidieron hablar conmigo para hacerme una solicitud.
Mi hijo, quien me los presentó, uno de ellos era Junior Mendoza, Consejero de Juventudes de Albania y durante algún tiempo miembro del Consejo Departamental de Cultura. Me visitaba en su calidad de presidente de la Asociación Somos Jóvenes Unidos, de Albania.
Era sábado y tenía una cita urgente que cumplir con otras personas, así que los muchachos se ofrecieron a acompañarme mientras conversábamos sobre el asunto de mutuo interés.
En el camino me hablaron del foro “Dónde estamos y Hacia dónde vamos” que realizarían el 24 de marzo y en el cual deseaban tenerme como participante.
Para animarme un poco más me informaron que estaría presente mi amigo y vecino Aldrin Quintana, líder indiscutible de la Clínica Maicao, a la que por esos días un prestigioso artículo había situado como la cuarta clínica más importante del Caribe colombiano.
El recorrido de ida y vuelta para atender mi compromiso sirvió para que finiquitáramos los detalles de mi asistencia al foro, la cual confirmé de inmediato porque deseaba intensamente vivir la experiencia de compartir con la juventud de un municipio tan importante para La Guajira y tan ligado al transcurrir de mi ejercicio académico.
Nos despedimos con la promesa de encontrarnos en el auditorio del Hotel Waya Guajira, en la fecha prevista para la cual faltaban unas tres semanas.
Pasamos los días en permanente comunicación y así supe que los muchachos estaban metidos en un lío de la Madonna por cuenta de la creciente expectativa instalada en el pueblo alrededor del evento: tenían 180 cupos disponibles y sobre la mesa reposaban 200 solicitudes de personas interesadas en asistir.
A eso lo podríamos llamar un bonito problema, porque contrario a lo que sucede con otros programas académicos en los que hay problemas para que las personas asistan, aquí se presentaba la situación contraria.
Definitivamente era un lindo problema.
Parte de la expectativa se debía al anuncio de que la joven Diala Wilches asistiría como ponente y de esta manera cumpliría el compromiso asumido antes de que el presidente Gustavo Petro la designara como Gobernadora encargada de La Guajira.
También estarían en el set de panelistas el exgobernador José Jaime Vega y el empresario Efraín Barros fundador, gerente y principal accionista de la empresa Multisegua quien prometía contar algunos de los secretos de su próspera empresa y Ángel Correa gerente del hotel quien hablaría del turismo como eje dinamizador del turismo en La Guajira.
El foro estaba previsto para el sábado 25 de marzo a las 3 de la tarde, así que muy a la 1 de la tarde, junto con Alejandro Junior, mi asistente personal, me dirigí a la estación de transporte intermunicipal Divino Niño, situada en el Barrio del mismo nombre, en donde me indicaron que esperara unos minutos mientras llegaban otros dos pasajeros.
Quince minutos después Julio, quien sería nuestro piloto, nos invitó a subir a bordo de su flamante automóvil gris, pues dos buenas muchachas habían solicitado también ser transportadas hacia el Sur de La Guajira.
Emprendimos nuestro viaje por la Carretera de Carraipía y se me ocurrió preguntarle a Julio por la seguridad de esos parajes en donde cada cierto tiempo se produce la aparición de insaciables piratas terrestres quienes azotan por igual a pasajeros y conductores.
.”Casi siempre aparecen cuando uno menos los espera, me dijo por toda respuesta.
-¿Y cuál es su hora preferida?
, pregunté con la esperanza de que mencionara una hora distinta a las de la tarde
-¡A cualquier hora mi hermano!, respondió Julio.
Cerré los ojos y le pedí a Dios que se “cualquier momento” no existiera nunca y la respuesta del cielo fue afirmativa. A derecha y a izquierda de la carretera se alternaban porciones verdes con algunos claros despoblados de árboles en cuyo lugar existen algunos pastizales similares a un mantel verde situado sobre la extensa llanura de la Media Guajira.
A las 2:30 estábamos en Albania, destino final de una de las pasajeras.
--Lléveme a las dúplex, por favor, le pidió a nuestro conductor. Poco después estábamos en una pintoresca calle en donde hay una hilera de pequeñas viviendas de dos pisos.
Abandonamos la Calle de las Dúplex, el barrio y Albania. Pronto estuvimos en la vía hacia Cuestecitas y después tomamos un corto desvío hacia la derecha para encontrarnos con el majestuoso Hotel Waya, uno de los modernos símbolos del nuevo turismo de La Guajira.
Alguien podría preguntarse: ¿A quién se le ocurre construir un hotel fuera de las ciudades o de los tradicionales puntos turísticos de la península?
La respuesta no es difícil de dar: el Waya queda cerca de todas partes, sus coordenadas le permiten estar equidistante de casi todas partes y, además tiene muy cerca el complejo de El Cerrejón, el aeropuerto de La Mina y no muy lejos están los aeropuertos de Riohacha y Valledupar.
Está al borde de una carretera que comunica con el resto del mundo. Pero eso no es todo: su construcción es amigable con el medio ambiente, sus diseñadores cuidaron cada detalle para lograr una armonía perfecta y encantadora entre la edificación y el semi desierto guajiro y su decoración honra en cada uno de sus espacios al mítico y respetable universo wayüu.
Fuimos recibidos con entusiasmo por Junior y todos los muchachos de la organización “Juventud Unida”, quienes nos llevaron a una cómoda sala VIP en la que nos reuniríamos todos los panelistas antes de pasar al recinto principal.
La primera en llegar fue la propia gobernadora Diala Wlches a quienes algunos confundieron con las muchachas que hacían parte del grupo organizador.
La presencia de la mandataria respondía la pregunta que todos se hacían en días previos:
-¿Vendrá la Gobernadora?
-Vea, comadre yo no creo, porque esa señora anda bien ocupada
Pero la señora Gobernadora estaba ahí en la sala, en donde muy pronto estarían también José Jaime Vega, Efraín Barros, Ángel Correa y su esposa Xiomara Pedreros. Un poco más tarde llegaría el médico Aldrin Quintana.
Nos hicieron pasar al salón principal y, después de la instalación, me concedieron el honor de ser el primer ponente de la tarde. Les hablé a los chicos acerca de las nuevas tendencias en la educación y traté de compartir con ellos mi opinión acerca de las diferencias entre tendencias y modas. Me referí al pensamiento divergente, la educación a lo largo de la vida, el aprendizaje colaborativo y la pedagogía STEM.
Acto seguido intervino Ángel Correa quien nos sorprendió con las cifras de visitantes al hotel: 42 mil huéspedes al año.

El 84% de la planta de personal está compuesta por nativos de La Guajira, en especial de Albania y el 15% son oriundos del Caribe.
¿Y el 1% restante?
Su respuesta hizo que ganara las simpatías del auditorio:
-“El 1% somos cachacos, o sea, mi esposa y yo”
Ángel y su esposa Xiomara son nativos de Bogotá, viven desde hace mucho tiempo en la Costa, y aman a La Guajira como si hubieran nacido en esta tierra. Su felicidad se basa en convencer a los colombianos y extranjeros de todas las bondades de La Guajira y brindarles la asesoría necesaria para que disfruten de las bellezas del departamento.
La intervención más esperada era la de Diala Wilches y ella, en su corta y profunda ponencia, se expresó con una frescura y un desparpajo propios de una joven que se encuentra ante los de su “combo”.
Explicó algunos detalles inéditos de su entrevista con el presidente Gustavo Petro antes de que la designaran como Gobernadora.
- “El presidente me pidió que trabajar con mucho entusiasmo en la provisión de agua a los pueblos y ciudadanos de La Guajira; que dispusiera lo necesario para que La Guajira se favoreciera con la transición energética y visualizara el turismo como principal fuente para la activación de nuestra economía. Tomé atenta nota y le expuse de qué manera atendería cada una de dichas prioridades”
A su turno, el exgobernador José Jaime Vega contó la conmovedora historia de un niño que se comprometía con su padre a luchar por su pueblo desde la mañana hasta la noche que algún día sería gobernador de su departamento para ayudar a los más necesitados. Al final reveló que ese niño era él y el diálogo con su padre transcurrió en su Villanueva natal.
A partir de ahí aconsejó a los jóvenes sobre la forma de convertir los sueños en realidades.
El empresario Efraín Barros disertó acerca de su historia de vida y las diferentes etapas, desde la pobreza total en la infancia hasta el momento en que comenzó a trabajar y a ahorrar con un proyecto concreto en la mente y en el corazón. Confesó que no tuvo oportunidad de estudiar, pero se aferró al sentido común y a varios principios que le inculcó la familia, entre ellos el de ahorrar, gastar sólo en lo necesario e invertir los ahorros. Así se convirtió en un próspero empresario que paga una nómina de 9 mil millones de pesos y paga impuestos anuales por más de setecientos millones en impuestos al municipio.
El evento se dio el lujo de tener como orador para el cierre al médico Aldrin Quintana, quien le dio todos los méritos a su señora Madre Elizabeth Ustate, una humilde madre soltera que educó a su hijo con un gran esfuerzo. Ella tuvo un puesto en el mercado público y después una tienda y todas las ganancias las ahorraba para pagarle los semestres en la Universidad.
Cuando se graduó se enfrentó a la triste realidad de una época en que los médicos ganaban salarios reducidos y se los pagaban de vez en cuando. Además, un día que él y otros profesionales exigieron que les pagaran lo que les debían, fueron despedidos.
Todo lo anterior lo motivó para liderar la creación de una clínica privada.
-“Reuní a varios colegas y los convencí de que hiciera cada uno un aporte para crear la mejor clínica de La Guajira. La mayoría rechazó la propuesta, pero con los pocos que aceptaron se inició la historia de la clínica Maicao, considerada hoy por publicaciones muy prestigiosas como la cuarta mejor clínica del Caribe colombiano”
Antes de finalizar quiero felicitar a los jóvenes que organizaron el evento: Joel Caballero, Dylan Bravo, Katlin Durán, Katy Pozo, Dayana Caballero, Mirelvis González, Marco Antonio Mindiola y Slaider Correa.

El evento terminó con los aplausos y la foto oficial, los aplausos y la promesa de que la juventud de Albania trabajaría en adelante para que todos podamos saber con claridad en dónde estamos y para dónde vamos.
Eran las seis y cincuenta de la tarde y tomé el teléfono para llamar a Julio, tal como habíamos convenido, pero me interrumpió la voz amable de Aldrin Quintana, quien me decía.
-Usted de va conmigo o no se va
Y fue así como nos vinimos pensando también en dónde estamos y para dónde vamos nosotros.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Osvaldo Bettín, el deporte hecho vida

 

Taza de café

Escrito por: Yorledis Pabón Aguilar


Sírveme caliente y bébeme sorbo a sorbo

saboréame y endúlzame con tus labios,

rózame con tu lengua quiero sentir tu aliento.

 

Soy negra como el café tostado, fuerte como cada grano

te seduzco con mi aroma, el sentirlo te enamora,

con un solo sorbo te reinicia la vida y te aferras a mi cada día.

 

Tómame poco a poco siente como pasa por tu cuerpo

lléname de energía desata en mi esta agonía

de no querer que te acabes y tenerte todos los días.

 

Ese aroma cautiva, ese aroma apasiona

llenando todos mis sentidos

con cada sorbo vuelve a mí esos recuerdos vividos.

 

Soy tu taza de café caliente

aunque suene un poco demente pero siempre estarás,

en mi mente ya no tengo escapatoria siempre te llevo presente.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Autorretrato de José Cárdenas

El siguiente es el autorretrato del escritor  colombiano José Cárdenas, autor del libro "El hijo de los dementes" 

Este es mi autorretrato.

Me defino, como un autodidacta 

y a modo de un hombre que se siente enorgullecido de haber nacido en el campo.

De haber tenido, desde mi edad primera,

Un  directo contacto

Con la madre Naturaleza  

Ella tan sabia me impuso sus influjos. 

Las Náyades  de sus fuentes. 

Las driades de sus bosques, 

me ungieron  con sus manos secretas

Me han hecho un formidable soñador

De un  imperecedero amor

aguerrido luchador y poeta.


Se cómo arde el leño, en las humildes cabañas

como crecen las sementeras en la úberrima tierra.

He subido a escarpadas montañas

Cómo también al terrado,

de arquitectura moderna.


Hoy ya no cuento con mis años nuevos

Pero si con la experiencia de las décadas.


Mis cabellos han volado al viento

cómo en  verano, las hojas secas.

Los cauces que surcan mi tez

Son anuncios con premura

campanazos sin ventura

de mi ya, inminente  vejez.


Soy frugal en el comer

Parco en la oratoria 

Pero si prolijo En el papel.


Hay tantas huellas en mi alma

dejadas por amores castos

otras de infieles y desalmadas

que sin recato se marcharon.

¡Son tantas!

como léntigos en mi piel.


Progresiva es la penumbra de mis ojos

Más, viva y creadora la luz de mi pensamiento.

Siempre cualquier camino que tomo

la lírica me sale al  encuentro.

Será porque vive libre y pura 

En la inquieta naturaleza de los vientos.

Y siento que  me lleva y me guía 

Con alto vuelo, vuelo alto de firmamento.

¡Oh Sublime poesía!

sábado, 28 de enero de 2023

Apuesta peligrosa

 Escrito por:  Mirollav Kessien

Todo empezó en una noche tibia, con risas que flotaban como burbujas entre copas medio vacías. Afuera, la ciudad respiraba con sus luces parpadeantes y el rumor lejano del tráfico; adentro, la sobremesa se alargaba entre el tintineo de vasos, platos desplazados, sillas que raspaban el piso y murmullos que se mezclaban con el vaivén de una canción suave, apenas audible. El aire olía a vino tinto, a perfume amaderado y a expectativas sin nombre.

Ella era una mujer con una presencia envolvente, de esas que imponen silencio sin pedirlo. Su belleza tenía filo: el cabello oscuro caía en línea recta sobre los hombros, los ojos firmes y atentos parecían tomar nota de todo. 

Los labios, precisos y bien definidos, sabían guardar ironías como secretos valiosos. Vestía con una sobriedad calculada: un vestido claro, entallado en la cintura, que realzaba la curva exacta de su figura. Todos sus gestos —el cruce de piernas, el roce de los dedos en la copa, la inclinación leve del cuello— construía una escena. No era decorativa. Era el centro del tablero.

Habían terminado de cenar. Los demás ya se levantaban. Algunos se acercaban a despedirse con abrazos apurados. Pero ellos dos permanecían sentados, frente a frente, como si el tiempo entre sus miradas se hubiera cuajado. Ella inclinó el cuerpo hacia adelante, dejó que sus dedos acariciaran el borde de la copa, y lanzó la frase con la naturalidad de quien enciende una mecha y se queda mirando las sombras.

—Apostemos algo —dijo, con esa chispa en los ojos que solía anunciar tormenta.

Él levantó una ceja, divertido.

—¿Apostar qué?

—Mañana. El que llegue primero a la reunión del proyecto, gana.

—¿Y qué se gana?

Ella lo observó, como si midiera si el oponente valía el juego.

—Si tú ganas, te doy cincuenta mil —dijo, después de un trago largo de vino—. Pero si yo gano… tú eliges: me pagas el dinero o aceptas la sorpresa.

Él soltó una risa confiada. Creía que estaba jugando. No entendía aún que ya había perdido.

—¿Y si elijo sorpresa?

Entonces apareció esa sonrisa suya. No era amable. No era cruel. Era una promesa.

—Después no digas que no sabías dónde te estabas metiendo.

La mañana siguiente trajo un cielo despejado, pero su aliento estaba agitado cuando entró a la sala de juntas. Llegó tres minutos tarde. Y ella ya estaba allí. Sentada, impecable, con una blusa blanca sin una sola arruga y un lápiz entre los dedos. La vio alzar la vista y sonreír con la misma calma de la noche anterior. Había ganado.

La reunión fue breve. Formalidades, acuerdos, miradas al reloj. Al final, cuando todos salían, ella se acercó, le entregó un papel doblado en dos y desapareció por el pasillo sin más palabras.

Era una dirección. Piso 6, apartamento 604. A las ocho.


La puerta estaba entornada. Dentro, la luz cálida de una lámpara bañaba la sala en tonos dorados. Sobre la mesa, dos copas de vino. Una servida hasta la mitad; la otra, intacta. Una lista de jazz suave giraba en el fondo, envolviendo el espacio como una seda invisible. El aire tenía su aroma: una mezcla de madera y cítricos con un rastro de algo más salvaje.

Ella apareció desde la cocina con el mismo vestido claro de la noche anterior. Tenía una forma de ocupar el espacio que lo detenía todo. El cabello suelto, la piel tersa, los ojos fijos. Cada curva suya parecía obedecer una geometría exacta. Caminaba con la gracia de quien conoce su fuerza y la administra como un arte.

—Llegas tarde —dijo, sin quitarle los ojos de encima—. ¿Dinero o sorpresa?

Él dejó la chaqueta sobre el sofá. Tragó saliva.

—Sorpresa.

Ella dejó la copa sobre la mesa. Cruzó la sala sin apuro y se plantó frente a él. Su voz bajó una nota.

—Arrodíllate.

El corazón le golpeó el pecho, pero no dijo nada. Se arrodilló.

Ella tomó un cinturón del espaldar de una silla. Lo desenrolló con lentitud. El cuero crujió como una advertencia. Luego se colocó detrás de él, y sin ninguna violencia, subió sobre su espalda. El peso era liviano, pero el significado lo aplastaba.

—Vas a ser mi caballo —dijo al oído—. Vas a llevarme por todo este apartamento como si fuera un reino.

Él obedeció. Las rodillas ardían sobre la alfombra gruesa. Las manos se apoyaban con torpeza. Ella daba indicaciones con una voz baja, autoritaria, llena de placer contenido.

—Más rápido… Gira… No mires al suelo… Eso es, buen animal…

El cinturón bajó una sola vez, no para castigar, sino para marcar territorio. Luego lo acarició. Él no supo si se sentía humillado o bendecido.

Ella reía, pero no como quien se burla. Reía como quien libera una tensión acumulada durante años. En ese instante, no era una mujer en juego. Era la dueña de su deseo, de su cuerpo y de la escena entera. El sillón, la lámpara, la alfombra, la música, todo le pertenecía. Incluso él.

Cuando ella desmontó, lo hizo con la elegancia de una reina satisfecha. Se sirvió el resto del vino, bebió en silencio y lo observó desde la altura, como si evaluara la resistencia de su montura humana. Él seguía en el suelo, con el cuerpo adolorido y el orgullo convertido en cenizas, pero sin rastro de rabia: sólo quedaba una sumisión lúcida, casi agradecida.

Ella se inclinó, le susurró al oído con una voz que arañaba despacio:

—Buen caballo. Tal vez mañana juguemos otra vez.

Luego caminó hacia la ventana y, de espaldas a él, se recogió el cabello con naturalidad, como si nada hubiera pasado.

Él no dijo palabra. Se puso en pie con lentitud, con esa gravedad que queda después de los ritos. La piel le ardía, pero era otra quemadura la que le marcaba más hondo: la de haber subestimado a la mujer que ahora se convertía, sin pedirlo, en una obsesión.

Salió sin hacer ruido. Y mientras el ascensor bajaba, hizo su única promesa:

Nunca más llegaría tarde.

 


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